- Colgué algunos poemas
en una plaza pública
para que así otros pudieran empatizar
con el sentimiento de mis palabras.
De ahí me fuí caminando,
casi trotanto, evitando
volver a aparecer ante el público
hasta después de un buen tiempo.
Cuando volví, me encontré
mis poemas tirados por el suelo.
De los que aún podían leerse,
la gente reía o miraba con indiferencia.
Muchos se atrevían a mearlos encima
mientras soltaban insultos a doquier,
comentarios muy cruentos
y los señalaban con sus dedos grasientos
Yo me quedé perplejo,
ahí parado, quieto en el sitio
con un leve temblor
en la comisura de mis escasos labios
De repente, uno de esa gente,
se plantó en medio
con una barriga prominente
y mirandome de frente, me dijo:
"Tus letras están rotas,
mudas sílabas que no importan a nadie.
Sin rima, sin estructura, demasiado
decadente y pretencioso"
Me limité a sonreír con desdén.
Me dí la vuelta, y por ahí no volví.
Pataleé una piedra pensando
en escribir mas poemas.
- Con los años, algunos recuerdos
se quedan como lastrados,
fragmentados en sutiles piezas
que se deslizan, ya sean por sábanas
encubiertas o por paredes de gotelé.
Incluso lo que viví ayer mismo,
se va disolviéndose, haciendose nímio,
una bruma silenciosa
en la que cualquier suspiro,
pasa a ser parte del infimo abismo.
Todo lo veo a pedazos, en forma
de trozos arrugados, cachos de papel
que fueron tirados hacía las papeleras
de una memoria cautiva de sus sueños
que ya nadie recuerda.
A pesar de esa mente olvidadiza,
queda todavía algo que permanece
en los segmentos de cristal
que vuelan desperdigados por los aires,
una especie de halo misterioso.
Intento captarlo, atraparlo en mis ojos
lagrimosos, incluso lo canto
con una voz quebrada, próxima
a la tristeza del desconocimiento
ante la inevitable huída.
Sí, yo te grito, te canto y te lloro.
Todo a la vez, querida nostalgía
imprecisa mía.
Pero llegará el momento en el que no pueda ni gritarte, ni cantarte ni llorarte,
pues habré muerto.
- Te veo llorar ante mí,
y espero que no te confunda mi mutismo
porque te aseguro que yo también lloro.
Lloro por ti,
lloro por mí,
lloro por nosotros,
lloro por todas las tristezas de este mundo.
Lloro, aunque lo hago por dentro,
desde mi interior caen sendas lágrimas.
Lágrimas de melancolía,
lágrimas de desesperación,
lágrimas de impotencia,
lagrímas que llueven cual anécdotas anodinas.
Desde mi recóndito corazón,
en un rincón agazapado,
te juro que lloro mucho
pese a mi aparente pasividad.
En realidad, lloro un montón,
voy dando saltos en mi interior,
pegando trompicones como un loco,
como una bestia salvaje,
un animal liberado en su peor noche.
Pero he sufrido tanto, tantísimo,
que me escondo en mi caparazón,
ahí dentro se está lo suficientemente
fresco, para poder danzar en libertad
y también para llorar, para dar
todos aquellos berridos semejantes
a los de un asno recién parido,
un burro mal amaestrado
que es quemado por un hierro candente.
Por ello, confía en mis palabras,
es lo único que en esta vida
no es una mentira.
Por ello, te prometo que yo lloro mucho,
y al hacerlo, gimo como un enfermo
mental dispuesto a ser encerrado
en algún manícomio,
en algún centro comercial mal habilitado
convertido en una institución psíquiatrica.
Lloro sin parar, y cuando lo hago,
recuerdo aquellas lágrimas
que proferías frente a mí.
- Ya es de noche, una oscuridad
profunda de madrugada me circunda.
Ya es el momento perfecto,
la aparición idónea de la soledad,
de la tristeza impoluta,
de aquellas cosas que no logro olvidar...
Me asaltan resquemores,
la sensación de que algo no va bien,
o para ser justos, la impresión
de que no actúo bien en este mundo.
Mas bien, lo que hago es dejarme llevar
por la ignominia del momento,
me ofusco y vomito sobre el rostro
de quienes me rodean, y luego,
me alejo corriendo, casi casi trotando.
Eso no es lo suyo, no es lo justo,
y no sólo porque así lo considere
la moral pública o el decoro
¡No! Eso poco importa, como las leyes,
que no son nada relevantes,
ninguna de ellas me dirá cómo vivir.
Pero sí, hay que ser paciente y considerado, respetuoso y moderado,
evitar dejarse arrastrar
por ese primer impulso malvado.
Si vuelvo a vomitar a alguien en la cara,
como mínimo, le limpiaré después,
y si seguidamente salgo huyendo,
me giraré un momento para disculparme.
He hablado antes de soledad,
mas eso tampoco es así.
En verdad, nunca estamos del todo solos,
siempre hay alguien que está escuchando
atento a esos pensamientos sordos
pero que gritan demasiado.
No, nadie conoce una soledad absoluta,
y la solitaria senda del caballero errante
no es mas que otro canto épico,
para entretenerse un momento,
para creernos héroes sin serlo.
Al final, hemos de contar con los demás
y los demás con nosotros,
nos retroalimentamos en nuestros
sucesivos amaneceres y anocheceres,
vidas y muertes que se multiplican
cuando se dividen, incesantemente
sin fin ni confín,
empezando desde un mismo punto.
Mira, ahora lo digo completamente
en serio, escucha:
Cada paso que doy,
es un paso que da el mundo.
Cuando el mundo se para,
yo también me paro.
- Tristes cantares se escuchan
detrás de aquellas colinas.
Se tratan de melancolías narradas
mediante los cantos de los pajaros
que nos cuentan el absurdo
de sus vidas de pajaro,
de como nacen y mueren
sin otra tarea que traer otros pajaros
al mundo para que nazcan y mueran,
trayendo estos a su vez otros pajaros
que realicen la misma tarea de apareamiento una y otra vez
durante miles de vidas.
No puedo evitar entristecerme
cuando escucho sus lastimeros sollozos,
como tampoco puedo evitar pensar,
que nosotros los humanos,
que nos consideramos más inteligentes
y sensibles que el conjunto
de todos los animales
que habitan este vasto mundo,
no nos diferenciamos tanto
de la vida que llevan esos desdichados pajaros cantarines.
Es verdad que lo adornamos todo,
que celebramos con diferentes rituales
y reuniones sociales cada acontecimiento
de nuestras rutinarias vidas,
pero, en el fondo:
¿En qué distan nuestras ajetreadas vidas,
apareándonos sin tón ni son
para luego igualmente morir?
Cuando pienso en ello,
no puedo evitar entristecerme,
y por eso, escribiendo poemas
entiendo y empatizo con los pajaros.
- Hoy el autobus se paró repentinamente.
Sonó un estruendo, un rrrhis... Y se paró.
Se quedó en el sitio, mientras un humo
negruzo ascendía por el cielo nocturno,
cual si fuera un cigarrillo mal apagado.
La gente ya empezó con sus susurros,
los cuales pasaron de murmullos
a voces alzadas que culminaron
en gritos estruendosos.
Con tal jaleo, el conductor salió
escopetado de su propio vehículo,
y haciendo aspavientos con las manos,
suspirando de manera sonora,
no supo qué hacer.
Llamó a alguien, pero nadie respondió.
Mas, al rato, sonó la llamada de vuelta:
tilín, tilín, tilín... Y al instante entró
afanoso en el autobus declarando
el desastre que provocaría
una impresionante retención
de veinte minutos infinitos.
Yo, permanecí indiferente,
mirando el paso de la gente
a través de una ventana empañada,
en tanto que los pasajeros continuaban
sus peroratas, quejándose a grito pelado.
Sin atenderlos lo mas minímo,
pude observar cómo la noche cerrada
se cernía sobre nosotros,
cómo nuestro entorno ajeno a los dramas
humanos continuaba su fase natural.
Yo ansíaba fundirme
con ese toque fantasmal de la naturaleza
que se despliega cuando la luna asciende,
cuando las estrellas bailan a su compás.
Al parecer el problema técnico
del autobus se solucionó,
y por ende, el ambiente se sosegó,
ensimismandose ya cada uno
en sus aburridas vidas individuales.
Pero mientras el autobus seguía
su acostumbrado recorrido
de todos los días, yo me quedé quieto,
exactamente en la misma postura.
Todo el mundo seguía su marcha,
y yo, decidí detenerme, deseando
aunarme con ese cielo oscurecido,
con ese sueño olvidado,
colgado en la bóveda celeste...
- Canto a la luna en esta noche
tan silenciosa que pasa presurosa,
casi inadvertida entre nubes amarillentas,
cual si fuera un susurro...
La luna es una doncella mimada,
de piel pálida y con algunas manchas.
Mas también es una sufridora
que ha hecho de sus heridas delicadezas.
Y yo, soy como un mendigo
que la canta con la voz quebrada,
desentonando a las veces,
aunque con una emoción contenida.
En aquella neblina dispersa
puedo advertir los suspiros de la luna.
Quizás se ha derrumbado
con mi triste canto de loco despiadado.
No te asustes. No hay nada que temer.
Esta melancolía que encubre mi voz
tú también la has sentido alguna vez,
como cuando te llevaron allí arriba.
Sé que estás muy sola, que los inviernos
son demasiado fríos, y que los veranos
demasiado calurosos, que el viento
azotándote te despeina
y que cuando hace sequía,
esta rompe tu piel en centenares
de pedazos. Todo eso lo sé,
lo veo desde las profundidades.
Pero sobre todo lo sé
porque te conmueves con las desgracias
de los abandonados por el mundo,
por todos aquellos repudiados.
Nos alumbras a todos con tu palidez
helada, incluso cuando todas las farolas
se apagan repentinamente, apareces
entre las nubes para consolarnos.
Y por eso sé que cuando te canto,
mis gallos te hacen llorar de risa,
mas cuando escuchas con atención
comienzas a llorar en serio
al descubrir que las tristezas que narro
son las tuyas mismas, que contandote
mi historia, o las de otros, te ves
a ti misma reflejada en mis malos sones.
Por ello, te pido que tomes tú la voz.
Úsala para despertar a todos
en la madrugada para que sepan
que tanto tú como nosotros existimos.
Llorar durante la noche
no es un asunto que deba ser
desconocido para este mundo inventado,
deben saberlo bien todos.
He ahí tu magia, la de la poesía,
la de la literatura, la de todas las artes...
Dar voz a quienes se la robaron,
a la luna que dejaron tan sola en lo alto.
Cuando todos terminen de escucharlo,
tú te habrás ido hasta la próxima muerte,
pero la melodía que todos cantamos
quedará impresa para siempre.
- Dolido, camino sin rumbo
a través de mi corazón desdeñado
En una madrugada, me abrí
el pecho, y desde entonces,
en mi interior voy andando,
recorriendo mi sacorfágo corpóreo,
cual si se tratase de un terreno inexplorado,
dispuesto ante mis ojos
La decepción y la frustración
resultan palpables para mis pies,
que van pisando con tiento,
evitando hacerme demasiado daño.
Hay veces que piso algún que otro
cristal roto, y cuando lo hago,
no puedo evitar gritar estruendosamente.
Yo mismo me asusto de ese gran grito,
que se repite en esta cueva abandonada
formando un eco que se prolonga
desde mi garganta hasta la caja torácica,
culminando en las venas de mi corazón.
Aquí dentro, hay algunas húmedades
dejadas por lágrimas despavoridas,
algún que otro elefante soñador
y rastros de sangre solidificados.
Pero también hay un rastro de púrpurina,
que si lo sigues conduce hacía un inmenso
árbol cuyas hojas están iluminadas
por un amanecer del pasado.
- La madrugada se desliza
a través de mis sábanas
cual la mano de una amante,
que rezagada busca aquello intangible:
un corazón que mas bien parece
un concepto demasiado abstracto.
Mientras yo, miro hacía la pared
impotente, esmaltando sueños
y pensamientos sobre esa claridad
un tanto turbia después
de tanta observación infructuosa.
Es bastante vano ver desfallecer
todos los entes imaginarios
que se traslucen en la mente,
y que flotan, como ideas anodinas
que fueron inventadas
por un ocioso parlanchín.
Si nada o todo es real,
al fin y al cabo da igual
cuando la apariencia lo tiñe todo
en semejanza a aquella madrugada
materializada en una pared entre nubes.
Todo es tan raro, tan impreciso,
como una fantasía que ha sido tomada
demasiado en serio, un juego de apuestas
que por azar siempre
da el mismo número.
Yo contemplo todo este espéctaculo,
me embriago con las mil imagenes
hasta que finalmente me duermo.
- En la calle puede sentirse
esa desolación que todo lo cubre,
desde los transeúntes hasta el aire
está marcado por esa dejadez.
No importan las perturbaciones externas.
Todo parece sumido en esa desdicha
automática que provoca el frenesí
de esos engranajes corporales.
Cada cosa sigue su curso preestablecido
por las llamadas "grandes ocupaciones"
Obviamente es muy importante
que todo marche como una rueda.
Esta gira y gira, a pesar de ese chillido
proveniente de las desgastadas llantas.
Y si por casualidad el mecanismo
se parase, ya lo arrastrarían al desguace.
Todas las cosas marchan según
lo previsto, y los asuntos menos
importantes, ya se han desechado
como se expulsa a los mendigos.
Según esta idílica sociedad,
hay gente sobrante, gente que no debería
estar en ninguna parte, que merecen
el desprecio de todos y el exilio.
Prueba de ello es lo limpia que está
la calle principal, la mas tránsitada,
y lo sucias que se encuentran
aquellas otras que se alejan.
Rostros sonrientes poblan los grandes
edificios, mientras que en los pequeños
la tristeza y la desesperación
son las únicas comidas, el pan de cada día.
Un anónimo desconocido parece gritar:
"¡Por fin soy un hombre nuevo!"
La potencia de su voz se hace eco.
Pero, a pesar de ello, nadie lo ha oído.
- Yo soy la sombra que merma.
Yo soy aquella estrella muerta.
Yo soy el cuervo de una hechicera.
Yo soy la llave que no abre ninguna puerta.
Yo soy la lágrima que se seca...
A través de innúmerables laberintos,
se encuentra la oscura estela,
aquella que todos ven y todos niegan
cual si fuese una utopía barata.
Se inventan muchas historias
acerca de su leyenda: unos hablan
del abandono de una mujer, otros
de un monje travestido,
pero algunos otros dicen que es esclava
de alguna condena impuesta
por los que viven ahí arriba,
los que tanto hablan acerca de la luz.
¿Y quienes son esos? Os preguntaréis.
Yo sólo sé que soy unos embusteros,
que mienten mas que hablan,
y que se les ocurren únicamente calumnias
acerca de un pasado glorioso
que si se sigue llevará a una supuesta
salvación demasiado cursi
para ser cierta, repugnante incluso.
Cada vez que escucho sus fantasías,
mis tripas se retuercen y mis puños
se cierran, hasta que no aguanto mas
y doy un certero golpe sobre la mesa.
Y aquel golpe produce un sonido,
el cual si se repite en el tiempo
es hasta rítmico, es el redoblar
de un tambor desgastado: tom,tom, tom...
Dice así:
Yo soy la sombra que merma.
Yo soy aquella estrella muerta.
Yo soy el cuervo de una hechicera.
Yo soy la llave que no abre ninguna puerta.
Yo soy la lágrima que se seca.
Yo soy... YO SOY YO.
- Camina el viandante desconocido,
y con sus lágrimas, va enhebrando
una delicada tela que mantiene escondida en un hueco entre corazón
y mente, para que nadie se la vea.
Le tiene tanto tanto recelo
a que descubran su secreto, esa melancolía que guarda,
que antes moriría que dejar
que otros descubran su tela de seda.
¡No! Esos infames insensibles
no deben contemplar bajo ningún
concepto, esa tristeza de su corazón
ni esa perdición mental,
de lo contrario, es muy posible
que todos se rían mientras le muelen
a palos dados con saña.
¡No! Jamás verán ni con el rabillo del ojo,
como tampoco de soslayo,
esa añoranza deprimente que le atenaza
como un parásito inserto en el seno
y que medra sus pensamientos.
Eso piensa y siente aquel sin nombre,
en tanto que va caminando despacio,
muy despacio hacía nadie sabe donde
a pesar de que no tenga dónde
caerse muerto el muy desgraciado.
Pero recordar, esa desdicha inmensa,
aquel carcomerse celebral
no puede decirse ni enseñarse a nadie.
Eso sería lo que le faltaba,
el último golpe de gracia
para aquel viandante desconocido,
aquel sin nombre que no tiene
ni dónde caerse muerto...