domingo, 24 de julio de 2022

Encuentro con el rey de los vampiros

 El otro día, tuve un sueño curioso. Tan curioso que me dejó impresionado. Por eso, dejaré aquí las vagas impresiones que me quedaron de aquel efluvio onírico:

"Parecía que me habían contratado en una especie de agencia secreta que tenía por misión el velar por la humanidad. Para entrar en ella, tuve que pasar una serie de pruebas que ya no recuerdo. Sólo recuerdo con relativa nitidez que se trataba de un inmenso edificio bastante largo que contaba con innúmerables pasillos, de los que a su vez, tenían centenares de sus habitaciones en sus interiores. En una de esas habitaciones, bajando por unas escaleras que daban a un sótano que se encontraba adornado por unas telas cargadas de arabescos, era la sala secreta a la que pude acceder cuando me contrataron. Estaba toda cargada de madera, con algunos muebles en desuso de los cuales destacaba un sofá rojo y alargado que se encontraba cargado por encima con telas blanquecinas. Esta pequeña sala daba a su vez acceso a una puerta de madera de arce, que permitía dar entrada a un pasillo secreto.

Me dijeron que se me encomendaba una misión especial que estaba precisamente en relación con aquel pasillo. Por lo visto, aquel lugar sellado se trataba mas bien de un enorme muro que comprendía de una serie de puertas que daban entrada a lo que serían varias cárceles en sucesión. Todo aquello era bastante extraño, no sólo la disposición del lugar, sino también aquello que se me encomendaba. A pesar de todo, yo actuaba como si supiera lo que debía hacer. Andaba con decisión sobre las piedras que comprendía aquella gigantesca galería como si lo conociera de toda la vida, y miraba al rededor cual si aquellas estravagantes vistas fueran la rutina del día a día.

Entonces, entré junto a otros tres agentes a una de esas cárceles. Y me encontré con un vampiro bastante agresivo que revoloteaba por la celda como si estuviera desquiciado. Intenté calmarle. Pero todo fue en vano por el nerviosismo que connotaban el resto de los agentes. Lo que dió como resultado que el vampiro en cuestión se enfadase mucho, y comenzase a dar golpes a las paredes con estridencia. Rápidamente me explicaron que los vampiros que vivían al otro lado del muro intentaban entrar al mundo de los humanos, y que por eso se estaban revelando contra las cárceles que estos les imponían.

- Esto no puede seguir así -les dije- Dejarme ver al rey de los vampiros. Quiero hablar con él.

- Comprendido -me respondieron, inclinando la cabeza en señal de aprobación-

Así, nos internamos nuevamente en aquel pasillo y nos dirigimos al final del mismo. Esta puerta era mucho mas grande en comparación con la otra. Y nada más entrar, nos sumergimos en una piscina poco profunda. Allí estaban unas mujeres desnudas que parecían unas ninfas, con poco pecho y más bien tirando a delgadas. Serían unas cinco, o así. La mayoría de ellas tenían una tez oscura, a excepción de dos porque una era muy clara y pelirroja, y la otra casi albina. Pensé que se tratarían de las concubinas del rey de los vampiros. Decidí dirigirme a la que estaba en el centro por considerarla la líder de las otras cuatro al llevar un ancho collar dorado, y la dije que avisara a su rey porque quería hablar con él. Sus ojos negros se clavaron en los míos, y asintiendo, sacó una vara muy larga de debajo del agua y dió dos fuertes golpes que hicieron retumbar toda la plataforma.

Aquello provocó un remolido en el agua, y el agitarse del cielo cual si se acercase una tormenta que producía ecos y estruendos. Y entonces, una luz atravesó el cielo y se posó en el interior del remolino. De el apareció una figura dorada que iba haciendose cada vez más nítida. Cuando ya pudo distinguirse sin problemas, ví que el rey de los vampiros se trataba de un africano que lucía una armadura de oro y una corona del mismo tipo adornada por diamantes y piedras preciosas. Me miró fijamente, al igual que lo había hecho su concubina principal de tez cobriza, y se hicieron unos instantes de silencio.

- ¿Y quién eres tú? - me preguntó con una voz muy grave

- Soy un vampiro procedente del mundo de los humanos. Soy como tú. Pero menos poderoso - le respondí vacilante, enseñandole mis colmillos de vampiro con mas decisión que las que connotaban mis palabras

- Hum...

Estaba a punto de decir algo. Mas, en ese momento, uno de los agentes se abalanzó contra él y le arrestó llevandole al interior de la galería que habíamos pasado para entrar allí. Entonces, se armó un alboroto y se escucharon gritos. El único inteligible fue el de un hombre que alertaba de que los vampiros se habían sublevado. Se pudo oír también una señal de alarma, junto a unas luces rojas que alertaban de la gravedad de la situación.

También en la sala en la que estabamos, la situación se volvió una locura. Los agentes forcejearon contra las concubinas vampiras. Incluso, uno de ellos, desnudandose intentó violar a una de ellas. Esta, haciendose pasar en un momento por indefensa y complaciente, le arrancó el miembro de un tajo, provocando que bastante sangre se dispersara por el interior de la piscina. Yo, que no sabía qué hacer en un principio, al ver la situación tomé una decisión. Eran los vampiros los que estaban realmente reprimidos por culpa de los humanos. Además de que yo mismo empaticé con ellos al ser también un vampiro. Así que aparté a los agentes para que las concubinas se alimentasen de su sangre, y me abalancé al abismo que daba entrada al mundo de los vampiros.

Pude sobrevolar sus tierras, identificandome como uno de ellos. Mientras volaba por encima, pude ver familias de vampiros, entre los que había ancianos y mujeres maduras vampirescas. Todos ellos estaban demacrados, hasta el punto de que algunos de ellos tenían sus rostros deformados. Vivían en la servidumbre dentro de territorios completamente salvajes que jamás habían sido modificados por el hombre, con pequeñas excepciones. Todo eran bosques y campos verdosos que hubieran sido completamente desiertos si no fuera por algunos vampiros que vestían con arapos que caminaban dispersos por estos parajes. También había algún que otro río del que no se sabía a ciencia cierta por dónde comenzaba ni mucho menos si finalizaba.

En tanto que iba saltando por las copas de cedros y de sauces, e incluso sobre el tejado de alguna destartalada cabaña con techo de paja, pensé en que debía reunirme con la reina de los vampiros para informarle acerca de la situación. Agudizando mi mirada, pude vislumbrar una zona que a pesar de hallarse tan oscura que parecía que sólo era de noche ahí, se encontraba iluminada por unos rayos de amarillenta luz lunar decorada por polvos dorados. No sé por qué. Pero intuí que allí era a donde debía dirigirme. Esperanzado y con ilusión, así lo hice emocionado impulsándome entre las ramas que me permitían avanzar..."

Desconozco la razón por la cual este sueño me conmocionó tanto. Quizás fuera por la nitidez de todos los detalles que lo componían estéticamente, o porque pueda que tenga un significado oculto que no he logrado adivinar. El caso es que lo conté bastante entusiasmado a todos mis seres queridos sin entrar en detalles. Pero pensé que eso no era suficiente para un sueño que se ha quedado impreso en mi corazón por razones desconocidas. Así que decidí dejar escrito por aquí lo que recordaba para que no se me olvidase. Y ya de paso, para que en cierta medida quedase grabado para la posteridad. O, al menos, para que un lector tan desdichado como yo, lo leyese y le diera rienda suelta a su imaginación.

lunes, 18 de julio de 2022

Carne al sol

 Tuve una tarde horrible. Fue tan deprimente para mí que acabé yendo al primer bar que ví y me emborraché. Al salir, estaba tan ebrio que no podía ni mantenerme en pie. Llegué a un oscuro callejón y me caí de bruces. Una vez ahí, salió una voz procedente de unos de los contenedores, y me comentó lo siguiente:

"Nadie sabe hasta que punto puede llegar un hombre si se dan las circunstancias necesarias y el ánimo propicio para que acabe cometiendo alguna fechoría. La gente moralista suele tildar a estas personas de malévolas y de despojos sociales, sin saber que quizás algún día ellos mismos podrían convertirse precisamente en aquello que critican. Es muy fácil señalar con el dedo, decir que este u el otro es un monstruo, y refugiarse en lo que la sociedad considera correcto. Estas personas se sirven del discurso de la multitud para sentirse mejor. Pero lo que no saben es que todos siempre podemos caer en unas cosas o en otras si alcanzamos un nihilismo extremo, un grado de desesperación tal, que acaba ocasionando que todas las oscuras neblinas que habitan en nuestro interior salgan al exterior.

Yo, por ejemplo, era un hombre bastante ordinario. Demasiado, diría. No me saqué los estudios, y empecé a trabajar desde joven como agricultor en el campo. Bueno, o mas bien, para ser exactos trabaja labrando el campo para otros agricultores adinerados. No se me daba del todo mal. Se podría decir que me había acostumbrado a este ritmo de vida y que poco a poco fuí adquiriendo maña. Sin embargo, notaba que algo dentro de mí no estaba del todo bien. Es decir, tenía las necesidades y los medios básicos cubiertos gracias a mi jornada y al esfuerzo con el que me empleaba. Pero, en realidad, me sentía vacío. No me parecía suficiente. Creía que vivir consistía en algo más que trabajar para comer y poder dormir tranquilo. Pensar en ello me deprimía, así que anulaba estos pensamientos esforzándome aún mas en mi tarea diaria. Mas, cuando llegaba la noche, estos volvían a emerger desde mi interior y me llenaban de dudas respecto a mi existencia, provocando todavía más pesadumbre en mi desdichado corazón.

Un día, en el que estaba a punto de terminar mi jornada laboral, noté un olor extraño en el ambiente. Me faltaba poco para terminar, y me encontraba en un páramo completamente desértico en el que mi única compañía era el tractor puesto en marcha y el cultivo yerto. Aguzando el olfato, busqué a mi al rededor cual podría ser el origen del mismo. Tardé unos minutos en darme cuenta que pocos metros más arriba había una especie de montículo que daba al sol, y que lindaba con otros pocos metros a la derecha con una encina medio seca, a la que le rodeaban algunas malas hierbas que salían del barrizal. Al principio pensé que se trataba de una especie de acumulación del terreno. El campo no es completamente liso al fin y al cabo. Siempre hay desniveles como todo en el mundo. Pero al acercarme, me dí cuenta de que no era lo que pensaba.

Se trataba de una mujer muerta. Por un momento creí que se trataba de una alucinación. Mas me percaté de que en modo alguno era así. Era un cádaver exquisito. Parecía que llevaba pocas horas muerta porque con el calor que hacía había pocas moscas a su al rededor. Tenía el pelo castaño claro, unas mejillas que dejaban atisbar algunas pecas dispersas e iba vestida con un peto vaquero con una camiseta marrón debajo. Su rostro estaba levemente fruncido, como si hubiera muerto de repente por algún fallo en el corazón, o sufriera una especie de colapso en el cerebro. En todo caso, parecía que no había sufrido una muerte agónica. Es mas, si no hubiera tenido los ojos abiertos y apagados cualquiera hubiese pensado que se trataba de una mujer ociosa que se tirase a tomar el sol.

No sé por qué lo hice. Pero el caso, es que tras unos minutos contemplando el cádaver, comencé a desnudarla. La despojé de todos aquellos ropajes que cubrían su cuerpo esbelto y los lancé bien lejos. Tenía una tez ni muy clara ni muy oscura, algo intermedio. También tenía muchísimos lunares repartidos por todo su cuerpo, algunos más claros y otros más oscuros, e incluso, algunos rojizos. Debajo de sus prominentes senos, tenía una sensual cintura que más abajo acababa ensanchandose como si se tratase de una jarra bellamente esculpida por unas manos delicadas. Mis ojos se debatían entre sus anchos hombros y sus perfectos pechos mientras espantaba a las moscas que la rodeaban, aprovechando para aunque fuera rozar la tersura de su piel caliente por el sol.

Entonces, me invandió una sensación de excitación que me rodeo todo el cuerpo. No se trataba de una excitación carnal típica en un hombre que contempla un hermoso cuerpo de mujer desnudo. No, era otra cosa. Era más bien como cuando a uno le sirven su plato favorito y no aguanta las ganas de comerselo. Hasta sentí la saliva que se me iba acumulando por mi paladar y bajo mi lengua. Como en un resorte instintivo, cogí la navaja que siempre llevaba en mi bolsillo y se la clavé en uno de sus anchos y preciosos muslos. Al momento, salieron unas gotas de sangre muy oscuras que no pude evitar lamer del filo de la navaja una vez que la extraje. Mas, si la estraje fue para volver a clavarla otra vez. Pero en esta ocasión fue para dar un corte más superficial. Y así, arrancarla un cacho de su piel.

Al metérmelo en la boca, lo mastiqué con gusto. Era como comer un embutido encurtido sazonado con especias. Era sabroso. Si darme cuenta, comencé a clavar mi navaja y a extraer carne de varias partes de su cuerpo. Como el sol incidía en su cuerpo, era como si hubiera sido calentada al horno a fuego lento. He de aclarar, que, si bien los senos tienen un gusto estético al contemplarlos, y un tácto y sabor excitantes para quién los toca y los lame, realmente al comerlos son un poco insulsos. Me defraudó un poco su sensación grasienta al ser másticados. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de la tripa, de las nalgas o de los muslos. Su gusto es más bien notable, y deja en el paladar un regusto que combina extrañamente lo salado en un principio para acabar con un toque dulce muy agradable.

Degustando tal manjar, me encontraba plétorico. Jamás había sido tan feliz. No obstante, había comido tanto de su deliciosa carne que me quedé lleno. Como no podía dejar el cádaver ahí de esa forma, fuí un momento al tractor para coger una pala y ponerme a cavar. Antes de derramar la tierra sobre ella, la dí un beso y le mordí levemente los labios. Le estaba tremendamente agradecido por su muerte. Verla ahí, desnuda ante mí y caliente por el sol, me permitió conocer una felicidad tan inmensa que no era de este mundo. Y que, por supuesto, sobrepasaba los aleatorios limites morales establecidos por la sociedad..

Cuando me dí cuenta, ya estaba anocheciendo. Podía ver el reflejo de las estrellas en el cielo junto a una tenue luna que se asomaba compitiendo en fulgor con el sol. Así que emprendí el regreso a casa como si hubiera disfrutado de algo prohibido. Pero que para mí era trascendente, cual si hubiera sido bendecido por un ángel desconocido. Quizá se pudiese tratar de un demonio, o del mismo Lucifer. A veces me pregunto cual es la diferencia.

Desde entonces, mi vida interior mejoró notablemente. Todo lo externo estaba igual que siempre, la rutina seguía siendo aburrida aunque alejaba las dudas y el regreso a casa igual de anodino. Pero, con el paso del tiempo, notaba que me faltaba algo. La comida normal ya no saciaba mi hambre, e incluso el agua, no me quitaba del todo la sed. Tampoco el alcohol lograba embriagarme. Era como si tras probar la carne de aquella mujer, junto a beber su sangre, me hubiese quitado el apetito de todo lo demás. A consecuencia de lo cual, adelgacé bastante ya que toda comida me era aborrecible. Hasta la carne de animal, por muy cruda que estuviese me parecía un manjar vulgar en comparación a la suculenta piel de una mujer al sol. Tampoco el sorber un plato de sesos en su salsa era comparable a aquella sangre con un regusto dulce. En suma, volvía a sentirme apesadumbrado y vacío. Incluso mas que antes porque había conocido el paraíso y ahora lo había pérdido.

Me sentía irremediablemente impulsado a tener que comer más carne de mujer. Pero, no obstante, era poco probable que volviese a tener la suerte de encontrar otro bello cádaver como aquella vez. Tampoco era posible entrar en un déposito de cádaveres de un tanatorio, o en alguna facultad de medicina. Esos lugares estaban muy vigilados, a lo que se suma que aún en el caso de que lograse entrar y hacerme con uno, el tipo de cádaver o su conservación quizás no me convencería al haber probado la primera vez uno tan delicioso. Así que meditándolo se me ocurrió que no tenía otra que matar yo mismo a las mujeres que supiera casi a ciencia cierta que iban a satisfacer mi paladar.

Y eso hice. Me dediqué a esperar en rincones oscuros, cada noche a deshoras, a bellas mujeres que fueran sin compañía para comerme su preciada carne. Las agarraba por detrás, y les pasaba mi ya conocida navaja por el cuello, abriendolas la tráquea para que lo restante se conservase a la perfección. Después, me las llevaba, y las dejaba desnudas al sol para que su carne se calentase. Me quedaba largos minutos observando su desnudo con mi saliva deslizándose bajo mis labios, y al comerlas, ya no cometí el error de comerme sus senos. Los dejaba para deleite del gusto superficial, y del tacto. Lo restante, me lo comía hasta lo que me aguantara el estómago. Gracias a este método, pude contemplar todo tipo de cuerpos de diferentes mujeres y los aprecié en correspondencia a cada una. Obviamente, también los degusté de diferentes maneras dependiendo del tipo. Aunque, he de reconocer, que me gustaban más rellenas. Las delgadas apenas tenían carne para saciarme. En cambio, las mujeres bien curtidas y rollizas, me proporcionaron sensaciones de ultratumba.

Sin embargo, llevo ya un tiempo en el que esto ya no me satisface tanto como antes. A decir verdad, a excepción de tres o cuatro, ningún sabor me deleitó tanto como el de aquella primera carne al sol. Aunque podría vivir así sin problema quizás un par de años más, no quiero llegar a ese punto. Me sentiría tremendamente desdichaso si volviese al punto de partida, a aquel tiempo en el que mi vida estaba completamente vacía, sin sentido y limitada a mi sustento material y corporéo. Por eso, he decidido quitarme la vida en este instante antes de que llegue a sentirme tan angustiado como lo estaba al principio de mi narración. Una vez que un hombre reconoce el paraíso que se oculta en los abismos, cuando desciende y sobrepasa la moral común, ya no hay vuelta atrás.

Así, pues, le agradecería que se marchase. También le agradezco que me haya escuchado. Mas no creo que sea agradable para usted ver el horrible aspecto que desarrollé tras hartarme a comer carne de mujer, como tampoco le sería especialmente bonito ver cómo me vuelo la cabeza con esta pistola que tengo en mi mano siniestra. Vayase, bien lejos. Y a pesar de lo térrorifico que le pueda parecer lo que le he contado, no olvide la lección que subyace."

Mientras me iba, escuché unas risas estridentes que parecían provenir de algo que ya no era humano. También, pude oír en la lejanía un disparo que pareció atravesar algo muy duro, y que, después, impactó contra algo hueco. Me estremecí y comencé a temblar. No tanto por lo que aquella cosa monstruosa me había contado, ni tampoco por su suicidio, sino porque no llegaba a comprender cómo alguien podía llegar a ese punto de degradación. No me servía como justificación el que se sintiera tan vacío, o el que no encontrase un significado a su vida. Al fin y al cabo, todos los que hoy en día vivimos nos encontramos más o menos así en mayor o en menor medida si somos sinceros con nosotros mismos, y no por eso nos comemos la carne de los demás. Vamos, creo yo...

Con estos oscuros y vagos pensamientos, regresé a casa con cierto pavor e incertidumbre interior. Me dolía tanto la cabeza y notaba una presión tan exagerada en el pecho, que nada más subí al autobus, cerré los ojos para soñar cosas mas agradables, y así, alejarme de esta putrefacta realidad.

sábado, 9 de julio de 2022

Dulce madrugada

 Eusebio tenía una curiosa cita esa misma noche.

Tal encuentro se concertó bajo extrañas circunstancias. Estas se dieron concretamente hace cuatro noches. Nuestro personaje tenía por costumbre darse largos paseos de noche, a deshoras. Frecuentaba las laberínticas calles durante la madrugada. Gustaba de esta costumbre, ya que le estremecía esa sensación que evocaba la fresca brisa allí donde la soledad susurraba enigmas indescifrables. Ya fuera verano o invierno, ahí estaba el solitario eco de sus pasos a través de infinitos pasillos de alfalto rodeados de yertos campos y tierra rojiza repleta de hierbas resecas.

En una de estas ocasiones, pasó a lo largo de unos muros que protegían lo que parecía ser una casa abandonada y destartalada. Y en un parpadeo, pudo captar una sombra que se ubicaba en la puerta de hierro oxidado. Al siguiente parpadeo, pudo ver que esa sombra parecía cobrar una forma de mujer. Ya al último de esta secuencia de parpadeos, pudo distinguirla con nítidez. Se trataba de una mujer de mediana edad adornada por un largo abrigo negruzco. Era bastante esbelta y alta. Tenía una melena prominente que le cubría los hombros, y la tonalidad de su piel era tan pálida como la luna que estaba en esos momentos presente. Sus facciones eran mas bien alargadas, acompañadas por una melancolía casi infantil.

Cuando pudo observarla con atención, le daba la sensación que con cada parpadeo su figura iba apareciendo y desapareciendo alternativamente. Parecía una especie de escultura que fuera atrapada con la bruma. Y que los ojos de nuestro personaje, la apuntarán con una anticuada lente que la enfocara y se desenfocara constanmente. Esto le turbó tanto que le entraron mareos. Fueron tan intensos, que, sin quererlo, acabó en el suelo. La caída fue tan sútil y espontánea, como el deslizarse de una pluma con el viento, que ni se dió cuenta que estaba desparramado por el suelo.

Al abrir los ojos, pudo ver que aquella extravagante mujer se encontraba justo en frente suya con cara de preocupación. Con la cercanía, pudo contemplar mejor sus rasgos. Tenía unos ojos oscuros como el azabache, unas cejas a penas distinguibles, la nariz cual si estuviera pintada y unos labios tan finos que costaba afirmar que aquello fuera una boca. Sin embargo, habló y le dijo:

- ¡Dios mío! ¿Te encuentras bien?

A lo que Eusebio respondió con la voz temblorosa:

- Sí, perfectamente. Aunque a decir verdad, no sé cómo me he caído.

- Pues así fué. Yo misma lo he visto. Deberías tener cuidado al andar por aquí siendo tan tarde. A estas horas es cuando dicen que aparecen fantasmas.

- ¿¡Fantasmas!?

- Sí. Justo a esta hora es cuando el viento los invoca. Y la influencia de la luna los anima a campar a sus anchas. A veces les entretiene lanzar alguna que otra maldición, y otras, les basta con asustar a los viandantes para divertirse. Este es el escenario ideal para su aparición. El ambiente, al ser tan idóneo, y acomodarse tanto a sus gustos, les invita a pasar por aquí hasta que llega el alba.

Tras este intercambio de palabras, decidieron dar un paseo. Ella le contó que había todo tipo de fantasmas dependiendo de cómo fueron cuando estos estaban vivos. Eusebio, como era bastante escéptico respecto a todo lo que atañía a lo sobrenatural, decidió cambiar de tema de conversación. Le dijo que él solía a travesar esos caminos casi a diario cuando el sol descencia. También le describió los paisajes nocturnos que disfrutaba en sus caminatas, y como en mas de alguna ocasión, pudo presenciar como los murcielagos bordeaban a su vuelo las farolas o como las ardillas temerosas se escurrían a traves de las gruesas ramas de los olivos.

- ¡Vaya! Entonces debes ser todo un fantasma - le dijo entre unas acalladas risas

Él correspondió a una alegría tan natural riendóse también. Aunque, en verdad, su risa provenía de otra fuente. Estaba muy nervioso, ya que la atracción que sentía por ella era casi inmediata. Esa sonrisa que a ambos se les escapaba, connotaba que la atracción eran mutua. Al verlos desde lejos, un paseante anónimo podría pensar que se trataban de una pareja de enamorados.

Siguieron caminando durante un par de horas más mientras charlaban acerca de muchos temas diferentes relacionados con sus vidas, hasta que sin saber muy bien por qué llegaron de nuevo al mismo extraño portal que al principio. Allí fue donde ella le comentó que le agradaría volver a verle, y que si no le suponía mucha molestía, si pudiera ser dentro de cuatro días, justo a esa misma hora. Cuando se lo dijo, Eusebio consultó su reloj y constató que eran exactamente las tres de la madrugada. Mas, como era todo un escéptico, no dió importancia alguna a este detalle. Entonces, se limitó a asentir con la cabeza, la mirada y una sonrisa. Y cuando su corazón estaba palpitante debido a la emoción, ella desapareció en un instante. Estaba perplejo. Pero aún así, retornó a su casa con normalidad.

****

Al cabo de aquellos cuatro días, Eusebio recorrió el mismo camino que le llevaba al idéntico portal adornado con dragones tallados de aquella noche. Mas, en esta ocasión, encontraba abierto. Eso le sorprendió. Quizás esperaba llamarla a través de un estrepitoso timbre que en su callado estruendo le condujera hasta ella como quién pasa sin querer por fallo divino al infierno sólo para alcanzar el paraíso. Pero, vistas las circunstancias, se internó a un jardin que no vislumbraba debido a la escasez de luz. Y de ahí, llegó a la puerta principal de la casa, la cual estaba adornada de aleatorios obeliscos sobre una madera desgastada por el paso del tiempo.

Llamó una vez dando leves toques con sus nudillos, y sólo le respondieron sus propios ecos. Después, otra vez, y ocurrió lo mismo. Luego, consecutivas veces mas, con el mismo resultado. Consultó su reloj, y vió que eran las dos y cincuenta y nueve de la madrugada. No obstante, justo en ese momento fueron exactamente las tres de la madrugada, y la puerta se entreabrió por sí sola.

Cuando arrastró la puerta hacía el interior, esta produjo el chillido de un gato estrangulado. Una vez dentro, todo estaba tan oscuro como la boca de un lobo. En ese momento, se sentía completamente solo. Tan solo como no lo había estado nunca. Ni siquiera en sus paseos nocturnos se había sentido tan solo, ya que lo acompañaban la brisa nocturna, los animales escondidos detrás del follaje, y por supuesto, la esplendorosa y nóstalgica luna. Aunque, en realidad, cuando más solo se sentía era cuando estaba rodeado de personas -incluso más que en aquella casa abandonada- A excepción de aquellas cuatro noches atrás, donde por primera vez en su vida se sentía acompañado y comprendido por una persona. Para él, aquello fue todo un milagro rodeado de sombras.

Mientras avanzaba por el oscuro y siniestro interior, se iluminaron incontables velas que permitían ver una ancha escalera caracol. Parecía como aquellas inmensas escaleras que suelen tener las mansiones antiguas, y en las que perfectamente podrían descender un grupo de nueve personas pegadas unas con otras. Sin embargo, en esta ocasión, sólo bajó una. Se trataba de aquella mujer.

Esta vez, ella llevaba puesto un largo vestido verde bosque, que le llegaba casi lindando con sus pies. Estaba adornado en sus bordes con obeliscos casi idénticos a los de la puerta de la casa. La forma de sus hombros parecía intuirse por lo fina que era la tela de cintura para arriba, y aunque su escote se encontraba velado por esa misma tela que mostraba ocultando, su comienzo era visible para los ojos mientras que su continuación ya se encontraba relegada a la imaginación. También, sobre su cabeza, portaba una corona muy delgada de plata, cuyas puntas tenían una serie de dobleces de las que se desconocía sí eran parte de la corona, o si se hicieron posteriormente a próposito. En general, podría decirse que a pesar de no ser muy agraciada, estaba esplendorosa con su conjunto.

Desde la lejanía, le sonrió con complicidad. Con unos pequeños pasos, ya estaba frente a él como si se hubiera teletransportado.

- Ya estás por aquí... ¡Bienvenido! Perdona la demora. Ya sabes, las mujeres hemos de arreglarnos. No nos gusta mostrarnos tal y cómo somos de buenas a primeras.

Eusebio no sabía que decir, así que se limitó a mostrar una sonrisa temblorosa debido al desconcierto.

- Bueno... Ahora que lo pienso... Podría hacer una excepción contigo. Creo que ambos nos entendemos bastante bien aún habiendonos conocido desde hace muy poco ¿Verdad?

- Sí, es verdad.

- En ese caso, acompañame. Sube por aquí.

Así lo hizo, cual perro obediente. Sin saber ni cómo ni por qué, ella se disolvió en el aire mientras la seguía. Esto provocó que se parase en seco. Mas, al escuchar su voz como si le hablase desde un monte lejano diciendole "ven" repetidas veces, decidió seguirla. Persiguiendo su voz y aroma dulce e invisible, llegó al final de un pasillo en el que todas las puertas colindantes de las habitaciones estaban cerradas. Sólo una estaba abierta, la última de todas.

Dentro, se encontró con una habitación muy bien amueblada. Y aunque todos los muebles eran bastante viejos, comprendían de ese encanto de antaño que tiene todo lo que está abandonado. Ella se encontraba en la parte posterior de una cama que parecía de la realeza con su tela blanquecina por encima. Le daba la espalda, y vestía un abornoz deshilachado. Por como le colgaba y marcaba su forma femenina, podría intuirse que dentro del mismo se encontraba completamente desnuda.

Con este espectáculo, Eusebio se deshizo en millares de especulaciones eróticas. Se imaginaba su cuerpo desnudo de una pálidez muy seductora, y a su vez, elegante. No sería un desnudo vulgar, sino muy al contrario, cargado de una delicadeza que le atraía al modo del imán con toda clase de metales. Esto hizo que Eusebio se pusiera muy nervioso. No se podía creer lo que estaba viviendo. Tampoco entendía como una mujer que comprendía en sí misma de tanta nobleza, le había invitado sin a penas conocerle a su casa, como mucho menos llegaba a atisbar la razón de que le ofreciera un trato tan íntimo.

De repente, lo sensual de la situación se quebró cuando la voz crispada de ella acallo sus pensamientos de estío:

- Sientate al lado contrario, y por favor, no me mires todavía.

Decidió seguir sus ordenes con el automatismo del poseído. Si eso era pasión o temor, nadie lo sabía. Ni siquiera él mismo.

- ¿Recuerdas cuando aquella noche te hablé de los fantasmas que poblan la noche? -dijo en una voz que pasaba de crispada a cada vez más grave- Pude notar tú escepticismo al respecto, y he de decirte que me sentí algo ofendida. Pero, a pesar de ello, me lo tomé como un reto. Y eso me hizo sentir irremediablemente atraída. Cierto es que no es muy díficil hacer que no me sienta atraída por lo que sea. Verás, soy muy excitable en muchos sentidos, y la más mínima nimiedad, me hace sentir eufórica ¿Recuerdas también lo que te dije antes respecto a las mujeres y el estar arregladas? Con ello, no solamente me refería al atuendo, sino también al maquillaje. Tampoco me límito a referirme al maquillaje o al ropaje exterior, apunto a algo mas interno... Bueno, a lo que quiero llegar es a que estoy dispuesta a mostrarte mi corazón. Quiero que lo veas, y que lo sientas...

Eusebio, entonces, sin poder contener su excitación sexual ni su curiosidad masculina, se giró de repente, y pudo ver un rostro horrible repleto de magulladuras y con unos fauces que le recorrían de oreja a oreja. Su cuerpo era tan arrugado y lleno de heridas como el de una vieja a la que hubieran apuñalado unas cuantas veces. O, para ser más exactos, como el cadáver de una señora a la que hubieran abandonado en un estanque. Las pieles le colgaban por todos los lados, abiertas y con gotas de sangre coagulada. Él se quedó paralizado con esta visión mientras unos ojos amarillentos y pudrefactos se clavaban en los suyos, que temblorosos, reprimían un sollozo de terror. Entonces, con sus fauces de afilados dientes desordenados, le propició un mordisco en el rostro, desgarrándolo completamente.

Durante aquella madrugada, en las calles desiertas tupidas de tenebrosos árboles, sólo se escucharon dos cosas: unos gritos ahogados pidiendo ayuda que eran respondidos por otros propios de bestias hambrientas y los gañidos de los búhos. Lo restante, era ya el suspense que aporta el silencio de la noche.