martes, 9 de julio de 2019

Un poeta oscuro

Se cuenta acerca de la existencia de un curioso personaje que vivió en una aldea dispersa en la serranía en la tranquilidad que confiere el paisaje campestre. Aquel del que hablamos se hacía llamar Zoilo y decía él muy orgulloso que su oficio era el de ser poeta, y que nadie le superaba en aquello de componer versos como los suyos. Y en esto último no mentía, puesto que los poemas que escribía resultaban tan complejos y dificultosos a todo aquel que tenía la osadía de procurar leerlos, interpretarlos y hacer el esfuerzo por comprenderlos que no los entendía ni la madre que le parió. Digo esto no por un afán de adornar la prosa con elementos cómicos, sino porque era realmente así, su madre pensaba que su hijo era un loco y que mejor hiciera en dedicarse a otros haceres que le dieran mas provecho, como por ejemplo entender de leyes y de gobiernos, o en su defecto, trabajar a pleno sol como hacía su buen padre. 

Los juicios ajenos los tenía este culto poeta por problemas que eran propios del resto, y que a él no le daban ni pena ni gloria, pues ellos no habían nacido para comprender a un genio como el suyo. Discernía él que su tarea era un ejercicio espiritual superior que provocaría que tras su muerte todos recordasen su obra dejada y alejada de las manos de Dios sobre la mesa de su escritorio, y que pese a su aparente dificultad, en los siglos venideros llegarían quienes le comprenderían. Bajo tal esperanza, el seguía su oficio en cuanto podía y leía a escondidas en las noches lúgubres a sus dos poetas favoritos, que eran Góngora y Juan Ramón Jímenez. Le extasiaba leer sus poemas, y a partir de los cuales, tomaba inspiración para los suyos, nutríendose de jugar con los vocablos a destajo, aunque muchas veces arbitrariamente si queremos apuntar esto con justeza. 

En uno de los días de su vida, decidió pasar del dicho al hecho y acudir a visitar a cierto crítico literario que pasaba por allí y enseñarle alguno de sus mejores poemas. Su madre, que bien estaba al tanto de su intención, le advirtió que se andara con ojo porque muchos de aquellos críticos lo eran de palabra, más no en la obra. Y la buena mujer no se engañaba, pues es verdad que la mayoría de estos pedantes que van lanzando palabras rimbombantes a los vientos suelen ser en su mayoría escritores frustrados que pretenden llevar a los novicios literatos a la decadencia que ellos habitan. Zoilo, haciendo oídos sordos a tan sabia advertencia prosiguió con su ilusión y se presentó ante el despacho del tal crítico despechado.

Era una amplia sala, como suelen ser en estos casos, adornada con muebles brillantes, que siendo baratos, al menos, llamaban la atención a la vista. En un sofá plegable que estaba frente a la mesa llena de papeles se encontraba el hombre, y este antes de que Zoilo llegase iba cantando:


¡Qué bien a mí me fuera
si mi suegra de repente se muriera!


Al oír los toques a la puerta, mandó que entrase quien fuere y que en aquel espacio de tiempo le atendería al encontrarse en el horario que suele recibir alguna que otra audiencia. Nada mas entrar, Zoilo le dijo:

- Escuche, buen hombre, me llamo Zoilo y soy un poeta del tomo al lomo que ha venido para bendecirle con alguno de mis versos, y a ser posible, que usted los presentase en alguna imprenta para su próxima publicación. A decir verdad, yo pretendía morirme y después darlos al público, pero como me resulta muy complejo aquello de sacar libros a estos mundos estando muerto he pensado que ya que usted se encuentra aquí no estaría mal dotarle de tan estupendo regalo a los oídos y al alma. 

- ¡Hábrase visto! -iba respondiendo el crítico- ¡Qué novato tan pretencioso y lleno de vanidad sin haber sacado ni un cuarto aún en este negocio! Recite usted lo que guste ya que estoy aquí, pero sepa que no se logra alcanzar fama y renombre con tanta facilidad como parecen apuntar sus palabras y el tono con las que la usa porque ya le advierto que como sus poemas sean tan creídos como lo es usted mejor fueran escuchados por gentes que tengan abundancia de cera en los oídos. 

Nuestro poeta entonces comenzó a revolver entre los papeles que llevaba, y el crítico viéndolo prosiguió diciendo:

- Mire, mejor será que me lea usted un soneto, y con esto sabré discernir si el resto de su producción vale un tálego. Porque ha de saber que el soneto siendo una composición de arte mayor es suficiente para captar el valor del resto de los poemas, puesto que poeta que no sabe escribir un soneto es de todo menos poeta. Y dicho sea esto, escoja usted con sabiduría y prudencia el soneto que quiera leerme.

Y sin pensárselo dos veces, Zoilo estrajó de uno de sus cuadernos una hoja suelta algo manchada de café y comenzó a recitar el soneto que se sigue:


Lucerna puede parecer noche o día,
    que yo aquí encerrado, me oculto
    tan de sombra como de luz y dificulto
    si he de continuar mi porfía

     Ví en mi mente un yelo que ardía,
     y nació a lo claro tan gran sentimiento
     que detuvo todo momento
      en una flecha lanzada en osadía

Sentencia pronunciada en el silencio,
escased de palabras que bebiendo
del manantial seco, extrayendo

las sales que jamás he olvidado,
logro entrever mi yo enamorado,
ante ello, me reverencio

Nada más terminar de leerlo, el crítico trónchose de risa mientras daba consecutivos golpes en la mesa, haciendo que esta se tambalease. Tras unos cuantos segundos de risa contenida, vino a decirle que no entendía nada de lo que había leído, y que en todo caso, al no extraer significado alguno, poco valía lo que escribiese porque sin entendimiento no hay asentimiento. Zoilo, estallando en cólera, puso su piel color grana y sus brazos hacían de compañía a sus gritos, que proferidos, iban mucho más allá de la sala en la que se encontraban. Entonces, el cínico literato, por hacerle callar, le indico que quizás tuviera que leerle con más detenimiento, así que debería acudir a otra sala que estaba justo debajo y entregarle algunos de sus poemas a su sobrina para así con el sosiego y la paz del hogar, meditar el juego conceptual tan contradictorio que este se traía. 

Zoilo, al final decidió seguir su consejo, y sin despedirse, fue hacía donde le dijo. Una vez allí se encontró con una joven morena de ojos pardos que aún estando algo desaliñada, guardaba una belleza crepúscular en su estampa. Toda una hermosura cargada en carnes sin llegar al exceso, de finos dedos y pómulos salientes, dispuesta en su posición a ser esculpida de cara a la inmortalidad. Sus ojos, semejantes a exóticas luciérnagas, estaban clavados en sus piernas, y aquella pareja, cual cascada perfecta que culminaba en ambos ideales pies, se deslizaba como si procurase danzar, o al menos, acariciar el suelo dotándolo de tan sútil amparo como lo era su mera presencia. Con la vista de tal musa, nuestro pequeño poeta, se dió cuenta que no tenía dama -ya sea real, fingida o soñada- a la que cantar, y como en ese momento sintió algo indeterminado que le recordó a lo que podría ser un sentir amoroso, la escogió a ella a partir de entonces como a su doncella poética. 

Ella, que viendo a un tipo despeinado y con los ojos examinando la totalidad de su semblante y moviéndose aquí y allá para apreciar cada detalle de su cuerpo, no sin algo de turbación, le preguntó: 

- Perdone, ¿Que desea usted?

Despertando de su sueño en vela, Zoilo desconcertado le respondió trabándose a ratos: 
     
- Sí, bueno, pues yo estoy aquí... -se produjó un silencio y mientras transudaba continuó diciendo- En fin, he venido a dejar estos papeles para que su tío los lea y me comenté qué le parece... Y también... Nada más.

Y sin ser capaz de pronunciar palabra alguna, se marchó sin despedirse dando un gran portazo no intencionado. Probablemente aquel crítico no leería ni uno de los poemas que le dió a su sobrina, pero eso ya no importaba porque ya había obtenido lo principal, que era tener una dama a la que cortejar con las letras al modo que lo hacían los pastores en sus desdichados cantos debido a que su amada había perecido o o se les fue el amor en su contra y los cambiaron por otro hombre como puede apreciarse a modo de ejemplo en la Égloga primera de Garcilaso que Zoilo bien conocía.
  
De vuelta a su casa se encontró con un viejo amigo que se llamaba Mauricio y que también era poeta a pesar de su nombre, pues mas bien parecía de ganadero y no tanto de un inspirado por las musas. Estando hablando de sus asuntos, pasaron a tratar el que en el fondo más les importaba, y era, claro está, el que tenía como foco primordial la poesía a partir de las experiencias amorosas. El pobre Mauricio era desde el día que nació un desgraciado en el amor, y no solamente en el que se establece respecto al matrimonio entre el hombre y la mujer, sino desde el punto de vista maternal, pues su madre murió al darle a luz. Ya la mujer que le dió la vida, pereció al darsela, indicio y designio de lo que sería su vida futura en lo que se refiere a las mujeres, ya que como se dice vulgarmente no se comía ni un rosco. Sin embargo, sacó provecho y se dedicó a componer poemas de desamor, tristes y ñoños que hacían llorar a los ánimos más alegres, y no sólo de tristeza, también de lo malos que eran. 

Entre unas y otras razones su plática pasó a los derroteros antes referidos, y así Mauricio le dijo a su amigo:

- En verdad yo a ti no te entiendo, ni en lo personal ni mucho menos en tu concepción de la poesía, y ya ni pajoreta idea en lo que se refiere a tus poemas mismos ¿De que proviene tanto afán por la complejidad estética que no lleva a ningún buen puerto? Pues, según pienso, los poetas tampoco han de rebajarse a simplicidades y a vulgaridades, pero, sin embargo, tampoco han de aspirar a tan alto nivel de abstracción que pierdan lazo de comunicación entre lector y autor, elemento que me parece esencial para que los sentires de ambos se conduzcan a razonables cauces. La virtud del poetizar, a mi modo de ver, reside en tomarse sus licencias respecto al entendimiento común, encontrando así otras vías. No obstante, tampoco se han de sobrepasar tantos límites fronterizos hasta que ni su escritor sepa lo que se dice.

- Yo no me preocupo de esas cuestiones -le iba contestando Zoilo- porque no soy un teorico, soy un vividor poético, y a eso atiendo. Mi mensaje lo entienda quién quiera, y si este es inexistente mejor será. Hablo callando y silencio lo que digo antes de pronunciar la ausencia del vocablo. Estando me voy, y viniendo me marcho, así de sencillo dentro de la complejidad soy. Y a quién no le guste, buenas serán malvas, que aunque agrías, son dulces al paladar cuando se tragan. 

- ¿Ves? A eso me refiero ¿Hablo callando y silencio lo que digo? ¿Qué será después? ¿Digo lo que diciendo callo, y hablando, vendré a dar un silencio sonoro? No tiene sentido -tras un silencio prosiguió diciendo- Mira, o mejor dicho, escucha un poemilla que compuse el otro día para enseñarte cómo escribir déjandote de tonterías.

Mauricio sacó de su bolsillo un pequeño cuaderno algo destartalado y comenzó a recitar medio cantando:


Escucha, amigo, te suplico
que estés atento,
con mis desgracias te salpico,
sigue mi paladar lento

Dentro de mí habita cierto
desasosiego que cierra mi pico,
pero, jamás mi interno sentimiento,
me permanece único

Sé que no hay mujer
que me ame, y desde entonces,
 sigo triste, camino sin ver
muestra que haga nacer los ardores

Y en este lance, dándome coces
me siento poco a poco perecer
como la lumbre y sus luces,
fulgores obligados a desnacer

Continúo aquí por costumbre
sin nada que me dote de vida,
esperando dónde cúlmina la cumbre
y da a mis males salida

En fin, me queda una sacudida
última, probablemente lúgubre,
una vuelta sin ida
sin nada que me alumbre


Al terminar, Zoilo sin nada que comentar se dió la vuelta para marcharse, puede que por la pena que le causó los cánticos de su amigo, o quizás porque prefería no emitir un juicio acerca de los mismos. Sea por lo que fuere, prefirió callarse siendo fiel a su "hablo callando" y lo que sigue. Aprovechó para darse una caminata y así inspirarse, y a las horas se volvió a su casa en espera a un nuevo día que cambie las tornas. 

Algunas semanas después, volvió a encontrarse al crítico que antes mencionamos, y este, intentando no mirarle a la cara -pues ya tenía anotado en su memoria su rostro y sabía de la extraña conversación que tuvo con su prima- se apartó un tanto allende a la acera. Zoilo, que se dió cuenta del feo gesto, le dirigió un saludo y le preguntó acerca de los poemas que le dejó, y ya de paso, le pidió encarecidamente que le dejase la dirección de su sobrina. El crítico literario solamente le satisfació a una de sus demandas, a la primera, le dijo que sin duda sus poemas le dejarón sorprendido, puesto que jamás había leído tanta basura junta que al leerla en alto sonase bien al oído, y a la segunda, sin mas dilaciones le dió la dirección para que le dejase en paz. Ambos se despacharon mutuamente muy rápido, y cada uno tiró por su camino sin un próposito fijo sobre el cual encaminar con pasos cada una de sus vidas. Al marchaste el crítico fué entonando un cantar muy particular:


¿Para que quiero una esposa
si se va a poner celosa?


Tomando en cuenta este suceso, nuestro incomprendido poeta tomó la decisión de escribir un poema de los suyos, a la que él pensaba su nueva amada, musa de su inspiración, y origen de sus dichas y desdichas. Sacó su mugriento lápiz, y tomando una hoja de papel que llevaba encima escribió lo siguiente:


Las alas de las palomas
 son hoces encarnadas,
que se me clavan
cual tus ojos,
mirada blanca dañína y sin piedad

Tú, mentirosa mía,
déja de ser así de preciosa
y marcha hacía los cántaros
desbocados, huecos sangrientos

dónde aún mi corazón procura
mantenerse con vida
poco a poco, pese al lamento
del amorío alejado

Fina lira, sucia cántiga
del acostumbrado temblor,
latido indiscreto
que atenta con las paredes

del sárcofago secreto,
vivienda de las penurias mías,
en donde ahora tú hábitas
cual hechicera maldita

Mueras o vivas,
tu imagen en mi recuerdo,
fotografía perdida en los vientos
que llama a lo que debería

quedarse para siempre cerrado,
son acostumbrado, melodía gratuita
de la invocación del alma
hacía allí donde ella ya no sabe

Este grito huido
puede que algún dia acabe
si las lágrimas mías
forman el océano de la melancolía,

nóstalgia descrita en fantasías
que ni en cuentos se dirían
como en este pecho abierto
portador de la poesía

Duelos amorosos,
espadas clavadas sin salida,
abismos luminosos
que dan comienzo a las tragedias,

aquellas que no terminan,
sueltas hacía arriba
sobrevuelan los días
y llegan a amaneceres sombríos

Yo, ebrio, despierto,
cansado, muerto,
desierto, caminando,
turbado...

Tú, dispuesta, dormida
atenta, viva,
floreciente, primaveral,
prohibida...


Le quedó la sensación de que su poema no estaba acabado, a la par que advertía que daban cuenta de sumos disparates. Pero, al fin y al cabo, no le importó, lo dejó tal cual estaba acabando su carta con una citación en la estación mas cercana al lugar que dejó posada en el buzón donde crítico le indicó. 

Algunas esperanzas habían hecho raíz en su pecho, esperaba que la ilusión se patentase en una situación real. Había imaginado demasiado, su mente estaba repleta de imagenes que no correspondían en ningún momento a la realidad. Eran figuras abstractas que pasaban, se transformaban, y volvían a tornarse unas con otras en diversas combinaciones ayudadas con metáforas y rimas que en la mayoría de las ocasiones no venían al caso. Escribía, anotaba en una hoja y en otra, pero se había olvidado de que lo verdaderamente importante era vivir. Y también, se le pasó por alto de que si el arte nos nutre es porque nos responde aquellas cosas sobre las cuales interrogamos a la vida. Sin embargo, la experiencia de la misma es lo primordial para que nazca el auténtico arte, que tantas veces nos recuerda a nuestras propias experiencias íntimas.

Su soñar era tal, que con el paso de los días, ya no distinguía lo que para él era el ideal y los hechos que transcurrían como acontecimientos externos. Por eso, yo mismo ahora al narrarlo, no soy capaz de apuntar con certeza si lo que ocurrió después se debe a habladurías, o si muy al contrario, son verdades tan inverosímiles al entendimiento común que resultan falsedades no siéndolo. Como escritor no tengo otra que seguir escribiendo y continuar esta historia hasta que los momentos se vuelvan tan oscuros que lo deje para la propia reflexión del lector.

Así, pues, según iba diciendo, ocurrió que la sobrina del crítico literario efectivamente acudió a la citación de Zoilo. Como poeta enamorado, nada mas verla fué corriendo con unos deseos locos -aunque piadosos y recatados, si puede haber cierto réten aún en la locura- de besar la mano de su amada e inspiración de cada uno de sus versos. Con tanta prisa y fuerza llegó, que, sin quererlo, le dió tal empujón que la pobre sobrina cayó en las vías justo en el momento que pasaba un tren de camino a otra provincia. Su hermosa figura atropellada, voló por los aires, de manera que bien podría decirse que ella también tuvo su viaje, pues fué tan lejos que atropellada por un segundo tren que en ese momento embarcaba se quedó el cuerpo en el sitio y el alma vete a saber  donde. 

Desde aquel suceso, nuestro poeta cultista, se apartó de la gente para que nadie pudiese culparle de la muerte de la joven, y sin que nadie le viese, compró unos billetes y partió lejos de su hogar aquel mismo día. Unos dicen que se hizo todo un trotamundos y comenzó a escribir con más corrección y prudencia, algunos que acabó por volverse un loco entero y continuó componiendo idioteces sin sentido, y otros que mas adelante con un barco se asentó en las Islas Canarias formando una familia y aconsejando a sus hijos que por dárselas de intelectuales no escriban sin tener algo importante que decir.

Sobre lo que fuera que cada uno se quede con lo que quiera, pues pasara lo que pasara poco importa, pues la lección es la misma. También se sabe -a no ser que sean rumores- que Zoilo acabó su famoso poema tras lo que aconteció con una estrofa algo mas natural a lo que este solía escribir, y decía lo que sigue:


Pero, al cabo, vino un tren
a nuestro encuentro,
y entre lo diestro y lo siniestro,
ya me dirás en qué se quedó lo nuestro



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