Siempre se me ha dado bien guardar los secretos de los demás. De hecho, la mayoría de la gente me ha usado a lo largo de mi vida como confidente. No sé por qué será. Quizás por mi naturaleza cerrada de por sí, y por mi costumbre de escuchar a los demás sin mediar palabra por mi parte. Mas, independientemente de eso, el caso es que casi todo el mundo me ha cedido casi todos sus secretos sin yo pedirlo. Yo, como muestra de agradecimiento por su confianza en mí, siempre los he guardado. He sido una tumba tan cerrada y hermética que ni mis pasos ni mi respiración aciertan a oírse por una calle desolada durante la madrugada.
Sí, siempre ha sido así hasta ahora. No me queda otra que por primera vez en toda mi vida romper mi juramento de perpetuo silencio. El caso es tan extraño y oscuro que siento una imperiosa necesidad de escribir acerca de él. Por respeto a mi confidente, omitiré ciertos elementos como así también cambiaré los nombres. Espero que su espíritu sepa perdonarme por esta osadía por mi parte. Lo lamento, pero no puedo evitar mover mi mano y seguir escribiendo.
Esto ocurrió hace algunos años. Pero antes del suceso en sí, considero imprescindible hablar un poco sobre el pasado. En ese pasado, nos retrotraeremos a nada mas ni nada menos que a esa época tan difusa como lo es la infancia temprana. Concretamente, durante la guardería para ser mas exactos. Sé que en ese tiempo todo es muy borroso y poco definido, mas precisamente por ello lo considero relevante. Y todavía más teniendo en cuenta la historia que nos ocupa. Pero tranquilos, de la guardería iré avanzando poco a poco hasta otras étapas mas tardías.
Roberto era un chico bastante retraído, muy tímido y que tenía claros para relacionarse socialmente. Además, para añadirle mas dificultades al asunto, era miope y tan delgado que parecía una cerilla a punto de extinguirse en cualquier momento. Es por eso que cuando empezó en la guardería ya todos se reían de él tanto por su aspecto como por sus ademanes rídiculos debido a la constante vergüenza que sentía. Sin embargo, en esa engorrosa situación, tuvo un apoyo constante. Se trataba de una chica llamada Mieko. Poco se sabía de ella. Tan sólo que era muy callada y poco expresiva, y que venía de padres japoneses. Aunque tampoco se sabía a ciencia cierta si sus padres eran totalmente japoneses, o era mestiza, e incluso, se dudaba de que quizás fuera adoptada ya que nadie la escuchó hablar jamás en japonés, ni habían visto nunca a sus padres. Mas, el caso, es que esta chica era la única que prestaba atención a Roberto y le ayudaba en todo, le defendía ante los demás, y por supuesto, siempre le tenía en consideración.
Se conocieron durante la guardería jugando a unir figuras. Cuando nadie quería jugar con Roberto, era ella la única que estaba dispuesta a pasar el rato con él, e incluso, a compartir las figuras geométricas que a ella le habían tocado para que pudiera formar torres mas complejas y elaboradas. Esta amistad tan fuerte llegó hasta el colegio, donde pasaban todos los recreos juntos deambulando de un lado para otro. En verdad, durante sus ratos juntos, ninguno de los dos mediaban palabra alguna. Era como si se entendiesen sin necesidad de decir nada, con sólo mirarse y acompasar sus pasos les era suficiente. Los demás niños, actuaban como si ambos fueran invisibles, como si no existieran. Esto, dicho sea de paso, fue muy beneficioso para Roberto ya que cada vez se metían menos con él. Cuando llegaron al instituto, ya todos ignoraban completamente a Roberto.
Durante ese tiempo, este se dedicaba a estudiar con especial ahínco. Sólo gastaba el poco tiempo libre que tenía en quedar con Mieko. Sus quedadas eran siempre iguales, daban unas vueltas por las calles de su urbanización, y se despedían moviendo ligeramente la mano y desvíandose por otro camino en dirección a sus respectivas casas. Roberto ya estaba acostumbrado a esto. Pero con el tiempo, empezó a tener serias dudas sobre la naturaleza de su relación con ella. No sabía cuales eran sus intenciones, si la de fomentar una amistad, o tener algo más. Además, tampoco entendía por qué ella jamás le había invitado a su casa, como mucho menos comprendía por qué nunca mediaba palabra alguna con él. En ocasiones se preguntaba si era muda, o si tenía algún tipo de retraso.
En cierta ocasión, él le espetó a Mieko evidentemente alterado: "¡Ya me he cansado de esta situación! ¿¡Vas a decir algo, o qué!?" Pero Mieko sin turbarse lo más mínimo, se limitó a mirarle con extrañeza. Y, al instante, se dió media vuelta y se marchó, en tanto que Roberto se quedó en el sitio, temblando por la agitación hasta que se relajó y se arrempitió de haber arremetido contra la única amiga que él tenía. A partir de entonces, no volvió a repetirse esa situación. Roberto sobreentendió por la mirada dulce de Mieko que le había perdonado su inusitado reproche sin necesidad de que él se disculpara usando de las palabras.
Siguieron así hasta que fueron los examenes de acceso a la universidad. Durante ese tiempo, apenas se vieron. Cosa que entristeció a Roberto. Mas, no le quedaba otra, ya que tenía que estudiar para labrarse un futuro. O eso al menos le decían sus padres. Sin embargo, como era un estudiante muy aplicado, aprobó todos los examenes con excelentes notas. Se alegró muchísimo, mas no tanto por los resultados en sí como porque volvería a ver a Mieko.
A partir de la misma tarde en la que acabó los examenes, salió disparado a la calle para volver a verla. Pero, para su sorpresa, no estaba por ninguna parte de las que solían recorrer juntos. No le resultó extraño, ya que hacía un tiempo que no salían juntos. Así que acudió todas las tardes recorriendo los mismos caminos, una y otra vez sin exito. Eso le defraudó bastante. Se sentía triste y abatido, como si de repente nada tuviera sentido. Sentía que una parte fundamental de su vida se había evaporado en el aire, había desaparecido sin remedio por arte de magia. Es mas, para ser mas concretos, su verdadero sentimiento era mucho mas profundo y doloroso. No es que una parte imprescindible de su vida se hubiera alejado sin aviso alguno de él, sino que había perdido un fragmento de su ser. Así lo sentía, y mientras caminaba por aquellos caminos cuyos pasos había acompasado con Mieko, lloraba sin cesar.
Una vez que empezó la universidad, de repente Mieko apareció. Tal y como se había ido sin aviso, así reapareció. Se puso tan contento que sus lágrimas habían sido borradas cual si un sol abrasador hubiera instaurado un tiempo de sequía. Se emocionó tanto que casi la abrazó. Pero Mieko estaba como siempre, distante. Eso le hizo retroceder justo antes de abrazarla. Además, había cambiado. En unos meses se convirtió en toda una mujer. Desde siempre había sido una chica muy guapa, ya desde niña. Mas, ahora, se había transformado en toda una hermosura de pomulos salientes, esbelta y de cuerpo muy bien definido. Eso turbó en parte a Roberto, ya que nunca la había contemplado desde esa perspectiva. Para él, era una compañía, casi como una hermana. Jamás se había parado a pensar con la carne para pasar a verla como la mujer que al fin y al cabo era.
Poco a poco su apetito carnal fue en aumento, hasta tal punto fue su deseo que no pudo evitar la necesidad de poseerla en el sentido corporal. Cuando lo intentó, casi abalanzadose sobre ella cuando en sus paseos diarios pasaban al lado de un prado desierto, Mieko pareció en un principio asustada, mas al poco rato con la insistencia de él, se enfadó y le dió un tremendo golpe en el pecho. Esto le hizo perder la conciencia, y cuando se despertó ya estaba anocheciendo y no había rastro de ella. Pensó que se había sobrepasado, se había dejado llevar demasiado. Arrepentido de todo corazón, estaba decidido a disculparse cuando volviera a verla.
Pero esa ocasión no se dió. Mientras tanto, tampoco podía perder el tiempo así que continuó con sus estudios. Era tan buen estudiante, y sus notas eran tan sobresalientes, que algunos de sus compañeros se fijaron en él y le incluyeron en su grupo de estudios. A partir de entonces, Roberto pasó a relacionarse con mas gente y dejó de ver a Mieko. No porque él se olvidara de ella, sino porque las veces que salía a buscarla no encontraba rastro alguno de ella. Así que poco a poco dejó de buscarla e hizo nuevas amistades hasta tal punto que en una ocasión llamó la atención de una chica que le invitó a estudiar en su casa.
Durante aquella velada, hicieron de todo excepto estudiar. En esta ocasión, fue una mujer la que se abalanzó sobre él, dejandose llevar por su repentina fortuna. Ambos se aprovecharon del cuerpo del otro, mutuamente. Y cuando ya la tenía desnuda, con sus senos estremeciendose estando encima de él, Roberto miró de soslayo y sin querer a una de las ventanas de la habitación de ella, descubriendo que ahí estaba plantada Mieko mirándole directamente. Su semblante era tremendamente terrorifíco. En un principio, parecía que estaba sonriendo con los ojos muy abiertos, pero si uno se fijaba bien, caía en la cuenta de que aquello no era una sonrisa, sino una mueca de psícopata. Además, todo su cuerpo se estaba agitando como si estuviera a punto de explotar mientras caían una sucesión de lágrimas. Esas lágrimas que en su comienzo eran tráslucidas, pasaron a adquirir el color de la sangre. Y de su boca, ligeramente apretada, estalló un grito que no sabría atisbarse si se trataba de alegría o de ira. De repente, Mieko desapareció, aunque no por mucho tiempo, y a Roberto le dió un gatillazo debido al terror que le hizo salir corriendo de ahí despavorido.
A partir de entonces, allí donde Roberto fuera, aparecía Mieko en la distancia, como si estuviera vigilandole constantemente. Lo extraño era que cuando él se acercaba para disculparse, su silueta parecía desvanecerse en el aire, y que cuando retrocedía, volvía a aparecer clavada en el sitio. Daba igual donde Roberto se encontraba, ahí estaba Mieko. Incluso en su casa, mientras dormía, tenía la sensación de que le estaba observando. Tenía muchas pesadillas, puesto que hasta en sus sueños aparecía el semblante de Mieko, mirándole con una mezcla de furia y de locura, como aquella vez en la ventana.
Aquel acoso fue tan reiterado, que pasó de verla todos los días hasta que ya no hubo segundo en el que no estuviera presente. Se encontraba tan mal que dejó de dormir y de comer, no hacía otra cosa que temblar. Cuando la veía, procuraba cerrar los ojos. Pero, aún así, podía verla en su cabeza, ya muy cerca de él. Y si se tapaba los oídos, podía escuchar aquel grito ensordecedor que le hacía tambalearse hasta caer desfallecido. Cada vez mas delgado y con un semblante que connotaba una enfermedad, sus buenas notas fueron en declive y las relaciones que había ganado aquel año fueron alejándose de él. Estando en la universidad, hasta volvían a meterse con él por las pintas que llevaba como cuando era un niño. Estaba tan desarreglado y enfermizo, que hasta bromeaban con que tuviera sida.
La situación le sobrepasaba tanto, que no pudo aguantarlo mas y terminó suicidándose, o al menos, eso determinó la autopsia que le hicieron después. Cuando descubrieron el cádaver, su rostro estaba lívido y con una expresión que connotaba mucho dolor. Tenía los ojos muy abiertos, como si en el instante de morir hubiera visto algo horrible que le hubiera estremecido completamente. Además, tenía el cuerpo comprimido, como si algo le hubiera presionado de manera que le hubiese hecho el doble de pequeño. Sus manos estaban enlazadas, cual si estuviera rogando una última plégaria por su vida. Como decía, la autopsia reveló que se trataba de un suicidio, ya que encontraron una sustancia desconocida en su estomago. Así que imaginaron que se tomaría una mezcla de elementos para acabar con su vida encontrandose en un momento de histeria. Y dejaron el asunto así.
Me extrañó tanto este caso -además de que lo sabía de la propia mano de Roberto- que quise hacer mis averiguaciones. Lo mas tenebroso, es que cuando pregunté tanto a la gente que conocíamos como hasta en el registro civil de mi comunidad, nadie tenía ni idea de quién era Mieko. Y cuando insistía sobre ella completamente perplejo, hasta se mofaban de mí creyendo que era una broma estrafalaria, o que mi obsesión por la literatura japonesa y por la escritura me había hecho inventarme alguien que en realidad no existía. No pude evitar estremecerme, y regresar de ahí donde iba a preguntar con la cabeza gacha, mirando al suelo sin encontrar respuestas.
Espero, por último, que el escribir esto no me vaya a traer serias consecuencias, debido a que Mieko vaya a enfadarse por revelar esta historia, como tampoco que aquellos que lean esto vayan a tener alguna que otra inesperada visita. Es cierto que no tengo muchos lectores así que no tendría por qué preocuparme, pero por si las moscas, nunca se sabe... Como suele decirse, quién avisa no es traidor.
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