jueves, 18 de julio de 2024

Noticias sobre mi abuela

 Siempre he detestado esta especie de experimentalismo excesivo del que está barnizado la sociedad actual. Pareciera que todo tuviera que comprobarse empíricamente para creerse, como si el método científico se nos hubiera incorporado en la mente incluso para los asuntos más baladí. Como suele ocurrir, en nuestro refranero español hay una sentencia relacionada con este asunto: "Si no lo veo, no lo creo" Personalmente, puedo llegar a entender que en determinadas áreas del conocimiento esto sea necesario para hablar con autoridad y precisión, pero ¿En nuestro día a día también es necesario? ¿De verdad se necesita de hacer una investigación policial si un familiar asegura haber visto algo extraño? Es rídiculo.

Tan interiorizado tenemos está necesidad de comprobar todo desde la percepción visual y el testimonio directo -creyendonos nosotros mismos científicos siendo en realidad bastante vulgares- que hemos desterrado de nosotros la inocencia del niño, esa sorpresa ante las cosas. Algo semejante me acontece respecto a mi abuela, pese a que insista que se trata del demonio en persona nadie que la conozca superficialmente se lo cree. Todo lo contrario, todos aseguran que es una buena mujer porque la han visto pasear tambaleandose, exigiendo compasión por parte del prójimo. Sin embargo, todos los que hemos convivido con ella sabemos que no es así, que ella tiene un punto álgido de locura, e incluso de demóniaco.

Me explico, se trata de una mujer que desde su infancia hasta su vejez actual no ha dejado de desquiciar a toda la familia con sus excentricidades sacadas de la novela más oscura que uno puede imaginarse. Nadie sería capaz de vislumbrar ese retorcerse de su fisonomía, de escuchar aunque sea de soslayo ese grito desgarrador, o de percibir sus murmuraciones mientras se desliza como levitando cual sombrío espectro. Claro, después de todas estas experiencias, que al encontrarme gente por la calle que me pregunta por ella como si tal cosa, causa evidente turbación que a la larga acaba mutando en un enfado. A menudo me pregunto si están todos compinchados para lograr desquiciarme ya por completo.

Pero empecemos por el principio, aunque su vida no tenga nada de particular en principio, me limitaré a hacer un mero esbozo biográfico. Nacida por Madrid durante la creación del mundo, mi abuela vivió una infancia acomodada, pero no por las circunstancias de su familia que por lo demás sufrieron bastante durante la Guerra civil y la posguerra, sino porque ella iba más allá de todo contexto histórico. Sus padres, lejos de intentar reconducir esta mala tendencia de carácter, la acrecentaron mimandola y sintiendo pena por cada una de sus leves desgracias. Esto provocó que con el tiempo todo fuera a peor, sobre todo cuando empezó de noviazgo con mi abuelo, el cual junto a mi madre probablemente son quienes más sufrieron las consecuencias. Ya posteriormente, huyendo en busca de mi abuelo y casándose con él en Alemania, pareció vivirse una época más tranquila de la que sólo me han llegado escasos datos.


De lo que sí me acuerdo más es de su conviviencia con mi abuelo durante su vejez, la cual fue bastante triste y desembocó en la desgracia. Durante el día, mi abuela se dedicaba a deprimir a mi abuelo con su actitud lánguida, y en las noches, saltaba de la cama en busca de comida para al retornar pegar a mi abuelo "por accidente" En general, mi abuelo estaba muy amargado por su culpa, lo que no me extrañaría que fuera el motivo por el cual desarrollase un cáncer que le llevó a la tumba con demasiadas cosas pendientes todavía. Mi abuela, lejos de mostrar compasión durante su enfermedad, se mostró mas obscinada en su locura y egoísmo, pasando de su situación y quitandole hierro pretextando que el cáncer no es tan doloroso como parece, y que al fin y al cabo un dolor de rodillas es peor que perder el estomágo o que la metastasis te corrompa interiormente.

Después de unos años con leves aunque histéricos encuentros de familia y algunos problemas con la herencia de mi abuelo, retomamos el contacto cuando mi familia y yo tuvimos que abandonar nuestra anterior casa para instalarnos en aquella donde mi abuela vivía, agazapada como un insecto a su madriguera. En un primer momento, parecía que no iba a haber problemas, pero con el tiempo todo fue cresendo a peor hasta llegar a la cúspide del surrealismo. Al principio se trataba de conflictos domésticos relacionados con la manera que tenemos de convivir en mi casa y la suya propia, mas según estas pugnas aisladas se sumaban, al final estalló la guerra. Lo cual desembocó en discusiones que lindaban con el delirio por parte de mi abuela, ya que en estás gritaba frenéticamente, pataleaba el suelo, cerraba puertas con estridencia o susurraba insultos en cuanto nos dabamos la vuelta.

Además, mi abuela que siempre ha estado dotada de una virtuosidad en lo que a interpretación se refiere, usaba de su victimismo para suscitar compasión. Según mis informes al respecto, por lo visto a estado a punto de morir unas treinta y cinco veces. Y a pesar de que ya sabía que se trataba de una actuación, en un comienzo optaba por creer a medias hasta la duocécima vez que se representó su obra teatral. Lo peor del asunto es que no se trataba de meras advertencias y preocupaciones ajenas en torno a ellas, sino que siempre tenía que recurrir a algún matasanos que la empastillase todavía más, e incluso a los servicios de urgencias que probablemente tendrían mejores cosas que hacer que no atender a una anciana hipocondriaca.

Pero en fin, esto no es tan importante para este pequeño testimonio. Podría referir multitud de anécdotas para demostrar la mezcla entre maldad y locura de mi abuela, pero para que el lector pueda hacerse una somera idea al respecto voy a recurrir a apuntar algunas de ellas, sobre todo aquellas que me hayan afectado personalmente y que por ello estén más frescas en mi mente:

En las raras ocasiones que mi madre y mi hermana salían de casa para comprar algunas cosas, mi abuela siempre aprovechaba para subir a mi habitación y criticar descaradamente a mi madre. En una de estas inhóspitas situaciones, me cansé y decidí cerrar la puerta de la planta superior para no tener que escuchar tales impertinencias. Cuando mi abuela supo que no había manera de abrir la puerta, comenzó a aporrearla con insistencia, y viendo que no había manera de derribarla, continuó con su pregorrativa gritando mi nombre desesperadamente con un tono de voz bastante grave. Aterrorizado encerrado en mi habitación, llamé a mi madre por telefono para contarle la situación. Sin embargo, cuando regresó con mi hermana ya no había pista alguna de ella. Era como si se hubiera evaporado.

En otra ocasión, cuando ya se confinó ella misma en su habitación debido a sus locuras y a sus representaciones de enfermedades imaginarias, no nos quedó otra a mi novia y a mí que dormir en una de las habitaciones para invitados de la parte de abajo. Fue en estas noches cuando averigué hasta que punto llegaba su malignidad proveniente de otro mundo, pues escuchabamos como se pasaba la noche deslizándose de un lado para otro junto al sordo eco de su bastón, encendiendo y apagando los grifos del baño que tiene allende, como también los interruptores de la luz, también hablaba y gritaba sola con palabras inenteligibles de las que sólo advertimos fuertes insultos blasfemos como por último sus pasos a través del pasillo, lo que nos obligó a tener que empotrar un mueble contra la puerta para impedir su entrada a pesar de sus empujones hacía la misma. En tales noches mi novia acababa temblando en sueños, llena de pavor ante lo que pudiera ocurrir.

Sin embargo, mi madre y mi hermana son quienes peor lo han pasado con las locuras de mi abuela debido a que pasan más tiempo en casa realizando diferentes tareas, mientras que yo siempre salgo más y por ello no estoy presente en todas las ocasiones. Mas por su testimonio y por lo que yo mismo he vivido, sé de veces en las que su locura llegaba a limites insospechados hasta el punto de adquirir comportamientos que un religioso tacharía de satánicos y un científico propios de los enfermos mentales que habitan en psíquiatricos, puesto que no han sido raras las ocasiones que ha proferido gritos desgarradores de ultratumba, que se ha desplazado con extraños movimientos y que ha proferido palabras que causarían perturbación a las más oscuras mentes de nuestros tiempos.

Ahora me doy cuenta mientras escribo esto que a pesar de mis intentos por ofrecer una panóramica general de mi abuela me quedo escaso, y no sólo porque si continuase escribiendo esto en vez de en una crónica se convertiría en toda una novela, sino porque incluso los sucesos que aquí he consignado me resultan mucho menores en intensidad en comparación a cómo fueron en realidad. No sé si se debe a las propias limitaciones que tiene mi pluma, o a que quizás hay algo de cierto en la preponderancia de la experiencia frente al testimonio ya sea escrito o narrado oralmente. Mas no obstante, ya de por sí mi aliento narrativo siempre ha optado por la profundización de los asuntos frente a la extensión de los mismos, lo cual también podría haber influenciado la tesitura en la que me encuentro, esa sensación de que falta algún elemento para convencer a mis lectores de la verdad vital que quisiera transmitir.

Hoy día, mi abuela todavía sigue viva, encerrada en su habitación al final del largo pasillo de la planta baja. No le gustan las visitas, pero no queda otra que hacerlas porque hay que atenderla obviamente para proporcionarla comida, acondicionar la habitación, atender a su salud y limpiarla. Y aunque la mayoría de estas tareas han sido asumidas por mi madre, en algunos desayunos soy yo quién entro para dejarle un plato. Es en esos momentos cuando me colma de falsos elogios acompañados por extrañas muecas, y no son raras las ocasiones que cuando me doy la vuelta y miro atrás sin querer contemplo el mutarse de su semblante que pasa de una sonrisa a una petréa mirada fija junto a sus envejecidos labios sellados. Además, por último, no es rara la ocasión que huyo de su habitación por patas mientras escucho sus pasos moviendose con sorprende rapidez a pesar de su edad, junto a murmuraciones plagadas de extrañas expresiones e insultos.

Lo peor es pensar que en mi casa nos hemos acostumbrado a esta situación, es como si convivieramos con una anciana poseída o con una loca como si tal cosa. En fin, ya decía Dostoyevski que sólo el diablo sabe lo que puede hacer la costumbre en el hombre, y mediante esta experiencia ya lo he comprobado en mi familia y en mí mismo. Pero, a pesar de ello, nunca dejará de repatearme que gente que ni conozco me pregunte sobre qué tal le va a esa amable vieja que supuestamente es mi abuela. Estoy seguro que esa gente tan sociable y preocupada por la salud de los mayores no aguantaría una sola noche en casa de uno de ellos, o al menos, con un demonio del talante referido.

martes, 2 de julio de 2024

En mi tumba

 Cuando leí el relato de Diego Torres de Villaroel que versaba en torno a que el personaje principal contemplaba estupefacto su propio entierro, no salí de mi asombro. Lugubres imágenes cruzaban mi mente y se troncaban en sutiles divagaciones relacionadas con la significación e implicación de la muerte. No lo podía evitar, según mis ojos se deslizaban por aquellas líneas, presentí en mi interior algo que no sabría con certeza describir. Se trataba de una vaga intuición que me señalaba algo que el corazón sabía, pero que la mente ignoraba por completo al no ser capaz de concretar aquello sobre lo que la vía intuitiva incidía. No supe la verdad respecto a esta sensación entre agustiosa y extraña hasta pasado algún tiempo después, cuando el recuerdo de aquel relato se había difuminado un tanto.

Recorría yo las acostumbradas sendas de mi pueblo a través de la serranía meditando en torno a mi consabidas divagaciones filosóficas relacionadas con el núcleo desde el que partía el verdadero conocimiento, cuando una rara sensación me recorrió el espinazo haciendo que mis miembros se tambaleasen en una especie de vértigo inaudito. Como sentía que no era capaz de avanzar, decidí sentarme sobre una roca rodeada de abrojos abandonados. Casi caí por inercia, cual si mi caída sobre aquella roca fuera un asunto que ya estaba predeterminado. Con mi trasero apoyado sobre tal duro espacio, usé mis manos como punto de sostén de mi cabeza que notaba que me daba vueltas, y entorné los ojos hasta el punto de quedarme dormido.

Cuando abrí los ojos y me espabilé un poco, descubrí estupefacto que ya se había hecho completamente de noche. Me extrañó este hecho porque antes de aquella rara sensación eran sobre las seis de la tarde, y al consultar mi reloj caí en la cuenta de que eran las once de la noche. Es decir, me había quedado dormido unas seis horas sin darme cuenta, casi lo que suelo dormir cotidianamente pero sobre una colcha suave y confortable. Mas esta vez, inesperadamente, fue sobre una dura roca sentado mientras una brisa fría circundaba mi cuerpo en sopor. Todavía no había escapado de esta perplejidad cuando comencé a escuchar una melodía en la lejanía, jamás había escuchado una música parecida, y sin saber la razón decidí investigar su procedencia.

Casi por instinto me dirigí hacía un camino que hasta entonces no había recorrido, no era una de aquellas sendas que habían sido marcada con el paso de los hombres y de los carros, sino que se trataba de atravesar campos de cultivos abandonados que se encontraban repletos de malashierbas. Debí de clavarme alguna de ellas en mis pies debido a que portaba conmigo chanclas, pero no me dí cuenta absolutamente de nada. Lo que sí sabía es que cada vez estaba más cerca del lugar hacía el cual me dirigía debido a que la música era cada vez mas nídita. Hasta caí en la cuenta de que no se trataba de una mera melodía instrumental con unos elementos -aunque extraños- sencillos, sino que además estaba acompañada por un canto femenido a tres voces, lo cual le daba un toque entre atractivo y espectral.

Cada vez más cerca, además de escuchar pude contemplar, y ví que se trataba de una marcha que al comienzo se me figuraba una marcha fúnebre según algún rito pagano, pero cuando me hallaba todavía más cerca, no ví ataúd alguno que revelase mi primera intuición. Quizás se tratase de una reunión sectaria que hasta entonces desconocía, no estaba del todo seguro. Por ello, me acerqué a un personaje -no sabía si se trataba de hombre o de mujer, porque estaba todo cubierto de una tela negra- y le pregunté qué era aquello. Sin embargo, aunque se paró y pareció escucharme, me dió la sensación de que en modo alguno me había entendido. Así que repetí mi pregunta dos veces, la primera con premura y la segunda con mucha lentitud. Entonces, quizás haciendo un esfuerzo por interpretar mis palabras, ladeó su cabeza hacía el lado siniestro revelando su incomprensión, y como si no quisiera seguir esforzandose por entenderme, regresó con el grupo aminorando la marcha.

Personalmente no sabía qué hacer ni cómo reaccionar ante aquello, pero como en la ocasión anterior, sentía que no era capaz de controlar los movimientos de mi cuerpo y opté por seguirlos debido a una fuerza interior que me era en parte ajena. Creo que así seguí tras ellos en una distancia prudente para que no interpretasen que era uno del grupo sino un simple curioso al rededor de un par de horas, cuando llegamos a un llano completamente despejado de amarillentas hierbas en forma de círculo. Ninguno de los presentes se atrevió a atravesarlo como tampoco a situarse en el centro, simplemente permanecieron en sus bordes mas sin completar el círculo, dejando espacios entre sí sin una armonía prefijada. De repente, tuve el presentimiento de que alguien se encontraba justamente tras de mí, y cuando quise darme la vuelta para comprobarlo, se hizo la verdadera noche para mí.

Tras otro letargo, volví a abrir los ojos de nuevo y me encontré en el centro del círculo, y pese a que intenté moverme para salir de ahí con premura, no fuí capaz. Tenía el cuerpo paralizado, y notaba un borbotear de mi propia sangre que salía despavorida desde mi cuello hasta el suelo polvoriento. Pude percibir que el circulo se encontraba como mas cerrado, y quienes estaban a mi al rededor entonaban cánticos que me eran desconocidos, unos en forma de susurros y otros alzando la voz. No comprendía nada, y cuanto más me esforzaba en hacerlo, menos aún. Sentí que mi visión se difuminaba, y que todo lo que podía contemplar se resolvía en una tenúe neblina que procedía de mi propio cuerpo. Quizás debido a la ingente pérdida de sangre, todo pasó de ser borroso a alucinatorio porque empecé a ver largas figuras sombrías que ejecutaban una especie de danza tribal. Estas se balanceaban a un lado y a otro mientras mi visión se acortaba por mis párpados caídos hasta que caí en una hipnosis infundada por aquellas inhóspitas criaturas.

Al despertarme otra vez, me encontraba sentado sobre un duro banco de madera maciza. Cuando recuperé parte de la conciencia supe que estaba en una Iglesia debido al Cristo crucificado que se encontraba en el altar, como también a las imágenes religiosas que reproducían pasajes del Evangelio que estaban a mi al rededor. Desconcertado, intenté levantarme pero no pudé así que esperé sin saber a qué. Al cabo de lo que quizás serían treinta minutos, comencé a escuchar un murmullo de concurrencia a mis espaldas. Si que podía girarme, así que al fijarme detenidamente supe que provenía del enorme portadón que servía de entrada a la Iglesia. No tardó mucho tiempo en abrirse cuando comenzó a entrar un gran número de gente que al menos a lo lejos desde la distancia en la que me encontraba me era desconocida.

Casi al instante la sala se encontraba abarrotada, también a mis dos lados había un grupo de gente cuyo semblante me era imposible identificar. Por mucho que forzase mi visión no se revelaban sus rasgos, parecía cual si una goma de borrar hubiera recorrido sus rostros haciéndoles inextingibles, imposibles de determinar con certeza. Intenté mover mis labios para proferir palabras, pero no podía, e incluso, quise gritar para que alguien notase mi presencia, pero sólo logré que ese grito se ahogase y que se quedase desplegandose en mi interior como ocurre en los parálisis del sueño.

En esa tesitura me encontraba cuando de repente se encendió un foco cuya procedencia física era invisible, mas cuando me fijé con mayor atención supe que apuntaba a un féretro al lado del altar. Y en ese momento un cura profirió un sermón en latín con mucha pasión, no lo había memorizado, sino que lo hablaba con naturalidad haciendo de lo que se consideraba una lengua muerta algo completamente vivo y encarnado en su persona. Como no comprendía la extraña situación en la que me hallaba, comencé a recorrer mi mirada por la sala para averigüar si era capaz de distinguir a alguno de los presentes, si podía adivinar un rostro conocido entre el borrón neblinoso que les atravesaba el semblante de lado a lado. Fue entonces cuando algo me llamó particularmente la atención, poco más adelante se encontraba una mujer que no paraba de llorar rodeada por dos niñas que la acariciaban la espalda intentando consolarla, y justo en su frente se encontraba la fotografía del susodicho difunto, que por lo demás me resultaba bastante familiar.

Dando vueltas a la cabeza, discerní sobre qué se trataba aquello... ¡Y tan familiar! ¡Quién estaba en la fotografía era yo mismo! No recordaba cuando me tomé esa fotografía, ni reconocí a absolutamente nadie de los presentes como tampoco a aquella desconsolada mujer y a sus dos criaturas, mas en comparación a mi descubrimiento, todo aquello eran pormenores que aunque indescifrables, pequeñas cuestiones que no venían al caso del asunto principal, el cual era que me encontraba en mi propia ceremonia de defunción. Es decir, sin saber cómo ni por qué, me hallaba ante los ritos fúnebres de mi propia muerte como aquel personaje del que hablé al principio. Por mucho que me esforzase por pensar no llegaba a resultado alguno en torno a este oscuro portento de la naturaleza. Además, dicho sea de paso, tampoco comprendía como las circunstancias antecedentes desde el comienzo de mi historia me habían llevado a la presente, y mucho menos iba a entender el postrer acontecimiento hacía el cual me dirigía como una marioneta desplazada por extraños designios...

Parecía que se acababa la ceremonia, ya que algunos de los presentes acudían para dar sus respetos al muerto -que era yo, supuestamente- otros después de aquello se dirigían hacía quién imagino que sería mi viuda para darle el pésame, y algunos otros aunque aparentemente constreñidos salían con la cabeza gacha sin dirigir la mirada a nadie. Antes de que unos hombres fornidos acudiesen a recoger el ataúd, entró una mujer muy alta que se quedó en medio de la salada mirando hacía los lados como tan desconcertada cual me encontraba yo mismo, y detuvo su mirada con especial insistencia hacía mí. Aunque en un principio creí que me miraba, y que incluso me reconocía, al poco supe que no era así, que más bien miraba en mi dirección como quién se queda en babía, en un suspenso de desconexión mental. Y aún cuando se llevaron el ataúd, cargándolo en sus hombros con la ayuda de unas barras, esta mujer cuyo semblante se encontraba del mismo modo que el de los demás -es decir, como emborronado- se quedo sola en la inmensa Iglesia. Quizás, viendo que se encontraba sola a excepción de mi presencia invisible, comenzó a proferir unos desgarradores alaridos y a golpear el suelo con manos y piernas usando de suma saña.

Su dolor era demasiado fuerte, se había convertido en una lunática debido al sufrimiento que la atenazaba interiormente, la devoraba de alma a cuerpo como si se tratase de un cáncer que amenazaba con consumirla tarde o temprano. Tal era la persistencia y la potencia de esa desesperación angustiosa que llegó a penetrar en mi espíritu, haciéndome desfallecer en un letargo impulsado por los genios lagrimosos que procedían de aquel pecho desgarrado. Antes de retornar a la inconsciencia, pude vislumbrar en forma ilusoria que se abrían grietas a través de los muros de la Iglesia, cual una metáfora  del inmenso dolor de aquella mujer. Imaginé, que, en sus recovecos interiores se formaban unas grietas semejantes que producían sus gritos, puesto que se estaba desangrando por dentro.

Finalmente, cuando mis párpados se deslizaron hacía arriba, ya no ví nada porque estaba todo completamente oscuro. Por extraño que parezca teniendo en cuenta los pasajes precedentes, en esta ocasión sí que logré moverme con soltura si no fuera porque algo detenía mi movimiento en su plenitud. Me sentía encerrado, rodeado de angostos muros que me mantenían cercado a pesar de que había recuperado la capacidad de moverme mejor que en las ocasiones anteriores. Fue entonces cuando me dí cuenta: estaba enterrado, encerrado en un ataúd de madera que suponía mi sepultura. Intenté gritar, dar golpes, agitar mi cuerpo con desenfreno, arañar con mis uñas la tapa de madera que estaba en frente de mí, mas todo ello fue en vano. No sé cuanto tiempo permanecí con esa actitud, minutos, horas, puede que días... No tenía conciencia del tiempo que transcurría, mas poco importa porque el caso es que me rendí.

Me quedé plantado en el sitio, y pese a que tenía la capacidad de moverme, decidí actuar consecuentemente como lo haría un auténtico muerto, es decir: quedándome petrificado ahí donde me habían plantado. Sin embargo, no fuí capaz de detener mi capacidad de pensar, reflexioné casi inconscientemente como lo haría uno antes de dormirse cada noche en lo que había vivido con anterioridad. Se me ocurrió que pudiera ser que todo fuera mentira, o en su defecto, que mi alma hubiera sido testigo de aquellos terrorifícos portentos como por capricho de algún dios malvado, procedente más del infierno que del cielo. Mas en definitiva, nada sabía por mucho que le diera vueltas.

Así, pues, opté por escribir esta historia mentalmente ¿Cómo? Pues memorizando cada palabra, cada frase, en su más pormenorizado detalle para comprobar si así le daba sentido a todo lo que había vívido en este tiempo indeterminado. Y así permanecí durante una eternidad, dos, tres, cuatro, no sé cuantas de ellas por los siglos de los siglos, por los eones de los eones... Ahora que terminé por infinitesimal vez lo que me ocurrió hasta que acabé aquí tendré que volver a comenzar de nuevo...