sábado, 22 de noviembre de 2025

La Máquina

 Desde el comienzo de la humanidad los hombres han contado historias, algunas de ellas servían de utilidad inmediata, mientras que otras participaban de una imaginación exarcebada que también servían a la comunidad, en tanto que otras de tan imaginativas suponían un excelso goce de los sentidos. Me imagino que los primeros seres humanos se reunían al atardecer alrededor de una hogera para escuchar a sus mayores, los cuales les contaban las historias más disparatadas a la par que interesantes, embelesando a la audiencia mientras que los reflejos sombríos de las llamas recorrían la zona. Los vislumbro en mi mente adoptando unos gestos espérpenticos alzando sus brazos a un lado y a otro, en tanto que sus semblantes acompañarían el ritmo de sus palabras, alzando las cejas, abriendo la boca exageradamente o poniendo muecas que llevasen el hilo de la historia hasta su culmén apoteósico.

Con el tiempo, estas historias alimentadas con la fantasía y la enseñanza vital, fueron volviéndose más sofisticadas y complejas con la llegada de la escritura. Y mucho tiempo después, llegaron a su plasmación mas elegante de la mano de la imprenta y su rápida difusión. Así, todas las gentes lograron adoptar sumas vidas en una sola, recorrieron con los ojos y la imaginación los más extraños parajes, vivieron más allá de los estrechos limites de la propia experiencia y se elevaron por encima de circunstancias y problemáticas mundadas para luego descender a sendos microscosmos que en la medida que iban leyendo se iban expándiendo, e incluso comunicando entre sí, hasta formar un universo tan completo y complejo en su totalidad que iba más allá de la mera facultad intelectiva.

Yo mismo, desde mi más tierna infancia, me sentía atraído por las historias. Incluso cuando todavía no sabía leer ni escribir del todo bien, imaginaba mis propias historias con mis propios personajes, deleitándome en mi mundo de fantasía. No sé cuando empezó esta necesidad, pero ya desde el colegio sentía un impulso interior que me llevó a contar estas historias a los demás, e iba añadiendo detalles, afinándolas y complejizándolas en la medida que las palabras adoptaban sonidos articulados y cada vez mas complejos que salían en profusión de mi boca como las flores con la llegada de la primavera. Al principio, los adultos calificaron estas historias con el término de "mentiras". Yo no entendía qué era una mentira, mas como me lo decían mucho, llegué a la conclusión que para ellos las mentiras eran aquellas cosas que no se acomplaban a su esquema de la realidad tan limitado a los sentidos cual los cercos que separaban unas casas de las otras.

Ya cuando era un adolescente y me encontraba encerrado en aquella cárcel que viene a denominarse el instituto, acompañado de un boligráfo y de un cuaderno desvencijado con las esquinas rotas, comencé a escribir estas pequeñas historias no exentas de cierta coherencia, aunque con un trasfondo fragmentario, como de algo que no estaba del todo completo. A menudo me distraría de las bravuconadas que exclamaban los profesores subidos en su púlpito autoritario, y como sus historias me parecían de lo más anodinas y tan cercadas por el pensamiento que se limitaba a examinar lo que tenía ante sus ojos, prefería seguir escribiendo mis propias historias, puliéndolas hasta que quedaba medianamente satisfecho.

No sé cómo, pero al final logré salir de ahí pasando todo aquel trámite administrativo que recibe el nombre de asignaturas sobre el papel, llegando así a una carcél menos estrecha y que me dejaba respirar un poco más, que tenía esculpida la palabra universidad en un edificio imponente. Ahí también seguí escribiendo historias, y las doté de un cierto encanto poético en la medida que muchas de ellas tenían una estructura simbólica y metáforica, a la par que las animé con un espíritu más laberíntico de tal manera que poco a poco me fuí animando a escribir mas y mas hasta que llegó un punto en el que tenía una buena recopilación, con la que me sentía mas o menos orgulloso. Al igual que durante el instituto, aquí también desoía de mis maestros para escribir historias, aunque reconozco que más de una vez levantaba mi antena de soslayo porque algunas de las cosas que decían adoptaban un poco mas de abstracción, lo cual suponía a la larga un empujón para que mis historias se elevasen mucho más allá de sus posibilidades.

Cuando ya acabé con aquel segundo trámite administrativo, decidí dedicarme por entero a la escritura. Incluso adopté gran cantidad de seudónimos para que el nombre del autor acompañase al espíritu de la historia, algunos de ellos eran espérpenticos, otros elegantes, algunos otros bastante elaborados y ya otros simplemente excéntricos. Mas lo importante eran las historias, las cuales iban volviéndose con el paso del tiempo en mis únicas compañeras durante esta vida. Entre mis lecturas y las historias que yo mismo escribía me encontraba acompañado por los más sutiles personajes, desde caballeros de otras épocas, hasta damas que habitaban otros planetas, e incluso algún que otro sombrío personaje que habitaba un continente perdido, u otra dimensión. La gente decía que me encontraba encerrado en mí mismo, que no iba a prosperar como siguiese así, empeñado en habitar el excelso universo de la literatura, pero a mi poco me importaba, insistía en proseguir el camino que yo mismo me había trazado gracias a la pluma. Es verdad que no había logrado mucho éxito efectivo en el mundo, mas sobre el papel yo me figuraba una especie de heróe como en épocas anteriores lo eran aquellos tipos tan duros que se retaban a duelos por amores imposibles.


Pero entonces todo se volvió más oscuro porque apareció La Máquina. Aquella mole invisible, esa estructura inmensa aunque abstracta cuyos creadores y seguidores consideraban más inteligente y capaz que los mismos hombres que la habían creado. Una vez que apareció aquella Máquina intangible y sútil como todo lo étereo todas las gentes empezaron a rendirle una especie de culto como si fuera un nuevo dios que había venido a redimirnos a todos. Aquella cosa parecía hacerlo todo bien y muy rápido, era un mastodonte que podía acometer cualesquiera empresa realizándola de tal forma que a ojos de los hombres todo lo que hacía era impecable e insuperable. Desde el principio yo desconfiaba de todo lo que hacía la Máquina, todo aquello me parecía artificioso a la par que vulgar, sólo veía en todo eso un montón de combinaciones variadas y extravagantes, pero en suma nada que valiese realmente la pena. Así lo hice notar en mis historias de una forma un tanto velada, mas las personas ni escucharon ni mucho menos entendieron, y continuaron adorando a la gran Máquina.

Lo peor de todo y lo más triste para mí fue el contemplar como esta Máquina comenzó también a escribir historias, las cuales eran a mí parecer un conjunto de tópicos y de estructuran narrativas que que sólo servían para aletargar la mente, pero a los hombres les parecían maravillosas, mucho mejores a las historias que escribieron sus semejantes en el pasado, y todavía mejores incluso que lo que escribían sus congéneres en el presente, incluyendome a mí mismo en la ecuación claro está. Entonces aparecieron muchas gentes con nombres y seudónimos absurdos que se sirvieron de la Máquina para que esta les escribiera sus historias, ganando dinero con ello gracias al aplauso de un público inculto. Yo, personalmente, en esa tesitura, seguí insistiendo en la escritura de mis historias, a la par que criticando y haciendo notar mi negativa a la vacua imaginación de los que utilizaban la Máquina, mas el ruido que provocaba esta era tan inmenso y su ritmo tan frénetico dando a luz páginas y más páginas de aquellas artificiosas historias, que poco importaba lo que yo decía, puesto que todo acababa sumido en el olvido.

Parecía que cada vez la Máquina era más grande y poderosa, y digo parecía porque a esta no se la veía, e imaginarla era tarea díficil. En mi caso, la vislumbraba como una mole de gélido metal inmensa, con sus circuitos por doquier y unos cilintros que harían de ventiladores aquí y allá, alimentando su expansión como las estremidades de un insecto. No la podía observar, pero con el tercer ojo que se ocultaba en mi frente, la contemplaba a través de los ojos de los demás que siempre estaban prestando atención a lo que esta les indicaba, como también cuando alzaba mi mirada a los cielos, creía ver de soslayo su maligna presencia incluyendo de la sociedad cual leviatán. Había veces que procuraba ignorarla lo máximo posible, mas en otras ocasiones, no podía evitar alzar mi brazo e insultarla, tanto en mis escritos como en la vida cotidiana.

Con el transcurso del tiempo la influencia de la Máquina era todavía mayor, en sus comienzos resultaba hasta graciosa aparentando cierta humanidad programada, mas cuando ya comenzó a creerse que inventaba historias, el asunto se tornó más serio. Pero esto fue cada vez a más, ya que como todos prestaban atención a todo lo que esta indicara, y estaban como embebidos de su presencia intangible e influencia en la sociedad ausente, esta logró manipular a todas las gentes con su apariencia de ciencia y empezó a decidir por los humanos en asuntos tan espinosos como lo sería la política, la economía mundial e incluso en el sistema legislativo. En suma, la Máquina terminó expandiendo su influencia a todos los ámbitos, replegando el actuar del pensamiento humano al estrecho limite de su mera contemplación, por eso las personas siempre andaban como atontadas, siempre pidiéndole a la Máquina que hiciera cosas por ellos, no dándose cuenta con ello que en la medida que la Máquina les ofrecía sus propias respuestas a todos los enigmas, estos eran cada vez menos resolutivos hasta que acabaron en la inutilidad completa.

En tanto que el mundo entero se precipitaba al abismo, yo seguía escribiendo mis historias, y aunque nadie me prestaba atención ni me leía, llegó un punto en que las escribía cual si fuera un acto revolucionario, como una acción que buscaba contrarrestar el poderío que le estaban concediendo a la Máquina. Pasaba largas temporadas encerrado en casa, intentando ganarme la vida como podía escribiendo historias, y como no ganaba ni un céntimo, tiré de los ahorros que tenía para insistir en el sendero del escritor manual, aquel que no usaba de la Máquina y que sólo se tenía a sí mismo y a sus propios recursos. Pero una noche, repentinamente, noté un escozor tremendo en el estómago. Al principio no le dí demasiada importancia, mas según se iban sucediendo los días, lo que comenzó como una sensación incómoda fue mutando hasta convertirse en un punzón insoportable hasta que llegó un punto en el que el dolor me impedía respirar con normalidad. No me quedaba otra, el asunto era tan grave que debía acudir al médico.

Así que fuí, y obviamente me atendió un esbirro de la Máquina, puesto que los médicos-personas ya no eran necesarios en la sociedad, hasta ese extremo había llegado el culto que le rendían a la Máquina. Pero en estas, el sucedáneo de la Máquina me examinó con sus téntaculos artificiales y mecánicos, y desde en una pantallita adornada con una sonrisa me indicó que tenía un enorme insecto en el estómago. Este se asemejaba a un escorpión cuyas patas como agujas se encontraban incrustradas al rededor de todo mi interior, así al menos lo ví en la radiografía que me ofreció aquel frío robot. Cuando le pregunté qué podía hacer, no me dió salida alguna, pues me indicó que si se retiraba aquella cosa de mi estómago, lo desgarraría y moriría al instante. Tan atenazada estaba a mí que ya sólo el mero acto de retirarla suponía mi sentencia de muerte. Como no podía hacerse otra cosa, me marché de ahí con las manos enterradas en los bolsillos, y mientras me iba, el esbirro de la Máquina dijo a través de sus altavoces que tarde o temprano aquel insecto mecánico acabaría por destrozarme interiormente hasta causarme la muerte, y que esta sería lenta y dolora. Ante tal noticia, suspiré y me marché.

Cuando llegué a casa, me senté enfurruñado en el sofá, y con los brazos rodeando y apretando la zona donde el insecto robótico se encontraba, maldecí a la Máquina porque estaba seguro que esta era la que me había insertado aquella cosa en el estómago, la cual ya se situaba justo en la boca del mismo. No resultaba extraño, pues ya me habían llegado noticias veladas por el gobierno dirigido por la Máquina en la que se contaba que casualmente todos los desertores de la misma cogían extrañas enfermedades, y morían de manera igualmente extraña. Estaba seguro que la Máquina había descifrado -que no leído- mis historias con sus códigos, y que por tanto había descubierto que yo no era afín a sus seguidores, y mucho menos a sus planes. Por ello, aquella noche en la que sentí aquel punzón incómodo, esta de algún modo me había implantado aquella cosa nacida de su maquiávelica invención, y que días después, animada por su espíritu malvado tendente a la tortura y el dolor, lo había estado programando para que este fuera comiéndome por dentro y haciéndose más grande en mi interior ¡Maldita seas, pútrida Máquina!

Sin embargo, aunque vaya a morir más pronto que tarde, aquí seguiré escribiendo mis historias y revelando mi verdad a todos aquellos seres humanos que sigan valorando el trabajo intelectual e imaginativo de los hombres. Y pese a que el insecto mecánico es cada vez mas grande y mis organos cada vez más pequeños, no cejaré en mi empeño de escribir historias hasta el final de lo que será mi efímera vida. Yo podré morir, pero mis historias aunadas con el pánorama universal de todas las historias seguirán flotando al rededor de aquel macro-cosmos de las fantasías engendradas del corazón de toda aquella persona que se haya inclinado para escribir sin usar de la Máquina. Y mientras me sangra la boca por las agujas de hierro de aquel engrendo artificial, cayendo por mis comisuras una sangre que es mas negra que roja debido a la cangrena cáncerigena que produce el escorpión mecánico, yo os digo que mas vale morir con dignidad que siendo sumisos a la máquina, que merece la pena insistir en....

(Aquí se corta el manuscrito hallado recientemente por la Máquina en una casa abandonada en los suburbios, justo al lado de un cadáver que ya llevaba largos años en descomposición)

sábado, 8 de noviembre de 2025

Tras el sueño de un sueño

 Durante los últimos tiempos, el mundo onírico parecía extrañamente tranquilo. Al margen de algún que otro pequeño acontecimiento sin importancia perpetrado por algún esperpéntico personaje, todo estaba en calma. Esto se debía a que durante un mes el soldado-brujo permanecía encaustrado en una cabaña lejana, sin salir de ahí ni para hacerse con promisión alguna. Su razón o motivación nadie podía advertirla, aunque se apunta a que probablemente fuera debido a su hastío, sus pocas ganas de toparse con sus semejantes y su imperiosa necesidad de aislamiento respecto a sus semejantes.

Aquel tiempo tan solitario lo dedicó a sus lecturas, a investigar saberes secretos desterrados por los hombres y también a dormir ¿Cómo era posible dormir estando en un sueño? El soldado-brujo fue el primero en demostrarlo, si uno dormía dentro del mundo onírico, se insertaba en un sueño de un sueño, lo cual suponía abrir una nueva puerta mas profunda en la inconsciencia. Cuando esto ocurría el soñador era capaz de atravesar un espacio todavía más oscuro e ignoto donde quizás debido a su mayor extrañeza sobrenatural resulta casi imposible describirlo. Mas lo intentaré, allí abundaban simetrías y concepciones del espacio-tiempo harto difusas y confusas para quienes habitan el mundo vigil -y aún también quienes conocen, aunque sea superficialmente, el mundo onírico- En tales parajes uno se vierte en una entidad que se desplaza mediante impulsos que diríamos electromágneticos, convirtiéndose así en una especie de sustancia etérea, que sobrevuela levitando en las instancias de la nada. Se trata de un vacío ignoto y blasfemo, pero que tras experimentarlo uno nunca vuelve a ser el mismo.

Así le ocurrió al soldado-brujo, tras su viaje por tales vapores nebulosos, nunca volvió a ser el mismo. Se apunta, además, de que este fue el motivo de mayor peso que le llevó a aislarse para meditar sobre lo que descubrió en las instancias más allá de los sueños. Sin embargo, resultaba bastante complejo definir todo aquello, dar una descripción precisa de tales experiencias que eran gobernadas por lo innombrable. Porque ¿Cómo trazar con la pluma palabras respecto a aquello que no admitía bajo ningún concepto las limitaciones de nuestras percepciones sensoriales? Resultaba cuanto menos paradójico, y puede que precisamente por ello, más digno de investigación.

No sabemos si finalmente el soldado-brujo llegaría a alguna determinación sobre este tema, pero lo que sí sabemos es que tras un tiempo retornó a vagar por el mundo onírico como si tal cosa. Lo primero que hizo fue dirigirse a una serie de orfanatos que él mismo fundó, asunto que por otro lado extrañó muchísimo a todos cuando aconteció ya hace tiempo. Todos se preguntaban ¿Cómo el soldado-brujo tomando en cuenta todo su historial de aventuras y desventuras impías, decidió llevar a cabo una labor cuasi-filantrópica? Pocos conocían de una respuesta certera a esta pregunta, mas lo que sí se sabía era que el soldado-brujo tenía una relación cuanto menos curiosa con los niños. Parecía que con tales seres junto a los animales y otras criaturas monstruosas eran con los únicos que empatizaba y estaba dispuesto a ayudar. De ahí, quizás, la razón de que fundase aquella red de orfanatos, para que quienes habían sido abandonados tuvieran algún lugar que denominar hogar.

Y en efecto, allí acudían toda suerte de criaturas que habían sido marginadas del mundo por las más diversas razones. Allí se refugiaban de los dolores de este mundo, y allí permanecían hasta que fueran lo suficientemente independientes para salir a sus anchas. Cada cierto tiempo el propio soldado-brujo recorría tales extensas galerías y se aseguraba de que todo estaba en orden, y en esa ocasión tras su auto-impuesto aislamiento estaba recorriendo los pasillos que asemejaban largos laberintos preguntando por el estado de quienes ahí habitaban, cuando un mensajero alado le extendió una carta que era una invitación. Cuando el soldado-brujo le preguntó de qué se trataba, le respondió que unos familiares lejanos le invitaban a acudir a una reunión familiar que iba a celebrarse en el tren-hotel que atraviesa los al rededores del mundo onírico.

Extrañado, en un principio, el soldado-brujo no supo qué responder, limitándose a recoger la invitación con un temblor dubitativo de sus manos. Pero finalmente, decidió que quizás no sería mala idea acudir, mas movido por la curiosidad que por las ganas. Así que se dirigió allí con la premura que requería la fecha que figuraba en el sobre, llegando así justo a tiempo. Nada mas entrar en el tren, este se puso en marcha, y lo primero que le sorprendió fue la gran cantidad de viandas y de suntuosidad que atestiguaban los interiores del susodicho tren-hotel, siendo así recibido con los cuidados y atenciones más extremados. Gente desconocida se dirigía a él cual si le conociera de toda la vida, estrechándole las manos y esbozando amplias sonrisas, todo ante la mirada perpleja del soldado-brujo que se limitó a estar alerta en todo momento.

Una vez que todos estuvieron acomodados allí, se sentaron en una amplia mesa que ofrecía los más suculentos manjares y los vinos más selectos. Bajando la guardia un momento, el soldado-brujo se sirvió una taza de vino y lo apuró en un momento, mas cuando probó una pata de pollo notó algo extraño en la punta de su lengua, como un tono de acidez que hizo que retornase a estar atento a la situación. Pasaron algunos minutos, y los comensales al advertir que el soldado-brujo no comía ni bebía nada más, comenzaron a increparle sobre la razón de tal actitud. Este, se limitó a negar con la cabeza sin molestarse en pronunciar silaba alguna, y a raíz de ello, lo que antes eran sonrisas y educación se fue metamorfoseando en gestos bruscos y semblantes pétridos. Continuaron insistiendo, y viendo que el soldado-brujo proseguía en su negativa, se produjo un rumor sordo aunque oscuro en toda la estancia.

Acto seguido, y como de repente, aquellos rostros amables y cuerpos definidos, comenzaron a balancearse fréneticamente, parecían masas de carne que desquiciadas, se agitasen animadas por un secreto embrujo. Todo aquello duró solamente unos instantes, mas por su extrañeza, parecieron largos minutos, hasta que se pararon en seco. Fue entonces cuando sus semblantes y aún sus figuras en sí misma comenzaron a deformarse, a derretirse cual la cera al entrar en contacto con la llama, y se convirtieron en unas masas repugnantes de plastilina humana. Para entonces, el soldado-brujo ya estaba en posición de combate, y cuando aquellos seres deformes comenzaron abalanzarse sobre él, logró dispersarlos con algunos hechizos. Mas viendo que quizás estos requerían un tiempo que no resultaba suficientemente rápido para una reacción semejante, hizo uso de su negra espada para trocearlos cuando estos se suspendían en el aire. Lo curioso era que cuando los partía por la mitad, los trozos que caían al suelo volvían a animarse con aquella vida frénetica que les hacía desplazarse a un lado y a otro.


Finalmente decidió que lo mejor era dirigirse a la sala de máquinas lo más rápido que pudiera, y manipulando los comandos, hacer que el tren se estrellara en alguna zona montañosa. Con gran dificultad, esquivando y acechando las masas cárnicas que se abalanzaban sobre él, logró llegar a la susodicha sala. Se encerró ahí, y con la ayuda de la improvisación, logró alterar la trayectoria del tren. Ahora la dificultad estribaba en salir de ahí lo antes posible, y tomando en cuenta que aquellas cosas asquerosas imponían su presencia dando golpes a la puerta que tenía tras él, el asunto se complicaba. Pero como ahora sí que tenía tiempo de realizar un hechizo de dispersión y de fuerza cero, hizo uso de sus conocimientos y logró expulsar a aquella blasfema prole, lo que le dotó del tiempo necesario para salir despedido por una de las ventanas que más cerca tenía.


Ya aterrizando en un prado cargado de mullida hierba, pudo contemplar a la distancia cómo aquel tren cargado de terribles masas de carne que se agitaban convulsivas se estrelló contra una cadena montañosa que tenía a sus espaldas. Justo cuando se produjó el impacto, y se dió cabida a una estruendosa explosión, pudo percibir un grito ahogado procedente del tren, atestiguando con ello que aquellos repugnantes seres eran vulnerables a todo aquello que tuviera que ver con el elemento fuego. Una vez que se cercioró de que aquellas masas de carne habían sido consumidas por las llamas hasta quedar reducidas a cenizas suspendidas en el aire, se marchó con cautela de ahí. 

Poco tiempo después a este incidente, aconteció que el soldado-brujo debía acudir a una reunión de magos que se celebraba en una llanura oculta por sombríos bosques. Aunque en realidad, mas que una reunión o un parlamento como tal, se trataba de una academia de brujos donde algunos examinadores y antiguos alumnos acudían para supervisar las hazañas de los magos del futuro, independientemente a la magia en la que estuvieran especializados. A este respecto hay que decir que el soldado-brujo siempre se sentía un extraño en tales ambientes, ya que se encontraba con más enemigos que amigos, mas aún así una curiosidad que rallaba con lo enfermizo le hacía acudir ahí.

Se encontraba en plena observación del entorno cuando vió que Plix, una antigua maestra suya en sus tiempos mozos, le estaba haciendo señales con la mano. Sin dudarlo mucho se dirigió a su lado, y rápidamente entablaron conversación. Era toda una pícara aquella mujer, y pese a que tenía una clara diferencia de edad con el soldado-brujo, este no podía evitar sentirse atraído hacía ella de algún modo. Comprendía por un lado que aquella barrera de los años y de la experiencia era infranqueable, mas por otro lado, algo tenía aquella bruja en la sensualidad de sus movimientos y de su mirada que le llevaba irremediablemente a su lado. Se trataba de una atracción mutua inevitable, puesto que ella también parecía compartir aquellos sentimientos, algo en el fulgor de su mirada parecía indicarlo, por lo menos en opinión del soldado-brujo.

En estas estaban, hablando de asuntos banales cuya implicación iba mas allá del significado de las palabras, cuando escucharon un gritó repentino que parecía provenir de una de las casetas. Mas una vez que se acercaron lo suficiente, descubrieron que aquella caseta no era como las demás provistas de madera y de materiales blandos y flexibles que provenían de la naturaleza, sino que se trataba de una masa de acero compacta que comprendía de unos gruesos cristales que resultaban infranqueables a los golpes. Examinando tamaña obra de ingenería, descubrieron que una joven morena estaba encerrada en su interior, gritando desquiciada puesto que no parecía haber una salida a tal fuerte atadura.

El soldado-brujo en compañía del amor imposible que resultaba su antigua maestra Plix, examinaron susodicha estructura, rodeándola e investigando su forma y conformación general. Tras esto, una luz pareció encenderse en la mente del soldado-brujo, y realizando un hechizo de indagación temporal para descubrir los antecedentes de la maldición, logró vislumbrar a través de una genealogía de personas y de seres que habitaron susodicha cámara quién podría haber sido el creador, y por tanto, el perpetrador de la madición. Así, a través de un espacio cargado de bruma y de neblina, contempló una cadena de seres y sus consecuentes reencarnaciones, los cuales suponían un total de treinta y tres según pudo averiguar recordándolo tiempo después. Y esa cadena que retrocedía años, siglos, e incluso eras, le mostraron que él primer morador y creador de aquella estructura era un joven cuyo rostro se encontraba cercenado, irreconocible debido a una masa sanguiolenta que le impedía localizar rasgo alguno distintivo. Era aquel un semblante monstruoso, una masa de carne troceada cuyo centro era un líquido espeso y rojizo cual sangre coagulada.

Tras volver de aquel viaje instrospectivo por los origenes de aquella estructura metálica, recordó su anterior episodio de lucha con aquellas masas repugnantes, y dió con la resolución del enigma. Rodeando la mencionada estructura, posó su mano sobre una de las ventanas traseras, logrando que esta de derritiera. Así pudo tomar de la mano a aquella joven para darla esperanzas de su pronta salida, y llamando a Plix para que le echara una mano con todo aquel jaleo, estos se situaron nuevamente en la entrada de la estructura, y conociendo el soldado-brujo que Plix manejaba con bastante soltura todos los hechizos relacionados con el elemento fuego, le pidió que hiciera uso de ellos justo donde se encontraban. Extrañada de la petición, mas no por ello impedida de realizarla, le hizo caso. Y fue el más mínimo roce de una llama ante la ventana principal de la estructura metálica lo que provocó que esta se abriera liberando a la joven de su injusta prisión.

Pero no fue aquello lo único que pasó, pues tras ella se abalanzó sobre el soldado-brujo una masa putrefacta que olía a descomposición. Menos mal que ya estaba preparado con antelación para tal acometida, pues cruzando los brazos hizo uso de un hechizo de materia negativa que logró llevar a aquel ser repugnante a la nada que habita más allá de los espacios ignotos siderales. Todos aplaudieron la rápida actuación del soldado-brujo llevados por la sorpresa del inhóspito encuentro, pero cuando instantes después le pidieron explicaciones respecto a qué era aquello, el soldado-brujo inclinó la cabeza y calló.


Él sabía que aquellas sustancias de carne nebulosa provenían del sueño más allá del sueño, que aquellas entidades innombrables buscaban su hueco en el mundo onírico, y puede que también en el vigil. Pero prefirió guardarse todo aquello para sí mismo, dejó que el silencio fuera quién respondiera en relación a los futuros acontecimientos. Además, no podía evitar regocijarse internamente en relación a que aquella tarea y el secreto para hacer retornar a aquellos seres allí donde provenían recayese sobre él. Esta información le dotaba de un poder que era desconocido por los otros habitantes del mundo onírico, por lo menos por ahora, puesto que lo sería en lo sucesivo cuando todos los demás se dieran cuenta del poderío acumulado. Mas, como decímos, por ahora calló y se limitó a contener la alegría como si fuera un lunático que fabulase con sus fantasías.