miércoles, 18 de junio de 2025

Memorias de la gran inundación

 Dejo esto escrito en este cuaderno desvencijado y húmedo de cara a que las generaciones futuras -o los sobrevivientes- puedan saber no sólo mi paso por esta tragedia, sino también acerca de este desastre en sí mismo. Lo más seguro es que cuando lo encuentren yo ya no esté en este mundo debido a lo díficil que resulta tener una vida plena en estás circunstancias. Espero que hasta el momento que se lea esto todo se haya solucionado, y que las vivencias de quienes lo sufrimos en su momento se queden en la anécdota histórica. Así, pues, paso a narrar lo que aconteció desde el principio hasta el momento en el que decidí escribir sobre estas hojas desgastadas con un lapíz mohoso.

Antes de que el desastre comenzase y se desarrollase, yo me encontraba en el lugar en el que todo comenzó, es decir en la cárcel estatal de T. Iba a visitar a un confidente que me brindaría una información que me serviría de ayuda de cara a desempeñar mi oficio. Obviamente, como quizás presuma el lector, este oficio no tenía nada que ver con la legalidad, pero esto no viene al asunto. El caso fue que allí estaba esperando en la inmensa cola donde acudían familiares y amigos de cara a visitar a los presos cuando me percaté de un extraño movimiento que empezó a desarrollarse en uno de los pabellones que estaban abiertos al público, era el quinto creo recordar. Ahí se produjo una agitación inusitada cuando uno de los criminales que estaban en la sala cayó al suelo presa de mil espasmos.

En ese momento me escabullí de la cola, e infiltrándome en el susodicho pabellón, contemplé un espéctaculo que me dejó estupefacto. El hombre que sufría tales compulsiones empezó a mutar hasta tal punto que su forma se alteró en su totalidad, transformándose paulatinamente en una especie de estrella marina. Sus miembros comenzaron a hincharse con inusitada gravedad, y los poros de su cuerpo se expandieron tanto que formaron una especie de esporas de las que manó agua con una profusión tal que era imposible imaginar que el cuerpo humano fuera capaz de almacenar tanta cantidad de líquido. Al poco, el pabellón entero se inundó completamente de una agua con un olor pestilente, lo que hizo que se desatara la anarquía de toda la gente que se encontraba congregada al rededor del incidente. En lo que a mí se refiere, escapé de allí a todo correr lo mejor que pude, abalanzándome en dirección a la salida como si no hubiera un mañana.

Una vez en el exterior contemplé que aquellas aguas ya se habían derramado hasta ahí, y tremendamente desconcertado caí en sus profundidades presa de una confusión sin nombre. Nada mas hundirme en las mismas abrí los ojos y pude ver como millares de extrañas particulas iban formándose en las enturbiadas aguas, adoptaban unas formas cuanto menos inusitadas y en cuestión de segundos ví como estas llegaban a su apogeo. Sin embargo, lo que me aterrorizó fue el comprobar como los seres que se metamorfoseaban eran una especie de cebras marinas que me miraban con ira, e incluso con furia, en tanto que también contemplé cómo estos seres arrastraban a personas que también habían caído en las aguas, y que los arrastraban hasta las profundidades dejándoles sin aire. No quise comprobar lo que pasaba después, así que salí de ahí como pude agarrándome al terreno sólido del exterior como pude.

Ya fuera del agua enturbiada, observé sumamente perplejo que esta cada vez era mayor, que se expandía con gran frenesí, y que quienes caían en sus redes presa de la desesperación y el desconcierto del momento, no salían y resultaban sepultados por esa plaga de extraños seres que se desarrollaban con insospechada rapidez. Sin dudarlo ni un segundo salí por patas en dirección a la tierra que era lo único que me aseguraba la supervivencia, mas era harto díficil en tanto que cada vez el agua era mayor y las víctimas fatales que caían en sus húmedas redes también. Creo que no corrí más en toda mi vida, saltando incluso como podía sobre montes y pequeñas escarpaduras para intentar salir sano y salvo de aquella pesadilla que ahora contemplaba con los ojos como platos debido a lo atónito que me encontraba.

Lo poco que lograba contemplar en mi huida fue el aumentar de las aguas y el exilio frenético de centenares de personas que como yo se encontraban muy asustados, algunos no tenían buena suerte y el mas leve traspie producía una caída que significaba la muerte segura. Incluso, me dió la sensación cuando mire de soslayo en dirección al agua, de que una forma inmensa se agitaba en su interior atestiguando que se trataba de un ser de un tamaño descomunal el que ahora se desplazaba en sus profundidades. Aquello me puso los pelos de punta, haciendo que una sensación gélida me recorriera el espinazo, y me animase a huir con mayor premura. Pero en cuanto contemplé que un desvalido anciano caía en dirección a aquel ser marino, y que a los pocos segundos las burbujas que aquel viejo formó se convirtieron en una bruma sanguiolenta, no pude aguantar mas. Aquello era demasiado para mí y grité con desesperación mientras me marchaba de ahí por patas en tanto que comprobaba cómo el agua aumentaba por momentos.

Cuando subí algunas elevaciones arenosas, pude vislumbrar una especie de refugio que estaba en las alturas. No me lo podía creer, quizás estaría salvo de aquel infierno acuoso. Así que sin pensármelo dos veces me interné en el mismo como tantos otros, y me escondí entre sus muros. Una vez ahí fue cuando comencé a pensar en mi mujer, en si estaría bien y si se habría librado de aquella locura colectiva. Tenía que buscarla como fuera, llevarla conmigo a un lugar seguro como el refugio en el que ahora mismo me encontraba. Mas no obstante, no pude pensar mucho porque al mirar sin querer en dirección a una de las ventanas comprobé sin poder creérmelo que el agua había sobrepasado el marco. Podía atisbarse una serie de sombras que se desplazaban aquí y allá en busca de nuestra carne, queriendo sesgar nuestras vidas terrestres como si fuerámos alimento enlatado por las paredes del refugio. Subí con premura en dirección a las escaleras, y cuando localicé otra ventada en el tejado, me lancé en dirección a los arboles para usarlos como soporte de mi caída.

Huyendo, saltando de árbol en árbol como un mono, escalando sin cesar los montes cual cabra que aún no estaban anegados de agua, transcurrió un día. No había ni tiempo de reposar, pues el agua no cesaba en su avance por colmar a la tierra con su húmedad. Y entonces, allende a un bosque cercano, localicé los rubicundos cabellos de mi mujer que estaba huyendo desesperada como tanta otra gente. Me lancé en su rescate, y en cuanto la ví no pude evitar derramar algunas lágrimas de emoción hasta entonces contenida. La agarré de la mano y salimos corriendo como si no hubiera un mañana. No sé yo cuanto tiempo estuvimos huyendo con el corazón palpitante en la garganta, casi ni podíamos proferir palabra alguna puesto que la angustia impedía el pronunciar palabra alguna, e incluso el derrame de lágrimas que entonces nos eran inútiles.

Pero de nuevo, vimos otro refugio en las alturas. Esta vez era una especie de posta de madera que estaba mucho mas elevada que el refugio anterior, así que nos internamos entre sus travesaños desvencijados, y rezamos a Poseidón para que el agua no ascendiera más. Extrañamente, cuando ya caía la noche, la inundación pareció detenerse, o al menos, desarrollarse con mayor lentitud. Aún así, por si las moscas, nos situamos en la sala mas elevada del lugar, y contemplamos un curioso artefacto que nos dejó mudos. Se trataba de una especie de mecanismo recubierto de madera que estaba robotizado siguiendo una serie de patrones preprogramados, y que a la manera de un espéctaculo de marionetas contaba la historia de una mujer muy bondadosa que dedicó su vida al cuidado de los demás. Sin embargo, no pude llegar al final de esa historia porque se me caían los ojos del esfuerzo del día, y en tanto vigilaba a mi al rededor a las personas que dormían con nosotros, caí rendido sin percatarme de nada más que de los párpados entornados y del aliento contenido de mi mujer.

Al día siguiente, nada mas despertarnos, comprobamos con pavor que el agua seguía su imparable avance. Al mirar en dirección a una ventana ovalada pude vislumbrar que aquellos aterradores seres se ufanaban de nuestra indefensión aleteando de un lado para otro y expulsando de sus fungosas bocas burbujas en señal de combate. Sin probar un bocado de las viandas que los demás dejaron a medio comer, rompimos el tejado y nos prepitamos todos en dirección a esa salida improvisada. Ya fuera, nos lanzamos todos al abismo buscando zonas que requirieran de usar nuestras piernas y no nuestros brazos para desplazarnos. Por suerte los encontrabamos, pero no por mucho tiempo porque el agua seguía su inusitado avance con una endiablada saña.

Llegado el momento, en una encrucijada, mi mujer gritó desesperara diciéndome que teníamos que optar por un lado del camino mientras que yo prefería tomar otro que consideré más despejado. No teníamos mucho tiempo para insustanciales disputas, así que separamos nuestras manos y ella se lanzó por un lado en tanto que yo me dirigí a otro. Cuando ya me encontraba lo suficientemente lejos para darme la vuelta con relativa seguridad, ví que la zona por la que había transitado mi mujer ya estaba completamente anegada de agua. No pude evitar que millares de lágrimas acudieran a mis ojos, y presa del delirio comencé a gritar y a darme golpes en el pecho como un salvaje desbocado. Sentí tanta tristeza que empecé a pensar que mi vida ya no tenía sentido, mas a pesar de ello el instinto de conservación me impulsaba a seguir corriendo para salvar una vida que ya no tenía sentido.

Algunos días después, en constante huída frénetica y con escasos descansos, vislumbré una inmensa posada a relativa distancia. Aunque mas valdría considerarla un castillo, pues sus formas atestiguaban una antigüedad innúmera que había logrado vencer el impetú de la inundación. Escalé como pude sus inmensos muros, sosténiendome en los guijaros para salvar la vida evitando caer a las aguas, y cuando me encontraba en una de las principales salas, rompí las vidrieras con una piedra y me interné en sus lujosos aposentos. Allí me recibieron una mujer de dorados cabellos aunque cortos, y un hombre muy alto y moreno. No lo parecían, pero ellos me atestiguaron que eran hermanos, y a pesar de que había irrumpido tan violentamente en su mansión, me acogieron como a uno más. Me aseguraron que aunque tenían noticias de la gran inundación, hasta ahora el agua no les había alcanzado al estar incrustrados en una montaña. Aquello me alivió, y por primera vez en mucho tiempo pude descansar en una cama bien acolchada, y por tanto sumamente cómoda.

No sé cuantos días pasé refugiado en aquellos muros, quizás una semana. Mas el caso es que en una de aquellas noches pude averigüar por algún caprichoso sentido interno aque aquella atractiva mujer me lanzaba miradas que atestiguaban una pasión caldeada que bombeaba un pecho exhausto por la tragedia, así que de manera un tanto vulgar nos metidos en un estrecho baño e hicimos lo que probablemente el lector haya adivinado. De hecho, a partir de ese momento, comenzamos a hacerlo prácticamente cada día, ya no sólo en el baño, sino también en la cocina, en las habitaciones, en las salas de estar... Vamos, en todos los sitios ¿Que si me sentía mal por mi mujer? Pues claro que sí, desde el primer momento en el que tuve aquel encuentro íntimo con aquella bella desconocida ya me sentía como un pecador sin redención. El realizar aquello producía en mi un sentimiento contradictorio y masoquista en el que sintiéndome mal y culpable encontraba cierto placer en mi desgracia, además también pensaba en que mi mujer ya estaba muerta y que quizás yo pronto lo estaría a su vez ¿Que mas daba insertarnos en el caos cuando era el caos lo único que dominaba el mundo?

Sin embargo, ni aquella fortaleza se encontraba al margen del poderío del agua, y cuando quisimos darnos cuenta, el agua había colmado todos sus al rededores. No me lo podía creer, pero tuvimos que retornar a la huída eterna. Mientras volvíamos a huir, mirando de soslayo como aquella primera vez en dirección al agua, pude atisbar una sombra inmensa que se deslizaba en las profundidades del agua. Aquella cosa debía de ser muy oscura, ya que producía una sombra cargara de negrura, mas lo que más me impresionó fue el comprobar que tenía una especie de faros verdosos que quizás hacían de ojos y que se quedaron en perpetua quietud en mi dirección, como si se hubiera dado cuenta de que me había percatado de su presencia. No sé por qué, pero me dió la sensación de que se burlaba por la tesitura en la que me encontraba. No escuché risa alguna, ni percibí una mueca de la entidad marina, mas en mi interior sentí una burla que me atenazaba el corazón como si este fuera agarrado por un par de horrendas pinzas, como de cangrejo.

Tras varios días de correr al raso sin apenas reposo alguno, nos topamos con un grupo de gente que se nos unió en la huída pensando que por ser un mayor número éramos mas fuertes, cuando yo para mis adentros consideraba que nos hacía vulnerables ante los depredadores marinos. No obstante, esto no fue lo que me turbó, sino el haber creído ver a mi mujer que daba por muerta entre aquellas gentes. Al principio pensé que se trataba de una suerte de engaño de los sentidos. mas una vez que el grupo terminó por unirse, me cercioré de aquella verdad. Imaginad la culpabilidad que sentí en aquellos momentos, mi mujer huyendo sin descanso de un lado para otro, y yo pensando que había muerto, sin guardar luto alguno, haciendo intimidades con la mujer que ahora me agarraba la mano. Exactamente la misma mano que me agarró ella cuando nuestros caminos se dividieron, y que finalmente se habían dividido no por la muerte ni por la distancia geográfica, sino por mi desesperada traición. En ese momento ella me miró a los ojos, y a través de ellos recibí un reproche pero también un asentimiento de comprensión, mas a pesar de ello me sentía muy mal por mi comportamiento e irresponsabilidad.

Al final terminó ocurriendo lo inevitable en tanto que el agua seguía su avance, y aunque nos refugiamos en una cabaña que estaba allende a una escarpada montaña, sin dejarnos un descanso ni unos instantes para reflexionar, el agua continuó su avance. Retornamos a salir de ahí todos juntos con renovado frenesí, y aunque notaba rencor en los ojos de mi mujer y perplejidad en los de la otra, nos unimos los tres para salir como pudimos de ahí. Supongo que teníamos una conversación pendiente en vísperas de una futura reconciliación, pero en esos momentos lo importante era salir con vida. Quizás pensando en estas cosas, me despisté y me hundí en las aguas sin darme cuenta, y cuando ya quise apercibir mi situación ya estaba a relativa profundidad en comparación al escaso nivel de la tierra. En tales profundidades pude atisbar gran cantidad de seres de un tamaño y de una oscuridad inmensas, tan enigmáticos eran que ahora mismo no sabría describirlos con seguridad, se dirigían en mi dirección abriendo las fauces dispuestos a tragarme, ya notaba sus afilados dientes rasgando mi piel cuando ví una especie de tubo, me agarré a él con todas mis fuerzas, y salí al exterior con vida.

Se trataba de mi mujer, ella me había salvado de mi cautiverio acuífero, y se encontraba junto a la mujer con la que había mancillado su memoria. Ambas estaban bastante preocupadas, mas al comprobar que seguía con vida a pesar de los rasguños y mi cadáverica palidez, respiraron con alivio. Pero aquello no duró mucho tiempo porque el agua continuaba su imparable avance y tuvimos que salir otra vez por patas. Mas en aquella ocasión la inundación vino acompañada por grandes olas, las cuales hicieron que todos nos dividieramos en grupos cada vez más pequeños. Reinó el caos y la confusión, las únicas constantes que ahora regían el mundo, y tanto fue el azote que acabé solo y aislado de todo y de todos, escalando unas escapardas montañas plagadas todas ellas de húmeda hierba debido a la gran cantidad de agua como si fuera yo un ermitaño abandonado.

Finalmente llegué a una especie de ermita, y aquí fue donde encontré el papel y el lapiz con el que entretení mi tiempo redactando lo que el lector tiene ante su mirada. Mientras así escribía, el agua continuaba su ascenso, anegando todo a su alrededor, y ahora me pregunto si a la humanidad le queda tan sólo una oportunidad aunque fuera para sobrevivir. También me ha dado por pensar en torno a mis experiencias en estos apocalipticos tiempos, en las extrañas criaturas acuáticas que ahora poblan lo que antes era tierra firme, en los refugíos donde he dormitado, y por supuesto en mi mujer y en aquella amable dama... Creo que no he sido merecedor de ellas, como tampoco de seguir con vida. Ahora me arrepiento de muchas cosas, aunque supongo que es tarde. Desconozco si esas criaturas terminaran por devorarme una vez que el agua sobrepase mis pantorrillas, como también si alguien leerá esto que dejo aquí escrito y cubierto por un soporte de plástico. En fin, poco me queda por decir. Tan sólo desear ánimo a quienes sobrevivan, y que si existe una humanidad en el futuro acojan este testimonio de la tragedia como documento histórico respecto a lo que pasó.


O... ¿Quién sabe? Puede que esas criaturas marinas desarrollen inteligencia con el tiempo -si es que no la tienen ya- y puedan descifrar estas letras, y leer lo que ellas mismas causaron. Si es así, que sepan que no les guardo rencor. Que las perdono del mismo modo a como creo que me perdonó mi mujer a mí, puesto sería injusto que me encerrara en mi odio sabiendo que otros me han perdonado a lo largo de mi vida mis desmanes también. Si estas criaturas heredan la civilización creo que es aconsejable que recojan testimonios como estos en los que se aporta la pespectiva de los anteriores pobladores de este planeta, para así tener otra visión de lo ocurrido. Aunque bueno, puede que esté desvariando en demasía y que no tenga sentido lo que estoy escribiendo para acabar esta narración. Será lo mejor dejarlo aquí. 

sábado, 7 de junio de 2025

Brujería y locura

 Sin saberlo, el ser humano vive una especie de existencia doble en la que se toma demasiado en serio aquello que con arrogancia suele denominarse "la vida real" En esta tesitura, tenemos por un lado la existencia vigil que es toda ella mera ficción y que las personas creen que es su auténtica vida, y por otro lado, tenemos la existencia onírica que es aquella que verdaderamente nos configura y que supone el plano superior donde se congrega todo el flujo de la verdadera existencia. Sin embargo, pocos son los que llegan a darse cuenta de esta enterrada verdad, y muchos menos quienes comprenden su misterioso mecanismo, logrando así trascender en el conocimiento universal de los sueños. Quizás porque hemos partido desde siempre considerando los sueños como una ilusión, hemos acabado perdiendo el interés en lo mismo alejándonos de este saber que tanto nos comunica sobre lo que verdaderamente somos nosotros mismos.

Hubo alguien entre los pocos que lo han logrado que consiguió dominar esta arcana sabiduría, y que a falta de un nombre mejor suele ser denominado bajo el apelativo de "soldado-brujo" Desde que investigo estos extraños asuntos he escrito algunas cosas sobre él, intentando entender cómo llegó a esos conocimientos, y con ello, sólo he logrado extraer algunas anécdotas. No obstante, respecto a su existencia vigil sé poca cosa, ya que no hay mucha información en relación a su paso por el mundo. Lo que si sé de acuerdo a algunos confidentes es que su paso por el pretendido mundo real ha estado plagada de escollos, sus semejantes nunca se lo han tomado verdaderamente en serio y eso ha dado como resultado que acabase forjando un carácter sumamente huraño, junto a la inevitable consecuencia de considerarse a sí mismo una suerte de ermitaño debido al escaso contacto que tiene con la sociedad.

En general, la mayoría de las personas lo consideran un fraude, un paria muy charlatán que vive en las nubes desde hace largos años, y cuyo comportamiento es bastante extravagante. Ya desde su juventud se adiestró a sí mismo gracias a luengos y envejecidos tomos de algunos libros en la práctica de la magia negra. Sus familiares, seres queridos y allegados nunca se lo tomaron excesivamente en serio, y aunque le temían para sus adentros, en público siempre mostraban un claro desdén por su tarea, que no era otra que conseguir el dominio de la magia. La mayoría de las gentes consideraban que se hallaba embarcado en una tarea cuanto menos vana, que tendría que ocuparse de asuntos mas mundanos de cara a encauzar su vida. Pero este rara vez les prestaba atención e insistía en dominar las artes mágicas y conseguir manipular los elementos de acuerdo a sus intereses.

Su única equivocación al respecto fue el intentarlo y aplicarlo al mundo vigil, puesto que tras algunos años de secreta investigación se dió cuenta que donde podía aplicar en plenitud su recíen adquirida sabiduría era en el mundo onírico, y que una vez que desplazase el fundamento ontológico al ámbito de los sueños sería donde conseguiría un pleno dominio de la magia, especialmente la negra que era aquella que dominaba de forma natural, como si hubiera nacido coj ello. Y sin duda lo consiguió, ya que terminó campando por el mundo onírico como un rey a pesar de que nunca aceptó un reino concreto como propio. Mas bien causó una serie de escándalos entre el común de las gentes, los cuales le despreciaban a la par que le temían como acontecía con sus semejantes del mundo vigil. Pero, no obstante, sí que obtuvo el consecuente respeto e incluso admiración de diversas criaturas que transitan por el mundo onírico desvastando todo a su paso, y por ende, provocando pavor hacía todos aquellos que se denominan humanos y que suelen repeler de todo aquello que consideran distinto a su configuración mental y física.

Uno de los episodios más sonados del soldado-brujo fue en relación a un internado psiquiátrico que se encuentra en la linde con las zonas prohibidas del mundo onírico que suele llamarse Yosk por todos aquellos que tienen ciertas nociones de geografía. Lo extraño de este internado era que sólo era habitado por mujeres, algunas de ellas meramente desquiciadas por las circunstancias que habían vivido, otras que eran consideradas locas a fuerza de repetirselo, y algunas otras que eran brujas. Respecto a estas últimas, a diferencia de los procesos inquisoriales del mundo vigil, no eran llevadas allí por su dominio y manipulación de los elementos, sino porque verdaderamente eran un peligro para la estabilidad del mundo de los sueños en tanto que asesinaban impunemente a las gentes para realizar determinados rituales, aunque otras veces era por mera diversión. Algunas de ellas se habían vuelto tan poderosas que se mutaron interiormente en arpías y lamias, logrando con ello unas capacidades que hasta día de hoy resultan cuanto menos inhóspitas e insospechadas.

En relación a esta aventura, el soldado-brujo consiguió una serie de hechizos que le permitía poseer a sus victimas, logrando con ello manipularlas para que satisfacieran sus deseos. Había estado ensayando en una aldea muy tranquila que recibía el nombre de Umbrel, y que suele ser aquella que se encuentra habitada por aquellos que todavía no han logrado apercibirse en el mundo onírico, perdiendo así su autonomía espiritual y vagando en la inconsciencia. Además, suele ser el primer lugar que conocen aquellos que en su edad adulta sueñan. Así, pues, el soldado-brujo usó de susodicha aldea como experimento de sus mágicas habilidades, logrando que se rindiera culto al caos y al desorden. Tanto daño hizo a la zona que desestabilizó al mundo onírico durante bastantes años, puesto que sus habitantes corrían de un lado para otro en un frenesí apoteosico, y a las veces cometiendo agresiones y asesinatos a quienes antes consideraron amigos. Sin duda, toda una locura enfermiza que sólo se logró paliar haciendo algunos reajustes y produciéndose una serie de deportaciones de nativos por el bien de la comunidad.

Sin saber cómo, el soldado-brujo logró internarse en el sanatorio mental, y recorriendo sus múltiples galerías comenzó a poseer a las pacientes, experimentando así con sus cuerpos y realizando acciones impías. Las autoridades del reino no sabían qué hacer, pues en cuanto la noche reclamaba lo suyo y las sombras se convertían en los únicos adornos del lugar, el soldado-brujo se insertaba entre los sótanos del internado y no había manera de sacarlo de ahí. Algunos decían que además de levitar, era capaz de atravesar las paredes, de ahí la imposibilidad de atraparlo puesto que en cuanto despuntaba el sol lograba escapar con entera impunidad. Parecía que nadie era capaz de hacer nada, por muchos efectivos que se mandaran a hacerse con él, todos entraban como salían del susodicho edificio: completamente desconcertados.


De entre todas las víctimas, hubo algunas que se dejaron poseer voluntariamente, y que incluso lograron escapar con el soldado-brujo hacía desconocidas tierras. Estas eran las arpías y las lamías, las cuales se sentían inevitablemente atraídas por el oscuro influjo del soldado-brujo, y que desde entonces sellaron con él un pacto de fidelidad en carne y en sangre.


A través de los oscuros pasillos y de las húmedas celdas, ocurrían cosas tan impías como blasfemas que sólo la ausencia de luz lograba dejar latentes y en la duda. Se sospecha que se hicieron bastantes rituales a lo largo de aquellas noches, y que incluso se invocaron una serie de criaturas polimorfas que aún habitan entre los corredores después de la huída del soldado-brujo y las arpías. Esto se sabe porque poco después de estos sombríos acontecimientos se decidió desalojar el edificio, y ya de paso la aldea entera por temor a que estas criaturas de las noche devorasen y sodomizasen a mas victimas inocentes. Todos se encontraban claramente atemorizados con tan sólo pensar en la posibilidad de encontrar a una de estas criaturas, de las cuales debido a su extrañeza aún no han recibido una denominación exacta. Tanta era su variedad de deformidades y de poderes oscuros que resultaba imposible ponerles un nombre adecuado a todas ellas.

En relación a esta terrorífica aventura, algunas brujas verdes de la zona norte del mundo onírico, decidieron pedir ayuda al soldado-brujo respecto a una cuestión que para ellas era de gran importancia. Por lo visto, en la academia de brujas del poblado de Usk se había dando un incidente cuando una de las brujas más avanzadas optó por hacerse con el poder de toda la institución, provocando con ello que algunas de sus hermanas terminaran enclausuradas entre los muros de lo que antaño fue su hogar. Quizás debido al episodio de la institución mental y al dominio del soldado-brujo en relación a los hechizos de posesión, de invocación ritualística y de nicromancia, pensaron que sería una buena decisión el contar con él.

Se reunieron en la planta inferior, que era aquella que aún no había sido profanada, y le insistieron en la necesidad de aplacar el poder de la autoproclamada "reina de las brujas verdes" Obviamente, el soldado-brujo no iba a acceder a sus demandas a cambio de nada, y les insistió varias veces a lo largo de la conferencia que si accedía sus peticiones era a cambio del pleno control de las brujas verdes de la zona. Con muchos titubeos estas finalmente dieron asentimiento al trato, firmando así un sólido acuerdo en impía sangre. Aquello regocijó en grado sumo al soldado-brujo que resultando un paria en el mundo vigil, ahora era casi un semi-dios en el mundo de los sueños debido a la cantidad de acolitos que ahora le servían para los más diversos asuntos y tareas.

Poco después de firmar el acuerdo, el soldado-brujo fue ascendiendo con cautela los diferentes pisos que componían el edificio de las brujas verdes, y prestando suma atención a cada infimo movimiento, a cada tenue sonido y a cualesquier presencia presentida de soslayo, avanzó sin demasiada dificultad. Lo que más le extraño era que las diferentes salas que ahora tenía ante los ojos no correspondían con aquellas que se reflejaban en los planos que le habían dado las brujas verdes, mas bien parecían lugares que le sonaban de antaño, de cuando era niño y habitó diferentes casas antes de hallarse en la que ahora se aposentó en su vida vigil. Al principio pensó que se trataba de una especie de broma en forma de hechizo ilusorio, mas en realidad aquellas habitaciones no daban pie a engaño, y a excepción de algunos plotoplasmas que flotaban por las salas, todo permanecía impoluto.

Cuando ya se encontraba en la penúltima planta, una especie de estremecimiento interno le recorrió el espinazo cuando reconoció en lo que veía una amplia sala que daba acceso a una serie de habitaciones que había recorrido cuando era niño todavía. Todo se encontraba tal y como recordaba, incluso los plotoplasmas y otras sustancias y neblinas fantasmales habían desaparecido de su vista. Se detuvo dejando a próposito que la añoranza le invadiera, accediendo a la habitación donde él mismo había dormido cuando era un inocente chiquillo. De repente, le dominó una especie de temblor interno que le reveló una verdad de la que hasta entonces era ignorante. Justo en esa habitación había tenido un sueño que se fusionó con la vida ordinaria en la que una mujer ataviada con una capa blanquecina le contó determinados secretos que hasta ese momento había olvidado, pero que de forma repentina había recordado como si aquello lo hubiera vivido ayer.

"Entonces... Lo que soñamos y lo que vivimos puede llegar a fusionarse siguiendo determinados patrones..." pensó realizando una serie de muecas que correspondían al éxtasis que estaba sintiendo en esos momentos. Sólo se detuvo unos instantes para pensar y repensar susodicha sentencia, y acto seguido se dió la vuelta para acceder a las escaleras de caracol que le conducirían a la última sala. Incluso aquellas escaleras de frío marmol fueron rapidamente reconocidas como parte de aquella casa que visitó y que habitó tantas veces cuando era un niño, reconociendo así cada uno de sus recovecos como fragmentos de su pasada infancia que ahora aprehendía con la mente "¿Quién iba a pensar que estos recuerdos ahora recobrados me iban a conducir a un conocimiento que guardaba dentro de mí mismo, pero que siempre estuvo lantente?" terminó de preguntarse justo al entrar a la sala más elevada del edificio.

Y allí arriba, adornada con una verdosa bruma que la circundaba se hallaba la reina de las brujas verdes que correspondía a aquella que había visitado sus sueños de niño. Estaba prácticamente igual, a excepción de que sus cabellos negros se encontraban ahora desperdigados y la túnica blanca había sido sustituida por una entre marrón y verdosa. Nada mas verla, el soldado-brujo optó por el silencio durante los primeros instantes, para acto seguido realizar una serie de movimientos de su dedo índice y anular que correspondían a una serie de hechizos de reconocimiento. La bruma se aplacó siendo sustituida por la nitidez, y la reina verde se desplazó en su dirección sellando un pacto que transfiguró la oscurecida sala en los altos torreones de un desconocido castillo. 

En tales alturas reinaba la noche y el fulgor de la pálida luna, y la reina verde se unió al soldado-brujo relatándole los saberes secretos que tenían que ver con la relación existente en forma de invisible puente que aunaba los sueños con la existencia material. Y conduciéndole por los pasillos del sombrío y desgastado castillo, le llevó a una biblioteca plagada de volúmenes que se encontraban en relación directa con esta temática. Desde entonces el sueño de las gentes que habitan alguno de estos mundos ha sido mas inseguro, y la vida vigil más parecida a la onírica de lo que aparenta ser para los desconocedores de estos hechos. Ahora las tinieblas han reclamado su posición frente a la totalidad del cosmos, y consecuentemente los días parecen acortarse para ceder a favor de túmulos sombríos. Se desata una tormentosa tempestad, dando pie a la aparición del soldado-brujo que sobrevuela la existencia con la facilidad de una araña sostenida en su hilo.

domingo, 1 de junio de 2025

El reloj misterioso

 En mi mocedad me regalaron un reloj muy extraño que tan sólo comprendía cuarenta y ocho minutos. Aquel fue un regalo de mi padre y de mi abuelo, lo único que me recordaba a ellos. No era un reloj muy común desde luego, pues no tenía horas. Se trataba de un artefacto dorado circular que únicamente comprendía de minutos y de segundos, una aguja muy larga correspondía a los primeros y una segunda muy corta a los otros. Lo restante, era una suma de puntos negros que daban 48 si los contabas. Yo era muy pequeña por entonces, y acepté este hecho con naturalidad. Para mí era un reloj normal, pero según fuí creciendo y me dí cuenta de sus peculiaridades. Caí en la cuenta de que era un aparato muy extraño que a pesar de su apariencia, no se trataba propiamente de un reloj al uso.

Como dije, me lo regalaron mi padre y mi abuelo, los cuales no se llevaban nada bien. Fue extraño también este hecho, el que colaborasen por primera vez en algo referente a mí. Probablemente el adquirir el reloj donde fuera que se hicieron con el, fue el único proyecto en el que se pusieron de acuerdo. Por aquellos años eso tampoco me resultó raro, ya que aunque sabía que no se tenían mucho cariño, para mí era algo natural que lloviesen los regalos independientemente de cual fuera su procedencia. Sin embargo, lo que sí me resultó cuanto menos extraño incluso en aquellos años de la infancia fue que tras darme el susodicho reloj, ambos desaparecieron de la vida de la familia y por tanto de la mía también. Fue condecederme aquel presente, e irse para siempre allí donde nadie sabía.

Hablaré también de otras de las peculiaridades de aquel inusitado "reloj", lo llamaré así a falta de un nombre mejor puesto que en un sentido estricto aquello no era un reloj como dije antes. En fin, aquel aparato con forma de reloj no tenía un funcionamiento independiente. Es decir, las agujas que correspondían a los segundos solo se movían cuando lo mirabas directamente, y seguían moviéndose hasta que la suma de 60 segundos dieran un minuto, y así sucesivamente... Parecía que aquel objeto en apariencia inanimado tenía vida y que esperaba el momento en el que se le prestaba atención para accionarse. Si no se le miraba, guardándole en un bolsillo o en un abandonado cajón, permanecía marcando el segundo y el minuto exacto en el que se quedó cuando dejabas de mirarlo.

Aquello ya también me perturbó por entonces, mas sobre todo a mi madre que temiéndose lo peor, terminó guardándolo en un armario que yo bien conocía.


Durante mi niñez no presté mucha atención a este supuesto reloj, mas una vez que ya entré en la adolescencia me acordé de el y decidí hacer mis investigaciones al respecto. Y cuando ya lo tuve en la palma de mi mano, comencé a examinarlo por un lado y por otro. Parecía que no se le podía abrir por ningún sitio, pero seguía actuando del mismo modo: los segundos que se vertían en minutos sólo se desplazaban cuando se le miraba directamente. Creo que permanecí unos diez minutos aproximadamente contemplando cómo las agujas se desplazaban a instancias de mi pupila hasta que llegó mi madre espantada y me arrebató el artefacto de las manos. Acto seguido, lo guardó en un lugar que yo ya no conocía y me lanzó una buena reprimenda.

A partir de entonces, tras observar con atención el desplazamiento de aquellas agujas negras, todo en mi mundo pareció cambiar. Y aunque no fue un cambio que se notase a primera vista, si se prestaba atención se revelaba estremecedor. Todo parecía más oscuro, grisáceo y triste. Parecía que había más nubes negruzcas en el cielo y que el carácter de la gente era más aciago. Incluso mi madre, con la que hasta entonces había tenido buena relación, comenzó a evitarme y a tratarme como si fuera una desconocida. En el instituto me ocurrió igual, de repente mis amigas se distanciaron de mí y los profesores me bajaron mis buenas calificaciones como por arte de magia. Me daba la sensación de que el mundo se convirtió para mí en un ambiente un poco más hostil, y que todo aquello que me rodeaba se conjuraba contra mí.

En tal tesitura comprenderá el lector mi estremecimiento interno, pero aún con ello seguí con mi vida lo mejor que pude. Acabé el instituto con unas notas medianas y sin amistades perdurables, y tras fracasar en mi intento de sacarme una carrera decidí dedicarme a un trabajo cualquiera que me permitiera independizarme para no tener que aguantar el humor huraño de mi madre. Sin embargo, la presencia de aquel reloj en mi mente seguía perturbándome, quería indagar más acerca del mismo y así descubrir de dónde nacían tantas desgracias... Pero lamentablemente, no lo pude encontrar en todos aquellos años, y desistiendo de tal empresa me dí a la mala vida para olvidarme de mi obsesión.

Comencé a beber grandes cantidades de alcohol, a probar diferentes drogas que me alejaban de mi decadente realidad, e incluso a traer a desconocidos a casa que me trataban como a una vulgar fulana para satisfacer sus impíos deseos. Me odiaba a mí misma cuando recurría a aquellos métodos, incluso lloraba cuando me encontraba en soledad sitiéndome desgraciada una vez que recuperaba un ápice de consciencia. Pero era la única manera en la que mi mente podía descansar de los efectos que le producía el rememorar la existencia del dichoso reloj. Desconocía la razón, mas el vivir sabiendo que aquel objeto se encontraba en alguna parte y que yo no podía acceder a el, me deprimía todavía más de lo que ya lo hacía mi melancólica existencia. Además, advertía que la causa de mi desgracia se encontraba inserta en aquel artefacto, y que por lo tanto, la solución a la misma también se encontraba cobijada en su seno.

Así, pues, sin pensarlo dos veces acudí presurosa a la casa donde pensaba que aún vivía mi madre. Pero cuando llegué al lugar, solo pude ver un montón de escombros carbonizados y de cenizas grisáceas. Pregunté a uno de los vecinos y su respuesta me dejó en el sitio. Por lo visto, hacía unos años que aquella casa estaba abandonada y que un día repentinamente salió ardiendo. Pensaron que probablemente fueran unos gamberros, que por mero entretenimiento decidieron pasar la tarde haciendo que una estructura ardiera e iluminase el cielo nocturno con sus llamas. El caso fue que tardaron en darse cuenta de aquel hecho bastante tiempo, de ahí que todo acabase tal y como lo encontré. Cuando le pregunté si se pudo salvar algún objeto, haciendo especial insistencia en el mentado reloj, aquel vecino me respondió con una mueca de desconocimiento. Así que me despedí con premura y decidí seguir investigando por mi cuenta.

Pasé toda aquella noche hurgando entre los pedazos negruzcos de lo que fue mi casa, pero no encontré nada. Al día siguiente acudí a la policía, y estos no pudieron decirme nada sobre mi madre ni mucho menos sobre el susodicho reloj. Hasta contraté a un detective para que me ayudase a recabar datos, y nada. Parecía que mi madre había desaparecido del mismo modo a como lo hicieron mi padre y mi abuelo tras regalarme aquel reloj. Era verdad que ya no tenía precisamente una buena relación con mi madre, mas aún así consideraba que tenía derecho a saber qué había pasado. Pero todo aquello eran excusas, en verdad mucho más allá de la casa e incluso de mis familiares, lo que en realidad más me importaba era descubrir dónde estaba aquel reloj que había sido mi perdición, pero que sin embargo podía ser también mi salvación.

Tras una búsqueda infructuosa que duró largos años, supe a través de un contacto que conocí en internet más información acerca del susodicho reloj. Nos reunimos en un bar desvencijado que se encontraba en las afueras, pero que era lo suficientemente seguro para que ellos no lograsen interceptarnos. Aquel hombre era un anciano demacrado que vestía viejas ropas desgajadas aquí y allá, y que hablaba mediante carraspeosos susurros. Fue el que me contó que aquel aparato que describía en mi anuncio era un Trofix, una especie de instrumento que es utilizado por ciertos chamanes y druidas de nuestros tiempos para acceder a una realidad alternativa. Al principio me reí de sus insinuaciones, pero cuando comenzó a describir su funcionamiento y sus efectos en el mundo, me estremecí reconociendo que aquel anciano con aspecto de mendigo hablaba con sumo conocimiento de causa.

A partir de ese momento empecé a tomar muy en serio sus aseveraciones, temblando a cada rato al reconocer el reloj que me regalaron en sus descripciones. Mas, cuando le pregunté cómo podría recuperarlo, aquel hombre me miró con unos ojos cargados de auténtico pavor, y con las manos crispadas dió un golpe a la mesa saliendo despavorido. Tan rápida fue su huida, que aunque lo intenté no pude llegar hasta él. No me explicaba cómo un anciano tan demacrado y débil podía huir cual si fuera hermano del viento, mas el caso era que ya no se encontraba por aquel bar ni tampoco en los alrededores. Ya en el exterior, grité con desesperación, alzando los brazos y suplicando a algún dios que me ayudara a encontrar aquel reloj que ahora sabía que se llamaba Trofix.

Desde entonces mi vida fue todavía más desgraciada si cabe, pues dejé de llevar una existencia común y cotidiana para dedicar mis esfuerzos a la búsqueda de aquel aparato. Comencé a buscar información en los lugares más inhóspitos, a leer libros extraños que sólo podían encontrarse en sitios impíos, a entablar relación con gente cuanto menos desquiciada, a entrar de lleno en una faceta de realidad hostil y denigrante... Y con el tiempo, terminé mutando junto al ambiente degenerado con el que me relacionaba. Mi única motivación en todo aquello era recopilar información en torno al aparato de mis infortunios que me permitiese hallarle, y aunque ciertamente logré descifrar ciertos misterios que podrían estar relacionados de un modo un otro con el reloj, nada me llevó directamente al mismo. Todo eran caminos targenciales, meros apuntes que solo servían para inflamar momentáneamente mi esperanza para acabar conduciéndome a los infiernos.

Sin embargo, una noche de mi avanzada senectud, ocurrió algo cuanto menos extraño pero digno de mención. Mientras estaba tirada en una cama despeluchada de una mísera pensión intentando dormir sin resultado como acostumbraba a ocurrirme, una presencia sombría se esmaltó en la pared de enfrente. Al principio me asusté, mas cuando intenté moverme me fue imposible realizar el más minímo movimiento. Aquella entidad antropomorfoide me dejó paralizada, sin capacidad tan siquiera de emitir el más mínimo ruido a través de mis labios. Cada vez estaba más cerca, se deslizaba como levitando a impulsos de la oscuridad que me rodeaba, la cual era cada vez mayor. Y cuando ya estuvo lo suficientemente cerca para poder observarlo, me di cuenta de que era un hombre muy alto, todo él vestido de negro mas con un semblante muy blanco. Pero cuando desplazó sus brazos en mi dirección, descubrí que aquellas manos no eran humanas sino más bien garras de las que colgaban unas uñas mugrientas.

Aquel ser apestaba, y producía una insólita repulsión. Pero yo no podía apartarme de él por mucho que quisiera. Había un ambiente de tensión que podía olfatearse en el aire a través de esa pobredumbre, sentía que sus ojos entre verdosos y rojizos que mutaban dependiendo de su disposición me atenazaban del mismo modo que hubieran hecho sus garras de cuervo. De repente, a través de la palma de su inmunda mano, posó lo que parecía una caja sobre mi estómago. Sin saber por qué, no pude apartar la mirada de aquella caja y tanta atención presté a su presencia que no pude advertir la marcha del ser antropomorfo que me la entregó. Y, aunque seguía su nauseabundo olor y el recuerdo de su horripilante apariencia en la sala, él materialmente ya no estaba ahí.

Cuando me di cuenta de que había recuperado la movilidad, sin pensármelo dos veces me abalancé sobre aquella caja como una loca desquiciada. Pero cuando ya estaba a punto de abrirla, algo en mi interior me frenó y me hizo recular. Me metí en el bolsillo de mi envejecida y sucia bata la mencionada caja, y con un boligrafo que estaba tirado por la zona y un conjunto de papeles que logré juntar que estaban esparcidos por el suelo, comencé a escribir lo que el lector tiene ante los ojos. Desconozco qué me llevó a reaccionar así, mas una suerte de impulso interno me llevó a consignar todo lo que había vivido en relación al reloj por escrito, quizás como una especie de advertencia para los curiosos, pero sobre todo para aquellos que se encuentren en tesituras semejantes.

Y ahora tras contar todo esto, me dispongo a abrir la caja con un cierto temor que puede ser comprobado por mi respiración entrecortada a la par que por mis arrugadas manos temblorosas... Efectivamente, lo que tengo ante mis ojos es aquel artefacto denominado Trofix. En tanto que contemplo el sucederse de sus agujas que tras tantos años vuelven a ponerse en movimiento, siento una densa negrura que me rodea y que se apodera de mi alma. Me da la sensación de que mis fosas nasales se taponan, que mis labios se me quedan pegados hasta acabar sellados, que mis ojos se salen de sus órbitas buscando introducirse en el reloj... Puedo percibir ciertas vibraciones, ciertas voces que carraspean con frenesí al rededor de mí... Conocen mi nombre... Oh, allí está la abertura... Todos me están esperando allí donde... (Lo que se encuentra en lo sucesivo resulta ilegible)