martes, 18 de mayo de 2021

Fulgor

 Desde que era niño, a Cirilo siempre le obsesionó todo aquello que relucía por encima de todas las demás cosas. Su primera obsesión por algo brillante creía recordar que era un colgante que antaño llevaba su madre. Cuando contaba a penas cinco años, siempre intentaba alcanzarlo, tomarlo de alguna manera y hacerlo suyo, parte de su ser. Sin embargo, en una de estas ocasiones, dandole un leve golpe, este se descolgó de su cadena y acabó haciendose añicos sobre el marmóneo suelo. Huelga decir que su madre le propinó una tremenda regañina, mas su frustración interior al contemplar los fragmentos de lo que él considero su tesoro desparramados por el suelo fue el peor de los castigos, mucho peor que los gritos enfurecidos que pudiere propiciarle su madre. Por anodino que parezca tal suceso, aquello supuso un sello inquebrantable en lo que sería su vida en adelante, y que jamás olvidaría.


Ya en la adolescencia, mientras todos los varones hormonados tenían por objetivo vital el besar a alguna chica -y qué decir de acostarse con ella- Cirilo seguía con su fanatismo iluminario. Se le ocurrió la caprichosa idea de que quizás esta esencia lúminica se encontraba tras los senos en desarrollo de sus compañeras de clase. De ahí que la mayoría de sus congeneres quisieran hallar el mas ligero  contacto hasta alcanzar el máximo de todas ellas. Debido a ello, se propuso el adoptar tales actitudes de desenfreno reproductivo, aunque fuera de una manera impostada, artificial en él ya que lo que buscaba no era fundir su joven carne con los muslos de una muchacha virgen y fértil, sino encontrar ese ápice de luz que estas guardaban celosamente en su yo interno.


En uno de aquellos joviales días, atisbó a la que de entre todas aquellas jovenes mujeres pudiera encerrar en sí la luz mas inmensa que cabría imaginar ¿Qué cómo lo averigüó? La respuesta es de lo mas sencilla y vulgar: por el tamaño de sus senos. Era la mas desarrollada de todas las de su clase, pero se mantenía igualmente pura a todas las demás. Esto le dió el impulso necesario para acercarse a ella, y procurar entablar relación de cara a conseguir su fin, que no era el otro que atrapar su luz y pasar a custodiarla él mismo.


Solamente le costó un par de semanas que ella "se enamorase" de él, y así el beso que le uniría con aquella iluminaria intensa que palpitaba en el pecho de la muchacha estaba cada vez mas cercana. Cuanto mas cerca la tuvo fue una vez durante el recreo, la acorraló en la pared y se acercó mucho a ella, tanto que la respiración de ambos iba al unísono. Clavando sus ojos en ella, penetrandola con una mirada escrutadora, solo quedaba el rozarse sus labios como llamas de una misma estela. Y así lo hizo, sintiendo el rotar de su estomago para acabar con un sabor amargo. Ahí no había luz alguna, sólo sombras y saliva.


- ¿Qué? ¿Te ha gustado?- dijo ella claramente satisfecha


- No. Creo que deberíamos dejar de vernos- respondió él cumpliendo su promesa.


Por imperativo paterno, una vez que finalizó sus estudios segundarios obligatorios, Cirilo ingresó en la universidad concretamente en la carrera de ingeniería. Durante su estancia ahí, comprobó cuán afán tenían todos sus compañeros por sacar mas nota que los demás. Pensaban que si uno superaba a todos sus compañeros en aquel número impreso en una serie de hojas, quizás en un futuro serían personas importantes, muy superiores a todos aquellos mediocres que pasaban con un "suficiente" en sus resultados. A próposito de esto, Cirilo indagó la posibilidad de que la luz que buscaba podría ser algo mas abstracto, una suerte de concepto que se concretaba en las notas académicas "Si todos parecen tan obsesionados con esa meta, será por algo..." -así discurría.


Para acabar de comprobarlo, decidió preguntar a uno de sus amigos mas cercanos de entonces el por qué de esta cuestión, a lo que el otro respondió:


- Es obvio. Si tienes buenas calificaciones, tu curriculúm será mas brillante, y por ende, les resultarás mas atrayente a futuras empresas que te abrirán las puertas al mercado laboral. Si no es así, pasarás el resto de tu vida en una penumbra perpetua como le pasa a todos aquellos pérdidos que no saben qué hacerse con ellos.


Las palabras "brillante" y "penumbra" tuvieron especial efecto en Cirilo, la primera porque se trataba de lo que precisamente él quería, la segunda porque era lo que a toda costa buscaba evitar. Pensando un momento, continuó diciendo:


- ¿Y qué he de hacer para conseguir buenos resultados académicos y así poder brillar?


- Aplicate únicamente al estudio, dedica todo tu tiempo en ello y deja lo demás. Si así lo haces, triunfarás y no serás un cualquiera- terminó por comentar su amigo en tono decidido.


Hizo caso de aquellos consejos, y se los tomó tan a pecho que los siguió al pie de la letra sin faltarle una coma. Mas, no obstante, en la medida que replegaba toda su vida a ese ámbito cada vez se sentía mas cercado por la oscuridad en semejanza a como su habitación iba tornándose sombría según se acercaban las horas nocturnas que pretendían asesinar al día. Y lo peor de todo, es que no consiguió mejorar sus resultados academicos, si no que muy al contrario empeoraron todavía mas que en un principio. Por mas que lo intentaba y que ponía todo su esfuerzo en ello, no lograba concentrarse como debiera, y por lo tanto, sus notas eran mas bien bajas. Ante los resultados de uno de sus fallidos examenes, volvió experimentar ese sabor amargo que tuvo con aquel primer beso. Fue entonces cuando decidió abandonar la carrera y seguir otros derroteros en busca de un inhóspito fulgor.


Tres años fueron en los que Cirilo vivió sin hacer lo que se diría absolutamente nada. Pretextando una suerte de depresión motivada por fracaso académicos y su escasa capacidad para socializar, sus padres pensaron que le pasaba algo de tipo psicologico que no se molestaron en indagar. Así, pues, su vida durante estos tres años radicaba en alimentarse y dormir, ni siquiera en el entretenerse puesto que carecía de toda afición, y como no tenía, pasaba su tiempo libre -el cual era todo, excepto cuando comía y dormía- en una especie de mutismo hermético. Mas también es de advertir, que durante este tiempo aquel sabor amargo se desvaneció por completo, incluso podría decirse que alcanzó de cierta armonía lúminica sobre todo cuando salía a su jardín en las noches despejadas a contemplar las estrellas, las cuales incidían sobre un suelo que les devolvía su resplandor, como así cuando en cada mañana temprana se quedaba anonadado mirando a la amplia ventana de su habitación de cara a comprobar como la luz del amanecer inundaba a todas las cosas.


En una ocasión transcurrida en alguno de estos tres años, Cirilo se encontró con su padre en el cagaje mientras este se dedicaba a reparar una bombilla que no se había fundido, sino que había perdido contacto. Cirilo se sentó a su lado observando la de vueltas que daba la susodicha bombilla en las sucias manos paternas dejando su huella dactilar cada vez que se obligaba a hacer presión con los dedos. Después de unas vueltas, metiendo el casquillo en una lámpara de mesa que tenía en frente, la bombilla relució dando un enfoque de luz amarillenta sobre el semblante de su padre. Cirilo exclamó con admiración:


- ¡La luz ha vuelto durante un instante!


Su padre un tanto perplejo, y sin saber que decir al respecto, cambió radicalmente de tema, a aquel que en verdad le interesaba:


- Vamos a ver Cirilo, ¿Qué vas hacer ahora? No puedes seguir ahí tirado en babía despercidiando tu vida.


- No estoy desperdiciando mi vida, padre -dijo en tono decididó, y continuó- Estoy realizando la que es la tarea mas importante de mi vida, que es buscar una sensación lúminica inmensa que haga vacilar a mi carne, y que provoque el desvanecerse del espíritu.


- ¿Se puede saber qué narices estás diciendo? - terminó por decir su padre, cerrando y abriendo sus párpados como si así pudiera desplazarse entre las escenas que conformaban su realidad.


Posteriormente a estos tres años, su casa acabó por llenarse de deudas que sus padres no eran capaces de pagar. Este decaerse de la economía familiar se traslució hasta en el tejado de su casa que se desplomaba, y cuyas tejas al caerse ocasionaban mas de algún susto a los miembros del hogar cuando justo al salir una teja en forma de meteorito les pasaba frente al semblante. Era como si aquella casa fantasmal les estuviera dando un toque de advertencia, diciendo algo así como "O me cuidáis, o os mataré a todos friamente con estas tejas envueltas en cemento comprimido." Mas de una vez, Cirilo se acercó tanto a la teja que se desprendía que le rozó la nariz, produciendole arañazos. Sus padres pensaron que quería quitarse la vida de alguna forma rídicula, como rídicula había sido hasta ahora su vida.


La decadencia economica de la residencia familiar fue tal que obligaron a Cirilo a que trabajase en algo, en lo que fuera valdría. Este había escuchado a sus vecinos sobre el asunto de tener un trabajo, y de con ello acumular caudal monetario. Se le pasó por la mente una gran multitud de monedas brillantes, cayendose en forma de cascada sobre otras tantas monedas aúreas. Entonces, le dió por pensar en si quizás la luz que buscaba se materializaba en la expresión de poder mas precaria de todas: el dinero. Quizás si acumulaba dinero y ahorraba, pudiera alcanzar tal súbita luz expresada en millares de monedas desfallecientes. Esta idea le fascinó e inflamó a su corazón de esperanzas, y así empezó a trabajar en una ferretería. Al menos así, estaría rodeado de las luces artificiales de las bombillas como presagio de lo que alguna vez alcanzaría.


Se tomó su trabajo muy en serio, tan en serio que hasta dedicó varias horas extras para intentar ahorrar dinero. Su jefe estaba tan orgulloso del tesón y de la diligencia de su trabajo que le permitió ocupar el puesto que gustase, e incluso, le subió varias veces el sueldo. Sin embargo, muy a pesar de Cirilo, y aún con todos sus esfuerzos, debido a las inmensas deudas hipotecarias y de prestamos que acúmulaba su hogar, tan rápido como caía el dinero en sus manos, se esfumaba al atravesar el umbral de la puerta de su casa. En verdad, lo que mas le dolía no era el hecho de perder un dinero que había ganado con el sudor de su frente, sino en que como había pedido que siempre le pagasen en métalico y en monedas, ver como estas pasaban de sus ya bendecidas manos, a las sucias de su padre le resultaba una especie de profanación sagrilegica. El sabor amargo no tardó en volverse a hacerse patente. A tanto le llegó el punzón de la melancolía y de la desesperación ante la pérdida de las monedas brillantes que dejó el trabajo.


Tiempo después, aunque durante unas semanas fingió acudir al trabajo para evitar el golpe de tristeza que produciría su despido en casa e inventarse una excusa para evitar que esta tristeza fuera mas aguda, acabó por decir a sus padres que le habían despedido por problemas de contrato y de organización de la plantilla. Sus padres acogieron sus palabras con una sonrisa amarga, una suerte de paradojica mezcla entre desazón momentáneo y esperanza en el porvenir mas inmediato. Al ver su reacción, Cirilo agachó la cabeza con la sensación de que no había vuelta atrás: o se divorciaba del mundo, o jamás encontraría la luz soñada desde la infancia.


Tras pasar un fatigoso día fingiendo que buscaba un trabajo, se sentó en un banco que se encontraba allende a un parque. Con la cabeza reclinada completamente contempló y escuchó el juguetear de los niños con sus saltos y alaridos. Cerró los ojos, y se quitó con la mano diestra la gran cantidad de sudor que se le deslizaba por la frente. Sin duda, hacía un calor inmenso, casi inhumano. Volvió a abrirlos y vió una señal brillante que provenía de un lugar ignoto, que pareciera no ser de este mundo. Retornó a cerrar los ojos, y cuando quiso, no pudo volver a abrirlos. De repente escuchó la voz de una niña que tenía como origen no aquellos del parque, sino de un sitio soterrado en su conciencia:


- ¿Quieres ir allí? - le dijo con dulzura


- ¿A dónde?


En ese exacto momento, sintió bajo sus dedos el tacto de la arena, sus oidos oyeron el rumor del mar, su nariz olió a salitre y a algas vivas, y su corazón latió con un ritmo inusualmente acelerado. Ya pudo abrir los ojos, y cuando lo hizo, efectivamente según presintió con anterioridad, se encontraba en una playa con un inmenso mar que daba cabida a los últimos rayos del sol en la línea de un horizonte que se fundía allí donde los vivos no pudieren penetrar. Es de hacer notar, que aún con lo raro de la situación no sintió extrañeza, simplemente se levantó y se fue andando.


Avanzó un poco, y vió un coro de mujeres desnudas que bailaban al rededor de un fuego estremecedor como si fuera un ritual pagano. Las llamas invocaban chispas que se elevaban queriendo capturar un ápice del cenit del día, y una vez satisfecho su goce, descendían y se apagaban. Frente a esta gran fogata Cirilo pensó en que esas chispas provenientes de ardientes llamas eran una metáfora de lo que había sido hasta entonces su vida. Se acercó cuanto pudo al fuego, hasta el punto que las cenizas que despedían le impregnaban la cara, y dejó caer una lágrima que antes de llegar al suelo se esfumó convirtiendose en vaho micróscopico "Claro, yo provengo de aquí, no de ahí... Ahora lo entiendo todo..." -musitó interiormente mientras las llamas intentaban carcomer una madera tan gruesa que duraría una noche entera cobijando la fiereza del fuego. 


Las mujeres siguieron danzando a su al rededor como si no existiera, despreocupadamente, entre risotadas y saltos danzarines en semejanza a los niños del parque. Una de ellas, sin saber por qué, le clavó una mirada cargada de un lujurioso interés. Sin decir nada en un principio, cogió una de sus manos y la impuso sobre uno de sus redondos y bien formados senos. Estaba ardiendo, ella misma parecía una de aquellas llamas que traían las chispas vespertinas y las cenizas traviesas. Cirilo se preguntó si ella era fuego, si él sería chispa o ceniza. 


A los pocos segundos, le cogió de la mano, y preguntó:


- ¿Quieres ir ahí?


Esta vez no se atrevió a preguntar porque ya sabía lo que se le indicaba, respondió: "sí."


Dejándose guiar por tal hermosa dama, fue introducido en el epicentro de la fogata. Ella dió un saltó para salir de la agitación de las llamas, volvió al coro y entonaron todas juntas canciones en un idioma desconocido para él. En sus entrañas sintió al principio un dolor indescriptible, pero con el tiempo ese dolor se troncó en placer. Lo que parecía en un comienzo una puñalada violenta en el corazón, al despedirse la sangre del pecho se transformó en una cándida caricia. Así igualmente acontenció con aquel calor intenso que fue poco a poco mutandose en un goce que cabría definir como orgásmico. Se sentía disolverse, y a su vez, renacer en una sensación de pletórica plenitud. Ya por fin pudo descifrar una parte de lo que aquellas mujeres desnudas cantaban en tanto que agitaban sus carnes en una playa que ya era dominio de la noche, mas que todavía conservaba tanto rememoranzas del día como la esperanza de su regreso en un tiempo indeterminado. La parte que pudo atisbar antes de fundirse completamente con la luz era la siguiente:


Y entre todas las cosas soñadas,

una jamás nos dejará abandonadas,

la llamada cual llamarada: la muerte.


- Al fin, alcancé el fulgor... -dijo quizás por última vez Cirilo. 


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