Aquel invierno fue bastante frío. El ambiente era tan gélido que calaba hasta en los huesos. Si uno recorría aquel desierto helado y cubierto de nieve, podía sentir como su corazón se congelaba poco a poco, como también sus latidos ralentizandose con la misma lentitud con la que el pecho terminaba convirtiendose paulatinamente en un sácorfago helado. Esto en el caso de que uno fuera una persona normal, sin grandes sentimientos ni aspiraciones superlativas. Sin embargo, en el caso de aquel joven con alma de muchacho que recorría en esos instantes ese páramo de hielo no era así. Esto se debía a que en su interior albergaba grandes y poderosos sentimientos, como así unas aspiraciones que podrían considerarse trascendentales, e incluso, hasta sobrenaturales. Ello provocaba que en su interior una gran oleada de fuego derritiese cada fragmento helado que osase asomarse. Tal era el espíritu ardiente que habitaba en su cuerpo, que cuando el frío intentaba instaurarse en su pecho, este era repelido por el aliento de un volcán, tan poderoso e imponente que bastaba una ráfaga para sofocar el viento helado mas estremecedor. Por tanto, aquel frío, aquel invierno, aquel desierto plagado de nieve... Todo eso le era indiferente puesto que él mismo era fuego. Una llamarada solitaria que recorría el núcleo mismo de un iceberg.
El lugar no le era extraño ni desconocido a aquel joven. De hecho, le era demasiado conocido. Se conocía cada rincón aún mas que la propia palma de su mano, y cada elemento mucho mas que los objetos desperdigados que se encontraban en su habitación. Llevaba demasiados años en aquel lugar como para que cayese para él en el olvido. Tenía por cierto, que aunque un acontecimiento que sobrepasase sus fuerzas le alejase de ahí, al regresar dentro de unos cuarenta años, se seguiría acordando de aquel lugar. Al fin y al cabo, aún con el cambio que actúa sobre el paisaje debido a las estaciones, ese sitio no era otro que el lugar de su infancia. Ese páramo desertico ahora helado era lo único que verdaderamente conocía, el lugar que le dió cobijo siendo niño, donde acudía para despejarse siendo adolescente y donde ahora a su edad acudía para retrotraerse a esos años pasados. Siempre había estado ahí, y tenía por seguro que seguiría estando ahí al menos por ahora.
Tras andar durante un buen rato, se detuvo. Como si hubiera portado consigo un medidor interno del diametro de aquel terreno, se paró en seco justo en la mitad de ese campo. Encontró el tronco partido de un árbol en el suelo, y se sentó en el. Era mas cómodo que la más lograda de las sillas puesto que era nada mas ni nada menos que una silla original, primigenia. Ahí sentado se puso a recordar mientras contemplaba como caía la nieve lentamente. En la medida que recordaba, esta nieve fue cayendo cada vez mas lentamente, tan lenta era su caída que parecía suspendida en el aire, deslizándose a capricho hasta unirse con los otros copos que ya habían caído. Del mismo modo, la imagen que tenía ante sí de la lenta caída de la nieve fue solapandose con sus recuerdos hasta que estos ocuparon todo su ángulo de visión.
Entonces, se desplegó ante sus ojos a través de las raíces de su memoria, un panorama totalmente distinto aunque tales recuerdos se desarrollasen en el mismo sitio. Por entonces era un niño, tan pequeño que podía permitirse el lujo de actuar como tal, pero tampoco lo era tanto como para no poder pensar con consciencia plena. Era la temporada de la siembra, y hacía un calor tremendo. Él solía acompañar a su padre mientras sembraba con sus compañeros, aunque como todavía era un crio no podía quedarse quieto en el sitio. Mientras los trabajadores se ocupaban de la tierra con las espaldas completamente llenas de sudor debido a la incidencia del sol, este niño corría al rededor jugando a sus juegos inventados. Pero, como el calor era sofocante, su padre le indico que se replegase hacía la sombra, allí donde un conjunto de árboles podían darle cobijo. El niño, obediente, así lo hizo. Fue corriendo, dando trompicones y traspiés a través de los surcos abultados de la tierra. Él imaginaba y se sentía cual si fuera un barco que atravesase las olas de un bravo mar. Cuando llego a puerto, se sintió mas bien como si su barco hubiera sido arrastrado a una isla desierta, y él fuera el único naufrago que hubiera sobrevivido al temporal en alta mar.
Se tumbó sobre la hierba cobriza, y con una mano, arrastró el sudor que le recorría la piel tersa de su frente. Después, se puso a moverse de un lado a otro, como si fuera una croqueta, y cuando se tumbó a un lado, entrecerrando los ojos, se percató de que una hierba verde asomaba por encima de la tierra a poca distancia de él. Sin esperar ni un minuto, se levantó y fue corriendo hacía ahí, y cuando ya estuvo frente a la misma, su curiosidad infantil le animó a tirar de ella. Tuvo que usar de mucha fuerza, ya que no era fácil. Usó de tanta fuerza que nuevamente el sudor acudió a su frente, y no sólo a su frente, también a su espalda y a sus brazos, como su padre y los trabajadores en el campo. Pero, al final, lo consiguió.
Cuando lo sacó, se dió cuenta que bajo aquellas hierbas, había una especie de raíz muy gruesa, parecía un rábano. Mientras lo contemplaba suspendido en el aire, este comenzó a agitarse, dando sacudidas en el aire cual si se tratase de un pez recíen sacado del agua. El niño se asustó, y lo soltó. Así, en el suelo, lo que parecía un rábano se irguió por sí sólo. Y así como estaba, de pie en el suelo, habló:
- Eh, no te asustes chaval. Me alegro de que me hayas encontrado, no sabes la suerte que has tenido. Si hubieses tirado y extraído las otras hierbas moradas que estaban cerca de aquí, tu suerte hubiera sido otra. Una que probablemente hubiese acabado en desgracia. Pero menos mal que has dado conmigo. En fin, como me has encontrado, ha de cumplirse el designio del cielo. Has sido tú, y sólo has podías ser tú. Esto es cosa del destino. Por lo cual, olvida lo que te he dicho antes porque como ha sido así sólo podría haber sido así, y no de otra manera. Bueno, voy a dejarme de peroratas, y te diré lo que has de hacer para que se cumpla lo dictaminado en los orbes celestes, si es que ha de ser así. Debes acudir aquí dentro de diez años. Si lo haces así, dentro de otros diez años se te indicará cual será tu camino a seguir para que se cumpla lo que debería cumplirse.
Al terminar de hablar, de repente, la extraña raíz-rábano, desapareció instántaneamente. En tanto que el niño se quedó parpadeando, bastante sorprendido y hasta perplejo debido a lo que se acababa de desarrollar ante sus ojos. Mientras, ya de joven recordaba esto, ya no acertaba a señalar lo que pasaba después. Hasta tenía sus dudas de si realmente había vívido algo semejante pese a que en su memoria no hubiesen brumas al respecto. El recuerdo aparecía en su mente con una sorprendente nítidez. Pero, sin embargo, no sabía si se debía a la imaginación de la que tanto hacen gala los niños, o si lo había soñado. A pesar de recordarlo con todo lujo de detalles, tanto el rábano como la voz que parecía provenir del mismo, tenía sus dudas. Era como si el mundo que denominamos real y el onírico se hubieran confundido hasta tal punto que no se acertaba a responder cual de los dos tenía preponderancia el uno sobre el otro, pese a que incluso podría decirse que ese instante cuasi-soñado era más real que lo que hasta entonces había vívido.
Entonces, una ráfaga de gélido viento acudió con fuerza, provocando que la nieve que antes caía sosegadamente y con paciencia arrollase con violencia. Unos copos y otros se apelotonaban, se fundían en el cielo, y formaban unas ráfagas perfectamente definidas. Parecían una sucesión de lanzas afiladas que desfilasen en el cielo de forma amenazante, para demostrar el impetú y la fuerza que escondía la naturaleza gélida. Mas, no por eso el joven dejó de resistir con su ardiente fuego interior. Este resistía, persistía y hasta recobró fuerzas haciendose una llama aún mas potente. Y así, alumbrado por su hoguera interna, pudo ver a través de las lanzas heladas que surcaban el cielo, otro recuerdo que adoptaba la forma de una imagen, la cual fue expandiendose de su conciencia hasta su visión, arrebatando a la nieve y al viento su protagonismo. Transformandose así en un recuerdo que le hizo olvidar por un momento el lugar en el que se encontraba.
En el, este joven ya era un adolescente. Un adolescente que estaba enfadado con el mundo, y sobre todo con la gente que habitaba su casa. También le invadía una melancolía, una melancolía tan inmensa que le sobrepasaba en el alma y le provocaba que esta se tambaleara. Cuando esto ocurría salía a dar largos paseos, y con mas razón si era de noche. En esa ocasión, se trataba de una noche primaveral, y por lo cual, el ambiente era bastante calmado y sosegado. A penas hacía viento, lo que provocaba que los árboles que adordaban el sentero se mostrases pétreos, cuales estatuas que se limitaran a estar ahí sin apenas un solo movimiento. Mas, cuando salió del sendero se encontraba exactamente en el mismo páramo desertico donde jugara cuando era niño mientras su padre trabajara. Además, justamente habían pasado los diez años exactos que le anunciara la raíz habladora. Sin embargo, él ya no se acordaba de la fecha exacta. Por lo cual, acudió ahí por "casualidad"
Mientras atravesaba ese pequeño bosque en el que se tumbó cuando era niño, pudo percibir unas extrañas amarillentas luces que se proyectaban en el suelo. Parecían emerger del mismo suelo, pero aún con ello este adolescente miró hacía el cielo por si eran proyectadas por las estrellas. Nada parecía indicar que fuera así. Provenían efectivamente del mismo suelo. Al principio, estas luces estaban dispersas sin orden ni concierto. Pero, según se iba avanzando, marcaban un sentero. Sin saber la razón, su yo adolescente optó por seguir allí donde le indicaban. En la medida que iba caminando, se iba percatando de que cada vez la noche estaba como mas iluminada. Y no sólo era por la luna, había algo que otorgaba ese resplandor allí donde este posara su mirada. Al final del sendero, observó que las luces le conducían a una suerte de hondonada, muy fácil de subir. Y así lo hizo, sin extrañeza alguna, con la naturalidad con la que las flores nacen y perecen.
Cuando ya se encontraba en su cima, el resplandor que lo circundaba era tan potente que parecía de día. Todas las plantas se agitaban como si fueran agitadas por una fuerza que las sobrepasaba, eran mecidas por un orden superior pero que aceptaban como participante de su mismo ser. No sabía por qué, mas este adolescente se encontraba tremendamente calmado, como no lo había estado nunca. Se quedó ahí plantado. Justo en medio de la hondonada, contemplando este microuniverso que se abría ante sus ojos. De repente, descendió del suelo, una luz todavía mas potente que la que hasta ahora había visto. Y cuando se instauró en el suelo, fue difuminandose sin dejar de lado su esencia resplandeciente. Anodadado, el chico dejó escapar unas lágrimas de sus ojos, cayendo de sus mejillas como la aparición del rocío en cada amanecer.
De esa luz, surgió una silueta femenina, esbelta y perfectamente definida. Esto le sorprendió aún mas. Quizás fuera debido a su hermosura, a sus largos cabellos ondulantes, o a su palidez exquisita. Pero, independientemente de eso, aquella mujer que parecía provenir de un paraíso lejano, le sonrió con una complicidad que era una mezcla entre el cariño de una madre y el asentimiento de una amante. Tal era su belleza, que se quedó contemplandola completamente mudo, sin palabras, temiendo corromper tal extremada divinidad con cualquier gesto demasiado mundano. No obstante, ella si decidió hablar con una voz tan dulce que ni en afrodisiacos sueños podría haber oído:
- Ya estás aquí. Al fin has acudido, justamente en la fecha exacta que se te indicó hace ya unos diez años. Casi has cumplido con tu próposito, con tu sino primogenio. Ya sólo te falta un poco mas de paciencia, y cuando quieras darte cuenta, serás lo que siempre debiste ser. Si acudes justamente aquí, dentro de otros diez años exactos, se te concederá aquello para lo que has sido llamado. Yo misma te llevaré de la mano, iremos juntos allí donde para otros es un imposible. Llegaremos a un lugar muy diferente a lo que los humanos hayan podido imaginar en sus fantasías mas elaboradas. Tú mismo no puedes hacerte todavía a la idea por mucho que elocubres, te lo aseguro. Piensa en mí hasta entonces, como yo misma te guardaré en mí hasta que volvamos a vernos.
Después de aquello, después de unos supuestos diez años exactos, ese adolescente ya no era exactamente un adolescente y mucho menos un niño, pero conservaba un poco de los dos y por eso se podría decir que era un joven. Pensando mejor aquello de lo de diez años, no entendía cómo pasando unos supuestos diez años exactos, el primer episodio ocurrió en verano en pleno día, el segundo en primavera durante la noche y este tendría que pasar en un atardecer de invierno. Si fueran diez años exactos, todos estos episodios tendrían que haberse desarrollado en una fecha aproximada al primer episodio con una diferencia de unos días debido a los años bisiestos. Nada tenía sentido. Como tampoco lo tenía que aún sin tener verdaderas evidencias de aquellos recuerdos de la niñez y de la adolescencia, se encaminase hacía su supuesto destino tan a ciegas. Es mas, ¿Cómo era posible que estuviera seguro que ese mismo día, en ese mismo momento se fuera a cumplir esa profecía? Había algo en su interior que le indicaba que así iba a ser. Era una especie de intuición interna que seguía como si fuera lo más normal del mundo. Pero, por otro lado, aún admitiendo que tanto la raíz-rábano parlante y la hermosa mujer estuvieran en lo cierto ¿Qué iba a pasar exactamente? ¿Partiría a otro mundo? ¿Iría a lo que algunos llaman el cielo del cielo? No estaba seguro de nada de eso. Y con su inseguridad, no entendía nada.
Así que se levantó, y se fue andando todo recto, cavilando todas estas cosas desde diferentes enfoques y puntos de vista, para ver si así lograba comprender algo. Mientras, iba paseando devanándose los sesos, al rededor de la nieve se levantó una suerte ventisca, una vestisca que duró unos pocos minutos, y que dió cabida a una neblina muy espesa. Esto pareció importarle poco a este joven, que seguía andando con tesón y sin descanso. Sólo notó algo que había cambiado: cada vez notaba mas calor en su interior. Le estaban entrando unos sudores insoportables. Tanto lo eran que fue poco a poco despojandose de sus ropas en tanto que avanzaba por un paisaje que era completamente blanco, sin horizonte alguno, y sin nada a ambos lados que le indicara que hubiera una especie de atajo o de vía alternativa. Era como si estuviera apresado a voluntad en un microcosmos que le era ajeno y conocido a la vez. Algo inexplicable.
Mientras avanzaba hacía nadie sabe donde, su fuego interior ardía cual si él mismo fuera una hogera que encendiera un viajero perdido en mitad de un desolado bosque. Iba pensando una y otra vez acerca de aquellos acontecimientos del pasado, como así de pasajes supuestamente anodinos de su vida general, y de ahí pasó a replantearse las eternas preguntas acerca de qué somos, qué hacemos aquí y hacía donde vamos. En la medida que así indagaba en su mente y corazón, fue haciendose mas pequeñito sin darse cuenta, y como tenía tanto calor, su cuerpo cada vez mas diminuto empezó a formar una potente llama verdosa. Sus pensamientos, poco a poco fueron haciendose mas vagos, menos definidos, perdiendo la capacidad de recordar, del lenguaje y por ende de expresarse, aquellas eternas preguntas, incluso hasta sus intuiciones, y finalmente, las sensaciones en general. Sin darse cuenta, ya era tan diminuto, que sólo podía apreciarse una mota de polvo verde que se perdía en la lejanía. Hasta que llegó un punto que desapareció completamente, y ya nadie supo mas acerca de él.
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