martes, 25 de julio de 2023

Otros poemas de un loco

 - Colgué algunos poemas

en una plaza pública

para que así otros pudieran empatizar

con el sentimiento de mis palabras.


De ahí me fuí caminando,

casi trotanto, evitando

volver a aparecer ante el público

hasta después de un buen tiempo.


Cuando volví, me encontré

mis poemas tirados por el suelo.

De los que aún podían leerse,

la gente reía o miraba con indiferencia.


Muchos se atrevían a mearlos encima

mientras soltaban insultos a doquier,

comentarios muy cruentos

y los señalaban con sus dedos grasientos


Yo me quedé perplejo,

ahí parado, quieto en el sitio

con un leve temblor

en la comisura de mis escasos labios


De repente, uno de esa gente,

se plantó en medio 

con una barriga prominente

y mirandome de frente, me dijo:


"Tus letras están rotas,

mudas sílabas que no importan a nadie.

Sin rima, sin estructura, demasiado

decadente y pretencioso"


Me limité a sonreír con desdén.

Me dí la vuelta, y por ahí no volví.

Pataleé una piedra pensando

en escribir mas poemas.


- Con los años, algunos recuerdos

se quedan como lastrados,

fragmentados en sutiles piezas

que se deslizan, ya sean por sábanas

encubiertas o por paredes de gotelé.


Incluso lo que viví ayer mismo,

se va disolviéndose, haciendose nímio,

una bruma silenciosa 

en la que cualquier suspiro,

pasa a ser parte del infimo abismo.


Todo lo veo a pedazos, en forma

de trozos arrugados, cachos de papel

que fueron tirados hacía las papeleras

de una memoria cautiva de sus sueños

que ya nadie recuerda.


A pesar de esa mente olvidadiza,

queda todavía algo que permanece

en los segmentos de cristal

que vuelan desperdigados por los aires,

una especie de halo misterioso.


Intento captarlo, atraparlo en mis ojos

lagrimosos, incluso lo canto

con una voz quebrada, próxima

a la tristeza del desconocimiento

ante la inevitable huída.


Sí, yo te grito, te canto y te lloro.

Todo a la vez, querida nostalgía

imprecisa mía.


Pero llegará el momento en el que no pueda ni gritarte, ni cantarte ni llorarte,

pues habré muerto.


- Te veo llorar ante mí,

y espero que no te confunda mi mutismo 

porque te aseguro que yo también lloro.

Lloro por ti,

lloro por mí,

lloro por nosotros,

lloro por todas las tristezas de este mundo.

Lloro, aunque lo hago por dentro,

desde mi interior caen sendas lágrimas.

Lágrimas de melancolía,

lágrimas de desesperación,

lágrimas de impotencia,

lagrímas que llueven cual anécdotas anodinas.

Desde mi recóndito corazón,

en un rincón agazapado,

te juro que lloro mucho

pese a mi aparente pasividad.

En realidad, lloro un montón,

voy dando saltos en mi interior,

pegando trompicones como un loco,

como una bestia salvaje,

un animal liberado en su peor noche.

Pero he sufrido tanto, tantísimo,

que me escondo en mi caparazón,

ahí dentro se está lo suficientemente

fresco, para poder danzar en libertad

y también para llorar, para dar

todos aquellos berridos semejantes

a los de un asno recién parido,

un burro mal amaestrado

que es quemado por un hierro candente.

Por ello, confía en mis palabras,

es lo único que en esta vida

no es una mentira.

Por ello, te prometo que yo lloro mucho,

y al hacerlo, gimo como un enfermo

mental dispuesto a ser encerrado

en algún manícomio,

en algún centro comercial mal habilitado

convertido en una institución psíquiatrica.

Lloro sin parar, y cuando lo hago,

recuerdo aquellas lágrimas

que proferías frente a mí.


- Ya es de noche, una oscuridad

profunda de madrugada me circunda.

Ya es el momento perfecto,

la aparición idónea de la soledad,

de la tristeza impoluta,

de aquellas cosas que no logro olvidar...

Me asaltan resquemores,

la sensación de que algo no va bien,

o para ser justos, la impresión

de que no actúo bien en este mundo.

Mas bien, lo que hago es dejarme llevar

por la ignominia del momento,

me ofusco y vomito sobre el rostro

de quienes me rodean, y luego,

me alejo corriendo, casi casi trotando.

Eso no es lo suyo, no es lo justo,

y no sólo porque así lo considere

la moral pública o el decoro

¡No! Eso poco importa, como las leyes,

que no son nada relevantes,

ninguna de ellas me dirá cómo vivir.

Pero sí, hay que ser paciente y considerado, respetuoso y moderado,

evitar dejarse arrastrar 

por ese primer impulso malvado.

Si vuelvo a vomitar a alguien en la cara,

como mínimo, le limpiaré después,

y si seguidamente salgo huyendo,

me giraré un momento para disculparme.


He hablado antes de soledad,

mas eso tampoco es así.

En verdad, nunca estamos del todo solos,

siempre hay alguien que está escuchando

atento a esos pensamientos sordos

pero que gritan demasiado.

No, nadie conoce una soledad absoluta,

y la solitaria senda del caballero errante

no es mas que otro canto épico,

para entretenerse un momento,

para creernos héroes sin serlo.

Al final, hemos de contar con los demás

y los demás con nosotros,

nos retroalimentamos en nuestros

sucesivos amaneceres y anocheceres,

vidas y muertes que se multiplican

cuando se dividen, incesantemente

sin fin ni confín,

empezando desde un mismo punto.

Mira, ahora lo digo completamente 

en serio, escucha:

Cada paso que doy, 

es un paso que da el mundo. 

Cuando el mundo se para,

yo también me paro.


- Tristes cantares se escuchan

detrás de aquellas colinas.

Se tratan de melancolías narradas

mediante los cantos de los pajaros

que nos cuentan el absurdo 

de sus vidas de pajaro,

de como nacen y mueren 

sin otra tarea que traer otros pajaros

al mundo para que nazcan y mueran,

trayendo estos a su vez otros pajaros

que realicen la misma tarea de apareamiento una y otra vez

durante miles de vidas.


No puedo evitar entristecerme

cuando escucho sus lastimeros sollozos,

como tampoco puedo evitar pensar,

que nosotros los humanos,

que nos consideramos más inteligentes

y sensibles que el conjunto 

de todos los animales

que habitan este vasto mundo,

no nos diferenciamos tanto

de la vida que llevan esos desdichados pajaros cantarines.

Es verdad que lo adornamos todo,

que celebramos con diferentes rituales

y reuniones sociales cada acontecimiento

de nuestras rutinarias vidas,

pero, en el fondo:

¿En qué distan nuestras ajetreadas vidas,

apareándonos sin tón ni son

para luego igualmente morir?


Cuando pienso en ello,

no puedo evitar entristecerme,

y por eso, escribiendo poemas

entiendo y empatizo con los pajaros.


- Hoy el autobus se paró repentinamente.

Sonó un estruendo, un rrrhis... Y se paró.

Se quedó en el sitio, mientras un humo

negruzo ascendía por el cielo nocturno,

cual si fuera un cigarrillo mal apagado.

La gente ya empezó con sus susurros,

los cuales pasaron de murmullos

a voces alzadas que culminaron

en gritos estruendosos.

Con tal jaleo, el conductor salió

escopetado de su propio vehículo,

y haciendo aspavientos con las manos,

suspirando de manera sonora,

no supo qué hacer.

Llamó a alguien, pero nadie respondió.

Mas, al rato, sonó la llamada de vuelta:

tilín, tilín, tilín... Y al instante entró

afanoso en el autobus declarando

el desastre que provocaría

una impresionante retención

de veinte minutos infinitos.

Yo, permanecí indiferente,

mirando el paso de la gente

a través de una ventana empañada,

en tanto que los pasajeros continuaban

sus peroratas, quejándose a grito pelado.


Sin atenderlos lo mas minímo,

pude observar cómo la noche cerrada

se cernía sobre nosotros,

cómo nuestro entorno ajeno a los dramas

humanos continuaba su fase natural.

Yo ansíaba fundirme 

con ese toque fantasmal de la naturaleza

que se despliega cuando la luna asciende,

cuando las estrellas bailan a su compás.

Al parecer el problema técnico

del autobus se solucionó,

y por ende, el ambiente se sosegó,

ensimismandose ya cada uno

en sus aburridas vidas individuales.

Pero mientras el autobus seguía

su acostumbrado recorrido 

de todos los días, yo me quedé quieto,

exactamente en la misma postura.

Todo el mundo seguía su marcha,

y yo, decidí detenerme, deseando

aunarme con ese cielo oscurecido,

con ese sueño olvidado,

colgado en la bóveda celeste...


- Canto a la luna en esta noche

tan silenciosa que pasa presurosa,

casi inadvertida entre nubes amarillentas,

cual si fuera un susurro...


La luna es una doncella mimada,

de piel pálida y con algunas manchas.

Mas también es una sufridora

que ha hecho de sus heridas delicadezas.


Y yo, soy como un mendigo

que la canta con la voz quebrada,

desentonando a las veces,

aunque con una emoción contenida.


En aquella neblina dispersa

puedo advertir los suspiros de la luna.

Quizás se ha derrumbado

con mi triste canto de loco despiadado.


No te asustes. No hay nada que temer.

Esta melancolía que encubre mi voz

tú también la has sentido alguna vez,

como cuando te llevaron allí arriba.


Sé que estás muy sola, que los inviernos

son demasiado fríos, y que los veranos 

demasiado calurosos, que el viento

azotándote te despeina 


y que cuando hace sequía,

esta rompe tu piel en centenares

de pedazos. Todo eso lo sé,

lo veo desde las profundidades.


Pero sobre todo lo sé 

porque te conmueves con las desgracias

de los abandonados por el mundo,

por todos aquellos repudiados.


Nos alumbras a todos con tu palidez 

helada, incluso cuando todas las farolas

se apagan repentinamente, apareces

entre las nubes para consolarnos.


Y por eso sé que cuando te canto,

mis gallos te hacen llorar de risa,

mas cuando escuchas con atención

comienzas a llorar en serio


al descubrir que las tristezas que narro

son las tuyas mismas, que contandote

mi historia, o las de otros, te ves

a ti misma reflejada en mis malos sones.


Por ello, te pido que tomes tú la voz.

Úsala para despertar a todos

en la madrugada para que sepan

que tanto tú como nosotros existimos.


Llorar durante la noche 

no es un asunto que deba ser

desconocido para este mundo inventado,

deben saberlo bien todos.


He ahí tu magia, la de la poesía,

la de la literatura, la de todas las artes...

Dar voz a quienes se la robaron,

a la luna que dejaron tan sola en lo alto.


Cuando todos terminen de escucharlo,

tú te habrás ido hasta la próxima muerte,

pero la melodía que todos cantamos

quedará impresa para siempre.


- Dolido, camino sin rumbo

a través de mi corazón desdeñado

En una madrugada, me abrí

el pecho, y desde entonces,


en mi interior voy andando,

recorriendo mi sacorfágo corpóreo,

cual si se tratase de un terreno inexplorado,

dispuesto ante mis ojos


La decepción y la frustración

resultan palpables para mis pies,

que van pisando con tiento,

evitando hacerme demasiado daño.


Hay veces que piso algún que otro

cristal roto, y cuando lo hago,

no puedo evitar gritar estruendosamente.

Yo mismo me asusto de ese gran grito,


que se repite en esta cueva abandonada

formando un eco que se prolonga

desde mi garganta hasta la caja torácica,

culminando en las venas de mi corazón.


Aquí dentro, hay algunas húmedades

dejadas por lágrimas despavoridas,

algún que otro elefante soñador

y rastros de sangre solidificados.


Pero también hay un rastro de púrpurina,

que si lo sigues conduce hacía un inmenso

árbol cuyas hojas están iluminadas

por un amanecer del pasado.


- La madrugada se desliza

a través de mis sábanas

cual la mano de una amante,

que rezagada busca aquello intangible:

un corazón que mas bien parece

un concepto demasiado abstracto.

Mientras yo, miro hacía la pared

impotente, esmaltando sueños

y pensamientos sobre esa claridad

un tanto turbia después

de tanta observación infructuosa.

Es bastante vano ver desfallecer

todos los entes imaginarios

que se traslucen en la mente,

y que flotan, como ideas anodinas

que fueron inventadas 

por un ocioso parlanchín.

Si nada o todo es real,

al fin y al cabo da igual

cuando la apariencia lo tiñe todo

en semejanza a aquella madrugada

materializada en una pared entre nubes.

Todo es tan raro, tan impreciso,

como una fantasía que ha sido tomada

demasiado en serio, un juego de apuestas

que por azar siempre 

da el mismo número.

Yo contemplo todo este espéctaculo,

me embriago con las mil imagenes

hasta que finalmente me duermo.


- En la calle puede sentirse

esa desolación que todo lo cubre,

desde los transeúntes hasta el aire

está marcado por esa dejadez.


No importan las perturbaciones externas.

Todo parece sumido en esa desdicha

automática que provoca el frenesí

de esos engranajes corporales.


Cada cosa sigue su curso preestablecido

por las llamadas "grandes ocupaciones"

Obviamente es muy importante

que todo marche como una rueda.


Esta gira y gira, a pesar de ese chillido

proveniente de las desgastadas llantas.

Y si por casualidad el mecanismo

se parase, ya lo arrastrarían al desguace.


Todas las cosas marchan según 

lo previsto, y los asuntos menos

importantes, ya se han desechado

como se expulsa a los mendigos.


Según esta idílica sociedad,

hay gente sobrante, gente que no debería

estar en ninguna parte, que merecen

el desprecio de todos y el exilio.


Prueba de ello es lo limpia que está

la calle principal, la mas tránsitada,

y lo sucias que se encuentran

aquellas otras que se alejan.


Rostros sonrientes poblan los grandes

edificios, mientras que en los pequeños

la tristeza y la desesperación 

son las únicas comidas, el pan de cada día.


Un anónimo desconocido parece gritar:

"¡Por fin soy un hombre nuevo!"

La potencia de su voz se hace eco.

Pero, a pesar de ello, nadie lo ha oído.


- Yo soy la sombra que merma.

Yo soy aquella estrella muerta.

Yo soy el cuervo de una hechicera.

Yo soy la llave que no abre ninguna puerta.

Yo soy la lágrima que se seca...


A través de innúmerables laberintos,

se encuentra la oscura estela,

aquella que todos ven y todos niegan

cual si fuese una utopía barata.


Se inventan muchas historias

acerca de su leyenda: unos hablan

del abandono de una mujer, otros

de un monje travestido,


pero algunos otros dicen que es esclava

de alguna condena impuesta

por los que viven ahí arriba,

los que tanto hablan acerca de la luz.


¿Y quienes son esos? Os preguntaréis.

Yo sólo sé que soy unos embusteros,

que mienten mas que hablan,

y que se les ocurren únicamente calumnias


acerca de un pasado glorioso

que si se sigue llevará a una supuesta

salvación demasiado cursi

para ser cierta, repugnante incluso.


Cada vez que escucho sus fantasías,

mis tripas se retuercen y mis puños

se cierran, hasta que no aguanto mas

y doy un certero golpe sobre la mesa.


Y aquel golpe produce un sonido,

el cual si se repite en el tiempo 

es hasta rítmico, es el redoblar

de un tambor desgastado: tom,tom, tom...


Dice así:


Yo soy la sombra que merma.

Yo soy aquella estrella muerta.

Yo soy el cuervo de una hechicera.

Yo soy la llave que no abre ninguna puerta.

Yo soy la lágrima que se seca.


Yo soy... YO SOY YO.


- Camina el viandante desconocido,

y con sus lágrimas, va enhebrando 

una delicada tela que mantiene escondida en un hueco entre corazón

y mente, para que nadie se la vea.

Le tiene tanto tanto recelo

a que descubran su secreto, esa melancolía que guarda, 

que antes moriría que dejar

que otros descubran su tela de seda.

¡No! Esos infames insensibles

no deben contemplar bajo ningún

concepto, esa tristeza de su corazón

ni esa perdición mental,

de lo contrario, es muy posible

que todos se rían mientras le muelen

a palos dados con saña.

¡No! Jamás verán ni con el rabillo del ojo,

como tampoco de soslayo,

esa añoranza deprimente que le atenaza

como un parásito inserto en el seno

y que medra sus pensamientos.

Eso piensa y siente aquel sin nombre,

en tanto que va caminando despacio,

muy despacio hacía nadie sabe donde

a pesar de que no tenga dónde

caerse muerto el muy desgraciado.

Pero recordar, esa desdicha inmensa,

aquel carcomerse celebral

no puede decirse ni enseñarse a nadie.

Eso sería lo que le faltaba,

el último golpe de gracia

para aquel viandante desconocido,

aquel sin nombre que no tiene

ni dónde caerse muerto...











domingo, 2 de julio de 2023

El espectador solitario

 - Venga ¿Jugamos a una partida de cartas?

Otra vez lo mismo, por eso odiaba tanto salir a lo que fuera. No entendía cómo se entretenían las personas, quizás porque no comprendía su naturaleza en apariencia simple. Además, no me gustaba jugar a las cartas, o mas bien, no sabía. Siempre se me olvidaban las reglas del juego después de escucharlas, y luego creía que los demás estaban haciendo trampa constantemente. Mas que jugar con los demás, sentía que eran los demás quienes estaban jugando conmigo. Me veía a mí mismo como esas cartas que pasaban de mano en mano, que se doblaban, ponían bocabajo, o que se marginaban en la esquina de la mesa. En realidad, ese desconocimiento del juego de las cartas, provenía de mi desconocimiento del juego humano, de sus reglas, patrones y movimientos... Por eso era tan torpe en lo que se refería a las relaciones sociales, porque no comprendía la ritualística que subyacía a las mismas. Eso provocaba que prefiriese apartarme de los demás y encerrarme en casa. Sin embargo, siempre me acababan arrastrando a salir, y yo me decía: "¿Por qué no? Luego, nada mas cruzar el umbral de la puerta de mi casa, me arrepentía. Y cuando ya estaba inserto en la "fiesta" todavía mas. Menudo aguafiestas estaba hecho.

- Yo paso. Prefiero estar aquí sentado tranquilo - respondí resoplando y rascándome la ojera izquierda que me picaba

- Siempre estás igual... Anda... ¡Ánimate!

Seguí insistiendo en mi negativa, y al final no les quedó otra que empezar a jugar sin mi participación. Me limitaba a observar aquellos movimientos de cartas. Estas se desplazaban a un lado y a otro, sin yo entender la razón. Era verdad que el juego se asimilaba bastante a la vida, esta pasaba muy rápido y nadie entendía por qué. Pero aún así, todos fingían comprenderlo todo, y continuaban como si nada. Ocioso, contemplaba el ambiente hasta que mis ojos se detuvieron en una de las jugadoras. Con un pelo tintado de un rojo anaranjado, se afanaba en ganar fuera como fuese. Qué manía tenía a esa chica, era insoportable. Su carácter era irritante. No sabía cómo los demás la aguantaban, por compromiso supongo pensaba a las veces. También me ponía de los nervios esos dientes delanteros torcidos, uno estaba montado sobre otro de manera rídicula. Parecía una suerte de conejo con algún tipo de retraso. Además, esos ojos saltones que se daban trompicones de un lado para otro parecían un par de canicas trucadas de las que se usaban en la mafía del colegio para arrebatar las preciadas canicas de los niños proletarios. En fin, tenía tanta manía a esta chica que decidí sabotearla el juego, chivando a los demás las cartas que vía de soslayo para que supieran sus movimientos ocultos.

Así, pues, me levanté y rodeando la mesa como un poseso fuí poniendo en marcha mi endiablada estrategia. Posaba mis ojos en las cartas que sujetaban las mugrientas manos de ella, y con cara de repugnancia iba chivando a los demás qué cartas tenía para que siempre le sacasen ventaja al asunto. Esto, claro, provocó que finalmente ella perdiera todas las partidas. Esta chica era bastante tonta, pero no lo suficiente para no darse cuenta que era yo quién estaba saboteando el juego en su contra. Así que, sin avisar, se levantó de repente y me dió una sonora bofetada. Para hacerme el fuerte, fingí que no me había hecho daño alguno, y empecé a lanzar sonoras risotadas en el aire completamente falsas.

- ¡Eres un maldito imbécil! Un idiota, un asqueroso, un repugnante hijo de tu madre... ¡Me cago en tu jodida vida, inútil de mierda!

Ante semejante ataque explosivo de insultos, me reí mas alto, esta vez de verdad. Me divertió tanto aquel bombardeo, que hasta se me pasó el dolor de la bofetada pese a que tenía la mitad de la cara totalmente roja debido al golpe. Al principio, no respondí nada mientras ella me insultaba, ya que en verdad me era indiferente lo que una mota de polvo aplastada tuviera que decirme. Pero sin saber por qué, de repente me sentí muy ofendido y comencé a insultarla también, aunque sin rebajarme demasiado haciendo referencia a su aspecto físico. Eso lo guardaba para mi asco interno, en contraparte, decidí criticarla por su inteligencia, o mejor dicho, por su escasez de ella. Así que, poniendome de puntillas, a pesar de sacarla cuatro cabezas, empecé a señalarla con el dedo, declarando lo insoportable que era, totalmente furibundo y alterado.

- ¡Parad ya, por favor! Hay que joderse, de verdad... ¿No os dáis cuenta del mal rollo que estáis transmitiendo en la quedada? ¿No os dá vergüenza, so golfos?

Ambos nos quedamos petrificados ante repentina réplica por parte de nuestro amigo en común. Pero aquello sólo duró un instante. Nos volvímos a mirar con un semblante cargado de odio y de resentimiento, y nos sentamos en nuestras respectivas sillas. Era verdad que el ambiente estaba mas cargado, incluso parecía que hacía mas calor. Yo estaba sudando, y al parecer ella también por lo que podía advertirse en ese montón de pelusa enredada que tenía sobre la cabeza. Ya notaba el penetrante olor de mi propio sudor, era apestoso aunque el sudor de ella apestaba todavía mas, era como avinagrado. Hice una mueca de evidente disgusto y desagrado en su dirección, y me quedé mirando al suelo meditativo, pensando en otras cosas para calmarme.

- ¿Nos metemos en la piscina? ¡Vamos! Seguro que así nos calmamos todos un poco ¿Verdad?

Lo rechacé haciendo un gesto cortante con la mano, mientras movía la cabeza de un lado a otro en señal de negativa. A pesar de eso, me siguieron insistiendo, mas no pudieron conseguir que cediera ni un ápice. Al final, desistieron y se metieron todos en la piscina, en tanto que yo me quedé sentado en el mismo sitio, a la sombra de una sombrilla y un par de palmeras calcinadas. Mientras contemplaba cómo se divertían nadando, tirandose agua los unos a los otros, buceando y comportándose como unos niños de parvulario, pensé en cuán diferente me sentía de toda esa gente. Quiero decir, tampoco es que me considerara mejor, o especial respecto a ellos, simplemente distinto, como si nuestras naturalezas no estuvieran en la misma sintonía. Obviamente, con algunos de ellos me llevaba bien, con unos mas que con otros, pero en general nos notaba muy distintos, casi como si pertenecieramos a otro mundo. Esto lleva pasándome largo tiempo con la mayoría de la gente, al final he optado por pensar que mi papel en esta vida es el de limitarme a ser un mero espectador, permanecer lejos de los demás y en silencio, leyendo y dedicándome a escribir ociosas historias en vías de crear un mundo imaginario en el que sentirme como en casa. Muchos pensarán que esto es bastante triste, mas personalmente no me lo parece tanto. Lo considero otra manera de vivir que es factible teniendo en cuenta esa frontera que me separa de los demás.

De repente decidí levantarme, ya me aburría su pueril espectáculo. Ellos parecían no darse cuenta de mis movimientos, por eso aproveché la ventaja de mi invisibilidad y me deplacé caminando por aquel jardín. Todas las plantas que lo formaban estaban bastante asalvajadas, sin cuidado alguno, mas ello le confería cierto atractivo. Me sentía como si estuviera recorriendo un bosque alejado de la humanidad, y ese sentimiento interno me procuró bastante paz. Así, seguí caminando tan tranquilo, disfrutando de cada paso que daba, mientras el jolgorío que había detrás iba desvaneciendose cual si fuese un paisaje atravesado por una densa niebla. Aquello me tranquilizó bastante, el sentir que todas aquellas voces que me eran extrañas se fundían con el silencio. En verdad, el silencio me comunicaba muchísimo mas que aquel exceso incoherente de palabras arbitrarias.

Llegué al final del jardín, detrás de aquella casa llena de gotelé y cuyas tejas eran testigos directos de la pátina del tiempo. Desde ahí pude observar un arbusto que sin saber por qué ni cómo me atrajo, así que decidí conducirme en su dirección y agacharme para observarlo mejor. Este estaba carácterizado por un verde musgo bastante intenso, y esmaltado por gran cantidad de florecillas amarillas, de las que provenía un perfume intenso. No sabría decir si este perfume tan fuerte me agradaba o desagradaba, por un lado su olor me recordaba al de un prado abierto en la mañana, mas por otro lado, también parecía que olía como si algo estuviera en descomposición. Tal fue la contradicción interna, que sólo sirvió para aumentar mas mi curiosidad. Así que empecé a manosear el arbusto como si quisiera hacerle cosquillas, esperando algún tipo de reacción. Cuando aparté algunas de sus ramas, pude ver que en su interior había un agujero por el que podía entrar yo. De él salía aire, y otro olor bastante denso pero que era ya completamente agradable, en comparación a aquellas flores.

Sin dudarlo ni por un instante, me metí de lleno en su interior. Caí en un foso bastante profundo en el que mi cuerpo entero se manchaba de barro mientras me deslizaba por aquel camino secreto. Parecía un camino bastante hondo y largo, ya que según recuerdo hasta tuve que cerrar los ojos para que la tierra no se colase dentro. Iba muy rápido, como una flecha, pensaba que en cualquier momento iba a implosionar y a estallar en mil fragmentos de piel, tejidos y órganos. Pero al final, no pasó así. Cuando abrí los ojos me encontré en un campo abierto que estaba rodeado por un inmenso follaje verdoso. Los caminos que componían los al rededores me recordaban a aquellos que había recorrido en soledad durante mi adolescencia, mas en verdad no eran los mismos.

En el cielo podía comprobarse que estaba anocheciendo, las estrellas caían en forma de diminutos meteoritos que alumbraban todo el entorno como si se tratasen de centenares de luciérnagas que al poco de nacer, fallecían cuando estaban a punto de rozar el suelo. Incluso, las diferentes plantas que rodeaban todo el terreno parecían cobrar vida con el deslizarse del viento. Sentía como si estas me estuvieran saludando, o invitándome a que me acercara. No sospeché de ellas, pero preferí limitarme a complacerlas con una sincera sonrisa y decidí seguir aquellos caminos embarrizados que me recordaban a aquellos que tantas veces había decidido recorrer para volver a casa. Es cierto, no eran exactamente los mismos. Estos parecían productos de algún sueño, mientras que los otros eran mas bien el resultado del cansancio.

¿Hacía dónde me llevarían? Me preguntaba, ya que no lo sabía. Pero en el fondo, ¿Y qué importaba? Esta noche exuberante es bastante fresca y me hace soñar con un mundo mejor, me llena de esperanza, y me hace replantearme mi propio papel de ahora en adelante. Desconozco si mejoraré como persona en el futuro, mas haré lo posible para mantener el ánimo interno de esta noche, cargada de ilusiones expectantes ante lo que me vaya a encontrar en la siguiente esquina.