sábado, 9 de julio de 2022

Dulce madrugada

 Eusebio tenía una curiosa cita esa misma noche.

Tal encuentro se concertó bajo extrañas circunstancias. Estas se dieron concretamente hace cuatro noches. Nuestro personaje tenía por costumbre darse largos paseos de noche, a deshoras. Frecuentaba las laberínticas calles durante la madrugada. Gustaba de esta costumbre, ya que le estremecía esa sensación que evocaba la fresca brisa allí donde la soledad susurraba enigmas indescifrables. Ya fuera verano o invierno, ahí estaba el solitario eco de sus pasos a través de infinitos pasillos de alfalto rodeados de yertos campos y tierra rojiza repleta de hierbas resecas.

En una de estas ocasiones, pasó a lo largo de unos muros que protegían lo que parecía ser una casa abandonada y destartalada. Y en un parpadeo, pudo captar una sombra que se ubicaba en la puerta de hierro oxidado. Al siguiente parpadeo, pudo ver que esa sombra parecía cobrar una forma de mujer. Ya al último de esta secuencia de parpadeos, pudo distinguirla con nítidez. Se trataba de una mujer de mediana edad adornada por un largo abrigo negruzco. Era bastante esbelta y alta. Tenía una melena prominente que le cubría los hombros, y la tonalidad de su piel era tan pálida como la luna que estaba en esos momentos presente. Sus facciones eran mas bien alargadas, acompañadas por una melancolía casi infantil.

Cuando pudo observarla con atención, le daba la sensación que con cada parpadeo su figura iba apareciendo y desapareciendo alternativamente. Parecía una especie de escultura que fuera atrapada con la bruma. Y que los ojos de nuestro personaje, la apuntarán con una anticuada lente que la enfocara y se desenfocara constanmente. Esto le turbó tanto que le entraron mareos. Fueron tan intensos, que, sin quererlo, acabó en el suelo. La caída fue tan sútil y espontánea, como el deslizarse de una pluma con el viento, que ni se dió cuenta que estaba desparramado por el suelo.

Al abrir los ojos, pudo ver que aquella extravagante mujer se encontraba justo en frente suya con cara de preocupación. Con la cercanía, pudo contemplar mejor sus rasgos. Tenía unos ojos oscuros como el azabache, unas cejas a penas distinguibles, la nariz cual si estuviera pintada y unos labios tan finos que costaba afirmar que aquello fuera una boca. Sin embargo, habló y le dijo:

- ¡Dios mío! ¿Te encuentras bien?

A lo que Eusebio respondió con la voz temblorosa:

- Sí, perfectamente. Aunque a decir verdad, no sé cómo me he caído.

- Pues así fué. Yo misma lo he visto. Deberías tener cuidado al andar por aquí siendo tan tarde. A estas horas es cuando dicen que aparecen fantasmas.

- ¿¡Fantasmas!?

- Sí. Justo a esta hora es cuando el viento los invoca. Y la influencia de la luna los anima a campar a sus anchas. A veces les entretiene lanzar alguna que otra maldición, y otras, les basta con asustar a los viandantes para divertirse. Este es el escenario ideal para su aparición. El ambiente, al ser tan idóneo, y acomodarse tanto a sus gustos, les invita a pasar por aquí hasta que llega el alba.

Tras este intercambio de palabras, decidieron dar un paseo. Ella le contó que había todo tipo de fantasmas dependiendo de cómo fueron cuando estos estaban vivos. Eusebio, como era bastante escéptico respecto a todo lo que atañía a lo sobrenatural, decidió cambiar de tema de conversación. Le dijo que él solía a travesar esos caminos casi a diario cuando el sol descencia. También le describió los paisajes nocturnos que disfrutaba en sus caminatas, y como en mas de alguna ocasión, pudo presenciar como los murcielagos bordeaban a su vuelo las farolas o como las ardillas temerosas se escurrían a traves de las gruesas ramas de los olivos.

- ¡Vaya! Entonces debes ser todo un fantasma - le dijo entre unas acalladas risas

Él correspondió a una alegría tan natural riendóse también. Aunque, en verdad, su risa provenía de otra fuente. Estaba muy nervioso, ya que la atracción que sentía por ella era casi inmediata. Esa sonrisa que a ambos se les escapaba, connotaba que la atracción eran mutua. Al verlos desde lejos, un paseante anónimo podría pensar que se trataban de una pareja de enamorados.

Siguieron caminando durante un par de horas más mientras charlaban acerca de muchos temas diferentes relacionados con sus vidas, hasta que sin saber muy bien por qué llegaron de nuevo al mismo extraño portal que al principio. Allí fue donde ella le comentó que le agradaría volver a verle, y que si no le suponía mucha molestía, si pudiera ser dentro de cuatro días, justo a esa misma hora. Cuando se lo dijo, Eusebio consultó su reloj y constató que eran exactamente las tres de la madrugada. Mas, como era todo un escéptico, no dió importancia alguna a este detalle. Entonces, se limitó a asentir con la cabeza, la mirada y una sonrisa. Y cuando su corazón estaba palpitante debido a la emoción, ella desapareció en un instante. Estaba perplejo. Pero aún así, retornó a su casa con normalidad.

****

Al cabo de aquellos cuatro días, Eusebio recorrió el mismo camino que le llevaba al idéntico portal adornado con dragones tallados de aquella noche. Mas, en esta ocasión, encontraba abierto. Eso le sorprendió. Quizás esperaba llamarla a través de un estrepitoso timbre que en su callado estruendo le condujera hasta ella como quién pasa sin querer por fallo divino al infierno sólo para alcanzar el paraíso. Pero, vistas las circunstancias, se internó a un jardin que no vislumbraba debido a la escasez de luz. Y de ahí, llegó a la puerta principal de la casa, la cual estaba adornada de aleatorios obeliscos sobre una madera desgastada por el paso del tiempo.

Llamó una vez dando leves toques con sus nudillos, y sólo le respondieron sus propios ecos. Después, otra vez, y ocurrió lo mismo. Luego, consecutivas veces mas, con el mismo resultado. Consultó su reloj, y vió que eran las dos y cincuenta y nueve de la madrugada. No obstante, justo en ese momento fueron exactamente las tres de la madrugada, y la puerta se entreabrió por sí sola.

Cuando arrastró la puerta hacía el interior, esta produjo el chillido de un gato estrangulado. Una vez dentro, todo estaba tan oscuro como la boca de un lobo. En ese momento, se sentía completamente solo. Tan solo como no lo había estado nunca. Ni siquiera en sus paseos nocturnos se había sentido tan solo, ya que lo acompañaban la brisa nocturna, los animales escondidos detrás del follaje, y por supuesto, la esplendorosa y nóstalgica luna. Aunque, en realidad, cuando más solo se sentía era cuando estaba rodeado de personas -incluso más que en aquella casa abandonada- A excepción de aquellas cuatro noches atrás, donde por primera vez en su vida se sentía acompañado y comprendido por una persona. Para él, aquello fue todo un milagro rodeado de sombras.

Mientras avanzaba por el oscuro y siniestro interior, se iluminaron incontables velas que permitían ver una ancha escalera caracol. Parecía como aquellas inmensas escaleras que suelen tener las mansiones antiguas, y en las que perfectamente podrían descender un grupo de nueve personas pegadas unas con otras. Sin embargo, en esta ocasión, sólo bajó una. Se trataba de aquella mujer.

Esta vez, ella llevaba puesto un largo vestido verde bosque, que le llegaba casi lindando con sus pies. Estaba adornado en sus bordes con obeliscos casi idénticos a los de la puerta de la casa. La forma de sus hombros parecía intuirse por lo fina que era la tela de cintura para arriba, y aunque su escote se encontraba velado por esa misma tela que mostraba ocultando, su comienzo era visible para los ojos mientras que su continuación ya se encontraba relegada a la imaginación. También, sobre su cabeza, portaba una corona muy delgada de plata, cuyas puntas tenían una serie de dobleces de las que se desconocía sí eran parte de la corona, o si se hicieron posteriormente a próposito. En general, podría decirse que a pesar de no ser muy agraciada, estaba esplendorosa con su conjunto.

Desde la lejanía, le sonrió con complicidad. Con unos pequeños pasos, ya estaba frente a él como si se hubiera teletransportado.

- Ya estás por aquí... ¡Bienvenido! Perdona la demora. Ya sabes, las mujeres hemos de arreglarnos. No nos gusta mostrarnos tal y cómo somos de buenas a primeras.

Eusebio no sabía que decir, así que se limitó a mostrar una sonrisa temblorosa debido al desconcierto.

- Bueno... Ahora que lo pienso... Podría hacer una excepción contigo. Creo que ambos nos entendemos bastante bien aún habiendonos conocido desde hace muy poco ¿Verdad?

- Sí, es verdad.

- En ese caso, acompañame. Sube por aquí.

Así lo hizo, cual perro obediente. Sin saber ni cómo ni por qué, ella se disolvió en el aire mientras la seguía. Esto provocó que se parase en seco. Mas, al escuchar su voz como si le hablase desde un monte lejano diciendole "ven" repetidas veces, decidió seguirla. Persiguiendo su voz y aroma dulce e invisible, llegó al final de un pasillo en el que todas las puertas colindantes de las habitaciones estaban cerradas. Sólo una estaba abierta, la última de todas.

Dentro, se encontró con una habitación muy bien amueblada. Y aunque todos los muebles eran bastante viejos, comprendían de ese encanto de antaño que tiene todo lo que está abandonado. Ella se encontraba en la parte posterior de una cama que parecía de la realeza con su tela blanquecina por encima. Le daba la espalda, y vestía un abornoz deshilachado. Por como le colgaba y marcaba su forma femenina, podría intuirse que dentro del mismo se encontraba completamente desnuda.

Con este espectáculo, Eusebio se deshizo en millares de especulaciones eróticas. Se imaginaba su cuerpo desnudo de una pálidez muy seductora, y a su vez, elegante. No sería un desnudo vulgar, sino muy al contrario, cargado de una delicadeza que le atraía al modo del imán con toda clase de metales. Esto hizo que Eusebio se pusiera muy nervioso. No se podía creer lo que estaba viviendo. Tampoco entendía como una mujer que comprendía en sí misma de tanta nobleza, le había invitado sin a penas conocerle a su casa, como mucho menos llegaba a atisbar la razón de que le ofreciera un trato tan íntimo.

De repente, lo sensual de la situación se quebró cuando la voz crispada de ella acallo sus pensamientos de estío:

- Sientate al lado contrario, y por favor, no me mires todavía.

Decidió seguir sus ordenes con el automatismo del poseído. Si eso era pasión o temor, nadie lo sabía. Ni siquiera él mismo.

- ¿Recuerdas cuando aquella noche te hablé de los fantasmas que poblan la noche? -dijo en una voz que pasaba de crispada a cada vez más grave- Pude notar tú escepticismo al respecto, y he de decirte que me sentí algo ofendida. Pero, a pesar de ello, me lo tomé como un reto. Y eso me hizo sentir irremediablemente atraída. Cierto es que no es muy díficil hacer que no me sienta atraída por lo que sea. Verás, soy muy excitable en muchos sentidos, y la más mínima nimiedad, me hace sentir eufórica ¿Recuerdas también lo que te dije antes respecto a las mujeres y el estar arregladas? Con ello, no solamente me refería al atuendo, sino también al maquillaje. Tampoco me límito a referirme al maquillaje o al ropaje exterior, apunto a algo mas interno... Bueno, a lo que quiero llegar es a que estoy dispuesta a mostrarte mi corazón. Quiero que lo veas, y que lo sientas...

Eusebio, entonces, sin poder contener su excitación sexual ni su curiosidad masculina, se giró de repente, y pudo ver un rostro horrible repleto de magulladuras y con unos fauces que le recorrían de oreja a oreja. Su cuerpo era tan arrugado y lleno de heridas como el de una vieja a la que hubieran apuñalado unas cuantas veces. O, para ser más exactos, como el cadáver de una señora a la que hubieran abandonado en un estanque. Las pieles le colgaban por todos los lados, abiertas y con gotas de sangre coagulada. Él se quedó paralizado con esta visión mientras unos ojos amarillentos y pudrefactos se clavaban en los suyos, que temblorosos, reprimían un sollozo de terror. Entonces, con sus fauces de afilados dientes desordenados, le propició un mordisco en el rostro, desgarrándolo completamente.

Durante aquella madrugada, en las calles desiertas tupidas de tenebrosos árboles, sólo se escucharon dos cosas: unos gritos ahogados pidiendo ayuda que eran respondidos por otros propios de bestias hambrientas y los gañidos de los búhos. Lo restante, era ya el suspense que aporta el silencio de la noche.

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