lunes, 26 de abril de 2021

Pasean los pensamientos

 Podría calificarse de enfermedad mi obsesión por el senderismo. Sí, se trata sin duda alguna de una especie de obsesión masoquista por andar hasta perder la sensación de las piernas. Lo mas curioso de este hecho, es que tampoco me someto normalmente a un senderismo a gran altura, aquel mediante el cual se suelen atravesar altos montes encrespados y campos repletos de desniveles que fuerzan al andante a tener que ejercer diferentes presiones que le permitan avanzar por el camino. Por eso de cara a atenerme mejor a los términos, en mi caso hablaríamos de un senderismo llano, ya que suelo pasar por asfaltos mal cimentados y ciertos caminos embarrizados donde se intercalan esas acostumbradas hierbas pajizas del estío.


En estos paseos, el intelecto comienza a ejercerse de manera diferente a como lo hace cuando uno está sentado. En este último caso, a uno sólo se le ocurren pensamientos de sedentario, los típicos pensamientos que podría tener cualesquiera intelectual que deja que su tripa se infle de iniquiedades de acuerdo a los efluvios de sus hastiados pensares. De ahí nacen la mayoría de las tesis doctorales, las cuales dicho sea de paso son tremendamente aburridas porque carecen tanto de acción como de erotismo, ningún impulso vital las anima debido a que los pensamientos de los que se nutren son sedentarios, y por ende, producen un efecto semejante a su causa, a saber: cansancio. En cambio, cuando uno anda y va pensando, ocurre algo muy diferente, los pensamientos en este caso están en locomoción, fundiendose con el mutarse del paisaje, se adhieren a la naturaleza deviniente propia de todo lo mundano y en vez de aburrir nos llevan hasta donde le plazca la inspiración.


Me acabo de dar cuenta de que al principio mentí con entera conciencia, en realidad mis paseos no son tan llanos como presumía en los primeros párrafos, ya que de vez en cuando me he tomado con algún que otro monte que requería una mayor moción de mis piernas, e incluso, de mis manos para agarrarme a las piedras que me darán el impulso suficiente para ascender. Otras veces, mi paseo no es tan detenido ni lento como debería para un mero espectador, me siento como si de repente advirtiese algo que me persigue y empiezo a correr con tal velocidad que mis pulmones, los latidos de mi pecho y mis presurosas piernas pierden conexión entre sí, se descoordinan, y actúan como fácetas diferenciadas produciendo la impresión de que mi cuerpo y todo mi ser es un cúmulo de miembros desperdigados y lúnaticos que desataron sus lazos respecto a todo orden y coherencia. Es entonces cuando ya fatigado, me detengo sobre algún farol que pobremente intenta absorber en su luz artificial la oscuridad del anochecer, y caigo en la cuenta de lo que me estaba persiguiendo, burlandose quizás de mí.


Eran los pensamientos del sedentario, estaban pugnando con los activos, y han acabado formando una especie de masa hilemorfica que no logra formar un todo, quedándose a camino entre lo vivo y lo muerto. Así, al final parecen optar por transformarse en melancolías presentes y pasadas que aliandose con la nostalgia y la incertidumbre terminan siendo una cuasi-sustancia carente de gracia y abundante en lágrimas. Detenido y en suspenso como en esos momentos me encuentro, procuro mirar a la susodicha masa a la cara, y no me resisto al abismo de sus ojos pronunciados. Voy cayendo, poco a poco, mis párpados se tornan ilusorios, y cuando me quiero dar cuenta, me encuentro en otro lugar al que no sé cómo he llegado.


"Lo he olvidado, desconozco dónde estoy." -me digo. Mas, sin embargo, continúo andando -ahora ya sí, siguiendo el rumbo del paseante llano- de cara a reconocer el terreno, e intentar al menos atisbar cómo pudiera conseguir retornar al anterior punto y volver así al hogar. Acabo dando vueltas, adivinando en el viento de la noche posibles reminiscencias que no logro discernir con certeza. Es como si recorriese un camino que otrora hubiera hecho en coche -ya se sabe, pensando en otras cosas- y ahora, me hallase en esa misma senda pero a pie. Era, sin duda, desconcertante. Creía en un principio sentir cierto temor, pero en verdad no era así porque lo que tenía por miedo era en realidad un morbo aumentado por una curiosidad incondicional que buscaba desvelarse. Quería en el fondo desnudar a la noche, y que más allá del rumbo de las estrellas y de la brillantez pálida de la luna, se abriese una piel cobriza por el sol adornada con un par de senos tropicales. Quizás de esta manera, el morbo interno que en esos momentos advertía en mi interior, se volcaría en un éxtasis tan inmenso que ya no sentiría esa necesidad por comprender donde me hallaba, ni tampoco pensaría en volver a casa, puesto que encontraría en la satisfacción última una respuesta inmediata a todas mis dudas, y así no tendría por qué llevarlas hasta el final.


En todo caso, seguí andando dejando que mis pasos me guiaran con frenesí inaudito allí donde la racionalidad no tuviera cabida. Buscaba algo que desconocía, y por lo tanto, mi búsqueda carecía de objeto ante mi incapacidad intelectual de captar aquello que únicamente puede estrecharse con un sentido completamente irracional. Era como un autómata al que hubieran dado cuerda, pero cuyo motor interno no tuviera prefijada una razón de ser estable, de tal manera que el azar jugase sus cartas con una arrogancia de una magnitud tan inmensa que el jugador contrario no sabría si este juega con las manos, o con los pies. 


Mi vista cansada ya no era capaz de distinguir lo que tenía por delante. Por mucho que frunciera el ceño, y apretase los ojos para forzar mi campo de visión, todo era en vano. Solamente podía ver ráfagas celestes que presumí que eran tenues neblinas nocturnas que se confundían con la espesura y las farolas, y algunas que otras manchas negras provenientes de recovecos a los que no les había llegado ni un ápice de luz. Aturdido, continúe mi paso hacía nadie sabe dónde. Perdido respecto a mí mismo, ya no sabía ni quién era yo, ni mucho menos quienes pudieran ser los demás. Los recuerdos se intercalaban con las ilusiones, las realidades con los sueños, el pasado con el presente y el futuro, el yo de ahora con quién fuí, o quien pudiera haber sido... No había sentido, todo carecía de sujeto, predicado y verbo, y así, lo que era un conjunto universal que abarcaba la totalidad de una cosmovisión se transformaba en la nada. 


Fue entonces cuando llegué allí donde inevitablemente debí haber llegado, un punto en el cual el principio o el final de mi improvisado viaje no estaba del todo claro. Se trataba de un circulo muy mal formado de cemento en medio de un terreno desvastado por la dejadez sobre el cual habían pintado una cruz blanca con tiza y de manera que dejaba bastante de desear probablemente un grupo de críos que no tenían nada mejor que hacer que jugar a elaborar un ritual en desuso. Mientras me fijaba en su centro, ahí donde convergían todas las líneas que entre pegotes de cemento formaban la cruz, un gran ruido me distrajo, logrando que alzase mi mirada sobre las ramas de los árboles que se agitaban por el vendaval producido por el origen del estruendo. No logré visualizar -como llevaba pasándome desde que comencé este escrito- de qué se trataba con exactitud, sólo puedo recordar que era una enorme mancha negra que velaba el acostumbrado espectáculo nocturno, y que, en su centro, una luz amarillenta iba cobrando fuerza, y con ello, ganando terreno. A tanto llegó su poderío e inmensidad, que esa luz acabó por cubrirme a mí también. Cuando rozaba y lindaba mi cuerpo, se tiñó de un verde muy vivo, y yo comencé a sentir una suerte de pulsión sexual que encerrandome en la pasión paradojicamente me liberó de mis dudas haciendome ansiar cada vez mas la muerte. Ahí estaba, todo lo que necesitaba y ansiaba concentrado en un instante que se eternizaba.


Pero bueno, como iba diciendo en lo antecedente esta clase de pensamientos únicamente tienen cabida cuando uno se levanta de la silla y sale a darse un paseo. El cuerpo se vuelve sudoroso en la medida en la que se mueve con relativa premura, agitados los latidos dan a los pensamientos moción y sensación, las cosas se ven de otra forma, se adquiere tanto amplitud como plenitud, y uno se aleja de ese capricho intelectualista como lo es el jugar con los conceptos cual si hiciera malabares. Y lo que considero mas importante, la inspiración acude y hace con nosotros lo que guste haciendo nacer en consonancia con nuestro interior y aquello infinito que raras veces advertimos una mixtura violenta, y a su vez, reconfortante ¿Cómo explicar esta clase de contradicciones? Me temo que tendré que volver a aquel lugar, es una pena que no sea capaz de recordar cómo retornar...





lunes, 5 de abril de 2021

Recuerdos de un soldado cualquiera

 Antes de entrar en el campo de batalla, al soldado le dió por pensar acerca de su vida pasada, tenía añoranzas provenientes del tiempo anterior a la guerra, aunque este factor no eliminaba que, a su vez, estuviera entusiasmado por volver a enfrentarse a ese enemigo oscuro que habita tras los bosques. Sin embargo, mantenía en su mente, mientras avanzaba camino al frente, recuerdos que atravesaban cual estaca desde su tierna infancia hasta los años de vida conyugal. Apreciaba estos contrastes sentimentales, tan supuestamente extraños para un soldado, ya que acontece que los hay que se echan para atrás en el momento de rememorar su vida mas mundana, mas, en este caso, era al contrario, estos recuerdos le impulsaban hacía delante como el viento próspero a la barca pesquera.


De entre sus recuerdos, había dos estelas que centellaban en su imaginario cual par de estrellas que se resisten al embate del amanecer, una correspondía a cuando niño daba vueltas y vueltas sin saber a dónde iba, completamente perdido entre las sendas de un amplio jardín, y la otra, era ya de adolescente cuando estaba con quién sería años mas tarde su mujer, dando vueltas también y gozando de lo que serían de los primeros contactos con el impetú sensual y erótico. Ambas imagenes en movimiento correspondían a la perfección, tanto que podrían sobreponerse una sobre la otra sin problema hasta el punto de confundirse, y no saber a ciencia cierta cuando empezaba una, y cuando terminaba la otra. A grandes rasgos, podría decirse que lo que tenían en común es que las dos se trataban de un juego, un juego del que sin embargo, había que tomarse en serio, y que tenía que ver directamente con la pasión, la cual en ambos casos se mostraba en desarrollo, deseando alcanzar su cumbre,  en el primero mediante la fatiga, y en el segundo, mediante la excitación. 


El niño que juega se asemeja al adulto cuando se integra en los misterios de la sensualidad, puesto que va accediendo a un campo que aún siendo desconocido nos dota como de una suerte de atisbos que nosotros sólo intuímos, y que en apariencia nos son extraños, pero que reconocemos vagamente cual rememoranzas de otra vida "Hasta mi sonrisa pícara de niño esquivando las ramas que se atrevían a interponerse en mi camino, era bastante similar a aquella que afloraba cuando en ese mismo parque, aquella piel pálida iba descubriendose poco a poco únicamente para mí" -pensaba el soldado, mientras experimentaba una extrema excitación que se traslucía en sumas gotas de sudor que iban cayendose de sus negros cabellos, atravesando su defectuoso surco de la frente y culminando en su tenue naríz, que bien podría compararse a una pincelada de algún pintor vanguardista. 


De repente, se paró en seco y observó la espesa neblina grisácea que se cernía ante su vista, esta capa que parecía buscar abatirle desde un plano contrapicado, le recordó otros sucesos. En esta ocasión fueron tres, que al igual que en el par anterior, se sobreponían unos a otros como una torre erguida, que entendiendo su conjunto, impedían que se eliminara el mas pequeño elemento, pues provocaría el derrumbe del edificio entero. La que podría catalogarse como la primera escena, se desarrollaba en un funeral, concretamente en una sala destinada al cuerpo con su ataúd para que los familiares se despidieran de su ser querido, la cual se componía de dos partes: en una estaba él nuevamente siendo niño con la cabeza elevada mirando a las vidrieras superiores, que con el impacto se los rayos del sol, devolvían cálidos colores, y la otra, era la parte de la sala donde propiamente estaba el cuerpo, cargada de una penumbra que impedía que se viera nada. Ya la segunda y la tercera escena eran una especie de secuela que comprendía su etapa matrimonial, una correspondía al nacimiento del que sería su primer y único hijo, el cual sumamente enfermo se retorcía de dolor en su cuna, intercalando sus quejidos lastimeros con el llanto de reclamo, y la segunda parte, se desarrolló en una mañana tan lúgubre como esmaltada de melancolía, en ella contemplaba al mismo niño con un año muerto en su moíses, alojando en su pecho una sensación de impotencia que no lograría borrarse jamás de sus sentimientos mas internos.


Mientras estás imagenes se le sucedían, dejó escapar un par de lágrimas que caídan de sus mejillas, pese a que desconocía si estas se producían por estos recuerdos dañínos que le acometían, o por efecto de la ceniza que empezaba a pegarse en sus ojos. En todo caso, advertía en sí mismo que el dolor o la molestía física tenía una conexión con aquel sufrir que es en lo profundo de una cualidad superior, veía en la relación entre la muerte prematura y en la tardía un vínculo que carecía de sentido, ya que el resultado venía a ser el mismo, pero con un matiz distinto del cual es fácil adivinar el que sería degradante, y el que sería mas hermoso "Al fin y al cabo, estas cosas no están en nuestras manos, hay un destino que juega con nuestro libre albedrío, unas veces parece que lo vamos nosotros moldeando, mas en realidad todo esto no es mas que una mera ficción. Así juega la Divinidad con nosotros bajo própositos que se nos encontran velados..." -se decía el soldado a sí mismo, dejando un interrogante que se expandía en forma de un susurro lanzado al abismo. 


Según iba atravesando las diferentes cuadrillas desencajadas, carentes de todo orden y linealidad, una ráfaga de viento que zarandeaba y acometía todo su ser, acompañada por un vespertino rayo lumínico proveniente de un sol desfalleciente, apareció de entre las nubes que dieron un momentáneo bosquejo esperanzador, lo que permitió que su memoria recuperara uno de esos recuerdos aparentemente anodinos que damos por olvidados con el paso del tiempo. Se trataba de una única escena vívida cuando tenía veinte años exactos en la que se encontraba dándose uno de esos paseos suyos solitarios en los que refinaba la tristeza con la ordinariedad, debido a ello, se hallaba ante un campo en plena primavera cargado de un verdor adornado con el fulgor de despedida propio del atardecer. Para él, suponía un retorno a lo salvaje, a la naturaleza primigenia, que le comunicaba los secretos que pudieran librarle de la desesperanza vívida en esos momentos. Se detenía bastante, fijándose en cada cada detalle, desde la verde hierba que era agitada por un viento amenazante, hasta una muchacha que en esos momentos pasaba por los caminos cubiertos de barro junto a un pastor alemán que la defendía de quién pensase en acecharla. Eran, al cabo, instantes en los que si se pudiera hablar de una libertad sin tacha ni mancha, esencial, esta se concretaba desde su abstracto en aquel paisaje tan olvidado y ajeno a todo como aquella brizna de hierba seca que pisamos sin darnos cuenta, siendo a esta indiferente nuestra pisada para su inminente disolución.


Ya había pasado sumas trincheras un tanto derruídas cuando escuchó las voces de las que sospechaba que serían las de sus propios compañeros, mas estaba tan absorto en los pensamientos que le subscitaban estos detalles paisajistas que le aparecían de soslayo, que no pudo distinguirlas, parecieran ser ecos de un pasado que paradojicamente se encontraba en su presente. Para él, si bien admitía que lo temporal se translucía en lo efímero, se empeñaba en encontrar dentro de la misma una estabilidad que se encontraba en estrecha relación con la eternidad, quizás esa fuera la explicación mas factible para su confusión vívida entonces, ya se sabe que todo aquel que entra en momentáneo contacto con aquello que podríamos denominar lo absoluto aparenta a los ojos del mundo un atontamiento mediante el cual el sujeto que se encuentra en tal estado, es señalado por los demás como un estúpido. 


Su pelotón ya debía ser movilizado para entrar propiamente en el núcleo del combate, las filas y su consecuente estrategía estaban bien establecidas y organizadas. En ese momento, volvió por última vez a detenerse en sus inusitadas divagaciones, y contemplando una gota de sangre ajena, que estaba sobre la punta de su roída bota militar, pensó: "Esto es todo, esto somos todos, una mera gota de sangre derramada donde fuera que no le importa a nadie. Y, aún así, dentro de este derrotado nihilismo se encierra una caprichosa victoria que entiende de una esperanza tan ambigua que requiere de una interpretación en forma de lucha, dotada del valor y del honor que acostumbraban a tener los guerreros mas antiguos. Sea lo que fuere, se acabarón los retrocesos en los recovecos de la memoria. Hay que seguir hacía delante, no como los progresistas que se despeñan, sino como los valientes que se sacrifican." 


Y así hizo, sus compañeros y él avanzaron en linea recta, hasta que llegaron a un punto en el cual el avance era imposible, y tuvieron que dispersarse como hormigas a las que un niño travieso les hubiera inundado el hormiguero por gusto infantil. El soldado, con su fusil en mano y bien alzado, iba sorteando las diferentes minas que podían apreciarse en forma de bifurcadas grietas en el camino, mientras disparaba a un lado y a otro, al cielo para abatir a los ángeles caídos, y al suelo para hacer volver a los demonios a su sitio, en tanto que alguna que otra bala pudo verla ascender y descender como un perdigón sin guía en busca de un ave sagrada que no existía. 


Al fin, cuando ya llegó a una cúspide de la que parecía que no había retorno, registró con su mirada un artefacto que se le imponía ante él, rodeado por una tintura negra que se fragmentaba por unas llamas que le atravesaban, vino a caer justo en el semblante del soldado, y cuando impactó y explotó, derramó todos sus miembros por los aires, dejando suspendida un aura de carne y de sangre difuminada, y a su vez, lustrosa. Era la existencia en su apogeo, el punto donde una vida encontraba un maravilloso culmen que fundía todas las imagenes que pudo visualizar en los últimos instantes en los que aún su corazón palpitaba distribuyendo su sangre, y sus pulmones expulsaban e inspiraban grandes cantidades de aire cada segundo. Así, entonces, pudo presentir en el instante previo a la muerte un hálito de gloria que aunaba la pálida piel de su mujer en el parque, su risa infantil en el jardín, el cádaver de su hijo enfermizo y aquel otro que se hallaba rodeado por las sombras y aquellas hierbas que mecidas antes de la llegada de la noche le anunciaba que lo que parecía una derrota podía tornarse en victoria. Quizás, este soldado, al darse cuenta de su perecer inevitable gritó para sus adentros:  "¡Cuanto placer y sufrimiento para que lo que parecía oscuro terminase por volverse luz!"