domingo, 24 de agosto de 2025

Un viaje hacía las galerías sombrías

 Sentado en una de las sillas de mi habitación mientras fumaba un delicioso ducado, meditaba para mí mismo sobre cosas inconsistentes. Parecía que mis pensamientos no tenían razón de ser mas que diluirse poco después de haber nacido. Estos eran acompañados por el humo que salía de mi boca y de mi nariz, despedidos de estos orificios como si fuera el fuego que arde en el interior de un dragón. Cerraba los ojos para capturar esos pensamientos diluidos, pero sólo me respondían imagenes fragmentadas que no atendían a coherencia alguna. Cuando a los minutos volví a abrir los ojos, encontré un papel certificado ante mi mesa, y en la medida en que lo consultaba con desgana descubrí que quizás pudiera tener algún interés.

Se trataba de un documento que me había llegado hacía tiempo para que lo consignase por escrito, y aunque ya tenía pensado desde hacía tiempo ponerme con ello, sin saber por qué temía que su resultado provocase conmoción en el auditorio. Pero estos pensamientos míos tan dispersos en su aureola de tabaco se focalizaron en su dirección, y yo decidí emprenderla para deleite de mi caprichosa mente, como también para todo aquel que le llamen la atención estos asuntos tan extraños:

Cuando el soldado-brujo emprendía un recorrido por su aldea natal a través del mundo onírico se encontró con una inesperada sorpresa atravesando las estrechas calles que daban entrada a la urbanización de enfrente, se trataba de la presencia de sus amistades del pasado. Tal encuentro le sobrecogió, no sólo por la presencia de estas gentes de los años pasados, sino porque los encontró tremendamente envejecidos. Era cierto que él mismo había cambiado con el transcurrir de los años, mas cuando se contemplaba frente al espejo comprobaba que en verdad su figura no era tan indescirnible respecto a lo que fue. Pero el caso de sus amigos era bien distinto, estos parecían ancianos, sus largos cabellos grísaceos, las canas que adornaban sus barbas y las arrugas que les surcaban connotaban que habían pasado largos años, quizás demasiados. Esto provocó que el soldado-brujo derramase algunas lágrimas pese a que no acostumbraba llorar, al menos ante el público, y sus amigos le siguieron en su tristeza manifestada.

Una vez que las lágrimas y los apretones de consuelo culminaron, sus amigos le comunicaron su intención de emprender una travesía juntos, quizás la última de ellas que harían durante su vida soñada. Así que sin pensarselo dos veces se reunieron en casa de uno de ellos, recorriendo las largas calles hasta la misma con una extraña mezcla de desaliento e ilusión, preguntándose cómo era posible que se reencontrasen tras tantos años transcurridos. Una vez ahí, en las sombrías salas de una casa que aparentaba haber sido abandonada, se reunieron un total de veinte personas, todas ellas participes del recuerdo del soldado-brujo, y que de un modo u de otro le habían acompañado en su transcurso vital hasta que llegó un punto que sus caminos se separaron al tomar diferentes direcciones.

Al principio todo parecía pompa y festejo, pero en la medida en que el sol se ocultaba dando rienda suelta al imperio de las sombras, todos se quedaron muy serios, como meditabundos, mas mirando al suelo que lo que se tiene ante sí como el que ahora escribe esto. Tras algunos minutos en esta incómoda situación, una de las mujeres ahí reunidas apartó al soldado-brujo, llevándole para tratar con él unos asuntos que para ella eran de suma importancia. Este accedió, y cuando ya estaban reunidos en esta conferencia privada, ella comenzó a sacarle algunos elementos de su pasado que a él desagradaron en grado sumo. Le recordó lo mucho que le defraudó, cómo se aprovechó en su tiempo de la vulnerabilidad que a ella le acaecía, que él siempre ha actuado de manera egoísta y que encima cuando ya parecía cansado la dejó en la estacada. A esto no pudo responder el soldado-brujo con otra cosa que no fuera el silencio, solamente se limitó a asentir con algunas de sus aseveraciones y a negar con la cabeza respecto a aquello con lo que no estaba de acuerdo. Ante tal pasividad, la mujer refunfuñó y se marchó de la casa cargadas con unas lágrimas que servían de decoración idónea ante su ajado rostro.

Al día siguiente, durante la tarde, acudieron todos ellos al centro comercial que servía de núcleo a la susodicha urbanización. Allí iban a planear qué viaje emprenderían y cuales iban a ser sus acompañantes, como también de qué elementos iban a proveerse. Una vez que llegaron ahí, cada uno se dispersó a un lado y a otro, quedando en reunirse a las diez de la noche para partir todos juntos. En lo que al soldado-brujo se refiere, este se quedó en la zona del estacionamiento cruzado de brazos, meditando quizás en lo que aquella mujer le había dicho el pasado día. Alzó su mirada para contemplar el descenso del atardecer, una vista que siempre lograba emocionarle, estaba claro que el soldado-brujo era un ser nocturno que apreciaba mucho más a la pálida luna que al ardiente sol. Mientras estos instantes de contacto entre el día y la noche pasaban, apareció una figura al fondo de la calle que se encaminaba en su dirección, y pese a que procuraba agudizar su mirada, nada averigüó hasta que la tuvo ante sí.

Se trataba de La Princesa de Rosa, una dama muy zalamera y vivaracha, que siempre despistaba a sus congeneres aprovechándose de su flaqueza interior. Tal delicada parecía, tan infantil incluso, en cada uno de sus movimientos, que todos quedaban cautivados por ella sin remedio pensando que era un ser débil que necesitaba del sostén ajeno. El soldado-brujo sabía que no era así, sino mas bien al contrario, y que esta no era de fiar aunque su aparente afabilidad parecía indicar lo contrario. Esta se dirigió a él para comunicarle que sabía lo de su travesía, y que quería participar en la misma, notaba en su seno un no sé qué de aventura. Acto seguido, con una inclinación negativa de su cabeza, afanado en su mutismo, el soldado-brujo le indicó que de ningún modo partiría en su compañía. Daba igual que La Princesa de Rosa comenzara a sollozar como una niña pequeña, incluso que hiciera desesperados pucheros para suscitar la compasión de él, siempre recibía la misma negación cargada de indiferencia hacía ella.

Después de insistir durante largo rato, y viendo que la negativa era un sello permanente, ella le lanzó un caramelo a la boca desde la distancia, en tanto que debido a su rapidez el soldado-brujo no fue capaz de esquivarla. Mientras esta partía adornada con una sonrisa que parecía decir "esta no será la última vez que nos vemos" el soldado-brujo comenzó a marearse, todo su al rededor le daba vuelas confundiéndose entre sí, las imagenes disolviéndose en el aire como el humo de mis ducados y finalmente creando un mundo que era muy diferente del que hasta hacía unos momentos tenía ante sus ojos. Se formó una especie de estrecho laberinto alimentado con la negrura de una noche nublada, y de los corredores interiores empezaron a manar soldados armados que se abalanzaron sobre el soldado-brujo. Este, haciendo uso de su sombría espada, luchó con perfiría sin cesar de atravesar con su maldito estoque las tripas de sus adversarios. La sangre corría a raudales, convirtiendo los pasillos del susodicho laberinto la cavidad de un organo humano, tanta fue la violencia que el color rojo lo inundó todo.

Finalmente, como en una transición repentina, el soldado-brujo se encontró tirado en plancha en una carretera rodeado por sus compañeros y allegados. Nada más abrir los ojos, este les comunicó su intención de partir en dirección a las Galerías de Uier, donde unos viejos asociados le sirvieron muchos años atrás. Nadie comprendió su decisión ¿Por qué acudir de nuevo a un lugar tan abandonado desde hace tantos años? Por lo que se sabía, el soldado-brujo convivió durante mucho tiempo aquellas grutas montañosas, mas una invasión del enemigo le hizo replegarse de la zona en búsqueda de seguridad, sin embargo lo que este no sabía es que sus asociados de cara a defenderse, decidieron tapiar las entradas de la galería para hacer de la misma una fortaleza inexpugnable. Y vaya si lo consiguieron. Pero el soldado-brujo a pesar de ser conocedor de estas noticias nunca regresó ¿Por qué hacerlo ahora, de forma tan repentina?

Nadie comprendía su decisión, pudiera ser que el efecto de la droga alucinógena que La Princesa de Rosa le había suministrado alterara su capacidad de tomar decisiones, o al menos así pensaban sus acompañantes. Mas en realidad el soldado-brujo se encontraba bastante centrado, y el acudir hasta Las Galerias de Uier era una motivación que escondía su intención de aislarse de la humanidad tras las recientes experiencias. Así pues, sin rechistar todos se pusieron en camino, un camino que duró meses desde el punto de partida. Atravesaron luengas carreteras, embarrizados caminos, espesos bosques, desiertos alejados de la mano de Dios hasta llegar a una zona donde la nieve atestiguaba lo descendentes que eran sus temperaturas, y finalmente llegaron a las Galerías de Uier, las cuales debido a su aspecto, parecían no haber sido holladas por el hombre desde hacía muchísimo tiempo.

Una vez ante la puerta principal, el soldado-brujo sólo tuvo que posar su mano en uno de los huecos para que una luz azulada recorriera las grietas naturales de las rocas, y una profunda hendidura diera paso a los inesperados visitantes. Ya en el interior, la oscuridad era tan inmensa que requieron del uso de unas antorchas que les iluminasen el abandonado camino. En escasos minutos llegaron a una especie de habitación donde se reunieron para el soldado-brujo estableciera una suerte de plan de acción de cara a cuando se internasen más en sus profundidades. Pero este se encontraba altamente perturbado, debido a que en toda la compañía iba una mujer a la que consideraba su protegida. Era una mujer sumamente hermosa, adornada por unos cabellos entre negros y azulados, de tez pálida y de miembros y facciones casi salidos de una pintura del romanticismo. Su presencia tenía a todos atónitos, buscando siempre que los ojos cristalinos de ella se posaran en alguno de los presentes, lo que provocaba que los celos del soldado-brujo aumentasen a cada instante. Tan tremendos fueron que durante esa reunión, sin avisar a nadie de sus intenciones, agarró a un gallardo joven del cuello y lo alzó ante la consternada sorpresa de todos. En la medida que apretaba su cuello con frenesí, el cuerpo de quién antes era joven y hermoso comenzó a pudrirse, sus miembros a descomponerse y su semblante a ajarse en mil pedazos sanguiolentos.

Cuando el cuerpo del mencionado joven sólo era una masa de carne pudrefacta, el soldado-brujo le soltó bastante complacido, y les indicó que atravesarían los corredores principales. Fue dicho, y a los pocos instantes, hecho. Ya estaban atravesando el inmenso puente principal que comunicaba con la sala real cuando comenzaron a escuchar desagradables sonidos, cual si una comunidad de insectos se congregara por la zona. Poco tardarían en comprobar aún en el amparo de la oscuridad que unos seres deformes les acechaban, se trataban de los llamados en la posterioridad los yikuok, una especie de masas con patas que adoptaban las más diversas formas, y que de desplazaban como a pequeños saltos. En esto se habían convertido los seres que habían sido las líneas de defensa de la fortaleza, en unos seres que mamaron de las húmedas sombras de las galerías en ausencia del soldado-brujo que se había perdido por los derroteros del mundo onírico. Después de tantos años no le reconocieron, y una vez que adoptaron la formación de ataque de entre las hendiduras y los corredores secretos, atacaron con inusitado frenesí.

El soldado-brujo y todos en general, hicieron mano de sus armas y lucharon con enconado azote para abrirse camino a través del inmenso puente cercado por la penumbra hasta que este, cansado de golpear a quienes habían sido sus aliados en el pasado, alzó su brazos en señal de reconocimiento. De sus palmas empezaron a manar señales sombrías que fueron reconocidas por los deformes yikuok, haciendo que estos se detuviesen, reconociendo por fin la presencia de quién había sido su lider. Pero poco duró esta paz y tranquilidad entre los presentes, pues el soldado-brujo oyó de soslayo en una galería próxima que su amada protegida estaba siendo acosada por uno de los de su propia compañía. Evidentemente enfadado, aquello provocó que la mesura y la quietud diera paso a una desenfrenada agitación en su interior hasta que exclamó en forma de mandato que toda su compañía fuera exterminada, a excepción de su protegida. 

Aquello dió paso a un sangriendo acoso por parte de los yikuok, que se lanzaron en un frenesí animal contra quienes antes eran considerados amigos por el soldado- brujo. La sangre se abrió no sólo a través de los poros de las pieles y de los miembros desgarrados por la ferocidad, sino también hizo de un río rojo que vino a mezclarse con la humedad de aquellos pedregosos pasillos. Todo ello fue una matanza inusitada, incluso para el mundo de los sueños, que culmino en la total exterminación de los morales. Cuando hubo acabado, el soldado-brujo bastante complacido y satisfecho con su impulsiva acción se dirigió en soledad hacía la sala principal. Allí, esculpidos entre las rocas cual esculturas antigüas, había una serie de portales que sólo él sabía a dónde se dirigirían, quizás a otras dimensiones del mundo onírico. Una de ellas era de un rosa fosforito, otra de un verde bosque, una tercera de un azul marino y la última de ellas de un amarillo chillón. Pasó un tiempo observándolas con una sonrisa, lo suficiente para que los yikuok apartasen la gran cantidad de cádaveres que pululaban por ahí, y los llevasen a una sala apartara donde se dieron un buen banquete con toda esa carne troceada, aquellos organos desprendidos, y en suma, los desechos de lo que antes había sido humano.

Cuando el soldado-brujo salió de la sala de los portales, encontró a su protegida en la salida, agazapada en una linde y templando de evidente pavor. Mas este, agachándose la consoló con tiernas caricias, comunicándole que no tenía nada que temer mientras él estuviera presente. Una vez que ella parecía algo mas calmada, fue levantándose aún con cautela, y el soldado-brujo le prestó su mano para que estos caminaran juntos, recorriendo unas galerías abandonadas desde hace largo tiempo. Y así, unidos como si fueran un único ser, contemplaron tesoros y viejos portentos, en tanto que los yikuok les rendían la debida pleitesía, colmándoles con curiosos presentes que atestiguaban lo honesto de sus intenciones.

Nadie sabe con certeza cuando tiempo permaneció el soldado-brujo en compañía de su protegida allí, ni tampoco si en algún momento atravesaron alguno de los mencionados portales de colores, mas lo que sí se sabe con bastante probabilidad es que sí se quedaron allí durante bastante tiempo fue para rearmarse, preparándose para una nueva acometida en el mundo onírico. Ya se sabe que el soldado-brujo contaba con los más extraños aliados, y que estos eran bien recompensados una vez que realizasen sus funciones, siempre de acuerdo a la naturaleza de cada uno de ellos y sus motivaciones. Mas el caso era que por un tiempo su amante la oscuridad recorrió el cuerpo del soldado-brujo cual suculento barniz, y que aquello le dotó de la fortaleza necesaria para que vida y muerte fueran para él dos complementos de una misma sombría realidad. 

domingo, 10 de agosto de 2025

La memoria de una mente incendiada

                              * * * *

Atravesando un cruce, Elías se paró en seco notando algo en sus bolsillos. Cuando los palpó y lo sacó, se encontró con que eran un cúmulo de papeles que le resultaban harto familiares. Con gesto dubitativo miró en dirección al cielo, y como si se tratase de un dibujo animado, se le encendió una bombilla recordando qué eran todas esas hojas desgastadas. Se trataba de unos papeles que no tenían relación alguna entre sí, y que pertenecieron a un anciano recientemente fallecido. Se dió por satisfecho con esta explicación, y cuando ya iba a volver a guardar los papeles como si tal cosa, se acordó de que aquel viejo había sido asesinado recientemente. Entonces, aparecieron los sudores fríos junto a una sensación de culpabilidad que no debería ser tal puesto que él no había asesinado a aquel hombre.

Con tales dudas y quiebros mentales, subió andando por la calle principal, encontrándose con un edificio blanquecino y majestuoso. Aquel castillo de los tiempos modernos se encontraba adornado con una cruz inmensa en su centro, y al rededor de la misma, muchas sillas de plástico que eran ocupadas por un centenar de personas. Todas ellas escuchaban un discurso que era transmitido en forma de canto, voces como de ángeles acusadores proliferaban de la boca de un hombre moreno vestido de blanco "Aquello parece una secta..."- pensó nuestro personaje, y justo en ese momento, los fieles de aquella secta cristiana se volvieron para mirarle fijamente. Entre el grupo de gente destacaba una mujer de mediana edad que era pelirroja, tan azules eran sus ojos que destacaban incluso en la distancia. Todos estaban muy serios, a excepción de ella que sonreía con picardía, como si le hubiera pillado in fraganti cometiendo un pecado infantil.

                             * * * *

Aquella casa era un desastre, todos los muebles se encontraban dispersos y cargados de objetos intrascendentes a diestro y siniestro. Todo allí era recargado, las estanterías cargadas de libros apilados, los suelos repletos de ropas esparcidas, las mesas con un montón de papeles encima y hasta la cama parecía más recipiente colmado que lugar de reposo. En una esquina de la sala, destacaba un hombretón moreno inmenso que parecía de origen hispanoamericano, que estaba sentado consultando un poemario sin interés, y justo en el otro extremo estaba una mujer pecosa y muy desgada, que tremendamente encorbada en su posición, parecía meditar ensimismada. Mas aquella meditación no parecía versar en torno a asuntos alegres, pues por su semblante alicaído parecía crear melancólicas elegías cuya rima era su ausencia misma.

En el momento que parecía que llegaba a algún tipo de determinación, el hombre se levantó y se fué sin despedirse. Ella agradeció aquella inesperada soledad, dando rienda suelta a sus tristes pensamientos. Recordaba tiempos mejores, tiempos en los que había sido verdaderamente amada. Ahora se sentía como una prostituta, de las que venden su cuerpo por nada además. Cada semana se regocijaba en acostarse con un hombre diferente, y aunque en un principio aquella perspectiva le dotaba de una alegría hedonista, una vez que el pleito amoroso tocaba a su fin se sentía muy desdichada. Creía que vendiendo su cuerpo al mejor postor iba a olvidar al hombre que verdaderamente amó, pero aquello caía siempre en saco roto porque el cúmulo de goces carnales sólo servía para acentuar su tristeza, la cual no tardaría en desembocar en depresión.

Justo cuando se dañaba a sí misma incidiendo en las añoranzas, apareció aquel hombre que custodiaba sus pensamientos. Después de tanto tiempo de larga ausencia volvía a su presencia como si tal cosa. No fueron necesarias muchas palabras, pues después de un breve saludo de emoción contenida hicieron aquello que el lector más inocente podría sospechar, sumiendose así en los brazos de la pasión singular que rememora los hálitos sofocados del pasado.

                                * * * *

Elías no cesaba de dar vueltas por su casa, se sentía bastante nervioso teniendo en cuenta los vericuetos mentales en los que él mismo se había metido. No era culpable de nada, eso estaba claro, pero aún así no comprendía esa insistencia del remordimiento. Si él no había matado a aquel anciano, ¿Por qué se sentía tan mal? ¿Por qué actuaba como si lo hubiera hecho? Es verdad que estaban sus papeles intimos en su bolsillo, pero... ¿Aquello probaba algo? Quizás para él mismo no, pero de cara a las autoridades sí que lo hacía. Los investigadores no parecían tener pistas del asesino, al menos eso decían los medios. Mas es bien seguro que en cuanto supieran que él tenía aquellos enseres personales, le iban a señalar como el principal sospechoso para quitarse parte del trabajo y limpiarse las manos de cara al público general.

Recordaba haber estado en el coche cochambroso del viejo, una furgoneta de un año incierto, revolviendo en la guantera y encontrando en ella todo ese amasijo de papeles revueltos. Consultándolos con fingido interés, le preguntó al anciano por algunos de ellos. Este le respondía que aquellos papeles tan desordenados eran los recuerdos de su vida, desde sus notas en el colegio hasta el certificado de su boda, e incluso el resultado de algún que otro negocio fraudulento. Elías le miraba con evidente sospecha, pues no entendía qué hacían todos aquellos folios desgastados en la furgoneta. Normalmente cuando no entendía algo, sospechaba de quién le comunicaba aquello que le parecía un enigma "Si no entiendo algo, es que se trata de una mentira" -pensaba creyéndose muy sabio.

Aquellos recuerdos le turbaban, no sabía por qué. No recordaba nada más en torno a aquel episodio, y como tampoco buscaba llegar al final del hilo de sus pensamientos, se encerró en su cuarto y se lanzó a su cama. Cerró persianas y apagó luces, sumiendose en una plácida oscuridad, aquella que le conduciría al origen de todas aquellas cosas que no comprendemos en el estado de vigilia.

                               * * * *

Una vez que se hubieron acostado, Elías se puso a contemplar a su al rededor, todo aquello le sonaba de algo, mas no lograba encajar sus ideas para que le dieran una respuesta. Entonces se giró a su diestra, descubriendo a aquella pelirroja con la que había bailado la danza de las sensaciones corporales. Fijándose en detalle, vió que estaba demasiado delgada, probablemente no llevaba una dieta saludable. También atisbó sus ojos azules, vacíos hasta que su mirada se dirigía a él. Hasta sus senos, aunque pequeños, entendían de cierto encanto y le reconocían cuando él se fijaba en ellos. Era extraño, pero en su interior advertía que de algo conocía a aquella mujer, sabía que sus relaciones se remontaban años atrás, mas no sabía ubicar ni cuando fue la última vez que la vió ni mucho menos cómo comenzó todo aquello.

Así que se levantó, recorriendo toda aquella sala desordenada con evidente interés. Se puso a cotillear todos los cajones, a buscar debajo de todas las almohadas, a fijarse en los desperdigados papeles de la mesa y también a atisbar entre el polvo acumulado en las esquinas. Y entonces, leyendo los títulos de los libros que colmaban las estanterías, tuvo la extraña sensación de que aquellos libros eran suyos. Esto se confirmó cuando pasando de la estantería de los libros a la de los discos, comprobó que algunos de estos también le pertenecían. Fue entonces cuando recordó, llegó a su turbada memoria que aquellos libros y aquellos discos habían sido adquiridos en compañía de la pelirroja con la que se había acostado, que cada título literario, que cada canción tarareada pertenecía a un recuerdo compartido con aquella mujer.

Sí, ellos en el pasado habían sido pareja ¿Cómo pudo olvidarlo como si tal cosa? Y encima ella actuaba como si no hubiera pasado nada, como si la hubiese visto el día anterior cuando estaba claro que llevaban mucho tiempo sin verse. Lo cierto era que había pasado muchos años en su compañía, compartiendo momentos que hasta entonces habían permanecido sepultados en su memoria, pero que ahora cual si le hubiera tocado una varita en la cabeza, retornaban a él colmándole de una dicha melancólica, resultado de la cual sonreía, dejando caer una lágrima que le surcaba la mejilla. Acto seguido, se abalanzó al lecho para abrazar aquella mujer que había sido su felicidad en el pasado, y que actuaba como si aquel pasado fuera un ahora. 

                                * * * *

Sonó el timbre. Aquello le despertó, y pensaba dejarlo sonar sin parar, pero tanta era la insistencia en la reiteración de su sonido que se vió obligado a atenderlo. Bajó las escaleras con evidente abatimiento puesto que no había dormido demasiado bien, y cuando ya se encontraba frente a la puerta, hizo girar las llaves con desgana. Una vez abierta la puerta se encontró de bruces con una mujer mayor pero muy afable, pecosa y pelirroja, que le miraba con unos ojos tan azules que parecían haber sido recortados del cielo. Como si se conocieran de toda la vida, se abrazarón conteniendo sus lágrimas en unos ojos vidriosos que actuaban como sacos de sus emociones apresadas. Esta le indicó que sabía de buenos informantes, que la policía sospechaba de él, y que lo mejor era que defendiera su inocencia en el caso de no tener nada que ver, o se declarase culpable si así era. Él le respondió que no haría ni una cosa ni otra, que aquel caso no tenía nada que ver con él pero que le agradecía sus bondadosos consejos.

Entonces, cuando miró a su izquierda, comprobó que su madre estaba ahí mirándolos a los dos con un semblante cargado de seriedad. Con los brazos cruzados y una mandibula adelantada, refunfuñaba para sus adentros cargada de rencor. Y justo en el momento en el que Elías iba a tomar la palabra de cara a apaciguar el ambiente, el rostro de su madre se deformó, volviéndose de forma alargada y perdiendo el pigmento de la piel retornando a un color tan pálido como el de los muertos, tanto se alargó que se hizo inmenso mientras que su boca se abría liberando unos fauces demoníacos. Se aproximó a tal velocidad que ya sentía que le mordía, que le devoraba, convirtiendo su existencia en un cacho de carne degustada por un monstruo que antes había sido su propia madre.

                                  * * * *

Finalmente decidieron salir para darse un paseo, ambos agarrados de la mano como había sido antaño. Por aquellos bulevares cargados de farolas que dejaban sus motas luminícas sobre el lago, empezaba a rememorar que no era la primera vez que había estado ahí. Y en la medida que sus pasos eran arrastrados por aquel pavimiento húmedo recordaba que en los pasados años se quedaba largas temporadas vacacionales en aquel lugar en compañía de susodicha dama. En aquellos tiempos, ambos pasaban largas temporadas dando rienda suelta a sus impulsos carnales en la sala desde la cual salían, a la par que recorrían justamente como ahora oscurecidas avenidas para ir de tiendas, sobre todo a librerías y a establecimientos de segunda mano. Y lo recorrían del mismo talante que ahora mismo, ambos estrechados y alternando su mirada del espectáculo de la urbe a sus ojos iluminados por la ilusión.

Pero, ¿Qué había pasado? Si era tan feliz viviendo así, ¿Por qué había dejado de ir? No lo sabía con certeza, suponía que el camino de la vida le había conducido a la ignominia, que un automatismo rutinario le llevó hasta un punto que ya ni él mismo recordaba. Había estado con innúmerables mujeres desde aquella, pero no había amado a ninguna de ellas, o al menos no del mismo modo a como le advertía su amorío del pasado recobrado. Mas retrocediendo con la mente en los cajones de la memoria, llegaba un momento que el hilo de sus pensamientos era repentinamente interrumpido, cortado por unas invisibles tijeras que causaban su desconcierto. En suma, no entendía nada.

En tanto que pensaba sobre estas cosas, se pararón frente a un puente que daba a un pequeño lago, muy pegados el uno junto al otro contemplaban las sutiles ondulaciones del agua, barnizadas por la palidez reflectante de la luna. De repente, sintió un estremecimiento interno, una sensación muy cercana al temor, pues creyó advertir que bajo el agua algo se deslizaba, algo el movimiento de las ondas delataba la presencia de un ente que habitaba las profundidades. No sabría decir de qué se trataba, pero se le asemejaba algo inmenso que se deslizaba en lo profundo de aquel lago. Debido a esto, comenzó a temblar, a agitarse dejando que el pavor recorriera los interiores de su piel, hasta que una agitación pasó de su espina dorsal a su cabeza, produciendo que aquello que tenía ante sí se derritiera en millares de fragmentos.

                              * * * *

Recorría el jardín de su casa dando grandes zancadas, entreteniéndose simulando que él mismo era un puesto de vigilancia. Y cuando ya iba a darse la vuelta para poco después retornar a una trigesíma ronda, se percató de que un pequeño vehículo recorría su jardín como si tal cosa. Se trataba de uno de aquellos coches que se compran aquellos que no tienen carné, tan pequeños que reciben la denominación de "minis" Así, pues, sin pensárselo dos veces, se dirigió a detenerle para informale de que debían de salir de su coche de inmediato, asomándose por la ventanilla y agarrándose a la misma -pues el vehículo no se detenía- le espetó que se marchasen de su propiedad. Pero aquel hombre le hizo caso miso, y continuó moviendo el volante a un lado y a otro cual si no escuchase las reprimendas de Elías.

Este, finalmente, bastante enfadado comenzó a golpear al hombre que manejaba el coche, logrando sólo con ello que aumentase la velocidad. Cada vez le costaba más sostenerse prendido de la ventana, y cuando ya cargado de evidente hastío iba a gritar para pedir auxilio, la voz no le salía de la garganta. El coche se paró en secó, y desde el suelo una terrorífica sombra ascendió, materializandole en la forma de una siniestra mujer de cortos cabellos que agarró a Elías del cuello, y que le condujo al reino de la incertidumbre y de las sombras.

                              * * * *

Se despertó sobresaltado sobre una cama deshecha y sucia, y pese a que al principio no recordaba donde estaba, la figura de la mujer que estaba a su lado le recordó que se encontraba a salvo. Sonrió complacido aún a sabiendas de todas sus pesadillas, o... Quizás no fueran pesadillas, puede que se trataran de recuerdos que habían adoptado las sombras de la oníria. En fin, no estaba seguro de nada. Y aunque se encontraba ya muy despierto, quiso alargar los minutos tirado en la cama en tan grata compañía. La miró a los ojos, y ella sonrío, quizás complacida del mismo modo que él. Pero no, había algo más allá en la profundidad de sus ojos cuales pérdidos océanos. Por un momento, Elías intentó escrutarlos de cara a averiguar aquello que estos le pretendían comunicar.

Mas eran tan oscuros a pesar de ser tan claros, eran tan tristes aún en su alegría, tan misteriosos siendo tan trasparentes, todos ellos secretos a la par de abiertos... Así que finalmente decidió limitarse a contemplarlos callado, dejando que el silencio hablase más que las propias palabras. 

domingo, 3 de agosto de 2025

Amores y desengaños de un brujo inexperto

 Siempre me ha resultado extraña la fascinación que sienten la mayoría de las personas por su infancia, sobre todo por la adolescencia. Poco importa si esta fue aburrida o funesta, siempre se tiende a una idealización de la misma en tanto que se considera el mejor periodo vital en tanto que se pretexta que durante aquellos tiempos uno no tiene privaciones, puede gozar de la espontaneidad, de la virtud de la inexperiencia, y en suma, de una mayor libertad. Y aunque eso es en parte cierto, tampoco deja de serlo que durante aquellos tiempos uno está mas limitado de lo que en aparente vista podría parecer. Además, reconozco que siempre hay algo de patético en un anciano decrépito o de una vieja arrugada recordando su idilica infancia, que lo valoren por nostalgia en su justa medida me parece correcto, pero ¿De verdad hacían falta todos esos añadidos explicativos que nadie les ha pedido?

Al igual que hay una infancia y una pubertad en la vigilia también esta se da en la oniría. Curioso que todos se afanen en rememorar sus experiencias ordinarias cuando estaban "despiertos", mientras que pocos son los que recuerdan sus sueños de la juventud, siendo estos tan cálidos y afables como a las veces cruentos y pesadillescos. Sean de un tipo u de otro, bien podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que durante aquellos años esos sueños gozan de una mayor imaginación, o en otras palabras, de una mayor potencialidad onírica. Y ante esto no tenemos derecho de apartar la vista como si fuese una nadería, al menos para mí resulta mas importante que uno explotase en sus sueños infantiles un bosque plagado de seres desconocidos que la caída del primer diente.

En este contexto, revisando los registros oníricos de diferentes personas y entidades me encontré de bruces con una serie de episodios de la infancia onírica del soldado-brujo que me resultaron cuanto menos dignas de consideración al margen de su trasunto anécdotico. Por lo visto, este acudió a una academia de brujería allá por los bosques de Uskets, que se encuentran justo en medio de una región completamente desvastada. Allí, parece ser, resulta el territorio idóneo para el aprendizaje de la magia sin contaminación con otros elementos que le son ajenos, quizás debido a este aislamiento se permite que los jovenes puedan tomarse el tiempo necesario en su adiestramiento y aprendizaje, evitando así tentaciones mundanas que les impida un avance en el conocimiento.

Sin embargo, esto no ocurrió para el soldado-brujo que durante aquellos primeros años se enamoró de una joven de rizos dorados y de ojos azulados que era puro nervio. Quizás no fuera lo suficientemente hermosa si se la observaba de cerca, mas tenía algo especial que la distinguía de los demás debido a su vivacidad e inteligencia, incluso se dice que tenía un dominio de la magia mucho mas avanzada que la del propio soldado-brujo, y que de hecho, le ayudaba a este en todos sus procesos mágicos. Ya por entonces, se notaba que el soldado-brujo tenía una marcada tendencia por la magia negra, sus hechizos violáceos y turbulentos cargados de sombras así lo atestiguaban, mas ocurría que este no era capaz de canalizarlos como debiera. Es decir, tenía un escaso control de los mismos, haciendo que su loca proliferación le dañase a sí mismo. Pero esta joven supo aconsejarle, e incluso algunas veces, dirigir sus propios hechizos para que este lograse un completo dominio de los mismos.

Pero lamentablemente, en una ocasión que ambos se dirigían a una clase que versaba sobre el vacío y su intervención tecnológica, mientras esta se colgaba como una niña pequeña en las espaldas del soldado-brujo -pues era bastante diminuta en lo que al cuerpo se refiere, mas excelsa en alma- en tanto que consultaban unas pantallas que les permitían proyectar sus toques mágicos a través de un monitor, un despiadado profesor activó el sistema de antimateria logrando que todos los alumnos fueran engullidos por un agujero negro que invitaba al vacío y a la dispersión de la materia. Todos fueron tragados por aquella negrura inmensa, a excepción del soldado-brujo que permaneció latente en el vacío, pues ocurre que hay una evidente relación entre la magia negra y la anti-materia. Son muchos los que consideran que la negación de la materia es la oscuridad perpetua según el lenguaje científico, y que en este sentido viene a ser lo mismo que las sombras invocadas por una mano diestra en hechicería.

Así, pues, el soldado-brujo durante su juventud logró aunar su poderío desbocado interno con la ausencia de elementos atómicos que le rodeaban, y por tanto no fue asumido por la negación de todas las cosas, consiguiendo incluso sobreponerse y alcanzar la plataforma donde el malvado profesor sonreía con satisfacción, le agarró por una pierna y así le lanzó hacía el vacío que él mismo había creado. No obstante, cuando se posicionó ante la máquina y la desactivó, comprobó estupefacto que por mucho que se hiciera, aquellos que habían sido engullidos por el vacío ya no regresarían, y que por tanto, su primer amor nunca volvería a depositar sus esperanzas sobre él. Por mucho que consultó a todos los técnicos y expertos en torno al mecanismo generador de particulas, todos le vinieron a decir lo mismo, es decir que su sabia amada jamás regresaría a la instancia material de los sueños.

Aquello le desalentó terriblemente, produciendo en él una suerte de resentimiento hacía la sociedad que nada podría curar, de hecho muchos han atestiguado que su tendencia hacía el aislamiento y la soledad proviene de aquel primer trágico recuerdo. Sin embargo, a pesar o quizás precisamente debido a esta amarga experiencia, desde entonces el soldado-brujo se aplicó sobremanera en las materias, demostrando un claro dominio de las mismas cual si el espíritu de aquel que fue su ángel siguiera habitando en su interior dotándole de la capacidad del empeño en el aprendizaje. Muy pronto logró estar muchísimo mas avanzado en el estudio y en la práctica de la magia que todos sus compañeros, logrando incluso que muchos de sus profesores se sintieran muy por debajo de su poder, atemorizados de hecho ante esa bruma sombría que le rodeaba como si hubiera sido invocada por mil demonios.

Se cuenta que durante la que iba a ser su primera sesión de levitación y de vuelo vital, cuando el profesor aún no había acudido a su clase, los alumnos se pusieron a ensayar sin todavía haber recibido lección seria alguna. Obviamente, la mayoría de ellos no consiguieron mantenerse en el aire ni durante unos instantes, a excepción del soldado-brujo que ya sobrevolaba cual si fuera tan ligero como una pluma. Cuando entró el susodicho profesor, le encontró de este talante, desplazándose en el aire mientras acompañaba sus ligeros movimientos con una risa que muchos calificaron de demente. Herido en su orgullo, este le retó a que le enseñase sus habilidades, y el soldado-brujo así lo hizo todo ufano, elevándose por los aires cual si fuera un pájaro sombrío desatado. Desde las alturas muchos de los que le contemplaron atónitos atestigüaron que parecía un cuervo extraviado, riéndose para sus adentros de ser un rezagado, como si perderse en su poderío resultase una ventaja.

Y este es sólo un ejemplo, pues siguió progresando a un ritmo exorbitado en el resto de materias y cursos, lo que a la larga paradójicamente le produjo desaliento y hastío. Consideraba que la academia de magia estaba corrupta, que les encerraban a soñarla todas las noches incluso contra su voluntad, en tanto que muchos de sus profesores y sobre todo el director, estaban corruptos y que perseguían algo mas que una enseñanza incondicional, sino que mas bien les estaban reteniendo para controlar el mundo onírico de rivales descarriados en el ejercicio de la magia. Esto hizo que el soldado-brujo planease fugarse en compañía de dos acólitos, uno llamado Ravel que era experto en electromágnetica mágica y Crus que lo era en armas biológicas a través de hechizos aplicados en plantas cárnivoras.

Como cada uno de los planes de este personaje, lo llevó a efecto tal y como lo pensó en un primer momento, asesinaron sin piedad a los guardían que custodiaban la salida de la academia, y se lanzaron volando más allá de los derroterros frondosos del bosque. A partir de entonces, muchos fueron los intentos por capturarlos ya no para llevarles de vuelta lo cual era irreversible, mas sí para apresarlos en unas cárceles de máxima seguridad que se encontraban en las lindes del mundo onírico, mucho mas allá de los diversos poligonos industriales que se encontraban en las fronteras. Mas por mucho que fuera el esfuerzo, no lo consiguieron, pues todo guardia o espía que les enviaran, era aniquilado de una forma cuanto menos cruenta puesto que disfrutaban con la tortura y el derramamiento de sangre, no les bastaba con el detenerlos o el acabar con ellos, buscaban el reducirlos con la máxima violencia hasta que el dolor daba paso a una agonía que se alargaba mucho más allá de lo normal.

En una de estas escaramuzas sangrientas, les enviaron a un experto en magia blanca ofensiva, ya que consideraron que sólo una luz lo suficientemente refulgente para aplacar el exceso de oscuridad lograría abatirles, pero las expectativas estaban mucho mas lejanas de la realidad de lo que pensaban. Y si bien es cierto que logró acabar con Crus, esto sólo consiguió enfurecer todavía más a los otros dos, que lucharon con un frenesí enfermo logrando finalmente su objetivo. Al igual que en casos precedentes, torturaron con increíble maliciencia todavía mayor si cabe por el asesinato de su compañero al enviado de la luz, desgarrando sus miembros con frenesí y convirtiendo un cuerpo humano en un amasijo de carne indistingible de la carne troceada de un cerdo, para después pasar a atender al cadáver de su compañero con la desesperación de un doliente de amor. El soldado-brujo se agachó, lo acogió en sus brazos y lanzó un grito al cielo contenando a la humanidad por la opresión que ejercían frente a todo elemento disidente que buscaba escapar a toda costa del mecanicismo que adornaba el sistema actual. En tanto que maldecía derramó una serie de lágrimas que se mezclaron con la sangre de su fallecido compañero, y tras un duelo que se distendió una serie de horas, se levantó y prosiguió su huida indeterminada en compañía de Ravel.

Desde entonces, continuaron huyendo no se sabe cuantos años. Finalmente, los dirigentes de la academia y los líderes de los diferentes sistemas gubernamentales desistieron de cazarles, ya que lo dieron por imposible. No se sabe a ciencia cierta cuando ni por qué, pero llegó un momento que los caminos del soldado-brujo y de Ravel se separaron, mas tampoco se sabe del paradero de este último mientras que sí al menos de forma puntual del soldado-brujo que hace su aparición por el mundo de los sueños cuando le place. Sin embargo, hay quién dice que Ravel murió para el mundo vigil, y que su magia en el onírico se distendió tanto que terminó por renunciar a ella para otorgarsela como un presente al soldado-brujo, que la aceptó agradecido por tal muestra de amistad. Aunque esto tampoco se puede asegurar con total certeza, debido a que nunca se ha visto al soldado-brujo hacer uso de magia de tipo biológica, pese a que sí en lo que se refiere a la manipulación y a la invocación de diferentes elementos materiales, y sobre todo, naturales.

El episodio más próximo a la huida a través del bosque y del desierto que le sirve de frontera del que se ha tenido noticia en relación al soldado-brujo es la aparición de este a la zona costera, en una extraña reconciliación con otro amor del pasado, antes de su dominio de la magia negra y de la hechicería oscura. Por lo visto, el soldado-brujo había logrado encandilar a aquella mujer con buena retórica y convicción, logrando que esta cayese a sus brazos del mismo modo a como lo hizo en el pasado. Mas, como toda buena seducción, basada en gran parte si no bien del todo en la mentira, si en la omisión de cierta información que quizás hiciera que esta cambiase de opinión en el caso de saberse. Como por ejemplo, el hecho mismo de que este dominase una magia oscura y virulenta que tantas muertes había ocasionado, y que de hecho fue el motor principal para lograr la recuperación del amor perdido.

Ocurió por aquellos tiempos que un detective de la zona estaba investigando las diferentes causas relacionadas con el soldado-brujo, mas este fue más inteligente en su modus operandi puesto que le atacó directamente, sino que le estuvo investigando desde las sombras, en unas oficinas privadas y que el creía desconocidas para este. Le espiaba e investigaba a la distancia, recopilando información para una vez acumulada toda ella, sacarla de un golpe y que todos supieran la verdad sobre la naturaleza de este criminal en sus propias palabras. Pero, a pesar de la inteligencia de este plan, de poco le sirvió ya que el soldado-brujo era conocedor de todo esto desde el principio, y cuando supo de la ubicación exacta de las oficinas que estaban atestadas de información relacionada con él, alzó los brazos con frenesí declarando en una especie de canción condenada: "Siprés nith nith utah luzh, rig dem utah utah morstang" Lo que provocó la aparición de la más negra de las tormentas, oscureciendo el cielo cual si fuera de noche, e invocándo unos relampagos entre azulados y morados que penetraron en el interior del edificio, y logrando con ello que todos los papeles que allí se conservaran fueran pasto de las llamas violáceas que hizo de lo que era puro un cúmulo de cenizas negruzcas.

Una vez que hubo acabado con los planes del detective, se cuenta que fue a la playa con su amada recuperada, y agarrándose mutuamente de las manos, y acompañados por una sonrisa de satisfacción, contemplaron el atardecer como un presagio de la humanidad futura. Y en tanto que así estaban en un aparente silencio, la mente de su amada no dejaba de pensar y de recorrer en los recovecos de su cabeza aquellas cuestiones incómodas que a veces obsesionan al avanzado intelecto de las mujeres. Entonces, su sonrisa comenzó a disiparse poco a poco, y cuando lo que eran unos labios sonrientes dieron paso a una mueca de perplejidad miró en dirección al soldado-brujo con los ojos muy abiertos, preguntando sin necesidad de sonidos articulados. Este, que adivinó el trasfondo de su debate callado le dijo: "Quizás no pueda amarte del mismo modo a como amaría a otras mujeres, o puede que tampoco lo haga del mismo modo a como te amé a ti misma en el pasado, mas lo que tengo seguro es que lo haré de acuerdo a los latidos de mi corazón en este momento. Sólo esto puedo asegurarte" Obviamente, aquella respuesta no satisfacció las inquietudes de la mujer, mas pensó que dar rienda suelta a un debate en torno al amor resultaba vacuo, y se limitó a desplazar su mirada al frente.

Cada vez era más de noche, y sólo los mas profanos saben lo que ocurre cuando las sombras circundan a los amantes, todo lo que pueda decir al respecto sería el revelar un secreto a voces que es mejor que permanezca en el misterio. Únicamente diré en torno a aquella noche que las estrellas refulgieron como nunca, y que la luna estaba más hermosa que una princesa de cuento, y que incluso la brisa se animó a un sensual baile que desplazó las ramas de los oscurecidos arboles dotándoles de cierta alegría. Y así como en el mundo vigil la noche es una invitación tanto al desenfreno como al descanso, en el onírico es el comienzo del fin, o si se quiere, el fin del comienzo.