Dos hermanos volvían entre encrespados montes tras acabar su jornada laboral del día, iban cabizbajos como solían como escrutando entre el suelo algún pensamiento valioso que pudieran desenterrar y sacar a la luz. Por desgracia, no había nada elevado entre esas secas tierras, y entonces, se conformaban con fantasear que algún día hallarían algo que lo fuera. Reinaba el acostumbrado silencio entre ellos, ya se conocían de sobra y no tenían nada que decirse, toda palabra pronunciada en cualesquiera momento que juntos les atañía sobraba, y por ello, se comunicaban con miradas repentinas a soslayo, o con gestos apesadumbrados que traslucían su abatimiento.
Ya salían del sendero atestado de barro desertico, y se conducían por las calles asfaltadas con antropocentrica soberbia típica en los hombres, pasando así por el camino de siempre para alcanzar a pocos metros la casa donde convivían con sus padres. De nuevo, como todos los días, la vecina de tres casas mas abajo se asomaba a su carcomido balcón, y observaba a los dos hombres de mediana edad atravesar el camino diario sin pena ni gloria. Sin embargo, esta vez había algo diferente en esta vecina, vestía un glamuroso vestido rojo levemente escotado, adornado por orlas que como olas descendían hasta mucho mas abajo de sus tobillos, los cuales debido a los infraqueables muros, se encontraban velados a su vista. Su peinado también tenía algo diferente, singular, que lo hacía distante a otros días, ya que sus cabellos pardos estaban cargados de sumos bucles que se entrelazaban unos con otros, perdiendose como en un torbellino marino. Y a todo esto, lo adornaba una tenue y maliciosa sonrisa, que junto a dos guindas de un pastel inexistente, eran así sus dos ojos negros decorados por un fulgor vidrioso casi lascivo.
De repente, ambos se pararon en seco tras atravesar el umbral de la casa de la vecina, ya que uno de los hermanos detuvo al otro, posando su mano fatigada con débil fuerza sobre el hombro del otro, y le dijo:
- ¿No notas algo peculiar en la vecina, algo inhóspito de lo que hasta ahora no nos habíamos dado cuenta?
- No tengo ni idea a lo que te refieres, hermano-respondió el otro alzando los hombros con indiferencia ofendida, como si le molestase el mero hecho de que el otro pronunciase su pregunta
Así, sin mediar palabra alguna que continuase la escasa conversación, siguieron andando, y a los pocos pasos ya se encontraron frente a la puerta de su casa. Metieron la quejumbrosa llave que hizo tambalearse la puerta, y entraron por un diminuto jardín descuidado, la única vegetación que andaba por tales lares eran las malas hierbas que habían ido creciendo con el tiempo, algunas de ellas mostraban motas rojas y anaranjadas que procuraban asimilarse a diminutas flores, y otras, estaban cargadas de pinchos, tan enormes se hicieron que bien podría decirse que aquellos eran cáctus, y el jardín, un desierto en mitad de ningún sitio.
Llegando a la mesa de la sala principal, se sentaron al rededor de la misma para que su madre les dispensara con la comida en tanto con una tibia sonrisa les iba preguntando las preguntas usuales que suele hacer una madre, las cuales podrían reducirse a un "¿Qué tal la jornada?" Ellos, iban respondiendo con muecas y leves sonidos guturales y algunos chasquidos de dientes, de manera que se necesitaría un interprete de ese idioma a caballo entre la ausencia de oralidad y las señas para vislumbrar lo que aquellos dos intentaran decir.
Una vez que la madre partió al cuarto continuo, el hermano que había parado al otro en mitad del camino instantes anteriores, volvió a insistir con su pregunta, y el otro, le respondió:
- Ya estás con tus obsesiones, dejate de tonterías, y come, que mañana es viernes y hemos de continuar con la jornada como todas las semanas.
De nuevo, la misma rutina de todos los días, el mismo camino, las mismas miradas cabizbajas, los mismos ladrillos movidos aquí y allá, el mismo sosegado hastío que se había transmutado en costumbre y que se dilataba como un punto infinito que se expande hasta llegar a abarcarlo todo sin dejar ni un hueco a la mortal vista. Y otra vez, la idéntica senda de la vuelta, y la vecina asomandose al balcón, está vez sin tanto arreglo, con un pijama bastante ancho que velaba su cuerpo cual si se tratase de algo prohibido, inalcanzable para aquellos dos desdichados que volvían de un insano trabajo que para ellos se trataba de su salud. Una ráfaga de viento acudió repentina, invocada por algún duendecillo travieso que en ese momento tocase con algún instrumento estrámbolico, como podría serlo una inmensa tuba, lo que provocó que ese ancho pijama de la vecina se le ciñiese al cuerpo, mostrando cada parte del mismo en semejanza a esas esculturas que juegan con el desnudo femenino y las telas, en cuyo contraste se muestra algo así como la esencia del erotismo, entre el desnudo y lo velado, mostrando a su vez se oculta todo y se deja a la imaginación fabular e idealizar aquello que se contempla.
Al hermano inquieto le comenzó a entrar un sudor frío que se hallaba entre la ebriedad y la enfermedad, desde ese momento no pudo olvidar en ese día y en los que le siguieron ese cuerpo que cantaba una sonata con osadía al ingrato que se atreviese a mirarlo, que se balanceaba agitado por el viento en ese impío balcón como si bailase algo suave, dejando en suspenso sus muslos, sus caderas y sus senos cubiertos por el fino pudor de una tela barata.
En uno de los días de dos semanas mas adelante, el hermano contrario cogió una gripe que le dejó exahusto y con temblores debido a la fiebre, y por lo cual, no tuvo otra que quedarse un par de días en cama hasta que se encontrara mejor. Esto turbo bastante al otro hermano, no porque tuviera que rendir el doble de cara a suplir la ausencia imprevista de su compañero fraternal, sino porque a la vuelta debía atravesar aquella acostumbrada senda donde se asomaba la vecina completamente solo. Pensó, incluso, en la posibilidad de que esta se enteraría de que así sería, y la próxima vez se asomaría completamente desnuda en el balcón, ofreciendo su cuerpo sin los atuendos del decoro en una bandeja, que susurraría "Tómame ahora sin palabras, sin mas porque sí" Claro, que, esto era una vana y pueril fantasía de un hombre aburrido, así que despejó de su visión estos pensamientos que le acudían incesantemente, y los replegó del ámbito diurno al nocturno.
Continuó viendo a la vecina en su balcón, cada día con una ropa distinta, lo que le permitió registrar con sus miradas de soslayo detalles de su cuerpo, como podrían serlo sus alicaídos hombros, los senos plétoricos, el grito de sus brazos fornidos, sus labios burlones, la pícara mueca en forma de guiño de su ojo izquierdo... Mas, en uno de esos días, la vecina desde arriba le hizo una señal con su mano, señal que connotaba una llamada de atracción que le convidaba a entrar sin reparo alguno. Él, movido por influjo desconocido, así lo hizo con el corazón pendiende de un hilo, agitado por sus latidos que lejos de frenarle le hicieron avanzan cada vez mas hacía la entrada como por un impulso, abriendo así la puerta e introduciendose en la casa.
Ya dentro, observó lo dejada que estaba la limpieza y el orden de aquel lugar, parecía como si la casa llevase abandonada años. Fingiendo que conocía aquel lugar, ascendió por una escalera que tenía forma de caracól al atisbar que probablemente el cuarto de la vecina a través del cual se asomaba en su balcón se hallaba en la sala de arriba, concretamente a mano izquierda, en la habitación al final del pasillo. Atravesando una habitación, dos, tres llegó al deseado cúlmen de tal travesía, y entró como si tal cosa al final de sus obsesiones, allí donde lo aparentemente irresoluto se resuelve cual hilo mal trenzado que estirandose retorna a su forma original.
Ahí estaba la vecina, sentada al borde de la cama con un té de aspecto asqueroso, llevaba el vestido rojo descrito en la primera parte de este escrito "Vaya, pues sí que se ha cambiado rápido"- pensó nuestro hombre en el único pensamiento que pudo articular en ese momento con el debido orden, al menos, interiormente. Ambos se escrutaron mutuamente con intempestivas y precoces miradas, hasta que ella rompió el onirico momento alzando su voz:
- Usted lleva tiempo observandome cuando salgo al balcón para en los días calurosos adornarme con el sol, y en los fríos, cercarme por el frescor, y no entiendo lo que usted busca de mí. -sin dejarle responder entre titubeos, siguió hablando interrumpiendo las escasas sílabas que fueron capaces de aflorar entre sus temblorosos labios- A decir verdad, yo también he sido participe de este juego extraño que ambos hemos formado, y mediante el cual, nos hemos dejado llevar por secreto impulso. Sin embargo, esto no puede durar mucho tiempo mas, reconozco que me regocija esta situación, pero en algún momento esto tiene que acabar. Y he decidido por propia voluntad, que así sea ahora mismo.
Entonces, levantandose de la cama, y dejando caer la parte diestra de su vestido a próposito, mostrando un lustroso hombro, que de forma rimbombante iba dando tenues toques en el aire, en busca de desprenderse de tal atadura bordada de cara a mostrarse completamente, se iba acercando mas y mas a él, ya podía leer en el aire su perfume de rosas, sentir sus deliciosos labios titubeantes, temblorosos entre estremecimientos pasionales, danzantes, cuyos detalles lo eran unas mejillas enrojecidas que no se sabía a ciencia cierta si así lucían por timidez o por una pasión interna que era incontrolable. Pero, todo esto se detuvo en un golpe en seco, en un momento que se quedaba en suspenso y que se frenaba por sorpresa cuando de repente a ella le empezó a sangrar la naríz. Él quiso ayudarla, mas ella le detuvo imponiendo su fina mano ante su pecho, y en tanto así lo hacía, cada vez salía mas sangre hasta el máxime punto que esta le iba gotando debajo de la barbilla, decorando su semblante con un oscuro maquillaje, cruel en semejanza a un mal acontecimiento del pasado que recordamos hasta dañarnos y hacernos sangrar de manera metáforica. No obstante, esto no era una metáfora digna de interpretarse, era algo empírico, literal, que se mostraba cual es de un rojo vino diábolico.
- ¡Váyase ahora mismo! ¡No le quiero aquí ya! Olvídese de mí... -gritó ella con desasosegada exaltación en sus primeras dos frases, para dejar espacio a la última que fue pronunciada con terror. Parecía que iba a continuar aquella última frase, pero la sangre que fluía de su nariz fue tan inmensa que borlando sus labios, no la dejó acabar.
Insistió él en socorrerla, así que sin esperar respuesta bajó con premura las escaleras que en su momento subió con embriagado impulso, y buscó en una cocina sucia algún trapo para frenar la salida de la sangre, tras encontrarlo volvió a subir, pero ya no la encontró ahí. Perplejo, atravesó toda la casa de cabo a rabo buscándola. Aquel sudor frío que le recorrió su frente en vísperos días, volvió a acometerle al no poder encontrarla, no sabía que hacer ni si lo que había vívido se trataba de un sueño. Así, pues, abandonó la casa por la misma puerta en la que había entrado, y se fue aún mas cabizbajo de lo que solía a la vuelta del trabajo.
Pasaron los días, y con ello, la vuelta de la rutina y de su hermano como compañía. Pero sin embargo, algo había cambiado, la vecina asomandose desde su balcón había desaparecido por completo, hasta su casa parecía mas vieja y abandonada de la mano de Dios. Cada vez que volvían, retornaba su mirada a posarse allí donde antaño contemplaba su lustroso y hermoso cuerpo con lujuría, añoraba esa contemplación vespertina como los amaneceres otoñales con el rocío. Ya no estaba ahí, ya la tentación no le rondaba a la totalidad de su cosmovisión que conformaba su ser, una hermosura se había marquitado, la rosa dejó de florecer y dió paso a la caída de sus pétalos, uno a uno hasta desvanecerse arreciados por un vendaval que no era capaz de localizarse, no conocía de un punto exacto donde situarse en el espacio, por eso era tiempo, tiempo que pasaba sin que uno lo advirtiera al principio, y que, cuando por fin se hacía ya era demasiado tarde y se convertía en cenizas.
Durante una de estas caprichosas vueltas a casa, ya en la acomplada mesa con paciencia maternal, la madre por vez primera en mucho tiempo, se juntó con ellos entrelazando los dedos de una mano respecto a la otra, y se quedó mirando el ángulo imperfecto que estos formaban, dejando dilatarse el tiempo mencionó con un semblante tan pálido como sombrio, acompañando sus palabras con el entornarse de unos párpados titubeantes:
- Ay... No sé por qué, pero esta mañana me he acordado de cierto suceso que aconteció hace tiempo en nuestra comunidad. El caso fue que teníamos una vecina muy guapa que vivía junto a su marido un poco mas arriba, se sospechó de ella debido a ciertos rumores que tenía un amante. Luego, se descubrió que no fue en modo alguno así, cierto es que ella llamaba en alto grado la atención, mas en su favor diré que yo la conocí y ella se mantuvo fiel a su marido cuanto tiempo su aliento recorría su cuerpo. Pero ya fue demasiado tarde, los rumores se habían filtrado en esa casa como las grietas de unos muros mal construidos provocan que entre el agua, el marido ya no fiaba de ella y la despreciaba. Con el tiempo, pese a que la desconfianza continuase flotando en el aire, esta se fue disipando poco a poco, tenuemente, hasta que sólo quedó algún resquicio, parecía que su matrimonio iba a remontar, hasta que un día un extraño, atraído por la belleza encarnada que contemplaba día a día en aquel balcón que tenemos muy cercano de casa, entró ahí, y en su locura, la mató a golpes sabiendo que jamás llegaría a poseerla. El marido, al enterarse, nada mas entrar en la casa y descubrir el cuerpo desfalleciente de su esposa, se suicidó al instante atandose una soga al cuello, dejando que su hálito vital se quebrara en la medida que su respiración cesaba, hasta que no quedó nada... ¡Ay, qué desgracia! -acabó diciendo en un llanto contenido que siguió a un silencio que parecía eternizarse, en suspenso, hasta que llegó una noche sin estrellas, con una luna que se ocultaba, y unos faroles que sólo mostraban millares de nubes desperdigadas, las cuales sólo encontraban su sentido en un son nocturno que las anudaba en forma de nido olvidado que ahora se volvió un recuerdo.
...
En el hospital psíquiatrico situado al oeste, un enfermo mira a la ventana como hace cada mañana, entre el anodino paisaje ya sabido de memoria, encuentra una silueta, una figura que parece entrar por la puerta principal del jardín allende a una fuente que lleva años en desuso. Este personaje que recorre el pasillo central de la salida exterior del edificio a la interior, va caminando con parsinomia, según va acercandose el enfermo cae en la cuenta de que es una mujer, que con su femenino andar, va contoneandose con cada paso como si se tratase de una sosegada danza, su cintura va serperteando a la caza de miradas, atrapadas quizás para ser llevadas a un ámbito de ensueño, fantasioso donde todo pudiera ser por primera vez en esta ordinaria vida realidad con tan sólo ser traspasado por una lanza tan espiritual como carnal. "Oh -se diría para sí este enfermo- hermosa mujer cuyo atuendo es un precioso vestido rojo..."
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