En nuestros grandilocuentes tiempos -en los cuales tenemos la fortuna de ser hijos no-nacidos- hemos poseído las sombras, y nos hemos hermanado con las mismas hasta tan punto que me resultaría muy díficil distinguir entre lo que es sombrío y lúminico. Baste como ejemplo el mero hecho de darnos un paseo por la calle, uno va como si tal cosa no ocurriera, y se encuentra al horizonte como si fuese un recoveco continuo, como el interior de un foso estrellado, un abismo abierto cuya razón de ser es la sucesión, un ir hacía delante porque sí, sin razón aparente de ser. Uno, claro está, en estas tesituras se plantea dónde se encuentra la línea divisoria que disgrega lo que es apariencia de lo que es una realidad patente. Así, entonces, empiezan a formarse las ficciones, y de las mismas, nacen las ilusiones, que, por su mismo estado deviniente, por ser construidas, bien hicieramos en cambiarles el nombre, y darles un matiz femenino, ya que como bien sabemos, todo lo mujeril se encuentra en estrecha relación con la falsedad.
Hoy día somos ingeniosos, pero nada inteligentes, salímos al paso como usualmente se dice, mas no profundizamos en nuestras pisadas, tan acostumbrados estamos a contemplar el mundo como una extensa superficie que se repite, que no se nos pasa por la cabeza el pensar que entre senda y senda un agujero se esconde. Por eso, cuando vamos andando y nos encontramos con un relieve, algo que parece salirse de nuestro esquema normativo, como pudiera serlo un saliente ascendente, o un hundimiento en el terreno, nos quedamos perplejos y no sabemos que pensar. Quizás, levantemos las manos con sobresalto y exclamemos: "¡Ay, Dios mío qué narices es esto!" Pero, al rato, en un susurro siempre nos decímos con alivio: "Ah, estas cosas son demasiado elevadas para mí..." Ello se debe a que confundimos la intensidad con la extensión, la calidad con la cantidad, la altura con la bajeza, lo elevado espiritualmente con lo vulgar, y así nos pasa... Esto no pasaría así si de vez en cuando nos detuviesemos, mírasemos a nuestro al rededor, y por un momento, volviesemos nuestra mirada hacía atrás, pudiera ser que si así lo hicieramos encontraríamos algo de valor.
Pero en fin... ¡Qué voy a decir yo! Estamos todos al cabo malditos, sólo que a algunos nos da por pensar de mas, o también podría decirse que la realidad y su decadencia actual nos da por pensar que hay algo mas allá de este terreno líneal, que a la vuelta de la esquina, puede que haya algo perpendicular, y siguiendo está salida secundaria, este error en la inmensa cadena industrial que nos atañe, pudiera encontrarse una curva tan incesante e insistente que se trataría de un recorrido circular. Sin duda, esto nos produciría una conmoción tan inclasificable que saldríamos corriendo espantados, mas quién sabe... En tal supuesto quizás nos sintamos como en casa, retornando a un hogar que teníamos olvidado desde hace tiempo, y que sepultado en la ausencia de la memoria, por casualidad nos hemos encontrado y nos ha retrotraído a esa infancia abandonada porque aunque ya no seamos niños -por desgracia, o gracias a la Providencia- queremos en el fondo saborear un poco de ese pasado que desde la perspectiva de la actualidad vemos cubierto por neblinas.
Todo esto podría llevarnos a decir que sentimos añoranza, y digo sentir porque de lo imposible que se ha hecho su retorno, aún con ello, mas la sentimos que la pensamos, puesto que pensarla sería hacer de ella un concepto, y esto me parecería tan utópico como injusto, mas, en cambio, sentir esa añoranza aunque desacertado desde un punto de vista intelectualista, queda mejor en una prosa que se pretende lírica. Se trata de ese sabor de antaño cual vino añejo que el progreso ha querido implantar en nuestro imaginario como un líquido con trazas arenosas, pero que en modo alguno es así, ya que mas bien podríamos asemejar su rico aunque extraño sabor a una ambrosía divina que convivía día a día en los tiempos de los antiguos -por utilizar una metáfora mas elevada- o también como una especie de piedra preciosa que costaba de hallarse al encontrarse tras unos gruesos muros del material mas portentoso que nos cabría imaginar "¿Y por qué no lo alcanzamos, por qué esto se trata de una añoranza insatisfecha?" -se me podría preguntar con un tono pícaro que lejos de distraernos, incide en la sustancia de la cuestión. Yo respondería algo parecido a esto: "Pues aún no teniendo la mas remota idea, si hubieras prestado atención a lo antecedente, verías que afirmé que estamos malditos -y ahora añadiría con una sonrisa meláncolica- y que, precisamente por ello, enterrados entre fango y escombros, el fango proviene de nuestros curiosos tiempos, y los escombros de los inmensos edificios del pasado."
Diciendo todo esto, un optimisma mirándome con ojos vidriosos a lo mejor quedaría bastante defraudado con mi respuesta ¡Pero qué voy a decirle yo! Escribir es esencialmente decir verdades desagradables, esas cosas que nos dejan un sabor agridulce entre los labios, cuyo toque de amargura tiene su origen en nuestra constante idealización del entorno, en tanto que adornado por ráfagas melosas nos procuran una vil aunque sincera satisfacción de estar mas acertados que todo ese cúmulo de ignorantes que se alimentan de sus propias mentiras, las cuales en su mayoría son herencia de otros mentirosos mas grandes que ellos mismos, como los escritores vivos y los cineastas financiados. Todos ellos, dicho sea de paso, son un atajo de imbéciles que al común de las gentes les suelen resultar bastante agradables, pero que a mí personalmente me dan ganas de pasarme el día vomitando desde el extremo superior de mi cama.
Una vez mas se iluminan nuestros ojos, y nuestros párpados se entreabren azotados por tal vespertino resplandor, y nos decímos a nosotros mismos, dándonos aliento para acompañar a nuestra respiración como quién tararea una melodía que escuchó de soslayo cuando tenía cinco años: "Ay, la esperanza..." Si yo estuviera presente, impertinente me cruzaría de brazos como un anciano desengañado y cuyo nombre suelen acompañar por "el aburrido" y sentenciaría: "Dejaros de necedades, la verdadera esperanza en este mundo es una cruel fantasía, tan sólo podemos aspirar a lo elevado desde el espíritu, en lo terrenal solamente cabe la decepción y las lágrimas." Ciertamente con palabras así entiendo que sean pocos a los que les sea agradable con tales discursos, que aún siendo improvisado, tienen algo que revela no lo que acuñan por pesimismo, sino algo que se diría veracidad.
Así, hemos llegado al punto de los puntos, al cúlmen pedregoso, al final que termina en caída, al abismo insondable de quién se sabe perdedor, a un suspiro que se repite en forma de eco en la cueva de nuestros ancestros, nos detenemos y vemos la bruma, que se expande por lo que pensamos los cielos, y nos cubre cual rocío negro sin amanecer posible ¿Lloraremos? ¡Qué va, ya nos hemos acostumbrado a las lágrimas en nuestra cotidianidad, y estás ya no nos son extrañas! Este es un nuevo acontecimiento, y como tal, en este panorama no sería lo suyo repetir aquello que ya haríamos en nuestro día a día, pues nada contradice mas la costumbre que lo inesperado, que cuando estamos tan tranquilos haciendo nuestras cosas diarias, insertos en esa rutina monótona , y de repente nos sorprenda algo que se planta en medio del camino, y entre insoportables risitas dictamina: "¡Hasta aquí!" Mientras tanto, nosotros, que nos preciamos de ser muy elocuentes e importantes, esperamos y esperamos, con suma paciencia a que se aparte tal objeto molesto, y, cuando queremos darnos cuenta, en esta espera donde nada parece cambiar, ya estamos muertos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.