“Nabu-aje-eriba recorría la ciudad de Nínive, inquiría a quienes habían aprendido a leer recientemente y les preguntaba a cada uno pacientemente si les había sucedido algo fuera de lo normal, algo de lo que se hubieran percatado antes de que supiesen leer esas letras. Por esa razón procuró aclarar el papel que desempeñaba el espíritu de las letras contra las personas. El resultado fue una extraña estadística. Había una abrumadora mayoría de personas que, desde que habían aprendido a leer, eran de repente incapaces de atrapar piojos. Se les metía más polvo que antes en los ojos. Apenas podían atisbar la figura de las águilas en el cielo, que hasta entonces podían ver sin dificultad. Percibían el color del cielo menos azul que antes. “El espíritu de las letras devora los ojos de las personas. Es como si se tratara de un gusano que horada la cáscara de la nuez y se come hábilmente todo el grano que está en su interior” Nabu-aje-eriba lo anotó en una nueva tabla de arcilla. También había bastante gente acorde a ese estado desde que había descubierto las letras; empezaban por toser, se quejaban de los estornudos que habían comenzado a soltar, comenzaban a tener hipo y sufrían diarrea. “Parece que el espíritu de las letras mina la nariz, la garganta y el estómago de las personas”, añadió el erudito anciano. Desde que habían memorizado las letras surgían personas que decían que su cabello escaseaba súbitamente, las piernas se les debilitaban, las manos y los pies empezaban a temblar y la mamdíbula se les desencajaba. Nabu-aje-eriba concluyó finalmente: “El mal de las letras logra dañar la inteligencia de las personas y paralizar la mente humana. Es decir, llega hasta el final.”
- “La catástrofe de las letras” de Atsushi Nakajima
El siguiente fragmento proveniente de un relato, que a su vez, pertenece a una colección de cuentos del escritor japonés Atsushi Nakajima cuyo nombre es “El poeta que rugió a la luna y se convirtió en tigre” supone toda una declaración de intenciones ante la problemática del lenguaje en general, y en el caso de la escritura en particular. El conjunto del cuento versaría en torno a la indagación de un anciano doctor de Asiria en torno al espíritu que subyace en el seno de las letras. Tal investigación se produciría debido a que en las viejas bibliotecas de arcilla se escucharían extraños ruidos que evocarían a los espíritus que se supone que vivirían en el núcleo de los textos antiguos provenientes de las letras que los componen , y que les darían razón de ser. Durante este curioso estudio, el viejo erudito se daría cuenta de que efectivamente estos espíritus existirían, y que además, en relación a la población del lugar -como puede apreciarse en el fragmento seleccionado- desde que aprendieron a usar de las mismas, notarían como ciertas facultades de la vida cotidiana disminuirían. Lo paradójico del asunto es que ha habida cuenta de estos fenómenos, serían las propias letras -o su espíritu- las que usarían a las personas a su antojo, medrando su existencia en la medida que estos requieren de las mismas, hasta llegar a un punto donde no habría retorno posible.
Esto que durante su primera impresión podría parecer mera fábula, esconde de un sentido filosófico en relación a cómo nos relacionamos con el lenguaje cuando este pasa a formar un conjunto de letras o caracteres escritos. Una vez que nos vinculamos con las letras ya no sólo como un medio de comunicación o de expresión, sino también de comprensión y de conocimiento, el mundo que tenemos al rededor cambia consigo, adquiere más matices, o los pierde como el caso del texto. Ello acontece de tal manera porque si bien nos es imposible prescindir del lenguaje de cara a comunicarnos con otros en el día a día, una vez que este pasa a formar parte de un proceso de escritura, pasa a ser un pensamiento que se materializa en un papel, o en arcilla durante aquellos antiguos tiempos ¿Qué acontece entonces? Pues básicamente, que el lenguaje se transforma en pensamiento, un pensamiento que además de hacerse un texto que nos permite comprender el mundo, lo configura de acuerdo a los caracteres que ahí se plasman en escrito. Es entonces cuando el lenguaje sobrepasa su razón de ser utilitaria y convencional, y pasa a ser una problemática relacionada no solamente con la epistemología, sino que también con nuestra manera de ser y de estar en el mundo.
En una parte del relato, el anciano erudito llegará incluso a cuestionarse la primacía que tendrán las letras escritas a la hora de recordar acontecimientos históricos, ya que tanto sería su poder que no recordaríamos respecto a épocas pretéritas -e incluso, relativamente inmediatas- lo que acontecería en sí, sino que más bien recordaremos aquellos escritos que otros nos han legado hablando de unos acontecimientos de los que no sabemos a ciencia cierta si fueron así, o si se tratan de mitologías que los antiguos quisieron relatar así por intereses personales o políticos. Por lo tanto, el lenguaje escrito llegaría a alterar nuestra memoria histórica colectiva, como también aquella inmediata y personal, puesto que el viejo docto en sus estudios también se daría cuenta que la memoria de las personas disminuiría ante la necesidad de pasar todas aquellas que consideren importantes por escrito. Así, pues, una vez que se usa del lenguaje, y a este se le confiere una realidad materializada en los textos y en los libros, este adquiere la capacidad de alterar a nuestro imaginario y a nuestra cosmovisión, produciendo que haya un desdoblamiento entre el mundo efectivo, y aquel que refleja las letras.
Por lo cual, la razón de ser del lenguaje ya no se agotaría a un sentido de la referencia a los objetos, como tampoco a comunicarnos en relación a las cosas que hay en el mundo, pues adquiriría un estatuto ontológico superior en la medida que confiere realidad -y según el texto, altera- al mundo y al conjunto de las cosas que lo componen. En la medida que pasamos por escrito aquellas cosas que comunicamos mediante el habla, entrarían en juego muchos factores que provocarían que algo cambie en el mundo de quién lea aquellos escritos. Algunos de esos factores podrían ser la propia subjetividad de quién escribe, los intereses que tenga, sus objetivos, errores que haya podido tener… Esto juega una mala pasada no solamente a quién lee, también a quién escribe debido a la posible malinterpretación de quién lo lee, también a la subjetividad de este, al contexto, a las circunstancias... Así vemos cómo son más bien las letras las que juegan con nosotros, y no tanto nosotros con ellas. En apariencia, podría parecer lo contrario. Pero me pregunto ¿Cuantas realidades se han visto alteradas debido a la lectura de un texto, como lo podrían ser las revoluciones o las guerras?
Así podemos contemplar el poderío que tiene el lenguaje escrito, y cómo este nos condiciona, y a veces nos límita en nuestra manera de ver y de actuar en el mundo. En el caso del texto escogido, vemos cómo algo ha cambiado en las vidas de quienes han aprendido a leer, de tal manera que su vida se ha visto condicionada por aquello que han leído, no siendo ya capaces de realizar de la misma manera tareas que solían hacer antes con facilidad. Por ende, aquel desdoblamiento entre la realidad efectiva y la escrita, ya no se disgregarían, sino que se fundirían. Y aquella relación de referencia entre lo escrito y el objeto, ya tampoco sería una mera conexión entre sí. El lenguaje escrito adquiriría un puesto tan relevante y elevado en nuestra manera de conocer y de movernos por el mundo, que lo más importante ya no sería aquello que se nos daría de manera directa e inmediata en el mundo, ahora lo primordial sería su reflejo y traducción en aquello que está escrito.
De manera, que, las letras se convertirían así ya no únicamente en una sombra o reflejo de lo que nosotros entendemos por mundo, serían el mundo mismo. Al igual ocurriría respecto al pensamiento. Este ya no se limitaría a relacionar al objeto con su concepto, o a referenciar aquello que vemos. El pensamiento se vuelca tan dependiente de aquello que está escrito y que nosotros leemos que bien podría decirse que al igual que las letras pasarían a conformar el mundo en sí mismo, el pensamiento también lo serían las letras mismas. Es decir, el lenguaje escrito sería tan preponderante en nuestra manera de entender y de movernos en el mundo, que nuestra dependencia al mismo nos conduciría a afirmar que sin lenguaje no se daría ni el mundo ni pensamiento, ya que a estas alturas, sin el lenguaje no podríamos tener una cosmovisión férrea en torno a estas dos instancias.
Al final, nos acontecería lo mismo que aquellos personajes antiguos que nos narra Nakajima, perderíamos nuestra capacidad de vivir, de movernos en las actividades cotidianas, debido a que una vez aprendida la capacidad de leer los textos escritos, nos haríamos dependientes de los mismos, y estos configurarían nuestra visión del mundo, nuestra manera de pensar, de recordar, e incluso, de entender todas las cosas. Así vemos como el lenguaje y el pensamiento se encontrarían estrechamente relacionados hasta el punto de llegar a confundirse en uno sólo, puesto que sin lenguaje no habría manera de comunicar estos mismos pensamientos en textos escritos, y sin pensamiento, la necesidad de comunicarlos sería en balde. Y esto es algo de lo que no nos podemos deshacer por muchas paradojas que nos inventemos. El lenguaje escrito una vez que pasa por nuestra retina distorsiona, altera y cambia nuestra manera de vivir y de ver a la vida misma como metáforicamente diría Nakajima usando de la imagen del gusano que va devorando meticulosamente aquella nuez.
Ya sería una reflexión de cada uno contemplar esto como una enfermedad, o como una pérdida de ciertas capacidades para ganar otras. Al cabo, lo que acontece con el lenguaje es lo mismo que ocurre respecto al pensamiento -como anteriormente hemos dicho-, y es que quienes van adquiriendo conciencia de las cosas, y van teniendo un conocimiento mas genérico del mundo en su plenitud, normalmente suelen perder otras capacidades que tendrían aquellos otros iletrados, o gentes que no se han ocupado en cultivarse intelectualmente. Esto, lejos de ser un insulto o una ofensa hacía quienes han preferido quedarse en cierta ignorancia, supone siguiendo el cuento de Nakajima, una cierta apuesta por un utópico mundo sin necesidad de letras, y una critica a las mismas. Sin embargo, ello a estas alturas es un imposible, puesto que el lenguaje escrito y el pensamiento se han aunado hasta llegar a ser uno solo. Nosotros somos, entendemos y nos movemos de acuerdo al lenguaje, y opinamos, sabemos y aprendemos respecto a lo que otros han escrito. Y si pretendemos revelarnos contra ello, y avisar a otros de los posibles prejuicios que nos pueda ocasionar el lenguaje escrito, probablemente nos ocurra lo que al protagonista de esta historia: que acabaremos aplastados por unos inmensos bloques de arcilla, o en nuestro caso, por una estantería repleta de gruesos libros.
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