viernes, 26 de febrero de 2021

Carta a un funcionario del estado

 Buenas tardes,


Le escribía ya que ayer a la tarde me llegó la nota de su bloque administrativo, es decir, de su asignatura, y bajo mi sorpresa, me encuentro que la tengo suspensa, y con nada mas ni nada menos que la nota mas baja que uno pudiera imaginarse. Si le soy sincero, me decepcionó bastante y me pareció sumamente injusto su suspenso, y mas cuando en lo que a mí se refiere a pesar de las dificultades que hemos tenido en este curso, he seguido sus bochornoaas clases, las repetitivas lecturas y las tareas respectivas a la asignatura, a lo que vendría a sumarse, que mi examen no estaba en condiciones de quedar suspenso. Esto no lo digo con afán de soberbia, ni porque esté mal solamente en lo que mí atañe, sino porque es cuestión de justicia, la cual ha sido quebrada por una negligencia injustificada de índole tan azarosa como caprichosa.

Este problema, como vengo diciendo, tiene un cáliz mas general que particular, aunque obviamente esta vez he sido yo el afectado, en tanto que todos participamos de este problema que me atrevería a calificar de universal. Así, pues, acontece que nos encontramos en una situación de perpetua decadencia, que antecede incluso a esta pandemia, y que en esta universidad especialmente se adolece de este mal general, el cual tiene su raíz bajo los muros de un edificio pudrefacto. Nos ceñimos en demasía a academicismos tan falaces como innecesarios, que lejos de alimentar nuestra sed de apetitos intelectuales, nos conducen al mas negro de los abismos, y estos, no se limitan a la mera ignorancia, sino que la traspasan siendo una maldad proclamada ¡Qué razón tendría Schopenhauer cuando acusó a la comunidad universitaria de su tiempo de inservible, y así también Nietzsche cuando cayó en la cuenta de como las universidades publicas eran otro mecanismo del estado para evitar que los pensares aflorasen!

Por eso, yo también acuso tanto a la comunidad universitaria en su totalidad como a usted mismo por su negligencia rellena de meros contenidos que no se proyectan hacía ningún sitio, puesto que no buscan su expansión lúminica de sentido, al limitarse a ser unos créditos -cual tarjeta de puntos monetaria- acúmulados en algún abstracto fichero de procedencia nefasta y desconocida. En esto podría resumirse la actividad docente en general, a poner una serie de números a otros números, cumpliendo así diligentemente con un trabajo que en verdad no le importa a nadie, excepto a un par de burocrátas que sentados desde su sillón lanzarían algunos filosofemas basados en erradas ideologias para que los loros del lugar los repitiesen como si fuesen papagayos aburridos y hastiados de la cadena industrial que resultan sus desdichadas vidas.  

Por último, no se preocupe, no voy a reclamar nada ni tampoco a recuperar cosa alguna porque ya tengo todo lo que necesito en mis manos. En lo que a usted se refiere, supongo que descartará mi fichero, lo dejará atrás, en alguna esquina sin importancia, como un asunto fallido del que usted no tiene culpa alguna. Al fin y al cabo, cumplió con su tarea, dió sus clases con una sonrisa de complaciencia, y pusó sus notas a cada uno según se ajustase mejor o peor a sus expectativas como docente, y al terminar su tarea laboral, dejó unos horarios establecidos para que sus estudiantes le llorasen las notas de cara a superar una matricula que les sacan los higados a uno año tras año. Mas le diré una cosa, si bien es cierto que entre los alumnos hay una clara falta de disciplina, orden y semejanza a los principios, usted también es uno de los mayores culpables de esta ponzoña que con el paso de los tiempos es cada vez mayor.

Un cordial saludo, espero que le vaya todo bien, y que continúe con su tarea administrativa sin problema alguno hasta que le llegue la jubilación y pueda descansar con la conciencia tranquila tras haber realizado un trabajo estupendo, al menos sobre el papel. 

Hidalgo Quebrado.

viernes, 12 de febrero de 2021

La vecina

 Dos hermanos volvían entre encrespados montes tras acabar su jornada laboral del día, iban cabizbajos como solían como escrutando entre el suelo algún pensamiento valioso que pudieran desenterrar y sacar a la luz. Por desgracia, no había nada elevado entre esas secas tierras, y entonces, se conformaban con fantasear que algún día hallarían algo que lo fuera. Reinaba el acostumbrado silencio entre ellos, ya se conocían de sobra y no tenían nada que decirse, toda palabra pronunciada en cualesquiera momento que juntos les atañía sobraba, y por ello, se comunicaban con miradas repentinas a soslayo, o con gestos apesadumbrados que traslucían su abatimiento. 


Ya salían del sendero atestado de barro desertico, y se conducían por las calles asfaltadas con antropocentrica soberbia típica en los hombres, pasando así por el camino de siempre para alcanzar a pocos metros la casa donde convivían con sus padres. De nuevo, como todos los días, la vecina de tres casas mas abajo se asomaba a su carcomido balcón, y observaba a los dos hombres de mediana edad atravesar el camino diario sin pena ni gloria. Sin embargo, esta vez había algo diferente en esta vecina, vestía un glamuroso vestido rojo levemente escotado, adornado por orlas que como olas descendían hasta mucho mas abajo de sus tobillos, los cuales debido a los infraqueables muros, se encontraban velados a su vista. Su peinado también tenía algo diferente, singular, que lo hacía distante a otros días, ya que sus cabellos pardos estaban cargados de sumos bucles que se entrelazaban unos con otros, perdiendose como en un torbellino marino. Y a todo esto, lo adornaba una tenue y maliciosa sonrisa, que junto a dos guindas de un pastel inexistente, eran así sus dos ojos negros decorados por un fulgor vidrioso casi lascivo. 


De repente, ambos se pararon en seco tras atravesar el umbral de la casa de la vecina, ya que uno de los hermanos detuvo al otro, posando su mano fatigada con débil fuerza sobre el hombro del otro, y le dijo:


- ¿No notas algo peculiar en la vecina, algo inhóspito de lo que hasta ahora no nos habíamos dado cuenta?


- No tengo ni idea a lo que te refieres, hermano-respondió el otro alzando los hombros con indiferencia ofendida, como si le molestase el mero hecho de que el otro pronunciase su pregunta


Así, sin mediar palabra alguna que continuase la escasa conversación, siguieron andando, y a los pocos pasos ya se encontraron frente a la puerta de su casa. Metieron la quejumbrosa llave que hizo tambalearse la puerta, y entraron por un diminuto jardín descuidado, la única vegetación que andaba por tales lares eran las malas hierbas que habían ido creciendo con el tiempo, algunas de ellas mostraban motas rojas y anaranjadas que procuraban asimilarse a diminutas flores, y otras, estaban cargadas de pinchos, tan enormes se hicieron que bien podría decirse que aquellos eran cáctus, y el jardín, un desierto en mitad de ningún sitio. 


Llegando a la mesa de la sala principal, se sentaron al rededor de la misma para que su madre les dispensara con la comida en tanto con una tibia sonrisa les iba preguntando las preguntas usuales que suele hacer una madre, las cuales podrían reducirse a un "¿Qué tal la jornada?" Ellos, iban respondiendo con muecas y leves sonidos guturales y algunos chasquidos de dientes, de manera que se necesitaría un interprete de ese idioma a caballo entre la ausencia de oralidad y las señas para vislumbrar lo que aquellos dos intentaran decir. 


Una vez que la madre partió al cuarto continuo, el hermano que había parado al otro en mitad del camino instantes anteriores, volvió a insistir con su pregunta, y el otro, le respondió:


- Ya estás con tus obsesiones, dejate de tonterías, y come, que mañana es viernes y hemos de continuar con la jornada como todas las semanas.


De nuevo, la misma rutina de todos los días, el mismo camino, las mismas miradas cabizbajas, los mismos ladrillos movidos aquí y allá, el mismo sosegado hastío que se había transmutado en costumbre y que se dilataba como un punto infinito que se expande hasta llegar a abarcarlo todo sin dejar ni un hueco a la mortal vista. Y otra vez, la idéntica senda de la vuelta, y la vecina asomandose al balcón, está vez sin tanto arreglo, con un pijama bastante ancho que velaba su cuerpo cual si se tratase de algo prohibido, inalcanzable para aquellos dos desdichados que volvían de un insano trabajo que para ellos se trataba de su salud. Una ráfaga de viento acudió repentina, invocada por algún duendecillo travieso que en ese momento tocase con algún instrumento estrámbolico, como podría serlo una inmensa tuba, lo que provocó que ese ancho pijama de la vecina se le ciñiese al cuerpo, mostrando cada parte del mismo en semejanza a esas esculturas que juegan con el desnudo femenino y las telas, en cuyo contraste se muestra algo así como la esencia del erotismo, entre el desnudo y lo velado, mostrando a su vez se oculta todo y se deja a la imaginación fabular e idealizar aquello que se contempla. 


Al hermano inquieto le comenzó a entrar un sudor frío que se hallaba entre la ebriedad y la enfermedad, desde ese momento no pudo olvidar en ese día y en los que le siguieron ese cuerpo que cantaba una sonata con osadía al ingrato que se atreviese a mirarlo, que se balanceaba agitado por el viento en ese impío balcón como si bailase algo suave, dejando en suspenso sus muslos, sus caderas y sus senos cubiertos por el fino pudor de una tela barata. 


En uno de los días de dos semanas mas adelante, el hermano contrario cogió una gripe que le dejó exahusto y con temblores debido a la fiebre, y por lo cual, no tuvo otra que quedarse un par de días en cama hasta que se encontrara mejor. Esto turbo bastante al otro hermano, no porque tuviera que rendir el doble de cara a suplir la ausencia imprevista de su compañero fraternal, sino porque a la vuelta debía atravesar aquella acostumbrada senda donde se asomaba la vecina completamente solo. Pensó, incluso, en la posibilidad de que esta se enteraría de que así sería, y la próxima vez se asomaría completamente desnuda en el balcón, ofreciendo su cuerpo sin los atuendos del decoro en una bandeja, que susurraría "Tómame ahora sin palabras, sin mas porque sí" Claro, que, esto era una vana y pueril fantasía de un hombre aburrido, así que despejó de su visión estos pensamientos que le acudían incesantemente, y los replegó del ámbito diurno al nocturno.


Continuó viendo a la vecina en su balcón, cada día con una ropa distinta, lo que le permitió registrar con sus miradas de soslayo detalles de su cuerpo, como podrían serlo sus alicaídos hombros, los senos plétoricos, el grito de sus brazos fornidos, sus labios burlones, la pícara mueca en forma de guiño de su ojo izquierdo... Mas, en uno de esos días, la vecina desde arriba le hizo una señal con su mano, señal que connotaba una llamada de atracción que le convidaba a entrar sin reparo alguno. Él, movido por influjo desconocido, así lo hizo con el corazón pendiende de un hilo, agitado por sus latidos que lejos de frenarle le hicieron avanzan cada vez mas hacía la entrada como por un impulso, abriendo así la puerta e introduciendose en la casa.  


Ya dentro, observó lo dejada que estaba la limpieza y el orden de aquel lugar, parecía como si la casa llevase abandonada años. Fingiendo que conocía aquel lugar, ascendió por una escalera que tenía forma de caracól al atisbar que probablemente el cuarto de la vecina a través del cual se asomaba en su balcón se hallaba en la sala de arriba, concretamente a mano izquierda, en la habitación al final del pasillo. Atravesando una habitación, dos, tres llegó al deseado cúlmen de tal travesía, y entró como si tal cosa al final de sus obsesiones, allí donde lo aparentemente irresoluto se resuelve cual hilo mal trenzado que estirandose retorna a su forma original.


Ahí estaba la vecina, sentada al borde de la cama con un té de aspecto asqueroso, llevaba el vestido rojo descrito en la primera parte de este escrito "Vaya, pues sí que se ha cambiado rápido"- pensó nuestro hombre en el único pensamiento que pudo articular en ese momento con el debido orden, al menos, interiormente. Ambos se escrutaron mutuamente con intempestivas y precoces miradas, hasta que ella rompió el onirico momento alzando su voz:


- Usted lleva tiempo observandome cuando salgo al balcón para en los días calurosos adornarme con el sol, y en los fríos, cercarme por el frescor, y no entiendo lo que usted busca de mí. -sin dejarle responder entre titubeos, siguió hablando interrumpiendo las escasas sílabas que fueron capaces de aflorar entre sus temblorosos labios- A decir verdad, yo también he sido participe de este juego extraño que ambos hemos formado, y mediante el cual, nos hemos dejado llevar por secreto impulso. Sin embargo, esto no puede durar mucho tiempo mas, reconozco que me regocija esta situación, pero en algún momento esto tiene que acabar. Y he decidido por propia voluntad, que así sea ahora mismo.


Entonces, levantandose de la cama, y dejando caer la parte diestra de su vestido a próposito, mostrando un lustroso hombro, que de forma rimbombante iba dando tenues toques en el aire, en busca de desprenderse de tal atadura bordada de cara a mostrarse completamente, se iba acercando mas y mas a él, ya podía leer en el aire su perfume de rosas, sentir sus deliciosos labios titubeantes, temblorosos entre estremecimientos pasionales, danzantes, cuyos detalles lo eran unas mejillas enrojecidas que no se sabía a ciencia cierta si así lucían por timidez o por una pasión interna que era incontrolable. Pero, todo esto se detuvo en un golpe en seco, en un momento que se quedaba en suspenso y que se frenaba por sorpresa cuando de repente a ella le empezó a sangrar la naríz. Él quiso ayudarla, mas ella le detuvo imponiendo su fina mano ante su pecho, y en tanto así lo hacía, cada vez salía mas sangre hasta el máxime punto que esta le iba gotando debajo de la barbilla, decorando su semblante con un oscuro maquillaje, cruel en semejanza a un mal acontecimiento del pasado que recordamos hasta dañarnos y hacernos sangrar de manera metáforica. No obstante, esto no era una metáfora digna de interpretarse, era algo empírico, literal, que se mostraba cual es de un rojo vino diábolico. 


- ¡Váyase ahora mismo! ¡No le quiero aquí ya! Olvídese de mí... -gritó ella con desasosegada exaltación en sus primeras dos frases, para dejar espacio a la última que fue pronunciada con terror. Parecía que iba a continuar aquella última frase, pero la sangre que fluía de su nariz fue tan inmensa que borlando sus labios, no la dejó acabar. 


Insistió él en socorrerla, así que sin esperar respuesta bajó con premura las escaleras que en su momento subió con embriagado impulso, y buscó en una cocina sucia algún trapo para frenar la salida de la sangre, tras encontrarlo volvió a subir, pero ya no la encontró ahí. Perplejo, atravesó toda la casa de cabo a rabo buscándola. Aquel sudor frío que le recorrió su frente en vísperos días, volvió a acometerle al no poder encontrarla, no sabía que hacer ni si lo que había vívido se trataba de un sueño. Así, pues, abandonó la casa por la misma puerta en la que había entrado, y se fue aún mas cabizbajo de lo que solía a la vuelta del trabajo. 


Pasaron los días, y con ello, la vuelta de la rutina y de su hermano como compañía. Pero sin embargo, algo había cambiado, la vecina asomandose desde su balcón había desaparecido por completo, hasta su casa parecía mas vieja y abandonada de la mano de Dios. Cada vez que volvían, retornaba su mirada a posarse allí donde antaño contemplaba su lustroso y hermoso cuerpo con lujuría, añoraba esa contemplación vespertina como los amaneceres otoñales con el rocío. Ya no estaba ahí, ya la tentación no le rondaba a la totalidad de su cosmovisión que conformaba su ser, una hermosura se había marquitado, la rosa dejó de florecer y dió paso a la caída de sus pétalos, uno a uno hasta desvanecerse arreciados por un vendaval que no era capaz de localizarse, no conocía de un punto exacto donde situarse en el espacio, por eso era tiempo, tiempo que pasaba sin que uno lo advirtiera al principio, y que, cuando por fin se hacía ya era demasiado tarde y se convertía en cenizas.


Durante una de estas caprichosas vueltas a casa, ya en la acomplada mesa con paciencia maternal, la madre por vez primera en mucho tiempo, se juntó con ellos entrelazando los dedos de una mano respecto a la otra, y se quedó mirando el ángulo imperfecto que estos formaban, dejando dilatarse el tiempo mencionó con un semblante tan pálido como sombrio, acompañando sus palabras con el entornarse de unos párpados titubeantes:


- Ay... No sé por qué, pero esta mañana me he acordado de cierto suceso que aconteció hace tiempo en nuestra comunidad. El caso fue que teníamos una vecina muy guapa que vivía junto a su marido un poco mas arriba, se sospechó de ella debido a ciertos rumores que tenía un amante. Luego, se descubrió que no fue en modo alguno así, cierto es que ella llamaba en alto grado la atención, mas en su favor diré que yo la conocí y ella se mantuvo fiel a su marido cuanto tiempo su aliento recorría su cuerpo. Pero ya fue demasiado tarde, los rumores se habían filtrado en esa casa como las grietas de unos muros mal construidos provocan que entre el agua, el marido ya no fiaba de ella y la despreciaba. Con el tiempo, pese a que la desconfianza continuase flotando en el aire, esta se fue disipando poco a poco, tenuemente, hasta que sólo quedó algún resquicio, parecía que su matrimonio iba a remontar, hasta que un día un extraño, atraído por la belleza encarnada que contemplaba día a día en aquel balcón que tenemos muy cercano de casa, entró ahí, y en su locura, la mató a golpes sabiendo que jamás llegaría a poseerla. El marido, al enterarse, nada mas entrar en la casa y descubrir el cuerpo desfalleciente de su esposa, se suicidó al instante atandose una soga al cuello, dejando que su hálito vital se quebrara en la medida que su respiración cesaba, hasta que no quedó nada... ¡Ay, qué desgracia! -acabó diciendo en un llanto contenido que siguió a un silencio que parecía eternizarse, en suspenso, hasta que llegó una noche sin estrellas, con una luna que se ocultaba, y unos faroles que sólo mostraban millares de nubes desperdigadas, las cuales sólo encontraban su sentido en un son nocturno que las anudaba en forma de nido olvidado que ahora se volvió un recuerdo.


                                     ...             


En el hospital psíquiatrico situado al oeste, un enfermo mira a la ventana como hace cada mañana, entre el anodino paisaje ya sabido de memoria, encuentra una silueta, una figura que parece entrar por la puerta principal del jardín allende a una fuente que lleva años en desuso. Este personaje que recorre el pasillo central de la salida exterior del edificio a la interior, va caminando con parsinomia, según va acercandose el enfermo cae en la cuenta de que es una mujer, que con su femenino andar, va contoneandose con cada paso como si se tratase de una sosegada danza, su cintura va serperteando a la caza de miradas, atrapadas quizás para ser llevadas a un ámbito de ensueño, fantasioso donde todo pudiera ser por primera vez en esta ordinaria vida realidad con tan sólo ser traspasado por una lanza tan espiritual como carnal. "Oh -se diría para sí este enfermo- hermosa mujer cuyo atuendo es un precioso vestido rojo..."

martes, 2 de febrero de 2021

La desagradable verdad

 En nuestros grandilocuentes tiempos -en los cuales tenemos la fortuna de ser hijos no-nacidos- hemos poseído las sombras, y nos hemos hermanado con las mismas hasta tan punto que me resultaría muy díficil distinguir entre lo que es sombrío y lúminico. Baste como ejemplo el mero hecho de darnos un paseo por la calle, uno va como si tal cosa no ocurriera, y se encuentra al horizonte como si fuese un recoveco continuo, como el interior de un foso estrellado, un abismo abierto cuya razón de ser es la sucesión, un ir hacía delante porque sí, sin razón aparente de ser. Uno, claro está, en estas tesituras se plantea dónde se encuentra la línea divisoria que disgrega lo que es apariencia de lo que es una realidad patente. Así, entonces, empiezan a formarse las ficciones, y de las mismas, nacen las ilusiones, que, por su mismo estado deviniente, por ser construidas, bien hicieramos en cambiarles el nombre, y darles un matiz femenino, ya que como bien sabemos, todo lo mujeril se encuentra en estrecha relación con la falsedad.


Hoy día somos ingeniosos, pero nada inteligentes, salímos al paso como usualmente se dice, mas no profundizamos en nuestras pisadas, tan acostumbrados estamos a contemplar el mundo como una extensa superficie que se repite, que no se nos pasa por la cabeza el pensar que entre senda y senda un agujero se esconde. Por eso, cuando vamos andando y nos encontramos con un relieve, algo que parece salirse de nuestro esquema normativo, como pudiera serlo un saliente ascendente, o un hundimiento en el terreno, nos quedamos perplejos y no sabemos que pensar. Quizás, levantemos las manos con sobresalto y exclamemos: "¡Ay, Dios mío qué narices es esto!" Pero, al rato, en un susurro siempre nos decímos con alivio: "Ah, estas cosas son demasiado elevadas para mí..." Ello se debe a que confundimos la intensidad con la extensión, la calidad con la cantidad, la altura con la bajeza, lo elevado espiritualmente con lo vulgar, y así nos pasa... Esto no pasaría así si de vez en cuando nos detuviesemos, mírasemos a nuestro al rededor, y por un momento, volviesemos nuestra mirada hacía atrás, pudiera ser que si así lo hicieramos encontraríamos algo de valor.


Pero en fin... ¡Qué voy a decir yo! Estamos todos al cabo malditos, sólo que a algunos nos da por pensar de mas, o también podría decirse que la realidad y su decadencia actual nos da por pensar que hay algo mas allá de este terreno líneal, que a la vuelta de la esquina, puede que haya algo perpendicular, y siguiendo está salida secundaria, este error en la inmensa cadena industrial que nos atañe, pudiera encontrarse una curva tan incesante e insistente que se trataría de un recorrido circular. Sin duda, esto nos produciría una conmoción tan inclasificable que saldríamos corriendo espantados, mas quién sabe... En tal supuesto quizás nos sintamos como en casa, retornando a un hogar que teníamos olvidado desde hace tiempo, y que sepultado en la ausencia de la memoria, por casualidad nos hemos encontrado y nos ha retrotraído a esa infancia abandonada porque aunque ya no seamos niños -por desgracia, o gracias a la Providencia- queremos en el fondo saborear un poco de ese pasado que desde la perspectiva de la actualidad vemos cubierto por neblinas.


Todo esto podría llevarnos a decir que sentimos añoranza, y digo sentir porque de lo imposible que se ha hecho su retorno, aún con ello, mas la sentimos que la pensamos, puesto que pensarla sería hacer de ella un concepto, y esto me parecería tan utópico como injusto, mas, en cambio, sentir esa añoranza aunque desacertado desde un punto de vista intelectualista, queda mejor en una prosa que se pretende lírica. Se trata de ese sabor de antaño cual vino añejo que el progreso ha querido implantar en nuestro imaginario como un líquido con trazas arenosas, pero que en modo alguno es así, ya que mas bien podríamos asemejar su rico aunque extraño sabor a una ambrosía divina que convivía día a día en los tiempos de los antiguos -por utilizar una metáfora mas elevada- o también como una especie de piedra preciosa que costaba de hallarse al encontrarse tras unos gruesos muros del material mas portentoso que nos cabría imaginar "¿Y por qué no lo alcanzamos, por qué esto se trata de una añoranza insatisfecha?" -se me podría preguntar con un tono pícaro que lejos de distraernos, incide en la sustancia de la cuestión. Yo respondería algo parecido a esto: "Pues aún no teniendo la mas remota idea, si hubieras prestado atención a lo antecedente, verías que afirmé que estamos malditos -y ahora añadiría con una sonrisa meláncolica- y que, precisamente por ello, enterrados entre fango y escombros, el fango proviene de nuestros curiosos tiempos, y los escombros de los inmensos edificios del pasado."


Diciendo todo esto, un optimisma mirándome con ojos vidriosos a lo mejor quedaría bastante defraudado con mi respuesta ¡Pero qué voy a decirle yo! Escribir es esencialmente decir verdades desagradables, esas cosas que nos dejan un sabor agridulce entre los labios, cuyo toque de amargura tiene su origen en nuestra constante idealización del entorno, en tanto que adornado por ráfagas melosas nos procuran una vil aunque sincera satisfacción de estar mas acertados que todo ese cúmulo de ignorantes que se alimentan de sus propias mentiras, las cuales en su mayoría son herencia de otros mentirosos mas grandes que ellos mismos, como los escritores vivos y los cineastas financiados. Todos ellos, dicho sea de paso, son un atajo de imbéciles que al común de las gentes les suelen resultar bastante agradables, pero que a mí personalmente me dan ganas de pasarme el día vomitando desde el extremo superior de mi cama. 


Una vez mas se iluminan nuestros ojos, y nuestros párpados se entreabren azotados por tal vespertino resplandor, y nos decímos a nosotros mismos, dándonos aliento para acompañar a nuestra respiración como quién tararea una melodía que escuchó de soslayo cuando tenía cinco años: "Ay, la esperanza..." Si yo estuviera presente, impertinente me cruzaría de brazos como un anciano desengañado y cuyo nombre suelen acompañar por "el aburrido" y sentenciaría: "Dejaros de necedades, la verdadera esperanza en este mundo es una cruel fantasía, tan sólo podemos aspirar a lo elevado desde el espíritu, en lo terrenal solamente cabe la decepción y las lágrimas." Ciertamente con palabras así entiendo que sean pocos a los que les sea agradable con tales discursos, que aún siendo improvisado, tienen algo que revela no lo que acuñan por pesimismo, sino algo que se diría veracidad. 


Así, hemos llegado al punto de los puntos, al cúlmen pedregoso, al final que termina en caída, al abismo insondable de quién se sabe perdedor, a un suspiro que se repite en forma de eco en la cueva de nuestros ancestros, nos detenemos y vemos la bruma, que se expande por lo que pensamos los cielos, y nos cubre cual rocío negro sin amanecer posible ¿Lloraremos? ¡Qué va, ya nos hemos acostumbrado a las lágrimas en nuestra cotidianidad, y estás ya no nos son extrañas! Este es un nuevo acontecimiento, y como tal, en este panorama no sería lo suyo repetir aquello que ya haríamos en nuestro día a día, pues nada contradice mas la costumbre que lo inesperado, que cuando estamos tan tranquilos haciendo nuestras cosas diarias, insertos en esa rutina monótona , y de repente nos sorprenda algo que se planta en medio del camino, y entre insoportables risitas dictamina: "¡Hasta aquí!" Mientras tanto, nosotros, que nos preciamos de ser muy elocuentes e importantes, esperamos y esperamos, con suma paciencia a que se aparte tal objeto molesto, y, cuando queremos darnos cuenta, en esta espera donde nada parece cambiar, ya estamos muertos.