Tras haber sobrevivido a una pequeña travesía acuática más allá de las tierras del norte, decidí replegarme en soledad a mi hogar. Por entonces, vivía en mi antigua casa aislado de toda humanidad como es mi costumbre. Debido a que había viajado para aprender nuevas artes mágicas en la academia que se encuentra en las fronteras oníricas, pensé que sería lo suyo ponerlas en práctica con la paciencia requeridas, y no tanto de la forma tan apresurada en que lo hice allí puesto que debido a que el edificio donde nos enseñaban una magia sumamente desconocida se encontrataba en una isla cercada por agua y donde reinaba una secreta conspiración respecto a una de las profesoras, digamos que no gocé del tiempo requerido para interiorizar los conocimientos velados y los conjuros.
Durante aquel tiempo se puso de moda en la zona de ciertos funcionarios que ejecutaban a la par la labor de aseguradores y de cobradores de impuestos, y como estos contratos se daban sólo dentro del sector privado, sus trabajadores asediaban a los clientes visitándoles constantemente justo en frente de la puerta de sus casas. Además, en esa época los seguros de vida y la necesidad de cobrar ciertos impuestos con antelación urgía debido a que la esperanza de vida resultaba nímia, pero cuya razón el lector descubrirá más adelante. De ahí esa premura y acoso por parte se estos funcionarios, que pensaban que cómo en esa zona vivíamos aislados de la ciudad sin apenas comunicación con el exterior, seríamos ignorantes de lo que estaba aconteciendo en nuestro mundo por entonces. Gran error al menos en mi caso, y mas teniendo en cuenta que aún siendo muy casero, no eran raras mis aventuras al rededor del mundo y sus diversas dimensiones.
Así, como decía, estos cobradores de impuestos acudían a mi casa una hora sí y otra también a lo largo del día. Como no había manera de callarlos y no aceptaban un no por respuesta, llegó el momento que decidí no insistir en mis negativas a sus servicios y me limité a escuchar, asintiendo a todo lo que estos me comentaban pero sin comprometerme formalmente firmando contrato alguno. Estos se largaban después de treinta minutos de perorata, y yo podía disfrutar de una hora de aprendizaje y de ocio hasta que acudiese el siguiente vende gaitas. Al final todos ganabamos, y a pesar de que el lector pueda considerar que tal tesitura era insoportable, os puedo asegurar que a todo se acostumbra el hombre.
Tiempo después, de repente durante una semana para ser exactos, estos cobradores de impuestos desaparecieron. Pueden imaginar cual sería la tranquilidad interna que sentía tras este descanso que fue muy breve porque justamente a la semana siguiente de esta aparecieron todos los funcionarios a los que había decidido seguir el rollo tremendamente enfadados y exigiendome dinero. Tan insolentes se pusieron que no les bastó con gritar y armar un jaleo impresionante frente a la puerta de mi casa de entonces, sino que además saltaron mi valla y se pusieron a pulular por el jardín, husmeando donde no debían. Incluso, cuando lograban atisbarme a través de la ventana, se ponían todavía más frenéticos a exigirme una compensación material debido a un conflicto de intereses entre agentes. Aquello era intolerable, no podía soportarse por nada del mundo.
Así que finalmente decidí salir al jardín bastante enfadado, y comencé a lanzar conjuros sobre todos estos intrusos. Estos no eran los típicos hechizos de la magia blanda y mucho menos de la magia blanca que sólo sirve de disuasión, sino que lo eran de la magia negra con peores intenciones, pues les lancé una serie de necrogiros que les provocó la muerte a todos ellos. La sangre, visceras y trozos de miembros arrancados de cuajo saltaban como si hubiera lanzado bombas a destajo, llenándolo todo de coagulos de sangre y de piel desgajada. No me quedaba otra, y puedo decir que me entretuve aniquilándolos uno a uno como un niño que se dedica a aplastar hormigas por mera diversión, además ¿Qué otra manera de mejorar mis habilidades mágicas que usándolas sobre el terreno?
Sin embargo, en tanto que lanzaba uno de los últimos necrogiros, tuve que desviarlo debido a que pude vislumbrar entre la lluvia sangrienta y los cuerpos disueltos, a una mujer que se encontraba tremendamente aterrorizada. A través de tal despliegue de violencia, pude advertir que se encontraba embarazada, así que desvié el conjuro y me ocupé en eliminar los pocos aseguradores agonizantes que se encontrabas arrastrándose por el suelo como ratas. Muchos me consideran un monstruo, incluso me acuñan el pertenecer al bando oscuro o a una de sus degradadas sectas, pero tengo la humanidad suficiente para no atentar contra una mujer embarazada que durante ese tiempo se encuentra en una situación de vulnerabilidad hasta el parto. Si fuera lo que muchos aseguran en torno a mí y mi magia, probablemente la hubiera asesinado a sangre fría, pero no lo hice.
Me dirigí entonces a su dirección, sorteando y apartando los cadáveres que tenía a mi al rededor, y le informé en torno a la razón por la cual ella seguía viva y coleando mientras que los demás no. Entre temblores, asintió en un principio a mis palabras con evidente temor. Mas cuando me senté a su lado y permanecí en silencio durante el espacio de algunos minutos, me contó su historia un poco más calmada. Por lo visto, uno de aquellos cobradores de impuestos la habían asesiado también hacía unos meses, y como no tenía el dinero suficiente para pagarles, se había visto forzada a casarse con uno de ellos. Al principio luchó con uñas y dientes por evitar el matrimonio, pero eran tantos y tan agresivos que le fue imposible rehusar. Con el tiempo, digamos que le había cogido cariño a sus captores, aceptó el matrimonio y se casó con uno de ellos, el cual también la había dejado embarazada para propagar la semilla de los funcionarios por toda la nación, y quizás en un futuro por el mundo.
Al ver todos aquellos cadáveres se había dado cuenta de que por fin después de todo aquel cautiverio era libre, pero aunque me agradecía que la hubiera liberado sin su consentimiento me guardaba algo de miedo tras haber contemplado sus ojos de lo que era capaz. Con una señal negativa de mi cabeza y mis manos intenté disuadirla respecto a que se encontrara en peligro, y poco después le abrí la puerta trasera de la casa para que se acomodase y descansara un poco. Como aún estando embarazada veía que se encontraba bastante demacrada y con claras señales se desnutrición, le ofrecí algunas viandas y manjares para que tal situación se sofocase.
Ahora, después de contar este episodio, le revelaré como prometí al lector lo que ocurría en aquella época y por la cual algunos cobradores de impuestos y aseguradores se estaban haciendo millonarios. Acontecía que en unos de los laboratorios ubicados cercanos a la zona industrial de la ciudad se habían escapado algunos ejemplares de Zokpull. Estas criaturas que eran hilemorfas entre humanos y los seres necrofágos mas allá de las montañas, devoraban a los humanos y quienes sobrevivían se convertían en una abominación mutante que adoptaba sus mismos comportamientos. Tal era su ferocidad y tenacidad que se habían desplegado desde la zona industrial hasta la ciudad, y se sospechaba que ya habían arrasado tales parajes en cuestión de pocos días. Incluso se sospechaba que estos se habían liberado a próposito para que los cobradores de impuestos y sobre todo sus jefes se forrasen, mientras que la gente común tenía que sufrir no sólo pérdidas monetarias sino también las de sus propias vidas.
He de advertir porque viene al caso, que estos seres son muy sensibles al ruido. No tenían prácticamente visión, pero lo que era audición la tenían quintuplicada a lo que sería la capacidad auditiva de un ser humano promedio. Y como los cobradores de impuestos habían armado tal escándalo en un principio reclamándome dinero e insultándome, y después con sus gritos de sufrimiento y agonía, estos Zokpull se habían dirigido a tropel en dirección a mi antigua casa. Tal era su número que estos se amontonaban y formaban torres con sus putrídos cuerpos, escalando así entre unos y otros como si fueran una masa maloliente uniforme que actuase de acuerdo a una mente colectiva. Esto les permitió acceder a mi jardín sin problema alguno.
Pude comprobar asomándome a la ventana que estos se estaban alimentando de los desperdicios humanos que dejé al rededor del jardín, lo que provocó que algunos de estos cadáveres volviesen a la vida convertidos en susodicha degeneración infrahumana. Además, con una saña desquiciada, golpeaban puertas y ventanas, desgajándolas y asomándose a través de ellas. Sin dudarlo ni un instante, conducí a la embarazada a la sala de arriba, justamente donde se situaba mi cuarto. Y reforzando con conjuros protectores la puerta corredera, procuré dotarnos del tiempo suficiente para hallar una solución a la tesitura en la que nos encontrabamos. Sin embargo, no teníamos mucho tiempo para meditar en torno a ello, puesto que los Zokpull y sus engendros creadosya estaban golpeando la puerta con inusitado frenesí, a la par que según pude comprobar mirando al exterior a través de la redondeada ventana, el jardín se encontraba invadido casi sin posibilidad de escape.
Finalmente decidí abrir la ventana, y cargando con la mujer embarazada en la espalda, lanzarme al exterior dando uso de mis hechizos de sobrevuelo. Así pudimos escapar por el momento de los Zokpull que ya estaban entrando en la habitación y de tantos otros que cercaban el jardín. Mas no obstante, a medida que avanzaba sobrevolando por la urbanización, pude comprobar que en cada jardín de cada casa estos seres campaban a sus anchas, y que cuando me posaba en los tejados para tomar impulso y proseguir el viaje, estos advertían mi presencia y se lanzaban hacía mí con estúpido frenesí debido a que desconocían el arte de escapar o de volar que tenían sus antepasados en la escala genética.
Pero, a pesar de estas ventajas que yo tenía de sobrevolar planeando por todas aquellas zonas alejadas de todo, por mucho que avanzaba no lograba encontrar zona despejada alguna. En todos los lugares se encontraban estos Zokpull yendo de un lado para otro, ya sea buscando presas y desperdicios que se encontraban tirados a un lado y a otro, o si tenían relativa suerte, persiguiendo a los supervivientes deseando alcanzarlos y devorarlos con bestial resolución. Desde las alturas, y sobre todo cuando encontraba un punto de apoyo elevado para darme impulso, contemplaba tal espectáculo en una extraña mezcla de espectador y actor en tanto que si bien por ahora me encontraba a salvo de todo peligro, si perdía fuelle y me precipitaba sin querer a un punto de apoyo que por lo que fuera era alcanzable a algunos de aquellos seres, podía pasar a ser uno de esos integrantes diversos que procuraban salvar la vida.
Seguía y seguía sobrevolando todas aquellas zonas con la mujer embarazada a mis espaldas, y en tanto que así lo hacía, podía advertir sus temblores y el sudor frío que le resbalaba y me caía al cuello. También sentía como la criatura que llevaba en el vientre se agitaba con la violencia con que los Zokpull desbastaban y devoraban todo aquello que se encontrara a su al rededor. Pero, por encima de todas aquellas sensaciones secundarias y efímeras, meros detalles que se recuerdan sin saber por qué, podía comprobar que a medida que avanzaba la cosa estaba todavía más negra. No había lugar que no estuviera poblado por aquellas sangrientas y deformes entidades, que devoraban todo a su paso como si aún con su escasa inteligencia fueran los reyes del mundo.
El asunto se enturbiaba por momentos, y mas teniendo en cuenta que tras atravesar un bosque en tanto que me apoyaba en la copa de los árboles para ganar altura, poco más adelante sólo había una pradera con escasas elevaciones del terreno, y que dispersos entre ellas se encontraban los Zokpull que ya habían rastreado mi presencia a pesar de sobrevolar por encima de ellos gracias a su oído y a su olfato desarrollado. Cuando algunos de esos seres se acercaba lo más mínimo a mí, les lanzaba uno de mis necrogiros para evitar todo contacto, pero eran tantos y debido a que esa zona carecía de puntos de apoyo lo suficientemente altos para que pudiera impulsarme como se requería, bien podría decirse que estabamos perdidos.
Así era, no había salida posible. Fueramos a donde fueramos sobrevolando todas las zonas posibles, estas se encontraban plagadas de aquellos seres deformes y carentes de consciencia, sólo eran volición y energía vital. Quizás más allá de la cordillera central había alguna oportunidad de salvar nuestras vidas, refugiándonos en el mundo oscuro que tan bien conocía, pero resultaba imposible teniendo en cuenta que mi capacidad de sobrevolar estaba menguando al carecer de los puntos de apoyo necesarios. Nada más podía hacerse, mirase hacía donde se mirase no había salida alguna a tal cruenta tesitura...