sábado, 22 de junio de 2019

Retrato del abuelo

El hombre, ya envejecido, pero manteniendo en su interior un ánimo jovial que ascendía o descendía dependiendo del día, se sentaba en el antigüo sofá de su amplio salón. Al instante, encendía con un mechero plateado de la vieja usanza un puro Farias mientras miraba cuantas cosas se encontraban a su al rededor sin detenerse en los detalles, por la parte izquierda había una gran estantería repleta de libros con algunos objetos decorativos, a la derecha estaba la chimenea y unas velas por sus propias manos fabricadas, y en su frente, una pequeña mesa sobre la cual se hallaba el cenicero repleto de las cenizas de otros puros y ducados, y también un libro a medio leer puesto que hacía poco tiempo que lo había comenzado. Hojeó algunas páginas por encima para recordar allí donde lo dejó pendiente, y después, se tumbó leyendo un par de capitulos.

A las pocas horas se rodeó la parte del vientre con ambos brazos y cerró los ojos. Entonces, durante su descanso, pensaba, o quizás soñaba, las derivas que dió su vida y cuales cauces insospechados había alcanzado. Cuando niño, realizó sumas travesuras, y solamente atendía a los gritos que profería su madre desde su casa para que acudiese a comer lo más pronto posible. Pero, no obstante, a los pocos años, tuvo que sufrir el cautiverio de su padre debido a falsas acusaciones que las guerras y las envidias producen. Aún tenía clavado en su mente los largos caminos hasta las cárceles en donde se encontraba, y en el cómo atravesaba un estrecho desfiladero que servía para entregar a los presos sus inseres hasta alcanzar los brazos paternos.


Tras una infancia díficil, observando los desastres de una guerra interna que conmocionó a todo un país, fué llegando una adolescencia en la que tuvo que trabajar para mantener a su familia, y aunque joven, no por ello menos centrado, y a duras penas sobreviviendo. Durante tales intensos años, con una dictadura a cuestas, le aconteció el rayo amoroso que hace arder cualesquiera venas que este roza. Una leve mirada en un baile, una fiesta acostumbrada a la española, y una dama un tanto tímida y extraña en su forma de moverse por el mundo -cuanto más en el baile- pero, precisamente por ello, captó la atención de nuestro jovenzuelo y entre dimes y diretes en noviazgo no hizo otra cosa sino comenzar con sus idas y venidas entre sus respectivos hogares y alguna que otra visita a aquel que han llamado el séptimo arte.

Duras jornadas fueron aquellas para conseguir unas pesetas, y a nuestro joven, ya hecho hombre debido al tanto vivir pese a sus escasos años, marchó a tierras extranjeras a buscar un sustento digno. Así lo hizo, aunque no sin tras unos meses recibir a su amorío adolescente como compañía en tal viaje. Su vida dió muchas vueltas desde entonces, y pudo formar lo que muchos intentan y no todos logran mantener ergido, esto es una familia con dos niñas tan diferentes, que bien podría decirse que cada una provenía de una isla diferente. Con su camión y sus riesgos, logró una holgura sustancial cimentada ante todo en hacer felices a los suyos sin pedir nada a cambio, simplemente pedía para sí la comprensión y el cariño, la empatía familiar y las sobremesas despejadas y tranquilas.

Largos años pasaron hasta que por fin pudo regresar a la añorada patria, que, sin embargo, encontró muy diferente a cuando la había dejado. Ahora, las buenas costumbres fueron sustituidas por lo que hacían llamar "los nuevos tiempos", y la abundancia y afabilidad de los rurales pueblos dió paso a la desolación de los mismos acrecentando la vida urbana, si es que a ello podemos denominarlo una vida como se debe. Una vez que sus hijas encauzaron bien que mal cada uno de sus rumbos, este hombre ya entrado en años recibía sus visitas, a lo que con el suave e imperceptible transcurso de los años le fue bendecido en el vientre de su hija dorada con dos nietos, el uno un caso perdido y la otra uno encontrado.

Y así se llegó al punto donde ahora le encontramos, tumbado en su sofá de antaño con el humo de su puro aromatizando el hogar. Tras soñar esta su vida pasada que se le deslizaba sin poder agarrarla para que al menos se deteniese unos minutos en los cuales suspirar, se levanta para caminar por la estancia hasta salir de la misma. Mira hacia la cocina viendo a la que fué su mujer, y que ahora en un perpetuo estado de ausencia anímica -por no ser capaz de darle otro nombre- haciendo y deshaciendo los platos y cubiertos a penas se da cuenta de la presencia de su marido. Este le indica con leves razones que ha decidido salir para darse una vuelta por el jardín y recortar unas plantas que ya se están saliendo de sus términos, y ella parece afirmar con una inclinación del rostro que mas entristece que alegra.

Estando fuera respira el aire del campo, escucha los cánticos de pequeños pájaros que se dispersan entre las nubes ya rojizas del final de la tarde que dará paso a una fresca noche. Un césped de un verde vivo se intercala entre enormes pinos cuyo territorio acaba en un conjunto de arizonicas que lindan y hacen de frontera con los vecinos. Durante su paseo recuerda cuán dichoso a la par que desdichado puede llegar a ser un hombre, cuántas añoranzas puede uno acumular en tiempos que eran de tragedia, pero que precisamente por ello, eran también de lucha y de esfuerzo, aunque fuera por supervivencia, y así también, la gran cantidad de lágrimas que en silencio son vértidas -ya sean de felicidad o de tristeza- por las bienvenidas y las despedidas de las personas que creímos conocer, y que quizás ya se fueron "¿Que haré mañana?"- se pregunta mientras corta las ramas crecidas en extremo- "Y esta noche, ¿Que tendré para cenar?" Cuestiones que nos pueden parecer comunes, pero que muy al contrario, son en realidad trascendentales en la medida que ocupándose del presente, recordando el pasado y dirigiéndose al porvenir nos nutren de acontecimientos en los cuales, como acabo de describir, cada tibio paso supone una grandeza dentro de su sencillez.

Al acabar de escribir lo que queda sentenciado, tomé un ducado, y tras varios soplos de tal lujo proveniente de los dioses, me puse a pensar en aquellas verdades eternas que permanecen durante los tiempos todos y en como los espíritus pasados que quisimos se mantienen en nuestro interior acompañándonos en nuestras fatigas. Es esta la auténtica herencia, la tradición inmutable, la demostración irrefutable de que la muerte jamás supone un abismo que conduce a los que muchos incrédulos han denominado la nada. Por favor, amigos míos, contemplar la alteza de toda la creación y que divinos elementos componen todo lo que existe, encerrada en cada cosa se encuentra la esencia, solamente hace falta mirar con la mirada interior para darse cuenta, aquella que escudriña y descubre aquello que los demás procuran cubrir con sus velos de antaño. Pero, ¿Y que es lo que vemos? La Providencia inserta en los recuerdos, y que nos susurra acerca de cuanto puede alzarse uno, a lo que se le suma, aquella pronta caída que nos hará soñar hasta llegar a los ojos resplandecientes que nos dieron la vida.

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