Madre... Padre... Sé que os he fallado. Sé que os he fallado irremediablemente. También sé que os esperabáis otra cosa bajo la idea de tener un hijo. Imagino que rondaba en vuestras cabecitas que tener un hijo era algo parecido al quehacer de vuestra existencia, que tener un hijo era algo así como una prolongación de vuestro ser que sobrepasa vuestras propias metas. Algo así como una especie de sujeto mejorado que cumple aquellas cosas que vosotros no fuistéis capaces de conseguir por los motivos que fueran. Pero ha resultado todo lo contrario. Yo he supuesto un descenso respecto a lo que soís vosotros mismos. Un descenso abismático que cabría de calificar como una desgracia, una perdición, una vergüenza, algo que jamás debió de llegar a este mundo.
Sin embargo, yo no pedí nacer. No sabía quién podría llegar a ser por carácter y circunstancias. Y si lo hubiese sabido, quizás me lo hubiera pensado dos veces. Aunque bueno, tampoco sé a ciencia cierta lo que hubiese decidido. Pero el caso es que al final lo hice por no se sabe cuales misterios. Y aquí estoy para decepción vuestra. Siento que hayáis sufrido tanto por mi culpa, que sintáis vergüenza sólo con pensar en mí y que os dé por sentiros inútiles al haberme dado vida a mí, un desgraciado que os ha defraudado.
El motivo de esta breve y concisa carta no es solamente el de disculparme por cómo he sido, sino también el de explicaros algo interno, algo profundo que da razón de ser a mis móviles, y por lo cual, a mi existencia misma. Puede que no lo comprendáis del todo, puede que os sintáis aún más avergonzados o hasta es posible que os tiréis de los pelos desquiciados sin entender nada, y además, furiosos por ello. Pero yo no puedo hacer nada que no sea el de explicaros quién he sido. Es este mi ejercicio empático y de compasión hacía vosotros. El único que puedo albergar, y que ahora os lo muestro desnudo, sólo para vosotros. De las consecuencias de esto, yo ya no me hago cargo.
Desde mis comienzos como ser humano siempre ha habitado una contradicción dentro de mí. Es más, podría decir que la contradicción -junto a la incomprensión- ha sido mi mayor aliada en esta existencia mía. Siempre quería y no quería, deseaba y no deseaba, aceptaba y rechazaba, afirmaba y negaba, iba y volvía... En fin, me sentía en una cuerda floja suspendida en un inmenso foso y cuyas caídas a derecha e izquierda eran totalmente diferentes. No sabía a qué lado inclinarme porque ambas opciones me parecían lo que eran, es decir, caídas. Entonces, me quedaba suspendido en el medio. En un estado de inacción dónde no llegaba a caer, pero tampoco me levantaba. Simplemente estaba ahí, en suspenso mientras los demás comentaban que estaba cayendo perpetuamente, y cada vez más hondo. Yo no lo consideraba así. Sólo me había quedado quieto, esperando.
Es por eso quizás por lo cual suspendí tantas asignaturas tanto en el colegio como en el instituto. Siempre estaba esperando a no sé sabe qué. Aunque en mi fuero interno yo sabía a lo que esperaba: a que la cuerda por sí misma se torciese a un lugar y yo no tuviera que decidir. Mas no obstante, en el supuesto de que esto hubiese ocurrido, probablemente en el último instante, yo me hubiese torcido a próposito en dirección contraria. Entonces, habría equilibrado la balanza. Me hubiera quedado en suspenso, esperando. Y así, eternamente. Quería y no quería estar así, aquí aparece nuevamente mi fijación por la contradicción.
Otro elemento que siempre me ha acompañado ha sido la incomprensión. Esta incomprensión ha sido debida a que mi fuero interno siempre ha permanecido cerrado, hermético al mundo externo provocando así sólo perplejidad en las miradas de las gentes. Yo, desde el instituto, me quedaba quieto en el sitio, imaginando un mundo totalmente aparte en el que yo fuera una suerte de protagonista de una saga de películas con una trama bastante oscura. Y mientras yo permanecía inmerso en esa fantasía de adolescente, de cara a la galería era simplemente un chico callado, tímido e instrospectivo. Mas en mis sueños, la cosa era bien distinta: era muy extrovertido, valiente y capaz de lo que fuera. Y ahora decidme: ¿Quién era real ahí? ¿El que habitaba los oscuros reinos de la imaginación? ¿O el que permanecía impérterrimo a los ojos de los demás? Si la personalidad se fundamenta en lo interno, es fácil adivinar que la primera pregunta dá con la respuesta. Pero ¿No son las apariencias las que gobiernan en este mundo? Entonces, en ese caso sería la segunda. Como no me aclaro en lo que a esto respecta, lo dejaré así.
Con el tiempo, este carácter contradictorio e incomprensible mío acabó mutandose en una mezcla entre un impulso frénetico de manifestarme, y otro de esconderme para no salir jamás. Es así cómo durante mi tardía adolescencia había veces que pasaba días y días fuera sin que nadie tuviera noticias mías, y otras veces, permanecía encerrado en casa con ese mismo resultado. En el primer caso, pasaba tardes y noches enterras borracho y haciendo cosas indecentes con esos demonios denominados mujeres. Mientras lo hacía, de cara al exterior sonreía con cierta malicia. Pero, de cara a mi interior, lloraba sin remedio. Aún así, no podía parar de beber y de ofrecerme a efímeros placeres sensuales. Estaba desatado, como desatada estaba mi alma sin ya el sostén de una cuerda que la mantuviera en suspenso. Simplemente, flotaba en un mar de alcohol barato y de senos desgastados.
Retornando al tema de mis fantasías, estas se evaporaban nada mas nacer. Rara vez había una secuela a estas imaginaciones mías, hasta se me olvidaban horas después de maquinarlas. Sin embargo, he de reconocer que me mantenían bastante entretenido. No sólo durante mis infructuosos estudios o en los días enteros que me quedaba solo en mi habitación pensando sin pensar, también cuando estaba ebrio o frente a un cuerpo fenemino desnudo, acudía a mi mundo interno. En esos momentos, sentía reverberar algo en mi corazón, sentía una agitación proveniente de mi mundo interior, una excitación tremenda que me desconectaba del mundo externo -independientemente de lo que estuviera pasando ahí- y me entregaba a la bruja de la fantasía. Y cuando lo hacía, ya nada importaba. Encontraba un refugio y hasta cierto punto un sentido.
Este sentido animado por el sinsentido -nuevamente, otra contradicción- era una especie de esperanza efervescente. Algo que pese a que aparecía constantemente, sólo calaba en mí cuando el desenfreno externo era innúmero. Es entonces cuando a la imaginación se la dotaba de una orientación cuasi-mistica en la que se le presentaban los milagros. Yo me agarraba a ellos como a una salvación venida de un mundo más alto, como si se tratase de algo que aunque fuera mundano estuviera revestido de un halo milagroso. Esos fugaces momentos quizás fueron los más importantes de toda mi vida.
Sin embargo, como apuntaba en el párrafo anterior, para que estos instantes milagrosos se dieran, tenía que haber en el mundo exterior mucho ruido. Pasaba todo lo contrario a quién medita, que requiere un silencio y una concentración dentro del mismo que necesita de la calma. Yo, en cambio, tenía que estar saturado, rodeado de una sucesión de impresiones interminable. Es ahí cuando agobiado por la ebriedad, la lujuría, la rapidez del paso del tiempo, el sin fin de imagenes vistas en una panorámica demasiado alta para mí aparecía la virgen de la imaginación. La cual, me conducía por derroteros tan hermosos como impensables cuyos pasajes ya sólo quedan a fragmentos en mí.
Quizás todo esto os parezca demasiado abstracto, muy cargado de conceptos y nada claro. Pero para mí es más simple y luminoso que el sol de cada mañana. A pesar de surgir esta iluminación mundana y carnal de valles cargados de tinieblas y neblinas, al final siempre nace un rayo de luz que le dota de sentido al nihilismo más extremo. Después de tanto tiempo pérdido, de tantas horas meditando sin extraer ningún pensamiento, de simplemente contemplar sin lograr ver nada, en medio de la pobredumbre y la decadencia más intensa -como suelen clasificarlo la mayoría de las personas comúnes- he encontrado la salida al atolladero que ha supuesto mi existencia. Y no es otra que la muerte.
¿Cómo llegué a tal precipitada conclusión? Muy sencillo. Si en los momentos mas oscuros de mi existencia, cuando estaba rodeado de todo aquello que se supone que no debía hacer, encontré de un sentido lúminico en medio de la bruma más oscura ¿Que otra cosa que no sea la muerte puede conducirme a que ese sentido sea inmutable, se quede estable sin olvidarse? En ese caso, he de suponer que la virgen de la fantasía me conducirá por ese largo sendero hasta la iluminación mundana sin que se llegue nunca a un fin ¿No es eso la eternidad? No importa, en todo caso sería mi particular eternidad cuya diosa no será otra que la imaginación.
He de reconocer que os he engañado un poco al principio. Escribí que esta carta no tenía otro motivo que no fuera el que tengáis una mayor comprensión de mí. Y al final, ha terminado siendo una carta que ha usado de ese pretexto para comunicaros que voy a morir. Aunque, pensandolo mejor... Tampoco es un engaño como tal. En verdad, que haya encontrado un sentido a mi vida por medio de la muerte gracias al poder y a la influencia que ha tenido en mí la imaginación es la mayor forma de comprenderme. Mas, en todo caso, así va a ser. Pienso morir.
Sé que no lo comprenderéis, y lo lamento. Como igualmente lamento todos los disgustos que os he dado. Pero, al cabo, todos estos torcidos senderos me han conducido a esta parada, la última para mí. Al fin he encontrado una razón de ser, de existir en la ausencia de toda existencia. He visto la doble cara de la moneda, he comprobado que el mal convive con el bien, que la vida se resuelve en la muerte y viceversa, y que dentro de todo impulso de aceptación de los fenómenos hay una quietud que hace cesar todos los acontecimientos. Ahora por fin lo sé. Y eso me otorga de una calma y una plenitud pareja a la que pudiera tener un monje zen en los últimos instantes de su vida, una vez que ha comprendido el sin sentido de todo, y aceptandolo, paradójicamente ha llegado a una comprensión del mundo a partir de la negación del mismo. Algo similar me acontece a mí, pero a partir de las raíces de este mismo mundo. Negandolo y afirmandolo a su vez, fiel a mi espíritu contradictorio e incomprensible.
Creo que ya puedo atisbarlo. Todavía continúo con vida, sí. Pero escribiendo sobre estas cosas, recordando momentos sombríos e infames, puedo palmar superficialmente lo que me espera una vez que mi vida llegue a su fin en brazos de la muerte. Sí, puedo verlo. No con la suficiente nítidez, por otra parte. Mas, aún con ello, la virgen de la fantasía me hace señas desde la lejanía. Yo ya no puedo escribir más porque estoy temblando, y no tengo otra cosa mejor que hacer que acudir a su llamada...