Jamás pensé que acabaría retornando a estos parajes. Antaño acudía bastante reiterativamente a este lugar tan frío y triste. Las tierras que se sitúan al norte de un país ya de por sí frío no sólo congelan el cuerpo, sino que también lo hacen con el alma. Mas, cuando la ilusión y la esperanza se encuentran presentes, da la sensación de que esa melancolía gélida mengua hasta convertirse en un vaho invernal, un aliento de alguna diosa con hielo entre sus venas.
Sin embargo, no volvía por aquí por mera añoranza por los tiempos pasados, pues una urgencia de índole práctica a la par que sentimental me llevaba a recorrer de nuevo estos caminos a los que nunca pensé volver. Se trataba de un motivo cuanto menos insólito para mí. Por lo visto, a través de unos rumores que llegaron hasta mis familiares, mi exmujer de la que me había divorciado hace unos cuantos años había tenido un hijo. Pero, carente de pareja desde que había estado conmigo, se me había ocultado que este niño era también mío. Hecho cuanto menos extraño en tanto que no entendía ni por qué había decidido tenerlo si ya no estabamos juntos ni mucho menos la razón de ocultarmelo, a la par que velar a la criatura de la presencia de su padre. Si ese niño tenía algo de conciencia, seguramente pensaría que su progenitor masculino era un sinvergüenza que se había desentendido de su propio hijo. Pero no era de ningún modo eso, ya que en realidad no me podía desentender de algo que yo no conocía.
Así pues, debido a esta urgencia de última hora, dejé toda tarea y ámbito laboral de lado para acudir a ver a un hijo que no sabía que tenía, y encima de una madre a la que ya había dejado para el recuerdo, en un pasado carente de todo afecto a no ser por la rememoranza. Evidentemente, como yo ya había rehecho mi vida con otra mujer con la que me casé hacía unos años, esta me acompañaba ojo avizor a todo lo que ocurría. No le gustaba la idea debido a que era tremendamente celosa, mas en esta ocasión no era de extrañar puesto que no sólo retornaba a un lugar en el que pasé largo tiempo con otra mujer, sino que además de ver a susodicha mujer, iba a conocer a un hijo que no sabía que tenía. Podía ver a través de sus ojos verdosos que eran atravesados por unos cabellos rojizos que la velaban tenuemente una mirada de sospecha. No me dejaba engañar por sus mejillas inflamadas y enrojecidas por el frío, sabía que sus justificados celos estaban en ese momento a punto de implosionar y de generar un apocalipsis cuyo primer objetivo era yo mismo.
Mientras pensaba y observaba estas cosas, también me fijaba en el paisaje que me rodeaba. Lo recordaba a la perfección, tanto los parques abandonados repletos de malashierbas que estaban en su apogeo, como también los edificios medio derruídos que estaban siendo comidos por el moho, y sin olvidar aquellos viejos carteles cuyos anuncios publicitarios estaban desfasados tanto por su contenido como por el resquebrarse de los carteles. Parecía que no había pasado el tiempo en este lugar, hasta los escasos viandantes parecían los mismos, gente huraña y hosca que no se atrevía a alzar la mirada del suelo.
En tales tesituras, nos encontrabamos en la zona donde debía estar mi exmujer con quién supuestamente sería mi hijo. Se trataba de un edificio viejo que antaño había sido gris cemento, pero que ahora estaba tan desgastado que casi me atrevería a decir que era negro. Quizás también la culpa la tenía la noche, puesto que después de horas de viaje en coche con un GPS que mas le perdía a uno que le guiaba, llegamos bastante tarde. Yo diría que serían como mínimo las once de la noche, lo cual era atestiguado por las farolas que iluminaban las calles sin atreverse a lanzar demasiada luz. Era aquel un lugar tan triste, y sus habitantes eran tan tacaños, que a pesar de que a partir de las siete ya era de noche, no encendían luz alguna hasta pasadas las diez. Incluso, el resplandor de la luna se avergonzaba de susodicha situación, pues siempre se encontraba velada por un sinnúmero de nubes que impedían que el asfalto húmedo gozase de un leve toque lumínico.
Sin pensármelo dos veces, ascendí por las escaleras de aquel cochambroso edificio en compañía de mi desconfiada mujer. No podía evitarlo, pero las manos me temblaban cada vez que las apoyaba en el pomo oxidado de las escaleras, mientras lanzaba miradas de soslayo por si un repentino asaltante intentase robarme, o en el peor de los casos, asesinarme. A veces, miraba en dirección a mi mujer, mas esta aunque comprendía lo extraño de la situación a la que nos íbamos a enfrentar, y pese a que se consolidaba conmigo en tamaña empresa, prefería evitar mi mirada para no delatar su sentimiento de incomodidad. Por todas estas cosas estaba yo muy nervioso, e incluso pensaba que mejor hubiera sido acudir solo.
Cuando llegamos a la habitación correcta, tras insistir llamando al timbre, decidí dar unos golpes en la puerta por si este estaba roto, mas al hacerlo nos dimos cuenta de que la puerta estaba abierta. Así que entramos y nos encontramos con un piso que estaba a todas luces abandonado, pero al desplazar mi mirada en dirección siniestra, pude advertir el leve oscilar de una vela en una de las habitaciones. Nos dirigimos entre las sombras al lugar de donde emanaba el último hálito de vida de aquel piso, y cuando atravesamos el umbral, vimos a mi exmujer claramente demacrada, divagando consigo misma mientras balanzeaba su cuerpo en un frenesí que rozaba con la locura.
En cuanto la reconocí, acudí a saludarla sin olvidarme de presentarle a mi actual mujer para evitar malentendidos. Fue mirarme, y se le iluminaron los ojos en señal de reconocimiento, lo que hizo que su movimiento maníaco se detuviera por un instante. Se encontraba claramente desmejorada, pero no en el sentido de haber absorbido el paso del tiempo, sino más bien desde una perspectiva sobrenatural en la que el sufrimiento había ascendido cotas tan altas que se le había adherido a la piel. Tenía sus cabellos negros lacios y sucios, la espalda claramente deformada dando a pensar que de ella nacía una joroba, sus brazos decaían en señal de abatimiento y su piel estaba entre grisacea y amarillenta. Nunca hubiera imaginado que acabaría así.
- Tú... -me dijo- ¿Por qué no has venido antes? ¿A qué viene el dejar pasar tantos años sin ver a tu hijo? Lo he críado yo sola, sin ayuda de nadie...
Realmente no sabía qué decir. Iba a explicarle que en ningún momento nadie me informó de que tuve un hijo, y encima con ella. También estuve a nada de decir que hubiera estado bien que se me hubiese consultado antes de tenerlo, al final era verdad que ella tenía la última palabra pero después de todo yo era su padre. Pero al final me quedé mudo y me limité a responder con un asentimiento, tanto temía la reacción que iban a provocar las palabras que me rondaban por la mente.
Mi mujer se agachó para estar a su altura, y extrañamente la acarició con ternura. Jamás de los jamases me hubiera imaginado que esa sería su reacción, pensaba que se iba a quedar clavada en su sitio completamente muda esperando el devenir de los acontecimientos. Mas la intuición y la comprensión femenina venció la posesión de los celos, y se consolidó con los sufrimientos de una mujer que estaba tan triste y sola en este mundo a cargo de una criatura. Y en tanto que esto sucedía ante mis sorprendidos ojos como platos, mi exmujer señaló con un dedo larguísimo y desfallecido en dirección a una esquina sombría donde un cortinaje blanquecido delataba la presencia de una cuna. Supuse que allí estaría mi hijo, así que me dirigí a esa zona esta vez sin titubear.
Y cuando ya estuve ante la cuna cuya decoración blanca se estaba tornando color crema, pude ver a quién era mi hijo. No cabía duda de que era él, con anterioridad había pensado en realizar un test de ADN para verificar que se trataba de mi hijo. Pero cuando lo ví, supe al instante que era efectivamente mi hijo. Supuse que tendría unos tres o cuatro años, y a pesar de que en aquel lugar todo era oscuridad y decadencia, ese niño que era mi hijo estaba tan lozano que su camita se le hacía ya pequeña. Era exactamente igual a cuando yo era pequeño, muy rubio y con el pelo cortado de la misma forma. Tenía los ojos azules a excepción del derecho, que sufría de una especie de policromía que debido a las sombras que poblaban el lugar le hacía parecer que tenía ese ojo de un color más oscuro. Cuando le miré, parecía que me devolvía la mirada con picardía, como reconociendome a mí también a su vez. Alzó sus piernas haciendo un amago de saludo de bebé, y con una mueca de dibujo animado emitió un sonido que atestiguaba un lenguaje que a pesar de aparentar ser articulado, no fuí capaz de identificar.
Perplejo, caí derrumbado en un sofá medio roto que se encontraba a poca distancia de la camita donde reposaba el bebé. Sin saber qué hacer ni cómo reaccionar, a pesar de que me invadía interiormente una sensación de sentimientos encontrados que jugaban con la felicidad y el desconcierto, apoyé mi mano sobre mi mejilla y dirigí mi mirada en dirección al vacío. Perdí la sensación del paso del tiempo por unos instantes, me despisté tanto que sólo me sacó de mi inhóspito sopor el que mi hijo saltase de la cama y se echase a correr como si de repente se hubiera convertido en un atleta.
Aquello me pareció todavía más extraño, sentía como si estuviera soñando una especie de pesadilla. Al dirigir una mirada panorámica por la sala, pude advertir una mirada de desafío y de profundo malestar tanto de mi actual mujer como de mi exmujer, cual si me recriminasen el que no fuera detrás del niño. Y como obedenciendo un cruel resorte que emanaba de mí sin ser plenamente consciente de lo que hacía, salí disparado de la habitación con un espanto evidente impreso en mi semblante.
Ya fuera de la estancia retornando a las oxídadas escaleras, pude observar a mi hijo salir del edificio. Así que salté los escalones de cuatro en cuatro con frenesí para evitar que se fuera demasiado lejos, y cuando salí al exterior rodeado por las sombras de la noche, sólo pude contemplar unas calles desiertas y alejadas de la mano de Dios. No obstante, al final de la calle a mano izquierda pude vislumbrar la sombra del niño que torcía en susodicha dirección, lo cual era la pista que debía seguir si quería evitar que se fuera todavía mas lejos. Tomando esa dirección, pude verle claramente atravesando un inmenso puente que conocía bastante bien del pasado. Mas en tanto que lo atravesaba, mediante la escasa luz que iluminaba las aguas, pude atisbar la presencia de una criatura que poblaba aquellas aguas. Por su silueta, adiviné de soslayo que probablemente sería un ser horrendo e inmenso, y como no quería quedarme para averiguarlo, salí escopetado de ahí.
Mientras seguía a mi hijo en su repentina carrera, mis oídos pudieron percibir un grito estremecedor que provenía de aquellas aguas. No sabría decir exactamente lo que era, pues jamás había escuchado nada parecido. Lo que sí diré es que era horrible, y que casi parecía artificial si no fuera por el amago de una aleta deformada que pude presentir antes de salir por patas del puente. En fin, aunque sentía miedo, la obsesión por atrapar a mi hijo subsanó todo temor.
Ya casi me sentía desfallecer, cansado de tanta carrera a la que yo no estaba acostumbrado, cuando ví que el niño se internaba en un bosque lejano a toda civilización. Obstinado por impedir que se internase cada vez más, entré gritandole como un descosido. Pero, en vista de que no obtenía respuesta alguna, le seguí a través de musgosas sendas cuya existencia se resumía en viandantes que habían formado aquel camino con el sólo discurrir de sus paseos matutinos. Los árboles que rodeaban el bosque parecían llenos de vida, y sus ramas amenazantes parecían mecidas por un viento que no se encontraba en esos momentos presente. Además, a medida que me internaba todavía más en susodicho bosque, unos sonidos tan tenebrosos como extraños aparecían y desaparecían por doquier, cual si criaturas que pensaba aladas reboloteasen de aquí para allá uniendose a la persecución para pasar el tiempo de una ociosa noche.
Llegó un momento que cada vez que avanzaba me sentía retroceder, era como si el bosque se hubiera adueñado de mi alma y estuviera jugando con mis percepciones, pues sentía que lo que antes era nítido y evidente se tornaba difuso y desconocido. Miraba sin ver, escuchaba sin oír, avanzaba sin andar, existía sin vivir... El bosque se había convertido en un foso inmenso plagado de sombras y cuyos contornos se habían hecho indefinidos, y cada supuesto avance era simplemente una caída aletargada en el abismo. Ya no sabía discernir qué era lo que tenía ante mí, todo se tornaba participe del lento ritmo de las sombras, incluso mi propia presencia era meramente una mota de polvo que se internase en un armario cerrado desde hace bastantes años.
Sólo podía percibir una cosa en el fondo de toda aquella oscuridad que me atrapaba cual trampa para moscas o mosquitos, y esta era la figura de mi hijo que no se detenía en su indeterminada carrera hacía dónde nadie sabe. Y a pesar de que sentía que mi cuerpo, e incluso mi mismo ser en plenitud ya no me pertenecía, rescaté las escasas fuerzas de las que disponía y grité para llamar su atención: "¡Hijo mío...!" Pero sólo me respondió el eco, un eco que se perdía en la inmensidad de aquellos oscuros espacios hasta tal punto que lo que en un comienzo fue mi voz se tornó en algo que me era desconocido, como si yo ya no fuera yo, cual si este yo que pretendía haber tenido un hijo fuera la fantasía de algún lunático...