Fue uno de aquellos días en el que los recuerdos nos acometen con la mas afilada de las espadas, también se la suele llamar por costumbre un mal de conciencia. Ya desde tiempos remotos, el conjunto de los hombres han tendido a quedarse con lo peor de sus experiencias en vez de sacar los diamantes de la mina que nos procura el aprendizaje de las mismas, pero en vez de eso, continuamos afinando los rencores y los negativos haceres introduciendo nuestro pensar en un laberinto repleto de preguntas sin respuesta ¡Ay, que dolencia es aquella que insiste en la mente, y de la cual, nos resulta imposible retrodecer!
En tal estado de ánimo me encontraba, sin poder lograr del todo conciliar el sueño como se debe, era entornar un tanto los párpados hacía abajo y se me aparecían imágenes que me maldecían. Y todo debido a errores, al no haber concebido la suficiente fortaleza para resistir los devenires del sino, por no mantener ergidas las fuerzas hacía arriba, por caer ante el deseo efímero creyéndolo permanente engañándome a mí mismo... Así, tras incesante devaneo que no llegaba a ningún punto en concreto, decidí escapar de las sombras por momentos en unos paseos. Es preciso recordar que es tendencia tan reconciliante como inspiradora el pasearse por los alrededores, ya Aristóteles y los peripatéticos lo entendían como fuente del pensamiento, y no es arbitrio advertir que nuestras reflexiones mas profundas nacen del andar como así también las conversaciones entre amigos extraen lo íntimo de cada acontecimiento si se habla con el espíritu del paseante.
¡Y qué mejor lugar para pasear que el campo en donde habito! -así acertadamente pensé. Entonces, decidí encaminarme por áridas sendas castizas cuyos bordes suelen estar repletas de abrojos y malashierbas, denominación que por otra parte, me parece injusta ya que incluso entre sombras y oscuridades no es raro hallarse alguna flor de escarlata. Entre caminos labrados por los pasos de los hombres, y algún que otro parque abandonado a los azares naturales, puede uno encontrarse campos de cultivo y prados repletos de rojas amapolas que probablemente -así se me ocurrió a mí un día- signifiquen esa pasión española que suelen indicar nuestras tierras. Cada componente del paisaje habla por sí mismo, desde el sol en su marcha con la promesa de su vuelta hasta la última hoja caída en espera a sus hermanas póstumas. Quizás sea por estos detalles tan nímios y aconteceres que se hacen eternos por los que merece la pena vivir.
En esta ocasión yo caminaba en soledad, disfrutando de cada acontecimiento por pequeño que a alguno podría resultarle, pues al menos para mí ello suponía lo más grande que podría soñarse. Sin embargo, mis malestares no tardaron en retornar, y en tal medida, despertarse para acometer mi cura momentánea. Enfermo de mis males internos, daba vueltas a asuntos que a los demás les parecían zanjados por el mero hecho de situarse en tiempos préteritos. Pensaba y pensaba sin lograr calmar mis turbulencias que se resolvían en millares de recuerdos alegres en su día, pero que ahora me dolían, haciéndose tristes debido a las faltas posteriores que dieron en tal fatal final. Y como muchas veces, uno encontrándose en tal alterado estado suele imaginarse cosas que realmente no están presentes, y viéndolas se las cree como si estuviesen ante sus ojos, así me ocurrió a mí.
Allí apareció ante mis atónitos ojos mis amores plasmados en una figura femenina que pese a estar sombría, yo supe reconocer como fuente primigenia de mis dolores constantes. Quedándome perplejo, espere que la alucinación se disolviese, pues era conciente de que estas cosas no suelen pasar. Pero, tan similar era a lo real, que poco a poco me lo fuí creyendo, no eran los sentidos los que me engañaban, lo era el entendimiento, aquel místico fundador de mitos como lo es el creerse el innatismo intelectual. Así, pues, tras leves momentos la mujer comenzó a hablar en secreto, tan bajo que cada palabra lanzada al viento se asemejaba a un susurro, un suspiro que se me dedicaba a mí, culpable de mi propia penitencia.
Al final, ópte por hablar "¿Qué quieres de mí? ¿Qué buscas de mi persona?" -empecé a preguntar. Pero no mediaba palabra alguna en cuanto respuesta, solamente una mirada, ojos vidriosos que señalan el equívoco de insistir en aquello que se hizo mal en un pasado que actúa como si fuera una gran cadena atada a las espaldas "¡Dime algo, santo Dios, que a este paso, los cuervos acudirán a comerme el higado antes de una respuesta tuya" -dije ya desesperado. Nada volvía a salir de su boca, tan sólo unos labios temblorosos invocando la necesidad de un llanto que no lograba cúlminarse, la tristeza contenida que semejante a una aguja en el pensamiento se procura la dolencia jamás callada. Se fué, la figura se confundió con los cielos ya nocturnos, y sus ojos se descomponieron en estrellas dispersas, bailadoras ellas en el concierto de la luna.
No sabía qué pensar, ni que hacer con lo que me había pasado, o si me había vuelto loco tras los desgraciados amores. Quedé en suspenso, presente no tanto por capricho como por un hecho irremediable "Y a partir de ahora, ¿Qué? ¿Por qué?"- me preguntaba. He ahí la pregunta realmente esencial, el quehacerse con uno mismo cuando la desgracia se esconde tras cada leve alegría, cuando los males parecen sobrepasar a los bienes, cuando la cuchilla del inmenso dolor supera al alivio, cuando el ánimo cabizbajo ha logrado que los suspiros y los llantos ya sean costumbre en este espíritu insistente en perservar la vida que es el mío.
Y desde entonces, ando por lugares raramente explorados, estando perdido por estos mundanos reinos buscando lo divino oculto tras cada capa de tierra que se encuenta presente en el camino. Buscando me hallo perdido, y perdiéndome a mí mismo me encuentro en donde nadie sabe cual es el sitio. Procuro responderme la sin respuesta a la pregunta que indica ausencia, cavando toco el pasado y el porvenir inserto en el instante, principio y cúlmen del existir, que no es otra cosa que el insistir vivir aprendiendo a enfrentarse a la muerte. El morir no es descanso, es vacío, sin sentido como el mío. Azares que son necesarios, y necesidades azarosas me incitan a pugnar por la razón, una en movimiento causada y finalizada por aquello que damos por supuesto sin haberlo visto. Lo imaginamos entonces, cerramos los ojos para dormir, y vuelta a empezar en una ruleta con sus desniveles. En estos hay cambio, y por tanto, hay verdad.
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