Dejo esto escrito en este cuaderno desvencijado y húmedo de cara a que las generaciones futuras -o los sobrevivientes- puedan saber no sólo mi paso por esta tragedia, sino también acerca de este desastre en sí mismo. Lo más seguro es que cuando lo encuentren yo ya no esté en este mundo debido a lo díficil que resulta tener una vida plena en estás circunstancias. Espero que hasta el momento que se lea esto todo se haya solucionado, y que las vivencias de quienes lo sufrimos en su momento se queden en la anécdota histórica. Así, pues, paso a narrar lo que aconteció desde el principio hasta el momento en el que decidí escribir sobre estas hojas desgastadas con un lapíz mohoso.
Antes de que el desastre comenzase y se desarrollase, yo me encontraba en el lugar en el que todo comenzó, es decir en la cárcel estatal de T. Iba a visitar a un confidente que me brindaría una información que me serviría de ayuda de cara a desempeñar mi oficio. Obviamente, como quizás presuma el lector, este oficio no tenía nada que ver con la legalidad, pero esto no viene al asunto. El caso fue que allí estaba esperando en la inmensa cola donde acudían familiares y amigos de cara a visitar a los presos cuando me percaté de un extraño movimiento que empezó a desarrollarse en uno de los pabellones que estaban abiertos al público, era el quinto creo recordar. Ahí se produjo una agitación inusitada cuando uno de los criminales que estaban en la sala cayó al suelo presa de mil espasmos.
En ese momento me escabullí de la cola, e infiltrándome en el susodicho pabellón, contemplé un espéctaculo que me dejó estupefacto. El hombre que sufría tales compulsiones empezó a mutar hasta tal punto que su forma se alteró en su totalidad, transformándose paulatinamente en una especie de estrella marina. Sus miembros comenzaron a hincharse con inusitada gravedad, y los poros de su cuerpo se expandieron tanto que formaron una especie de esporas de las que manó agua con una profusión tal que era imposible imaginar que el cuerpo humano fuera capaz de almacenar tanta cantidad de líquido. Al poco, el pabellón entero se inundó completamente de una agua con un olor pestilente, lo que hizo que se desatara la anarquía de toda la gente que se encontraba congregada al rededor del incidente. En lo que a mí se refiere, escapé de allí a todo correr lo mejor que pude, abalanzándome en dirección a la salida como si no hubiera un mañana.
Una vez en el exterior contemplé que aquellas aguas ya se habían derramado hasta ahí, y tremendamente desconcertado caí en sus profundidades presa de una confusión sin nombre. Nada mas hundirme en las mismas abrí los ojos y pude ver como millares de extrañas particulas iban formándose en las enturbiadas aguas, adoptaban unas formas cuanto menos inusitadas y en cuestión de segundos ví como estas llegaban a su apogeo. Sin embargo, lo que me aterrorizó fue el comprobar como los seres que se metamorfoseaban eran una especie de cebras marinas que me miraban con ira, e incluso con furia, en tanto que también contemplé cómo estos seres arrastraban a personas que también habían caído en las aguas, y que los arrastraban hasta las profundidades dejándoles sin aire. No quise comprobar lo que pasaba después, así que salí de ahí como pude agarrándome al terreno sólido del exterior como pude.
Ya fuera del agua enturbiada, observé sumamente perplejo que esta cada vez era mayor, que se expandía con gran frenesí, y que quienes caían en sus redes presa de la desesperación y el desconcierto del momento, no salían y resultaban sepultados por esa plaga de extraños seres que se desarrollaban con insospechada rapidez. Sin dudarlo ni un segundo salí por patas en dirección a la tierra que era lo único que me aseguraba la supervivencia, mas era harto díficil en tanto que cada vez el agua era mayor y las víctimas fatales que caían en sus húmedas redes también. Creo que no corrí más en toda mi vida, saltando incluso como podía sobre montes y pequeñas escarpaduras para intentar salir sano y salvo de aquella pesadilla que ahora contemplaba con los ojos como platos debido a lo atónito que me encontraba.
Lo poco que lograba contemplar en mi huida fue el aumentar de las aguas y el exilio frenético de centenares de personas que como yo se encontraban muy asustados, algunos no tenían buena suerte y el mas leve traspie producía una caída que significaba la muerte segura. Incluso, me dió la sensación cuando mire de soslayo en dirección al agua, de que una forma inmensa se agitaba en su interior atestiguando que se trataba de un ser de un tamaño descomunal el que ahora se desplazaba en sus profundidades. Aquello me puso los pelos de punta, haciendo que una sensación gélida me recorriera el espinazo, y me animase a huir con mayor premura. Pero en cuanto contemplé que un desvalido anciano caía en dirección a aquel ser marino, y que a los pocos segundos las burbujas que aquel viejo formó se convirtieron en una bruma sanguiolenta, no pude aguantar mas. Aquello era demasiado para mí y grité con desesperación mientras me marchaba de ahí por patas en tanto que comprobaba cómo el agua aumentaba por momentos.
Cuando subí algunas elevaciones arenosas, pude vislumbrar una especie de refugio que estaba en las alturas. No me lo podía creer, quizás estaría salvo de aquel infierno acuoso. Así que sin pensármelo dos veces me interné en el mismo como tantos otros, y me escondí entre sus muros. Una vez ahí fue cuando comencé a pensar en mi mujer, en si estaría bien y si se habría librado de aquella locura colectiva. Tenía que buscarla como fuera, llevarla conmigo a un lugar seguro como el refugio en el que ahora mismo me encontraba. Mas no obstante, no pude pensar mucho porque al mirar sin querer en dirección a una de las ventanas comprobé sin poder creérmelo que el agua había sobrepasado el marco. Podía atisbarse una serie de sombras que se desplazaban aquí y allá en busca de nuestra carne, queriendo sesgar nuestras vidas terrestres como si fuerámos alimento enlatado por las paredes del refugio. Subí con premura en dirección a las escaleras, y cuando localicé otra ventada en el tejado, me lancé en dirección a los arboles para usarlos como soporte de mi caída.
Huyendo, saltando de árbol en árbol como un mono, escalando sin cesar los montes cual cabra que aún no estaban anegados de agua, transcurrió un día. No había ni tiempo de reposar, pues el agua no cesaba en su avance por colmar a la tierra con su húmedad. Y entonces, allende a un bosque cercano, localicé los rubicundos cabellos de mi mujer que estaba huyendo desesperada como tanta otra gente. Me lancé en su rescate, y en cuanto la ví no pude evitar derramar algunas lágrimas de emoción hasta entonces contenida. La agarré de la mano y salimos corriendo como si no hubiera un mañana. No sé yo cuanto tiempo estuvimos huyendo con el corazón palpitante en la garganta, casi ni podíamos proferir palabra alguna puesto que la angustia impedía el pronunciar palabra alguna, e incluso el derrame de lágrimas que entonces nos eran inútiles.
Pero de nuevo, vimos otro refugio en las alturas. Esta vez era una especie de posta de madera que estaba mucho mas elevada que el refugio anterior, así que nos internamos entre sus travesaños desvencijados, y rezamos a Poseidón para que el agua no ascendiera más. Extrañamente, cuando ya caía la noche, la inundación pareció detenerse, o al menos, desarrollarse con mayor lentitud. Aún así, por si las moscas, nos situamos en la sala mas elevada del lugar, y contemplamos un curioso artefacto que nos dejó mudos. Se trataba de una especie de mecanismo recubierto de madera que estaba robotizado siguiendo una serie de patrones preprogramados, y que a la manera de un espéctaculo de marionetas contaba la historia de una mujer muy bondadosa que dedicó su vida al cuidado de los demás. Sin embargo, no pude llegar al final de esa historia porque se me caían los ojos del esfuerzo del día, y en tanto vigilaba a mi al rededor a las personas que dormían con nosotros, caí rendido sin percatarme de nada más que de los párpados entornados y del aliento contenido de mi mujer.
Al día siguiente, nada mas despertarnos, comprobamos con pavor que el agua seguía su imparable avance. Al mirar en dirección a una ventana ovalada pude vislumbrar que aquellos aterradores seres se ufanaban de nuestra indefensión aleteando de un lado para otro y expulsando de sus fungosas bocas burbujas en señal de combate. Sin probar un bocado de las viandas que los demás dejaron a medio comer, rompimos el tejado y nos prepitamos todos en dirección a esa salida improvisada. Ya fuera, nos lanzamos todos al abismo buscando zonas que requirieran de usar nuestras piernas y no nuestros brazos para desplazarnos. Por suerte los encontrabamos, pero no por mucho tiempo porque el agua seguía su inusitado avance con una endiablada saña.
Llegado el momento, en una encrucijada, mi mujer gritó desesperara diciéndome que teníamos que optar por un lado del camino mientras que yo prefería tomar otro que consideré más despejado. No teníamos mucho tiempo para insustanciales disputas, así que separamos nuestras manos y ella se lanzó por un lado en tanto que yo me dirigí a otro. Cuando ya me encontraba lo suficientemente lejos para darme la vuelta con relativa seguridad, ví que la zona por la que había transitado mi mujer ya estaba completamente anegada de agua. No pude evitar que millares de lágrimas acudieran a mis ojos, y presa del delirio comencé a gritar y a darme golpes en el pecho como un salvaje desbocado. Sentí tanta tristeza que empecé a pensar que mi vida ya no tenía sentido, mas a pesar de ello el instinto de conservación me impulsaba a seguir corriendo para salvar una vida que ya no tenía sentido.
Algunos días después, en constante huída frénetica y con escasos descansos, vislumbré una inmensa posada a relativa distancia. Aunque mas valdría considerarla un castillo, pues sus formas atestiguaban una antigüedad innúmera que había logrado vencer el impetú de la inundación. Escalé como pude sus inmensos muros, sosténiendome en los guijaros para salvar la vida evitando caer a las aguas, y cuando me encontraba en una de las principales salas, rompí las vidrieras con una piedra y me interné en sus lujosos aposentos. Allí me recibieron una mujer de dorados cabellos aunque cortos, y un hombre muy alto y moreno. No lo parecían, pero ellos me atestiguaron que eran hermanos, y a pesar de que había irrumpido tan violentamente en su mansión, me acogieron como a uno más. Me aseguraron que aunque tenían noticias de la gran inundación, hasta ahora el agua no les había alcanzado al estar incrustrados en una montaña. Aquello me alivió, y por primera vez en mucho tiempo pude descansar en una cama bien acolchada, y por tanto sumamente cómoda.
No sé cuantos días pasé refugiado en aquellos muros, quizás una semana. Mas el caso es que en una de aquellas noches pude averigüar por algún caprichoso sentido interno aque aquella atractiva mujer me lanzaba miradas que atestiguaban una pasión caldeada que bombeaba un pecho exhausto por la tragedia, así que de manera un tanto vulgar nos metidos en un estrecho baño e hicimos lo que probablemente el lector haya adivinado. De hecho, a partir de ese momento, comenzamos a hacerlo prácticamente cada día, ya no sólo en el baño, sino también en la cocina, en las habitaciones, en las salas de estar... Vamos, en todos los sitios ¿Que si me sentía mal por mi mujer? Pues claro que sí, desde el primer momento en el que tuve aquel encuentro íntimo con aquella bella desconocida ya me sentía como un pecador sin redención. El realizar aquello producía en mi un sentimiento contradictorio y masoquista en el que sintiéndome mal y culpable encontraba cierto placer en mi desgracia, además también pensaba en que mi mujer ya estaba muerta y que quizás yo pronto lo estaría a su vez ¿Que mas daba insertarnos en el caos cuando era el caos lo único que dominaba el mundo?
Sin embargo, ni aquella fortaleza se encontraba al margen del poderío del agua, y cuando quisimos darnos cuenta, el agua había colmado todos sus al rededores. No me lo podía creer, pero tuvimos que retornar a la huída eterna. Mientras volvíamos a huir, mirando de soslayo como aquella primera vez en dirección al agua, pude atisbar una sombra inmensa que se deslizaba en las profundidades del agua. Aquella cosa debía de ser muy oscura, ya que producía una sombra cargara de negrura, mas lo que más me impresionó fue el comprobar que tenía una especie de faros verdosos que quizás hacían de ojos y que se quedaron en perpetua quietud en mi dirección, como si se hubiera dado cuenta de que me había percatado de su presencia. No sé por qué, pero me dió la sensación de que se burlaba por la tesitura en la que me encontraba. No escuché risa alguna, ni percibí una mueca de la entidad marina, mas en mi interior sentí una burla que me atenazaba el corazón como si este fuera agarrado por un par de horrendas pinzas, como de cangrejo.
Tras varios días de correr al raso sin apenas reposo alguno, nos topamos con un grupo de gente que se nos unió en la huída pensando que por ser un mayor número éramos mas fuertes, cuando yo para mis adentros consideraba que nos hacía vulnerables ante los depredadores marinos. No obstante, esto no fue lo que me turbó, sino el haber creído ver a mi mujer que daba por muerta entre aquellas gentes. Al principio pensé que se trataba de una suerte de engaño de los sentidos. mas una vez que el grupo terminó por unirse, me cercioré de aquella verdad. Imaginad la culpabilidad que sentí en aquellos momentos, mi mujer huyendo sin descanso de un lado para otro, y yo pensando que había muerto, sin guardar luto alguno, haciendo intimidades con la mujer que ahora me agarraba la mano. Exactamente la misma mano que me agarró ella cuando nuestros caminos se dividieron, y que finalmente se habían dividido no por la muerte ni por la distancia geográfica, sino por mi desesperada traición. En ese momento ella me miró a los ojos, y a través de ellos recibí un reproche pero también un asentimiento de comprensión, mas a pesar de ello me sentía muy mal por mi comportamiento e irresponsabilidad.
Al final terminó ocurriendo lo inevitable en tanto que el agua seguía su avance, y aunque nos refugiamos en una cabaña que estaba allende a una escarpada montaña, sin dejarnos un descanso ni unos instantes para reflexionar, el agua continuó su avance. Retornamos a salir de ahí todos juntos con renovado frenesí, y aunque notaba rencor en los ojos de mi mujer y perplejidad en los de la otra, nos unimos los tres para salir como pudimos de ahí. Supongo que teníamos una conversación pendiente en vísperas de una futura reconciliación, pero en esos momentos lo importante era salir con vida. Quizás pensando en estas cosas, me despisté y me hundí en las aguas sin darme cuenta, y cuando ya quise apercibir mi situación ya estaba a relativa profundidad en comparación al escaso nivel de la tierra. En tales profundidades pude atisbar gran cantidad de seres de un tamaño y de una oscuridad inmensas, tan enigmáticos eran que ahora mismo no sabría describirlos con seguridad, se dirigían en mi dirección abriendo las fauces dispuestos a tragarme, ya notaba sus afilados dientes rasgando mi piel cuando ví una especie de tubo, me agarré a él con todas mis fuerzas, y salí al exterior con vida.
Se trataba de mi mujer, ella me había salvado de mi cautiverio acuífero, y se encontraba junto a la mujer con la que había mancillado su memoria. Ambas estaban bastante preocupadas, mas al comprobar que seguía con vida a pesar de los rasguños y mi cadáverica palidez, respiraron con alivio. Pero aquello no duró mucho tiempo porque el agua continuaba su imparable avance y tuvimos que salir otra vez por patas. Mas en aquella ocasión la inundación vino acompañada por grandes olas, las cuales hicieron que todos nos dividieramos en grupos cada vez más pequeños. Reinó el caos y la confusión, las únicas constantes que ahora regían el mundo, y tanto fue el azote que acabé solo y aislado de todo y de todos, escalando unas escapardas montañas plagadas todas ellas de húmeda hierba debido a la gran cantidad de agua como si fuera yo un ermitaño abandonado.
Finalmente llegué a una especie de ermita, y aquí fue donde encontré el papel y el lapiz con el que entretení mi tiempo redactando lo que el lector tiene ante su mirada. Mientras así escribía, el agua continuaba su ascenso, anegando todo a su alrededor, y ahora me pregunto si a la humanidad le queda tan sólo una oportunidad aunque fuera para sobrevivir. También me ha dado por pensar en torno a mis experiencias en estos apocalipticos tiempos, en las extrañas criaturas acuáticas que ahora poblan lo que antes era tierra firme, en los refugíos donde he dormitado, y por supuesto en mi mujer y en aquella amable dama... Creo que no he sido merecedor de ellas, como tampoco de seguir con vida. Ahora me arrepiento de muchas cosas, aunque supongo que es tarde. Desconozco si esas criaturas terminaran por devorarme una vez que el agua sobrepase mis pantorrillas, como también si alguien leerá esto que dejo aquí escrito y cubierto por un soporte de plástico. En fin, poco me queda por decir. Tan sólo desear ánimo a quienes sobrevivan, y que si existe una humanidad en el futuro acojan este testimonio de la tragedia como documento histórico respecto a lo que pasó.
O... ¿Quién sabe? Puede que esas criaturas marinas desarrollen inteligencia con el tiempo -si es que no la tienen ya- y puedan descifrar estas letras, y leer lo que ellas mismas causaron. Si es así, que sepan que no les guardo rencor. Que las perdono del mismo modo a como creo que me perdonó mi mujer a mí, puesto sería injusto que me encerrara en mi odio sabiendo que otros me han perdonado a lo largo de mi vida mis desmanes también. Si estas criaturas heredan la civilización creo que es aconsejable que recojan testimonios como estos en los que se aporta la pespectiva de los anteriores pobladores de este planeta, para así tener otra visión de lo ocurrido. Aunque bueno, puede que esté desvariando en demasía y que no tenga sentido lo que estoy escribiendo para acabar esta narración. Será lo mejor dejarlo aquí.