Es impresionante cómo se agudizan nuestros sentidos cuando estamos enfermos. Muy al contrario de lo que se piensa, cuando enfermamos nos volvemos más contemplativos. Quizás debido a nuestro supuesto aturdimiento, acabamos fijandónos en las cosas mas insospechadas, aquellas que día a día se plantan ante nuestros ojos, pero que pasan desapercibidas cuando estamos sanos. Adquirimos, pues, algo de misticismo.
Así, al menos, me ocurrió a mí durante la convalecencia de mi enfermedad. Me fijaba en otras cosas en las que no me hubiera fijado si estuviera sano. Puede que por aburrimiento, o porque no tenía otra cosa que hacer, el caso es que el mundo tomó un nuevo aspecto bajo mi mente enferma.
Ejemplo de ello, era la ventana de mi cuarto. Hasta entonces sólo la observaba para ver qué tiempo haría durante ese día, pero estando enfermo adquirió una tonalidad estética. Ya no sólo por la mutación del paisaje y de los acontecimientos a través de la misma, sino además por los colores que surgían de ella cuando se le daba la espalda. Por efecto de unas luces artificiales situadas en el jardín, podía ver en el techo que tenía en frente su cambio de matices, el cual pasaba de un rojizo sangre, a uno pálido, y de ahí al verde y a un azul ceniciento. Se trataba de una única franja de color, situada pocos centimetros por encima de mi lámpara cuadrada. No sé por qué, pero me quedaba como hiptonizado mirando ese cambio de los colores hasta que llegaba un punto en el que me quedaba dormido y acababa teniendo grandilocuentes e imaginativos sueños.
Sin embargo contar esta experiencia estética no es la pretensión de este escrito. A raíz de mi enfermedad, tuve una experiencia más marcada, la cual es la que voy a relatar aquí. En verdad desconozco si fue por efecto de la enfermedad, o es que realmente esta experiencia me fue concedida caprichosamente en el momento en el que me encontraba enfermo. No lo sé con seguridad, mas el caso es que así se dió.
Yo me encontraba en la cama, sufriendo los dolores de mi primer día enfermo. Era muy de noche, y no podía conciliar bien el sueño. Los dolores y la presión corporal eran tan tremendos, que me encontraba sumamente aturdido. Cabeceaba de lado a lado y con constancia como paliativo a la incapacidad de movilidad del resto del cuerpo. La escena en sí misma hubiera producido alguna que otra carcajada a un espéctador neutral, mas ya puedo yo asegurar que a su protagonista la situación no podría sacarle más de quicio.
De repente, ví como se entreabría la puerta. Como pensé que se trataba de mi madre, o de mi hermana al principio no presté mucha atención. Me posicioné en la cama de tal manera que si me preguntaban lo que fuera, las pudiera responder. Mas, no obstante, lo que salió de la puerta no fue alguien como tal. Se trataba más bien de un gran coro de sombras, a las que se me hizo harto díficil encontrarles una figura concreta. Este coro se internó en mi habitación, y comenzaron a bailar desacompasadamente a escasos dos metros a lo sumo de mí. Se oía una música discordante, carente de toda armonía. Parecía que saliese de algún tipo de hueco del que no lograba atisbar espacialmente.
A ratos, mientras esos seres bailaban, algunos de ellos alzaban un puño al aire en señal de regocijo, o anunciando una batalla que se encontraba próxima. Podía oír también cómo se reían. Eran unas carcajadas muy tenues y finas, pero no por ello menos estridentes. Pensando que se trataba de una ilusión, o un sueño, producto de los delirios que suele provocar una enfermedad, cerré aún con todo ese escándalo los ojos para intentar conciliar nuevamente el sueño. Pero cuando así lo hice, esos seres comenzaron a darme empujones para evitar que me quedase dormido. Sus golpes dolían como si le clavaran a uno acero recíen fundido. Luego llegarón hasta a meterse en mi cama, y empezaron a dar saltos y golpes. Yo, luchaba como podía, y me retorcía mientras procuraba defenderme de sus embistes.
Al final, no me quedó otra que abrir repentinamente los ojos. Y cuando lo hice, contemplé cómo se abrió la puerta de un golpe. De la misma, surgió una sombra alargada, pero cuya estampa sí que me era más conocida. Esta sombra dispersó al coro que había entrado anteriormente, y cogiendo la silla que se encuentra delante de mi mesa, la desplazó y la colocó delante de mi cama. E inclinando su sombrío semblante, me dijo con una voz que parecía de otro mundo:
- Sabes que todo el mundo está conspirando contra ti ¿Verdad?
- Hum, no lo sé... Unos sí, y otros no, supongo...
Se produjo un silencio, y cambiando relativamente de tema, la sombra continuó diciendo:
- Hace mucho que no nos vemos, y lamento que haya sido en estás extrañas circunstancias... Pero no me ha quedado otra. Pensaba verte en otra ocasión, mas el impulso me ha llevado a que sea en esta, transmutado en sombra cual mensajero de la noche. Vengo a advertirte acerca de lo que se te viene encima como sigas así, de lo que te pasará si no aceptas mi humilde consejo.
- Cierto... Ha pasado mucho tiempo... Pero bueno, ¿De qué se trata?
- Tienes que protegerte sea como sea de aquellos que procurarán aplastarte, se cernirán contra ti e intentarán acabar contigo. No puedes seguir así. En este mundo todo es digno de desconfianza, incluso hasta tu propia sombra. Escucha bien lo que te digo: Ahí fuera hasta las más hermosas mariposas cuchichean, y no es siempre lo oscuro lo que mas confabula contra ti. Has de despertar, sea como sea. Abrir los ojos y darte cuenta de lo que se te viene encima. Porque, al menos por ahora, la caída resulta irremediable.
- Te estoy escuchando, pero... ¿A dónde quieres llegar? ¿Qué es lo que intentas decirme?
- Tú mismo te darás cuenta llegado el momento. Espera, y verás. Por eso mismo he acudido a ti, para que estés avisado y a poder ser puedas esquivar el golpe.
- Sigo sin entender... -temblé perplejo-
- Tiempo al tiempo. Todo aquello va a ocurrirte mucho antes de que te des cuenta. Pero como suele decirse, quién avisa no es traidor. Ya nos veremos en otra ocasión. Esta será también mucho más pronto de lo que esperas. Nos reencontraremos, y te lo revelaré todo. Hasta entonces.
Entonces, la sombra alargada puso una mano sobre mi rodilla y la acarició con dulzura. Hasta pude percibir muy vagamente una sonrisa que revelaba una profunda sinceridad de sentimientos. Después de aquello, creo que se esfumó. Y digo que lo creo porque tampoco lo sé con seguridad. Me parece que me quedé dormido, o en su defecto, los dolores de la enfermedad fueron tan tamaños, que me desmayé sin quererlo. Cuando me desperté al día siguiente, recordé todo lo que ocurrió de una forma muy vívida. Y también, me sumió en muy hondas meditaciones.
A día de hoy, sigo preguntándome lo que significaban exactamente las palabras de la sombra. Quizás algún día vuelva a encontrarla y me lo explique. O puede que yo mismo logre desentrañar su significado cuando menos me esfuerce en intentar entenderlo.
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