domingo, 20 de noviembre de 2022

Una historia sobre el vino y princesas

 Ji Feng era un hombre que carecía de retén. Se pasaba todos los días ebrio y le gustaba andar con las mujeres del barrio bajo. Esto ocasionaba que siempre estuviera endeudado, como también que fuera visto con malos ojos por parte de toda su comunidad. En sus ratos de ebriedad y jolgorio siempre acudía al anocher bajo un sauce llorón que lindaba con un río inmenso. Ahí solía estar acompañado por amigos que compartían su ritmo se vida y con mujeres a las que les encantaba festejar la vida. Esto, claro está, junto a una buena fuente de vino y una borrachera impresionante.

Una noche, extrañamente, se encontraba en completa soledad en ese mismo lugar. Su única compañera en tal ocasión no era una bella dama, sino un jarrón de vino a rebosar. Tampoco estaba rodeado por amigos de festejos, sino sólo por la ebriedad y por el fulgor de la luna que todo lo circundaba. De repente, bajo el sauce y en dirección al río, pudo visualizar una senda que jamás había visto hasta entonces. Como estaba totalmente borracho, pensó irracionalmente que le habían invitado a algún tipo de festín, así que lo atravesó como si tal cosa.

En mitad del camino, vió que dos extraños personajes estaban discutiendo alzando la voz y con gestos muy extraños. Sin saber que hacer, o que pensar, se acercó dando trompicones para escuchar con mas atención. Con la cercanía, vió que se trataban de dos personajes muy estrafalarios que ni en sueños podía imaginarse, uno portaba un raído sombrero y el otro una barra de bambú al modo de arma.

- ¡Imbécil! -decía el del sombrero- ¡Otra vez has dejado el portal abierto...! Yo ya no sé qué hacer contigo.

- Deja de echarme sermones, yo hago lo que me viene en gana -le respondió el otro agitando la barra de bambú evidentemente enfadado-

Sin embargo, nuestro personaje, debido a la borrachera que llevaba en el cuerpo, dió un traspíe, y se cayó. Motivo por el cual, los otros dos personajes, se percataron de su presencia y acudieron raudos a donde se encontraba. Con los ceños fruncidos y en posición de combate, le inquirieron con insultos. Al final, mas bien que mal, Ji Feng pudo levantarse a duras penas y algo mareado les respondió:

- ¡Callaros de una vez y dejar de marearme, hijos de puta! Mas me valdría a mí insultaros a vosotros con las pintas que lleváis. Es rídiculo que las pelusas negras estén disfrazadas y los osos panda se crean reyes de los bosques.

- ¡Eh, maldito ser humano! ¿Con quién crees que estás tratando? -respondió frunciendo las cejas el del sombrero- Yo soy Mago azufre, y mi compañero es el Rey bambú. Un respeto, o me obligarás a darte unas cuantas hostias.

Ji Feng, al oír esto, no pudo evitar volverse a caer debido a la estridencia de sus inmensas risotadas. Su borrachera era tal que cualquier cosa podría haber provocado un ataque de risa semejante, pero que encima le hablasen con tales humos ese par de personajes era algo que le superaba con creces. Los otros dos, atónitos, viendo a Ji Feng desternillarse de risa, le cosieron a golpes y a injurias, el uno con su barra de bambú y el otro, lanzandole hechizos.

De repente, en tanto que Ji Feng estaba lleno de magulladuras y de quemaduras, una escalinata inmensa descendía del cielo. El fulgor era tan potente que parecía de día, y los escalones tan lujosos todo cargados de un rojo granate, que cualquiera hubiera pensado que estaba a punto de celebrarse una gala. Como nuestro protagonista era muy amante de la fiestas, no dudó ni un segundo de escabullirse de sus dos agresores, y mas, cuando vió que de la escalinata descendía una hermosa dama adornada toda ella por la esencia de todas las estrellas del cielo.

Cuando ya se encontraba frente a ella, pudo comprobar que su belleza era tremenda, y que ninguna de las maravillas imaginables y de los más escelsos paisajes le podrían venir en zaga. Ji Feng, todo contento a pesar de los innúmerables golpes que había recibido instantes antes, se puso a tratarla como lo haría con cualquier mujer del barrio bajo.

- Eh, guapa. Es una pena que no haya un lecho por aquí... De lo contrario, con una jarra de vino y tu cuerpo, haríamos un completo festín.

Ella, sin responder, bajó la mirada en señal de evidente turbación. Al instante, acudieron Mago azufre y el Rey bambú para presentarles ellos mismos las excusas mientras se arrodillaban y besaban el suelo. Esta, les comunicó un mensaje breve en un idioma ininteligible, y al instante, pareció desvanecerse en el aire. Ello provocó que Ji Feng se sintiera azorado y comenzase a dar patadas al suelo debido a que se le había esfumado -nunca mejor dicho- una belleza sin igual.

Entonces, el Rey bambú le dió un buen tajo en el estomagó con su barra, y Mago azufre le dijo a continuación:

- No sé cómo es posible. Pero el caso, es que te han llamado a una audiencia con el Rey dragón. Al parecer, por lo que fuera, le has llamado la atención, y ha indicado a su hija, la Princesa Jade, que venga ella misma a comunicartelo. Mas, como eres un vulgar mamón, no ha podido decirtelo ella misma. Anda, vete ahí de una maldita vez.

Al decir esto, sacó de su andrajosa ropa lo que parecía una varita, y en un santiamén, Ji Feng se encontraba en un lugar totalmente diferente. El sitio en cuestión, estaba bañado por cristales y perlas multicolores. Cada edificación estaba decorada con una suntuosidad sumamente elegante, hasta el suelo estaba cargado de millares de minerales desconocidos por los hombres. El sol era radiante, tanto que pareciera que hubiera varios. El entorno era de una majestuosidad tan elevada que incluso las hierbas que se encontraban al rededor parecían joyas de esmeralda. Sin embargo, lo que mas destacaba, era un edificio que estaba en la zona central, tan alto y esplendoroso que se diría que lindaba con aquello que hacía nacer la luz.

De ese edificio, que mas bien valdría llamarlo palacio, surgió un coro de mujeres hermosamente ataviadas que danzaban al ritmo de las flautas y los tambores. Sus sensuales movimientos era tan ligeros que casi volaban con cada salto, y sus melodías suponían música celestial para los oídos. Después, surgieron una extraña tropa que hacían de cortejo, de la que cada soldado portaba un semblante de animal diferente, unos tenían cabeza de buey, otros de cerdo, algunos de tigre, e incluso algunos otros de serpiente. Pero aún así, todos desfilaban ordenados al compás de la música de las mujeres, y como protegiendo una especie de caja negra que se encontraba en el centro. Ji Feng, pensándose loco, se quedó en el sitio, petrificado.

Al poco, la caja negra se abrió y apareció el gran Rey dragón sentado sobre un trono dorado cargado de escamas, piedras preciosas, perlas rosáceas y miles de joyas de diferentes colores. Este miró sin mirar a Ji Feng con una tenacidad amenazante, ya que sus blanquecinos ojos delataban que estaba completamente ciego para las cosas sensibles. Alzando su lustroso semblante, le dijo:

- No sabes para que has sido llamado ¿Verdad? - Ji Feng no se atrevió a responder, sólo se limitó sin saber por qué a arrodillarse enteramente y a escuchar- Pues bien, me han informado mis espías del reino humano acerca de sus fechorías y sus continúas locuras. Tal conducta es intolerable. No obstante, soy bastante benigno y compasivo, por eso voy a cederte de una segunda oportunidad. Algunos adivinos me han relatado que si yo intervengo con esta advertencia en el curso natural del sino, podrías convertirte en mi heredero, y así, edificar al reino sobrenatural. Pero para eso, debes antes reformarte desde ti mismo, y una vez curado tu interior, ser recompensado. Si atiendes a mi petición, podrás casarte con mi hija y heredar este palacio de cristal cuando yo parta hacía un mundo sobrenatural mayor. Mas, si al final decides continuar por la misma senda que corrompe tú interior, yo mismo me ocuparé de calcinarte con mis llamas, o se ahogarte en los mares. Quedas advertido. Espero que lo hayas entendido.

Sin darle tiempo para contestar, lanzó un inmenso rugido que estremeció todos los alrededores. Y cuando Ji Feng, quiso darse cuenta, se encontraba en el mismo punto en el que se inició esta historia. Ya no sabía a qué atenerse, desconocía si lo que acababa de vivir se trataba de un sueño o de la realidad. Pero, con todo, lo tuvo como un acontecimiento sagrado al que no podía hacer oídos sordos. Estaba tan extasiado a la par que turbado, que se quedó toda la noche ahí hasta el amanecer contemplando el mecerse de las caídas ramas del sauce llorón y las agitadas ondas del agua del río.

Al día siguiente, y tiempo después, decidió moverse por el mundo de otra manera. Ahora, bebía con moderación y ya no frecuentaba las mismas compañías. Se dedicaba al estudio de los libros clásicos y al cultivo de la poesía. Y cuando sentía la tentación de retornar a la vida de antes, como un relámpago aparecía la imagen del gran Rey dragón clavada a su mente, y se iba a dormir. En sueños, podía volver a ver el espectáculo del que había gozado aquella vez. Y esperanzado por volver ahí, disculparse ante la Princesa Jade, y casarse con ella, detenía cualquier atisbo de pura maldad que naciera de su interior. Así, poco a poco, la costumbre se hizo naturaleza, y aunque seguía siendo un poco alocado, su corazón acabó tan nítido y pulcro como aquellas hermosas joyas del palacio que pudo por fortuna contemplar, junto a la eterna belleza del semblante de la Princesa Jade.

Una noche como aquella, un bonzo se encontraba paseando allende a la orilla de ese mismo río, y pudo ver en la lejanía a Ji Feng sentado en posición de loto. Acercándose lentamente a él, pudo comprobar como una gran cantidad de lágrimas caían por sus enrojecidas mejillas debido probablemente al vino. Mas, a pesar de esas flamantes y raudas lágrimas que recorrían todo su rostro, mantenía una amplia sonrisa. Cuando ya estaba a su lado, y quiso saludarle inclinándose, comprobó que se había desvanecido en el aire. Ji Feng ya no estaba ahí.

sábado, 5 de noviembre de 2022

Doce poemas de un paria

- Recuerdo el dolor
que se siente en el corazón.
Recuerdo el desvanecerse
de la efímera pasión.
Recuerdo las señales
que dejan el abandono.
Recuerdo la tristeza
en el sucederse de aquella estación.
Recuerdo la insistencia
de aquel recuerdo, aquel adios...

Y a pesar de todo,
aquí estoy.
Abandonado de todo y de todos,
recordando que recuerdo
y llorando aquella última imagen,
aquel adios de un recuerdo.

- Al final poco importa
el afanarse por las cosas
de este pasajero mundo.
Desde las cosas que tenemos 
hasta las personas que queremos,
todos se transforman y desvanecen.
Que cada lágrima derramada,
cada sonrisa de soslayo,
cada emoción contenida,
son un punto en el abismo.
Todo, al cabo, es humo y polvo
llevados a un lugar incierto.

Al final lo único importante
es que vivimos y que morimos.
Lo restante, es humo y polvo
llevados a un lugar incierto.

- Caminan los sueños,
y en su interminable sucesión
despliegan cada vivencia.
Sin cesar, nos invitan
a habitar un corazón desfalleciente,
que late y se apaga,
que se impulsa y desciende.
Se burlan de tu realidad, 
de las tristezas hacen comedia,
de las alegrías tragedias
y de la verdad dulce falsedad.

Al despertar, atónito me pregunto:
"¿Es el sueño una ilusión,
o es mi vida la que es una ficción?
¿Es el vivir todo lo real,
o es el soñar lo relevante?
¿No será el vivir un dormir
y el soñar un despertar?"

- Oigo como cae la lluvia
desde el cobijo
que me ofrece mi habitación.
Su sonido es semejante
a una tela que se desliza 
muy poco a poco,
similar a una seda
que se va desgajando
y recomponiendo sin parar.
Y que, impulsada por el viento,
viaja a miles de leguas de distancia,
sólo para caer sobre mi ventana
y pasar a ser parte de mi mundo.

La lluvia siempre me ha recordado
a las lágrimas que caen,
que se suceden en un momento
de conmoción profunda.
Por eso, en su constante desprenderse,
fantaseo con la idea
de que todas ellas,
cada una de esas gotas,
de esos trozos remendados de tela
son todas mis lágrimas,
derramadas o acumuladas
con el paso de los años
que componen toda mi vida.
Ojalá lleguen al mar,
y mi mundo sea el océano.

- Tristes melodías se funden
en ecos que se repiten
en la cueva que es mi alma palpitante.
Sones vivificantes y desfallecientes,
son los instantes que aunan
la vida con la muerte.
Y aunque deje de andar,
pese a que me calle,
aún en quietud,
con un silencio completo,
siguen sonando en mi interior.

Cuando la música se silencie,
cuando nada haya que hacer,
significará mi muerte.
O puede, quizás pudiera ser,
que se tratase de un leve rayo de luz
que se haya filtrado
dentro de este corazón ahogado.

- En el silencio de la noche,
se esconde una extraña luz.
Tan extraña es,
que no sólo parpadea ella misma,
sino también mis ojos,
perplejos, al contemplarla.
Procuro escudriñar su naturaleza,
comprender la razón de su existencia,
examinarla como a las páginas de un libro
, cotejarla con ojo avizor.
Pero no hay nunca
una respuesta segura,
un sostén vital,
un sentido al sin sentido.
Todo se resuelve en acariciar el abismo,
en un temblor dubitativo
que produce el tambalearse
de todos los supuestos imaginable.
El fundamento, al cabo,
se torna carencia del mismo.

Así, pues, dejando a un lado
el examen innecesario e impreciso,
me limito a contemplarla.
Sólo a contemplarla, incondicional,
sin temer su huída imprevista,
o su inevitable desfallecimiento.
Ahora ya, en silencio,
la comprendo.
Y comprendiendola a ella,
lo comprendo todo.

- Todo esfuerzo es vano,
desde los humanos empeños
hasta en los conocimientos
mas elevados y soñados.
Muchas veces nos afanamos,
procuramos ir más allá
y siempre nos encontramos
con naturales escollos.
Qué triste es el hombre
y toda su estirpe,
siempre impactando sobre los mismos
muros derruidos de antaño.


En el mundo humano
todo son disputas,
continúas luchas
y victorias ficticias.
En la fáceta trascendente,
todo ensoñaciones,
ilusiones de la razón
y limitaciones inevitables.
Qué sabio fue el maestro Zhuangzi
cuando con serenidad proclamó
que la sabiduría suprema
es conocer el límite de la sabiduría.
Si nos percatamos
de un sólo aleteo de mariposa,
sabremos acerca de la existencia
de toda cosa.

Si sabemos que soñamos,
el sueño mismo negará su sentido
y podrá ser él mismo.
Al igual, que, si nos apartamos,
vemos lo lejano
que es todo horizonte,
como todo transcurre sin ningún
polizonte sobre el barco,
y que cada mota de polvo,
inconsciente, se confirma a sí misma.
Ah, sí. Lejos, muy lejos,
estando quietos, en silencio,
nos fundiremos con la naturaleza,
y seremos cual fuímos y somos:
un trozo de madera
que flota en el río,
que sabe de la cascada del otro lado,
y que aún así, disfruta del paisaje.

- La noche. Silencio.
El pensamiento en suspenso
divaga allí donde cada imagen
es un fragmento atrapado 
en una oscuridad que se dilata.
Se expanden las imagenes
bajo bordes sombríos,
tenues manteles
encierran en su seno
la magia de la fantasía
que se desborda.

¿Lograré atrapar 
aquel núcleo incandescente?

Siempre se escapa.
Mis ojos procuran penetrar
aquel misterio insondable,
aquella profusión profunda.
Nada más agudizar los ojos,
justo cuando estoy ahí,
todo se desvanece
en aquel espacio vacío.
Nada hay donde se encuentra el todo,
todo está donde pace la nada.

¿Soñaré que vivo
y todo fragmento se recompondrá?

Divago. Creo perecer.
Y sé que algún día moriré,
mas nada temo
si la muerte es semejante
a esta eterna oscuridad,
si la muerte es similar
a este relativo silencio.
Ojalá morirse sea como la noche,
pareja a las estrellas
que se apagan, y que nunca retornan,
como dos anillos de fuego,
los cuales giran y giran hasta perderse.
Allí todo es paz en la guerra,
honesta guerra de la paz.

Qué calma... Oh, verdad silenciada...
¿Al final todo se resuelve
en aquel principio
que nunca debió comenzar?

- Todos buscan ser eternos,
en su ilusión, se ríen
ante la naturaleza de las cosas,
de su constante mudanza
en el nacer y en el perecer,
y temiendo a la muerte,
la encuentran igualmente.

Ignorantes, se afanan en suposiciones
de lo que debiera ser la vida,
a partir de sus fantasías
se apegan a hechicerías,
que en realidad, son polvo.
Así, pasan la vida,
entre la vanidad y la preocupación,
y con sus tonterías,
esta se les va.

Mientras, usan su tiempo
en buscar la razón de ser
de ese mismo tiempo,
este se les escapa,
sale volando,
como hojas primaverales en otoño.
Tan ceñidos están a su ego,
que se creen inmortales
sólo por pensarlo,
que toman lo falso por verdadero
como en un mal cuento.
Mas, al final, toda esa importancia
es cercenada por el último suspiro,
todo cuento sea malo o bueno,
tiene que acabar.

Así es como la vida
me ha enseñado lo que son las cosas.
Fue la vida la que me mostró la muerte,
y la muerte la que me ayudó
a querer sin apresar la vida.
Viviendo uno contempla a la muerte
como algo dulce y necesario,
y muriendo uno ve a la vida
como un recuerdo con contrastes lejano.

No temo morir porque sé que es así.
No quiero vivir a cualquier precio.
La vida, es al cabo, algo prestado
que no me pertenece, y la muerte
algo inevitable que proviene de los dioses.

- Aunque en el fondo
sé que es estúpido,
no puedo evitar estar preso
de una melancolía
que me oprime el corazón.

Los dolores son un conjunto
de infimas cadenas,
que como en los dolores corporales,
van medrando poco a poco,
haciendonos pequeños
cual si fuerámos aplastados.

En mi pecho, hay un latido
que se va apagando 
segundo a segundo.
En mis ojos, unas lágrimas
que forman un río
cada vez mas profuso.
En mis manos, las fuerzas
comienzan a faltar
como el aire en mis pulmones.
En mi alma, su hálito
se torna bastante frío,
es un pasaje gélido.

Reconozco que seguir insistiendo
en mi tristeza es mas triste
que las razones del estar triste.
Pero también sé que cuando lloro
una estrella en mi horizonte
se desvanece para siempre.

- Con los años, los pasos
son cada vez mas inciertos.
En cada estación, el tiempo
se huelca más confuso.
Pensando y sintiendo, las sensaciones
son muescas en una playa desierta.

Son luces y sombras
todas las cosas
que conocemos y amamos,
todo es refractario,
trozos aleatorios fragmentados
lanzados al cielo.
Esto lo sabemos,
mas apartamos la mirada
y nos quedamos frente 
a un sólo lado del espejo.

Cantan los pájaros,
sopla el viento,
se mecen los árboles
y a mí ya no me queda nada.

- ¡Qué malestar interno!
Tomaré mi dulce ducado.
Calada tras calada,
el humo sale y se expande
hasta evaporarse.

¡Qué tristeza la mía!
Me encerraré en mi cobijo.
Respiración tras respiración,
el aire emana inmenso
hasta disgregarse.

Y dime, confidente mío,
¿Tú también sueñas todos los días
con aquel vacío?