sábado, 3 de febrero de 2024

Historia de una sombra pecadora

 Desde hace ya largos años vivo aislado del mundo, y aunque de vez en cuando tengo contacto con algunas personas, quizás no sea el tipo de contacto que podría considerarse algo natural entre semejantes. Se diría que vivo en las alturas con un alma caída en la bajeza más absoluta, rodeado de puntiagudas montañas cuyos picos son tan alargados como inmensos mis pecados. No crea el lector moralista que escribo esto a modo de confesión, mas bien lo hago para jactarme de mis errores y porque ahora no encuentro nada mejor que hacer. No es mi pretensión alzar mi pluma para arrepentirme de mi vida, simplemente esto es un entretenimiento para mí durante un ocioso instante.

Como decía, me encuentro apartado del mundo por una maldición a la que yo mismo me sometí por disfrute. Hace tanto tiempo que me encuentro maldito, que ya hasta olvidé qué ocurrió exactamente. Creo que hace ya casi siglos tuve un enfrentamiento directo con alguien que me odiaba profundamente debido a mi impetuosidad, y eso provocó que tal odio llegase a expresarse con las manos. Al final, como cabría suponer, fuí yo el que salí perdiendo en aquel combate así que todo ensangrentado y con un hálito vital que se alejaba de mi pecho cada vez más, acudí a un sombrío bosque en el que hundí mis manos en la tierra húmeda ennegrecida, dirigí mis ojos al cielo e imploré por mi vida, y obviamente, por mi salvación. Pasaron unos minutos que me resultaron horas debido a mi desfallecido estado, y nadie respondió. Tremendamente enfadado comencé a golpear al suelo con mis puños mientras proliferaba palabras cargadas de insultos y de maldiciones. No recuerdo exactamente qué dije, mas bien hubiera podido ser algo de este talante: "¡Dios, yo te maldigo! A pesar de haber intentado ser recto en esta vida, tu semblante se ha velado ante mi dolor. No pedía nada en particular, mas allá de que me acogieras en tu seno. Pero estando profundamente debilitado, me has ignorado, dejado de lado, olvidado cuando sólo pedía piedad. A partir de ahora, yo reniego de ti y de tu palabra ¡Te maldigo! ¡Sí, te maldigo a ti y a tu mensaje!"

Nada más pronunciar estas palabras, el cielo se oscureció de repente cual si fuera de noche o se hubiera producido un eclipse repentino, sobre el suelo se levantaron gran cantidad de tinieblas y en mi cuerpo sentí un vacío indescriptible. Cerré los ojos al pensar de que se trataba de una especie de castigo divino, mas en realidad se trataba de algo diferente puesto que una vez que retorné a elevar mis párpados, me encontré suspendido sobre una inmensa oscuridad. Con cada uno de mis movimientos, me deslizaba sobre ella con suma naturalidad como si ya no hubiera distinción entre yo mismo y las sombras que me circundaban. Ahora las tinieblas y yo nos comprendíamos a la perfección sin ápice de error. Y lo más curioso es que ya no tenía miedo, para mí esa sensación tan escalofriante perdió su sentido una vez que entendí el lenguaje del mal.

Entonces, seguí avanzando, o mas bien debería decir que flotando o sobrevolando una especie de abismo sobre el cual no podría distinguirse el más mínimo atisbo de luz, y a pesar de ello, sentía que podía vislumbrarlo todo sin tener que usar de la vista como sentido primordial que nos otorga el conocimiento. Pasé bastante tiempo así hasta que llegué a una zona donde un circulo morado giraba sobre sí mismo, una brecha que cabría clasificar de portal y en la cual surgió una voz que carraspeaba a cada sílaba, y que dijo: "Bienvenido allí donde vivirás para siempre, para toda la eternidad. Este agujero de gusano conduce al mundo de los hombres, pero no te confundas, ya no volverás a ellos como un hombre. Serás padre de sus infortunios e hijo de sus desdichas, una sombra desconocida más que vagará atormentando a tus hermanastros para así conducirles hasta mi." No sé por qué, pero cuando dijo estas palabras aquel ente perpetúo en su oscuridad, estallé en carcajadas sin poder evitar que mis manos se retorcieran incontrolables en el aire en tanto que comencé a gesticular en extrañas muecas. Y, sin pensármelo dos veces, entré en el puente entre mi origen presente y mi préterito porvenir.

Cuando salí de aquel paso, me encontraba en la que iba a ser mi lúgubre residencia a partir de ahora, en la cual sea dicho de paso, me hizo sentir como si fuera mi hogar de toda la vida. Puede ser que para una persona común esta estacia le pareciera abandonada, e incluso, bastante tenebrosa debido a que se encuentra rodeada de telas de araña y de suciedades varias como por ejemplo moho en todas partes y claras señales de abandono. Sin embargo, para mí aquella casa tan apartada de todo y de todos resultó ser un reflejo de mí mismo, y al igual que cuando me hallaba flotando en aquella perpetúa oscuridad, sentí que era parte de mí. No había distinción en aquella madera carcomida con mis propios miembros, como tampoco en esas sombras tan densas en correspondencia a la oscuridad que se hallaba tras mis ojos.

Así, pues, lo primero que hice cuando salté fuera de la misma es lo que cabría preveer para las mentes mas retorcidas, es decir, me cobraría la personal venganza sobre mi asesino. Sólo me bastó acordarme de él y de aquel suceso, para encontrarme instantáneamente en su casa. Y deslizándome a través de los gruesos muros cual si fuera un fantasma que acechaba a su víctima, me situé justamente en su departamento personal. Cuando me vió, no pudo reprimir un grito de profundo terror en tanto que sus ojos vibraban cargados de lágrimas, también su cuerpo al completo acompañó en diferentes oscilaciones la terrorífica melodía que interpretaba el miedo que le recorría interiormente. Ante esta reacción, no pude evitar nuevamente, liberar mis siniestras carcajadas llorando sangre coagulada de malévola alegría. Esto no duró mucho, ya que al momento, cogió un cuchillo que tenía sobre una mesa y comenzó a blandirlo por el aire mientras paso a paso se iba acercando a mí.

Llegó un momento que ya estaba tan cerca de mí, que me clavó la susodicha arma blanca sobre el pecho, del que manó un gran río de un líquido entre pardo y negruzo que me produjó un tremendo placer de índole casi sexual me atrevería a decir. El pobre imbécil se quedó paralizado, sin saber qué hacer ni qué decir. Entonces yo, me saqué el cuchillo y le corté la naríz de un sólo tajo. Y mientras este chillaba completamente desquiciado debido al dolor, noté cómo justo en el lugar donde me había clavado el arma, una neblina oscura iba cubriendo mi herida hasta tal punto que la presencia de esta se desvaneció. Fue a partir de aquí cuando se dió rienda suelta a mi verdadera diversión, puesto que mientras este sufría lo indecible, yo iba haciéndole cortes con el mismo cuchillo en diferentes partes de su cuerpo. Me deleitaba viendo cómo manaba la sangre, y cómo su aliento de vida iba reduciendose poco a poco. Llegó un momento en el que ya apenas gritaba de dolor cuando hundía la hoja en su piel, así que decidí usar mi nueva fuerza para descuartizarle vivo. Cuando ya estaba apunto de morir, le lancé un beso desde mi posición de superioridad y usando de una tremenda fuerza, le atravesé el pecho con mi propia mano y le saqué el corazón todavía palpitante. Todavía me estremezco de placer cuando lo recuerdo.

Después, al igual que aparecí ahí, desaparecí en un párpadeo haciendome invisible para los ojos humanos. Y así regresé a mi nuevo sombrío hogar, al punto de partida desde el cual decidí ejecutar mi ansiada venganza. A partir de entonces estuve un tiempo encerrado, midiendo mis fuerzas y mis nuevas capacidades, meditando en las sombras y en la belleza que estas portaban. Cuando ya me sentí dispuesto, retorné a cerrar los ojos, y cuando los abrí me encontré en un almacén abandonado. Al principio pensé que estaba solo, pero en realidad pude percibir que había un grupo de jóvenes que estaban celebrando una fiesta clandestina a poca distancia de mí, probablemente bajo el desconocimiento de sus padres. Así que me asomé, escondido entre las tinieblas que regían el lugar para evitar ser descubierto, y pude ver a unos cinco o seis jovenes de distintas edades alumbrados con una lámpara en su centro que se entregaban a los placeres del alcohol y del sexo adolescente basado en peliculas para adultos. Conteniendo en vano mi risa, me situé de un salto justo en el centro, provocando que la fiesta se detuviera en ese instante debido a la sospresa que provocó mi repentina aparición. Se quedarón mudos, con cara de asustados y mirando hacía un lado y otro, comprobando posiblemente si estarían soñando, teniendo una estrafalaría pesadilla.

Yo, todo sonriente y vivaracho, les pregunté: "¿No hay fiesta para mí?" Y viendo que estos seguían callados, me enfurecí bastante. Así que no me quedó otra que jugar un poco con ellos, me ocultaba entre las sombras, volvía a reaparecer, agarraba a alguno de aquellos desenfrenados jovenes y les estampaba en la esquina contraria, y así incesantemente durante un buen rato. Al observar que estos intentaban escapar, no me quedó otra que acelerar la diversión, así que empecé a repatir diferentes cuchilladas en el aire a toda velocidad y a destajo mientras todos ellos se retorcían en el suelo en un delirio de profundo sufrimiento. Me apenó que este juego terminase tan rápido, aunque imagino que a ellos les resultó eterno debido a que sus vidas no se alejaron en un repentino accidente, sino más bien en un entretenimiento masoquista en el que iban perdiendo poco a poco sangre, retorciéndose sus miembros desparramados sin perder del todo sus esperanzas de salir con vida. Al final no fue así, y me encontré rodeado de un inmenso charco de sangre sólo flanqueado por algunos miembros humanos que estaban desperdigados cual islotes en un océano rojo. No pude evitar el tremendo goce de bañarme en su interior mientras jugaba con partes despojadas de sus cuerpos como si fuera un niño divertiéndose en la bañera con su patito predilecto.

Desde entonces, me he ido dedicando a estos entretenimientos tan diversos, jugando con las personas y divirtiéndome de lo lindo. Siempre sigo el mismo proceso, aunque se expresa en diferentes formas, es decir: paso un tiempo en una cárcel de pobredumbre y cuando ya me he hartado de mi amada soledad, me lanzó al mundo a darme algún que otro capricho de sufrimiento. He de reconocer que es todo un deleite para mí el poder contemplar aquellos rostros asustados cuando por fin caen en la cuenta de que me encuentro frente a ellos, y que no hay escapatoria posible. Pero lo que ya es mas placentero es el sentir mis propias manos desgarrando toda aquella carne con sus particulares ruidos en forma de crujidos, y sobre todo, sus semblantes cargados de temor y de un dolor frente al cual se sienten completamente impotentes. Dicen que la vida humana está alimentada por la esperanza en el pensar que siempre hay algún tipo de escapatoria al sufrimiento que ahora se padece, mas en verdad os he de decir que he visto a personas que aún estando todavía vivas, su esperanza hace tiempo que se desvaneció de sus ojos, dejando si acaso sólo un tenue recuerdo de que hubo un tiempo en la que esta se encontraba presente.

Por último, también he de reconocer que tengo mis escenarios predilectos. Me encanta descender en las noches en que la luna se encuentra un poco velada por finas nubes y las calles están repletas de una densa niebla que me permite camuflarme entre tales espesuras. Es en ese momento cuando, sin ser advertido, aparezco para tomar a mi víctima y darme una alegría. Además, sin que se me tache de sexista he de decir que disfruto lo indecible cuando las víctimas son mujeres, no por nada en particular, sino por lo estridentes que son sus gritos haciendo del miedo una presencia tan tangible que casi se diría que resulta palpable. Los hombres, en cambio, intentan ahogar en vano sus gritos, los cuales son como más apagados, sofocados antes de que estos alcancen sus cotas máximas. Encima, estos en comparanción a las mujeres tardan mucho menos en morir, lo cual aligera en demasía mi sensación de disfrute, lo que provoca que acabe un poco frustrado y deba buscar más víctimas para por lo menos retornar a mis sombras con un cosquilleo por mi cuerpo.

Sin duda que estoy bastante agradecido al señor de las sombras, puesto que siempre que sacrifico a algunas criaturas humanas en su honor, él se encarga de que sus almas desciendan hacía lo más profundo, habitando entre sendas torturas y sufrimientos imposibles de describrir. Cuando todavía me entretengo con los despojos de mis víctimas, puedo advertir como de los lugares más recónditos y oscuros, unos tentáculos negros arrastran el resplandor de sus ya desfallecidos alientos vitales, llevándoles allí donde los gritos ya no les llegan a los vivos. Incluso, alguna vez debido a los tantos tributos que le concedo a mi ya confidente, me permite volver a ver a tales sufridores sólo para acabar por colmar mis enormes ansías de sufrimiento. Es algo mágico el poder reencontrarme con ellos mientras súplican por mi favor, el cual sólo concedo a cambio de determinado intercambio, sobre el cual todos acaban accediendo tarde o temprano.

En fin, creo que ya es hora de que me marche. Se acerca el tiempo en el que he de buscar otras víctimas para mi particular disfrute ¿Quién sabe? Puede que alguna vez lleguemos a encontrarnos, y que cuando estés en el calvario también me pidas algún trato. Ya se sabe lo que suele decirse acerca de que la vida es un pañuelo, mas en mi caso, si el resto de los mortales se encuentra en el lado que replandece con el sol, yo estoy justo debajo, en el sombrío...

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