Está en lo cierto el escritor japonés Naoya Shiga cuando menciona al comienzo de su relato "Las bicicletas" el inmenso poder que tienen los recuerdos. Y como estos, a pesar de ser algunos tan lejanos en el tiempo, nos resultan muy vívidos en el presente. En lo que a mí se refiere, aún siendo más joven que él cuando escribió aquel relato, tengo recuerdos de hace unos diez años que también me resultan sumamente vivídos desde el tiempo en el que me encuentro.
Algunos de estos, se ubicarían en el espacio cuando yo todavía vivía en otra casa. Hay veces que hasta tengo sueños en los que estos recuerdos de aquel hogar resultan más nítidos, y a su vez se confunden, con otros mas recientes que he ido formando viviendo en mi casa actual. Es cuanto menos curioso este fenómeno, o al menos, así me lo parece a mí.
Recuerdo especialmente lo que para mí supuso un acontecimiento un tanto aterrador. Esto ocurrió más o menos hace diez años. Es decir, cuando yo tendría unos dieciseís años aproximadamente. Por entonces, frente a la que era mi casa que estaba situada en una amplia urbanización, había una zona que estaba completamente deshabitada. En aquella zona no habían construido ninguna casa. Sólo había un segmento de campo repleto de rastrojos que crecían según su albedrio y que nadie cuidaba. Yo, desde siempre, tenía una extraña fijación por ese pequeño espacio abandonado. Suponía que aquel terreno tendría que pertenecer a alguien. Pero como no lo sabía con seguridad, eso daba pie a que mi imaginación y fantasía volase por encima del plano que suele considerarse la realidad.
Había veces en las que soñaba con ese cuadrante cerrado por los muros de las casas que tenía a derecha e izquierda. En estos sueños, algunas veces ese aparente pequeño segmento de campo conducía a una amplia explanada que a su vez llevaba a una inmensa pradera dónde mi fantasía imaginaba aventuras, y otras veces, aparecía repentinamente una casa en aquel lugar en la que habitaban extraños personajes que celebraban fiestas y rituales desconocidos. Para mi yo de entonces, aquel trozo abandonado lleno de malashierbas suponía la entrada a un lugar cargado de especulaciones de toda índole, desde lugares paradisíacos hasta rincones oscuros, y hasta cierto punto demoníacos.
Un día en el que estaba de regreso a casa tras un paseo, me dí cuenta de que algo había cambiado en esa zona. Había vislumbrado en la lejanía algo negro que la ocupaba. Acercandome, ví que se trataba de una caravana completamente tintada de negro. Hasta sus abultadas ventanas estaban tintadas de un negro azabache. Aquello me soprendió. Me parecía bastante extraño, y a su vez, no entendía qué hacía tal artefacto ahí aparcado. Sin embargo, en los días sucesivos, al atisbar la zona siempre que salía para acudir a clase o para darme un paseo, siempre lo veía del mismo talante, inalterable.
Desde entonces, pasaba todos los días devanandome los sesos pensando qué sería aquello, y quienes se encontraban ahí dentro. No entendía la razón de ser de tal aparición. En mi cuarto, andando por los alrededores, en el autobus, en mis clases del instituto... Siempre estaba dando vueltas al asunto sin encontrar una respuesta que me satisfaciera. Llegué incluso a pensar que quizás se tratarían de unos gitanos, o de unos extranjeros venidos en pateras. Pero luego lo descartaba, ya que jamás había visto a nadie ni salir ni entrar ahí. Era como si aquella caravana tintada de negro hubiera aparecido ahí de repente, como por arte de magia.
Durante una tarde-noche en la que estaba leyendo "La ciencia jovial" de Friedrich Nietzsche, sonó el timbre de mi casa. Al bajar, me avisó mi madre de que me habían venido a visitar unos amigos. Salí y me encontré con el incorregible X, el músico D y el deportista R. Tras hablar de las tonterías y las banalidades que suelen caracterizar a los adolescentes, les comenté acerca de mi obsesión por aquel espacio abandonado, y especificamente por la repentina aparición de la caravana tintada de negro.
D, con una pícara sonrisa dijo señalando en esa dirección:
- ¿Y por qué no exploramos la zona, y así desentrañas el misterio?
- ¡Será divertido! Además, no tenemos nada más que hacer - comentó X ya adelantando el pie camino a la caravana
- Está bien, está bien... Pero vayamos con cuidado. Hay veces que por las noches parecen oírse ruidos que provienen del interior - respondí yo
- ¿¡Cómo!? - preguntó sorprendido, y a su vez, asustado R
- Así es... Parece que si uno afina el oído durante la madrugada, pueden oírse una especie de susurros y de sollozos contenidos... Tampoco estoy seguro, pero creí que debería avisaros si vamos a explorar la zona
- ¡Pues vamos, anda! No seaís cobardes - terminó por sentenciar X retomando su marcha
Y así hicimos. Nos dirigimos hacía donde estaba ubicada la tétrica caravana, y dimos una serie de vueltas al rededor de la misma. Nos atrevimos, incluso, a poner nuestros oídos en la chapa tintada, a dar golpes con nuestros puños, y a asomarnos sobre unas ventanas que al estar tintadas no reflejaban su interior. Evidentemente, para nosotros que en aquel tiempo éramos un poco gamberros, explorar significaba enredar como unos críos carentes de la menor educación. Así que cogímos unas piedras, y empezamos a tirarlas contra la caravana hasta el punto de abollar algunas de las chapas. Entre risas X, cogió una piedra bastante grande, y la lanzó contra una de las ventanas. Con el impacto, esta se resquebrajó, quedando un roto considerable. Y justo en ese momento, del interior de la caravana surgió un grito femenino espantoso, desgarrador.
Al oírlo, todos salimos corriendo espantados. Nos dispersamos sobre el par de vías que conformaban la calle, pero nos dímos cuenta que separarnos en dos grupos dadas las circunstancias era un desatino. Así que nos agrupamos en dirección diestra, según se bajaba la calle, y recorrimos en descenso para doblar nuevamente a la derecha. Escondidos en los contenedores, R exclamó:
- ¿Habéis oído eso...? ¿O yo soy el único loco aquí?
- Creo que lo hemos oído todos perfectamente... - respondí con el corazón palpitante y la respiración entrecortada
- ¿Y ahora qué hacemos? - preguntó D, claramente alterado
- No lo sé... - dijo X dubitativo
Tras un momento repleto de dudas decoradas por el conjunto de nuestro agitado respirar, saqué coraje de algún lugar oculto en mi pecho y dije levantandome con decisión:
- Voy a ir para averiguar de qué demonios se trata.
- Te acompaño - dijo X, levantándose conmigo a su vez
Así, pues, nos dirigimos de nuevo en dirección hacia aquello de lo que habíamos huído. Dejamos a los otros dos detrás, escondidos entre los contenedores que daban al descenso de la calle. Avanzamos en un principio presurosos, pero según nuestros pasos se acercaban a nuestro objetivo, íbamos aminorando nuestra marcha y nos encaminabamos con tiento. Tras un par de minutos llegamos, decidimos asomarnos a la ventana que el mismo X había roto con su lanzamiento. Lo hicimos a la vez, contando del uno al tres. Y cuando nos asomamos, no creíamos aquello que vímos. Había una mujer con una melena negra que le cubría completamente el rostro tumbada en una especie de sofá empotrado a cuadros. Esta, emitía unos extraños sonidos que parecían sollozos en tanto que su cuerpo se agitaba con espasmos. Parecía que llevaba una indumentaria andrajosa, y despedía un olor putrefacto. Además, su piel era verdosa, y al atisbar sus manos me dí cuenta que tenía unas uñas largas y amarillentas. No paraba de emitir aquellos ruidos, que parecían ser una mezcla entre crujidos de dientes y gritos contenidos.
Al contemplar aquello, X y yo nos miramos anonadados. Nos bajamos, y pestañeamos perplejos. Volvímos a asomarnos otra vez para comprobar la realidad de lo que habíamos visto segundos antes. Pero cuando así lo hicimos, la mujer ya no estaba ahí. Esto nos hizo sentir aún más sorprendidos, y si es preciso admitirlo, también tremendamente asustados.
Después, al comentárselo a los otros dos, no nos creyeron. Nos tildaron de locos, y se rieron de nosotros aún cuando fuímos los únicos que nos atrevimos a volver escuchando aquel terrorífico grito. Al final, nos dispersamos cada uno en dirección a nuestras respectivas casas como si nada hubiera pasado, o como si lo que hubiera pasado hubiera sido producto de nuestra imaginación. Sin embargo, cuando tuve que pasar por la puerta de mi casa, no pude evitar mirar a la caravana y sentir miedo. Cerré la llave de la puerta principal con premura, y entré a casa.
Tiempo después, la caravana desapareció tan milagrosamente como había aparecido. No volví a saber nada de su paradero exacto, aunque escuché entre las habladurías de la gente que vivía cerca de esa zona, que la habían vuelto a ver en otros campos abandonados, e incluso, en medio de grandes explanadas alejadas de la urbanización. No sé si esa información era auténtica, o si simplemente se trataba de una especie de nueva leyenda.
En lo que a la zona en concreto se refiere, construyeron los cimientos para hacer una casa, hasta levantaron algunos muros todavía desnudos en ladrillos. Pero sin embargo, parecía que la construcción no avanzaba. No solamente porque fuera muy lenta, sino porque además siempre que parecía que avanzaban algo, a los meses volvían a derruír lo que habían construído, y así incesantes veces, vuelta a empezar constantemente. Al ser por entonces joven, tampoco me enteré bien de lo que pasaba ahí. Aunque a estas alturas, dudo que vaya a saberlo jamás.
A lo largo de mi vida, me han pasado algunas cosas que cabría calificar de lo que la gente llama "paranormales" -Como a casi todo el mundo, supongo- Mas creo que ninguna fue tan explicita como la que acabo de narrar. Estaría curioso que volviera a dar una vuelta por aquella zona por si vuelvo a ver la susodicha caravana y así podría disculparme con la mujer tenebrosa, o quizás, para averiguar si la construcción finalmente ha avanzado algo. Algún día volveré por allí.
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