jueves, 3 de agosto de 2023

La casa de la vida y los sueños

 A Fabián le apenaba que sus padres se mudasen definitivamente de aquella casa. Al fin y al cabo, había pasado gran parte de su infancia ahí, y el saber que jamás volvería a pasar por allí le dolía en lo más profundo de su corazón. Aquel lugar estaba plagado de recuerdos: en esa casa dijo su primera palabra, aprendió a andar, a nadar, a montar en bicicleta, tuvo sus alegrías y sus desgracias, supo qué era el amor y qué el desamor, qué tener compasión y qué actuar con crueldad... Se diría que ahí aprendió todo lo que formaba parte de esa parte de la vida a la que se le suele denominar la primera y la más inocente de las restantes. Por eso sentía aquella congoja interna, pensaba.

Tampoco pudo evitar pensar en la biografía de sus padres, y en que acabarían en una residencia perteneciente al estado donde seguramente estarían mal cuidados. Como padres hicieron lo que pudieron, aunque cada uno tenía su particular mancha. Su padre, por un lado, era un bebedor y un mujeriego de toda la vida, demasiado egoísta para darse cuenta del daño que sembraba, y por otro lado, su madre era una martír, que aguantaba con paciencia y haciendo oídos sordos a los desaires de su marido, demasiado sumisa para hacer justicia. En suma, ninguno de los dos era enteramente una buena persona, como tampoco seres malvados, mas lo que sí Fabián sabía es que ambos le querían a su respectiva manera.

Desde muy pequeño recordaba las fiestas que se pegaba su padre, o mas que las fiestas, lo que ocurría después. Entraba a casa dando tumbos, completamente borracho y con un olor pestilente de veinte tipos de alcohol destilado. En cuanto cruzaba el umbral de la puerta, su madre se plantaba justo en frente, y tapándose la naríz, no podía evitar que las lágrimas cayeran en profusión a través de sus mejillas. Su tristeza no provenía al descubrir el olor de alcohol, sino el olor de otras mujeres y de los perfumes de estas que se quedaban adheridos a las ropas de su marido. De vez en cuando, también encontraba rojos pintalabios en su cuello, e incluso, rastros del recorrido de unas uñas en su espalda. Todas esas cosas le dolían profundamente a su madre, pero se guardaba el sufrimiento para sí misma, cual si se mortificase a solas para trascender el dolor que compone el conjunto de la vida.

Se acordó de todo esto porque se encontraba justamente en la puerta principal de su casa, ahí donde se quedaba su padre en su ebriedad, parado en seco y con el rostro petrificado. Fabián no estaba borracho, no se había acostado con una mujer y tampoco tenía a ninguna que le recibiese al regresar a casa, pero a pesar de eso, sintió en parte que él mismo era su padre volviendo a casa y que una mujer invisible estaba arrodillada ante él, derramando abundastes lágrimas que se desparramaban por el suelo en forma de charco. Esta visión le estremeció, haciendo que su cuerpo temblase enteramente durante un instante.

Para evitar esa perturbación, decidió entrar en la casa con tiento, recorriendo cada uno de sus pasillos hasta que llegó a la sala principal. Todavía ahí estaba la mesa en la que todos se sentaban los fines de semana para comer en familia, con alegría, como si nada hubiera pasado. Entre semana todo era un infierno de desenfreno y perversión, mas cuando llegaba el fin de semana, de repente todo adquiría un clima temblado, como una brisa fresca que pasa a principio de verano. Con la llegada de la vejez de sus padres, esa brisa se instauró de forma permanente, puesto que llegó un momento en el que a su padre ya no le quedaban fuerzas para salir a beber y a disfrutar del cuerpo de las mujeres. Cierto era que seguía bebiendo y fumando como si fuera el fin del mundo, pero ya sólo lo hacía en casa. Se ponía bastante festivo, a soltar risotadas y a dar palmadas de asentimiento a cada tontería que escuchaba, provocando que hasta el semblante de su madre, que normalmente tenía una expresión triste y decaída, se alegrase un poco.

Aquellos recuerdos eran una de cal y otra de arena para Fabián, le sacudían internamente suscitándole muchas sensaciones a veces contradictorias entre sí. Su rostro parecía interpretar toda la amalgaba de sentimientos que experimenta un ser humano durante su vida, se retorcía y contraría como si se tratase de una máscara teatral. A veces sus ojos se humedecían de la emoción, otras veces se cerraban ansiando olvidar, en ocasiones su boca esbozaba una sonrisa ligera y algunas otras veces se quedaba boquiabierto, alelado contemplando por ejemplo una antigua pieza de cerámica que le evocaba imágenes de juventud. Y todo ello, mientras caminaba sintiendo cada paso dado, un turista que se despedía del sitio que visitó duranre unas vacaciones que pasaron demasiado rápido.

Se asomó a la puerta de la cocina, de aquella estancia donde su madre le preparaba los mas ricos manjares, y que daba acceso al jardín. De niño solía estar corriendo de aquí para allí, y siempre aquella estancia le servía a modo de puente para salir en dirección a la piscina. También, durante su rebelde adolescencia, usaba de aquella sala como salvoconducto para escaparse en las noches, evitando así la posible reprimenda de su madre. Sin embargo, en esta ocasión no quiso salir a la fuga tan rápido, quería quedarse un momento sentado en el suelo para experimentar esa sensación hogareña por última vez. Ello le hizo pensar que no veía a sus padres a menudo, tan afanado estaba en su propia vida, que rara vez se veían como mucho un par de veces al año. Siempre los encontraba taciturnos, sentados en las viejas sillas del jardín que se encontraban poco mas adelante, le acusaban en silencio de su falta de respeto y consideración hacía sus padres, y a él no le quedaba otra que asentir en su mutismo, dándoles la razón con su mirada.

Decidió levantarse, y se dedicó a observar mas allá de su ventana. Ahí podía ver las hierbas pajizas que habían dominado la totalidad del jardín, y a través de las cuales los grillos emitían su sonata acostumbrada. Mas, si miraba mucho mas allá, podía contemplar las arizonicas abandonadas por sus vecinos. Estas habían crecido tanto que parecían ya árboles, tan altos que no dejaban vislumbrar los tejados de las casas. Cuantas veces había soñado Fabián en sobrevolar aquellas arizonicas cuando estaban cortadas en forma cuadrada, en ir mas allá de la frontera de su casa, para atravesar aleteando aquellas otras casas que jamás en la vida real había visitado. En sus sueños, el plegar las alas marinas y ascender lo mas que se podía, costaba un precio, que era el reducirse de su fuelle interno. Así que llegaba un momento en el que sin él quererlo iba descendiendo en alguna de esas desconocidas casas. Normalmente se agarraba a algún árbol, el cual solía ser un pino, o en su defecto, se apoyaba sobre alguna ventana, evitando caer al suelo por si algún perro salvaje le atacaba.

Después, se las apañaba para entrar en la casa, y en su interior podía vivir mil historias diferentes, que podían transmutarse en un sueño placentero, en la mas cruel de las pesadillas, o en un poco de ambas. A veces se encontraba una fiesta en la oscuridad, donde extraños personajes danzaban sin parar, frenéticos y alocados. Esa escena era muy recurrente. Pero, en otras ocasiones, el panorama era muy distinto. La casa estaba desolada, aparentemente estaba vacía, y Fabián la recorría curioso. Constataba la soledad de aquella casa hasta que encontraba a una joven de largos cabellos apoyada en la baranda de la ventana. Al principio, esta no parecía percatarse de su presencia, mas cuando iba avanzando, esta se giraba repentinamente y le dedicaba una amplia sonrisa, y aunque sus ojos estaban vidriosos, lo eran de alegría. Se sentía algo así como el confidente de aquella joven. Y cuando despertaba de su sueño no era rara la vez que pensara que jamás había visto a su madre dedicar una sonrisa así a su padre ¿A qué se debía? ¿En el fondo sus padres no se amaban? ¿O quizá era aquella mujer la que no le amaba a él, reduciendole a un mero objeto de disfrute sexual?

Retornando de aquel ensimismamiento, Fabián decidió atravesar la puerta y salir de la casa para acceder a la parte trasera del jardín. Sólo bastaron unos pasos para encontrarse justo delante de una piscina cuya agua estaba verdosa y cuyos bordes que antes eran blancos, ahora estaban entre amarillos y marrones. Esto le sirvió de impulso para volver al pasado, a cuando de niño se lanzaba en dirección al agua como un sediento lo hubiera hecho sobre la alucinación de un lago en un desierto. Y pese a que nada mas meterse en el agua, comenzaba a nadar como un loco de un lado para otro, se cansaba con rapidez, y dedicaba gran parte del tiempo a desplazarse de un lado para otro cual si fuera un trozo de madera que hubiese caído en el agua. Lo que mas le entretenía era rescatar a las mariquitas que se quedaban atrapadas dentro de la piscina, moviendo sus patas, fabulando con la idea de que quizás podían andar por el agua como cierto mesías.

Fabián, con verdadera incondicionalidad, las transportaba en la palma de sus manos, y las llevaba hasta el borde, liberándolas de la prisión de agua. No era rara la vez que volvían a meterse, obligándole a sacarlas de nuevo, mas esta vez desplazandolas mas lejos para que no cayesen en el mismo error. Podía pasarse las horas muertas con esta tarea, llevando a las mariquitas de un lado para otro, dejandolas en el suelo sólido para que regresaran a su hogar. También, muchas veces, estas le meaban encima aquel líquido amarillento y algo pegajoso. Sus padres le comentaban que sus meados eran producto del miedo que sentían al encontrase frente a un gigante que les apresaba en sus manos. Fabián no se tomaba del todo en serio esta afirmación, le parecía un producto de fantasía que sus padres se habían inventado en vías de una explicación. Pero, como tampoco estaba del todo seguro, sentía compasión por ellas, y si le meaban, intentaba liberarlas lo antes posible para que no sufrieran mas debido al miedo.

Cuando ya salía de la piscina, ascendía los escalones poco a poco, dándose la vuelta de vez en cuando para comprobar que no quedaba ninguna mariquita en el agua. Luego, sobre todo por las noches, se turbaba pensando en que muchas mariquitas morían ahogadas en el agua durante el día, ya que él no podía estar constantemente atento a remojo para salvarlas a todas. Esto le deprimía, haciendole soñar con todas las mariquitas que morían porque él no pudo liberarlas de los barrotes de agua. En ocasiones esas mariquitas muertas, se fundían todas ellas en una sola, formando el rostro de su madre llorando porque él tampoco pudo salvarla de su sufrimiento y soledad, causado especialmente por su padre, pero también por él.

Durante su adolescencia, fue un joven que entendía la rebelión como una suerte de huída. Cuando estaba mal el ambiente en casa debido a las juergas de su padre, en cierto modo actuaba como él, puesto que se escapaba para beber y tomar drogas. Se juntaba con malas compañías que le conducían a la depravación interna mas absoluta en forma de botellas vacías y de tabaco mezclado con hierba. Ese ilícito escape le hizo comprender a su padre cuando huía de las responsabilidades de su familia oliendo a whiskie barato en el regazo de una sudurosa mujer, mas también entendía el sufrimiento de su madre y lo injusto de aquella situación. Pero no podía con ello, era un muchacho sin experiencia en la vida y al que todo aquello se le quedaba demasiado grande. Por eso, salía por patas, corría tanto como podía hasta alcanzar un leve fragmento de luz, a pesar de que para insertarse en él tuviera que atravesar la mas infame oscuridad.

Para evitar que todas aquellas sombras le envolviesen, volvió a entrar en la casa para recorrer por última vez todos aquellos pasillos hasta que llegó a una habitación por la que todavía no había  pasado. Se trataba de una sala de estar en la que estaba colocado a un lado un viejo sillón repleto de agujeros que habían salido por el paso del tiempo. Según supo después, en aquel sillón había sido concebido por sus padres cuando estos eran felices, en una noche alocada durante la cual se plantearon la posibilidad de formar una familia. Él se sentó en ese mismo sillón sin escrúpulo alguno, en tanto que este chirrió estruendosamente. Era como si en cierto modo volviera a nacer, o mas bien, cual si fuera concebido de nuevo por un par de entidades espirituales que fornicasen en la estancia para dar vida a una sustancia material, que era él mismo.

Cerró un poco los ojos, y cuando los abrió, encontró frente a la puerta a dos mujeres idénticas sin ropaje alguno. Estas parecían gémelas, tanto en aspecto físico como en sus movimientos. Se deslizaban con sutileza en su dirección, acompañadas por una pícara sonrisa que connotaba cuales eran sus intenciones. Cuando llegaron justo delante de él, se agacharon, y ambas se apoyaron en sus rodillas sin dejar de esbozar aquellas insinuantes sonrisas. Se alzaron un tanto, y le susurraron cada una a un oído y a la vez: "Somos las mariquitas que salvaste hace ya tiempo atrás. Venimos a agradecerte tu buen corazón y amabilidad" Entonces, se levantaron muy pegadas la una a la hora y riendo de forma infantil, se fundieron en una, formando una sola persona.

Parpadeando, Fabián se percató de que se trataba nada mas y nada menos que de aquella joven de luengos cabellos con la que de vez en cuando soñaba. No pudo evitar sentirse tan alegre que soltó una exclamación de sincera gratitud hacia aquella joven que acabó mutando en un alentador suspiro. La joven, tomando este gesto como una especie de asentimiento que confirmaba que Fabián estaba dispuesto a recibir su regalo, se abalanzó hacía él aunando sus cuerpos en una mezcla entre lujuría y compasión mutua.

...

Tiempo después, la policía recibió varias llamadas por parte de un gran número de vecinos que se quejaban del mal olor de una de las viviendas del lugar, junto con otra llamada de un hombre muy enfadado e indignado que reclamaba a los agentes para que interviniesen en un asunto relacionado con la compra de una vivienda. Al final, todo el mundo fue tan insistente, que no les quedó otra que acudir al inmueble en cuestión. Ya desde la puerta exterior el nauseabundo olor era patente, como también la desagradable visión de un hombre enfurruñado con cara de pocos amigos que les esperaba para acompañarles en la puerta. Forzando la entrada, lograron entrar y recorrer las distintas salas en dirección hacía donde provenía aquel tufo desagradable. Su origen lo encontraron rápidamente, y en cuando así fue, el hombre de mal humor y algunos agentes tuvieron que salir despavoridos para vomitar. Los que se quedaron tapandose la nariz con un trapo, descubrieron que era un cádaver y cuando hicieron la investigación lo identificaron bajo el nombre de Fabián, el cual se había volado los sesos. Posteriormente, informaron a sus padres, omitiendo esto último.