domingo, 24 de noviembre de 2019

La epístola que jamás llegó


Me encontraba como solía al poco de despertarme cuando ya comenzaba a clarear la luz del día, removiendo con mi cuchara el café recién hecho. Y entre vuelta y vuelta recordé que desde hace tiempo estaba esperando una carta que deseaba en lo mas profundo de mi ser cobijarla en mi memoria en base a releerla incesantes veces. Pero, aún a pesar de mi ferviente deseo, no había llegado. Supongo, que, como dicen se vive con las ilusiones, mas rara vez estas se llevan al cabo por mucho que se las quiera. Sin embargo, decidí dar paso a la esperanza aunque fuera durante leves instantes y me dirigí con paso lento y tenue hacía el buzón. Al abrirlo, entre facturas y reclamaciones de deudas, encontré una de esas cartas que nos llegan a nosotros debido a algún error. Era tanta la curiosidad que albergaba mi pecho, que corrí dentro de casa, y sentándome en mi despacho, me dispuse a leerla.

Desde las primeras líneas me pareció sumamente interesante a pesar de desconocer el verdadero trasunto de la historia. Para mí era un fragmento de lo que podría haber sido toda una novela epistolar, que, en forma inacabada se me mostraba deliciosa en cada una de sus formas. Tampoco sé quién será aquel tal C.S, y mucho menos a quién estaba dirigida, pues ni en adverso ni en reverso hay muestras de nombre alguno ni mucho menos de dirección alguna. Que haya llegado a mí supongo que es fruto de la casualidad, mas como pienso que aquello de los azares es todo invenciones, pues cada hecho fortuido es objeto de una causalidad primigenia, o al menos, es ese mi parecer. Así, pues, aquí lo dejo para que vosotros podáis comprobarlo por vosotros mismos quién pudiera ser su autor y a causa de qué ha podido a mí llegarme. Espero que después de todo, de aquí en adelante le vaya todo bien a este desconocido individuo, ya que me apenaría pensar que el final de su historia haya sido tan trágico como en sus comienzos.


Amada mía, querídisima fuente de mi suerte y de mi alegría, y a su vez, de mis infortunios y desdichas, he aquí esto te envío para que en su día lo recibas cuando sea propicio:

¿Quién iba a pensar que, después de tanto tiempo, nos íbamos a volver a encontrar? Me han pasado tantas cosas desde que no hablamos, que no sé ni por dónde empezar. Desde luego, ambos hemos cambiado y nos hemos vuelto un misterio el uno para el otro, tan oscuros nos hemos hecho que se necesitarían cinco soles para iluminarnos a ambos desde dentro. En lo que a mí se refiere, mi aparencia exterior supone todo un reflejo de lo que habita en mi interior, que aunque no sea al completo e imperfecto, si al menos en cierta manera mis ojeras dan indicio de mis tristezas. Confio en que puedas comprender estas palabras, como la gacela que huyendo, comprende la tierra que pisa superficialmente.

Quisiera que recitaras estas palabras impusiendo mi voz a cada una de las letras, para que así mi escritura no se quedase en meros carácteres impresos en la hoja, para que fuese cada sílaba la palabra viva que habita en mi pecho. Escucha, jamás te mencioné en este escaso tiempo lo que sentía, ya sea por miedo o cobardía, ya por un muro de desconfianza que nos imponemos por temores que nos son intrínsecos, pero mis espíritus interiores me han advertido de algunas señas amorosas que sobre ti albergo. Creo, que a pesar de las escasas conversaciones que hemos mantenido, que mi sentido me ha llevado aún mas lejos de lo que tu máscara me vela y tus aparencias celan, guardando en ti una iluminaria precoz, en todo caso me hiela el alma cuando me aproximo, y con ello, he descubierto todo un paraíso infernal en aquellos laberintos tuyos. Es el fuego que congela, el gélido fragmento que se siente en la piel cual llama ardiente que se levanta, ambos elementos contrapuestos, contradictorios en sí mismos, que cuando se unen ocasionan amor pasional para que luego queden las piltrafas vespertinas, parto de sumas cenizas. No se han tocado los cuerpos, pueden que ni tan siquiera se hayan rozado, pero uno de ellos se siente tan cercano al otro que bastaría estar a dos metros para presentir en su corazón la fortaleza y flaqueza que provoca que todavía siga bombeando, y así logre hacer resurgir, la sangre que me hace condenado y salvo.

Vislumbré en tus curiosas miradas el secreto que se asoma y que no del todo se desvela, la cadena que ata y después mata, dando vida limpia. Mira, pon tus ojos atentos en este acontecimiento que pasa, que se escapa mientras unas manos polvorientas, ya hambrientas de ti, se quiebran quedándose empobrecidas para mantenerse suspensas en el aire. Son las mías ante el rechazo implícito en tu esquivar mis gestos mas heróicos, pues he de decir que no hay nada mas valiente en nuestros decaídos tiempos que ansíar el amor auténtico por imposible que le demos. Me muevo fraudulento, viendo desde la distancia cómo te alejas entre las ramas, bosques de gentes que nos ocultan las pasiones verdaderas. Dudo, sí. Por mucho que me pese he de admitir que dudo, no tan sólo de ti sino de la realidad que me rodea, cuando es lo primero que debería afirmarse. Para mí todo esto es un sueño que se ha transfigurado en esta horrible pesadilla que es mi vida. Lo peor sería pensar que la culpa no reside tanto en los aconteceres exteriores, como en mis interiores fracturados por hallarme durante tanto tiempo en la penumbra, averiguando así, debido a un ápice de sol mortecino, que creyendome vivo en las sombras, en realidad estaba muerto por no haber podido alcanzar la totalidad de la luz. En este caso, tú resultas una tonalidad inesperada, rescatada de un pasado ya muy lejano, que se ha hecho en este instante presente, en vías de ocasionar una felicidad pasajera que ya se ha convertido en una tristeza perpetua.

Al principio, no sabía cómo sentirme al respecto, mas los sentires y las afecciones no se resuelven en hueras deducciones carentes de un significado íntimo, se vuelcan en pensares sentidos cuando el concepto se descubre vivo. Pensé, sentí, desperté y recordé que la alegría que es efímera suele ocasionar mas pesares que dichas. Quizás me engañé sobre  ti, te cubrí con una capa purpura, te construí un altar como si fueras una diosa pura, para posteriormente descubrir que eras un ideal imposibilitado, puesto que volabas tan alto, que cuando caíste junto a mí en el nido terrenal, se reveló la fantasía mía integral. Daba vueltas en torno a ti cuando me hallaba perdido, te inventaba deidades que se corporizaban en sensaciones elementales, y una vez que se deshizo el lazo aureo, ya casi desnuda, me reprochaste mis errores en un grito sin ruido. Un silencio con sonido espiritual inundó la sala imaginaria, y te desvanecías al tiempo que reaparecías, en cierto modo parpadeabas ocultándote de mi mirar perplejo, propio de alguien que no sabe lo que hacer. Entonces, fui un cobarde, huí de ti por ti y me oculté allí donde nadie sabe donde, ni yo mismo sé con certeza cual es mi hogar fideligno.

Y, ahora, ¿Qué va a ser de mí? Estoy aquí junto a mi soledad en la noche, rodeado de estrellas y cosas bellas, preso de ellas en mi contemplación noctuna. Esclavo y libre en el amor en cuanto yugo alado, fugitiva mariposa naciente de mi figuración, que mientras placidamente vuela se estrella con aquella enorme roca de la que se enamoró. Me asusto de mi imaginación al pensarte como una forma que todavía no ha conocido lo que es la materia, no quisiera que fueras vano ideal en un principio creado por una criatura cualquiera -como es mi caso- y que luego me hayas dejado porque sí abandonado, aquí tirado, arrastrado por los pesares que me acometen, persiguiendo quizá otras aves rapaces, mas veloces en ánimo que yo. Porque, aunque complicado, incomprensible y pesado en espíritu, puedo ser polvo fluctuante que mana del aire, nocivo para los mentirosos, curioso de tu hermosura interior. Prefiero explorar, en mí ansío seguir vivo y descubrir hacia donde conducen los fulgores que tanto se rompen, que en el alta mar chocan con los resplandores que no me dejas traspasar ¿Qué hay de malo en mi barco? Sí, es antiguo y bochornoso, ambigüo y deviniente, pero está a tiempo de ser glorioso si le bendices con las dulces aguas del rio, si le llevas hasta lo celestial y divino descubriéndole un sentido, un milagro hipnotizado que en su desconcierto logra salir del desierto.

¿Se puede saber qué estoy escribiendo? Aquello nunca va a llegar a realizarse, está detenido en un universo idealizado que no sale del alma que sueña. Son visiones, iluminaciones ineficaces que pretenden darme esperanza a mí mismo ¿Pero de qué servirían si no están dirigidas a ti? Es decir, ¿Para qué tanta palabrería? Te lo voy a aclarar en unas líneas. Atenta, por favor. He estado, estuve y estoy solo, y no digo que ello me haga sentir en pesadumbre. Lejos de eso, me he acostumbrado y le he tomado cariño a esta dama tal altanera llamada soledad. Pero desde que apareciste de nuevo, como un reflejo del préterito espejo, que en dos piezas se había partido y que inesperadamente ha vuelto a juntarse, nada resulta de la misma manera que antes de aquel acontecimiento al que ahora me refiero. Por ello, y por millares de cosas mas, he de decirte que necesito de ti una confirmación de tus parpados cuando nos veamos a la mañana siguiente. Si te ves dispuesta a amarme -aunque sea tu manera- y de crear un comienzo, un núcleo en el que restaurar valores pasados en desuso, abre bien los ojos cuando te sonría, toma mi mano y caminemos hacia donde sea con un proyecto de porvenir. Sé que no soy el prototipo de nadie, pues no soy ningún arquetipo dispuesto a ser disuelto en rasgos desfigurados. Yo sé quién soy ¡Ay, otra vez las fantasías! Olvidalo, eso jamás va a ocurrir. Ya estoy delirando y teniendo fe ciega en mi delirio, y encima simulo que detrás hay algún tipo de sentido ¿Quién va a soportar mis letanías? Seguramente tú no, ya lo sé...

En verdad lo siento, y esta lamentación se dice en muchos sentidos. Verás, he caído en un abismo tan profundo que solamente un ángel sería capaz de rescatarme, necesitaría un milagro emanado de los Cielos, y tú tenías pinta de serlo, mas ya me engaño respecto a lo ángelical y lo demoniaco ¿Puedes notar esta brisa melancolica que acaba de pasar? Es la ausencia, el olvido, el amor que está extinto, mis llantos y gemidos, tus desaires y desquites, nuestro próximo hundimiento, puede que un adios cada vez mas cercano... En fin, ¿Qué mas podré decirte? ¡Ah, sí! Guardo aquí mismo un retrato tuyo, no de tu rostro tal y como está ahora, sino mas bien es un trozo que une lo que fue con lo que es y lo que será. Proviene de ti, de eso estoy seguro. De pocas cosas he estado tan seguro como en esta ocasión que se nos escapa, o que se me escapa a mí. Bueno, sea lo que sea así es. Ya no sé si volveremos a vernos, o si volveremos a vernos como antes nos veíamos, e incluso, si me recordaras como lo que fui antes de lo que te acabo de escribir ahora. Espero que te vaya todo bien en la vida a partir de ahora, y que sobre todo en la muerte Dios pueda perdonarnos a todos, a ti y a mi por dejar viajar hacia tras lo que podría haber sido una oportunidad que se ha quedado encaustrada en esta mi desgraciada imaginación. Desgraciada porque se conforma con fantasmologías irreales para ser feliz en un mundo desdichado, a lo que se le suma el no haber sido correspondido con otra cosa que no sea los pasajes oníricos ¡Ay, vida mía! Te escurres entre mis dedos como el agua fría, te cubres con nubes en la lejanía hasta que plegada junto con tus sábanas te desvaneces y ya no puedes escuchar mis palabras. No pasa nada, ya me voy a dormir eternamente yo también.


Atentamente y con el debido cariño que te profeso, tu olvidado amante.

C.S.


domingo, 10 de noviembre de 2019

Una fantasía

Entré en un amplio salón iluminado por la luz del mediodía que penetraba en los grandes ventanales. La sala, espléndida toda ella, estaba adornada con múltiples utensilios, algunos de ellos lo eran los típicos objetos domésticos como a modo de ejemplo lo podrían ser los sofás, las mesas, las sillas, unas cuantas estanterías apiladas... Quizás, lo que más pudiera resaltar de todo ello, lo eran la gran cantidad de lámparas -en ese momento apagadas- que se encontraban en los al rededores, a lo que se sumaba, el curioso color de la pared, aquel azul marino que mostraba gran cantidad de flores ahogadas en tal profundidad marítima como lo eran los girasoles, las amapolas y las rosas. Parecía encontrarme, sin duda, en lo alto de un edificio dentro de una ciudad que me era desconocida, junto al gran número de habitantes de los que algo similar podría decirse. Me quedé de pie, petrificado, sobre el morado tapiz, pensando en cómo había llegado al lugar en concreto, y sin embargo, sabiendo dónde me encontraba desconociendo el motivo exterior, respecto a lo intrínseco todo se hallaba claro.

Así, me senté en el sofá que mas cercano estaba, junté mis manos como si estuviese orando y me quedé absorto sin mirar a ningún punto; quería encontrar las respuestas, los sentidos y los motivos en mi interior. Ansiando el éxtasis amoroso, invoqué lo que no debiera haber invocado, mas tal fue el asentimiento que me procuró mi voluntad que apareció lo que no sabiendo, a mi pecho trascendió. En tal momento anochecía, y mis raices se confundían con la estancia, en tanto que alguien parecía estar pululando en la sala de al lado. Mi corazón latiendo, mis entrañas exclamando, médulas esclarecidas, venas tragicas encontrando lo que en otro tiempo estuvo perdido. Imaginé acerca de quién pudiera estar allende, me ilusioné, y no en vano, soñé un ideal encarnizado.

Decidí tumbarme, cerré los ojos por un momento, sepulté la oscuridad y hallé luz en el instante, y allí donde para los muchos, en su mayoría, hay ráfagas sombrías, para mí aún era de día. Abrí de nuevo los ojos, y ví sobre mi cuerpo aquella pasada amada con la que hice fantasías hasta hace renglones arriba. Sus ojos verdosos, a la par que medrosos, me miraban y se apartaban consecutivamente, como si tuviese miedo de algo que le era imposible llegar a comunicar. Temblé intentando descifrar el mensaje, mas ella seguía procurando mandarme un cúmulo de palabras en el silencio. A través de sus pardas gafas, la nariz picuda que las sostenía, los finos labios que se contenían y los negros cabellos que ya sobresalían, ya caían, quisieran decirme algo que yo advertía a la manera intuitiva. Temía, me mentía a mi mismo sobre cual sería el contenido, las mas de las veces se han dicho que ciertas sentencias hacen perecer, yo digo que lo que nos hace morir es callarnos lo que creemos saber, siendo esta sabiduría la verdad en sí misma.

Entonces, agudicé mi mirada, la clavé en la suya, y sus ojos se quedaron clavados sobre los míos. Tenues lágrimas comenzaban a asomarse, sin llegar a caer, estaban columpiándose como podían, resistiéndose a tener que abandonar su origen. Pasaron segundos, minutos, puede que también horas, hasta que la intensión momentanéa fue suplida por un resquicio de movimiento, un detalle que podría pasar desapercibido, pero que en modo alguno, podía ser eliminado de mi imaginario. Ella, sintiéndo que la lágrima estaba a punto de insertarse en el abismo, el gran foso de los deseos colmados, pasó su alargada mano, que, recorriendo su rostro, hizo que tal agua bendita se quedase atrapada entre el dedo índice y el insultante. Después, lanzó una mirada a soslayo, de sospecha en dirección a la ventana, y emocionándose, oprimió sus escasos labios y se mordió su lado izquierdo inferior, señal del adiós inferido y que a mi sentir queda aterido.

Yo, pensé hacía mis adentros: "¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué he de hacer? ¿Se puede saber qué es esto? ¿Por qué he estado desde hace tanto tiempo solo, y ahora, de repente vuelve a acudir aquello que me producía la sensación de soledad?" Mudo, respondí dejando una caricia posada en su mejilla, y su única reacción, pareció ser una mueca inexpresiva. Y, así, seguí diciéndome: "¿Hacía dónde va todo esto? ¿Cómo desembocará lo inevitable, lo terco de una situación sin vía transitable, lo que se ansía y rara vez se recupera? En aras de la salvación de mi conciencia, durante los principios, hice como si fuera capaz de olvidar, pero todo fue una mentira que yo mismo me provoqué. No hay nada peor como negarse a la verdad, me engañé para continuar viviendo y seguí tal cual. Ahora que ha vuelto el dolor, reconozco que amé, que sigo amando y que siempre amaré ¿Me estaré volviendo loco? Es decir, todo aquello de los amores eternos y los amoríos efímeros, ¿Tienen al cabo algún sentido? Espero que sí, ya que de lo contrario, mi vida habría sido una fábula que yo creí inventarme cuando en verdad eran otros los que jugaban conmigo."

Al fin, parpadeé, purifiqué mi mirar y con ello también lo que yo pensaba ser mi mundo. Pero, en cuanto mi vista recuperó su conciencia -también podría decirse en cierto modo, su particular cordura- ya ella no estaba, era como si se hubiese desvanecido de repente. Comencé a sentirme muy solo, y hasta pensé en irme y jamás volver. Exacto, así lo pensé mas no lo hice. Seguí en la misma postura por si volvería a aparecer ella, se quedó su imagen en mi memoria y su figura en mi alma. Esta vez miré, no a la noche que transcurría en las afueras de la ciudad, sino al techo grisacéo que suponía mi abandonado altar. Era, no lo dudo, una madera vieja, que estando carcomida, para evitarse de gastos la limaron un poco sin llegar a romperla, y después la pintaron. Me dije: "¿Será así también mi caso? ¿Me han reformado? Bueno, en verdad jamás creí en reformas de ninguna clase. Prefiero quedarme con lo eterno, con lo estable, lo que siempre permanece pese a lo que susurren los grillos en los atardeceres." Al rato, previendo que nadie me visitaría ni me haría caso, me acomodé en mi ya querido y estimado sofá, y me quedé dormido.

Desperté, los párpados se tornaron amargos y el sabor de mi boca era insipido. Ya no había llamadas alentadoras, las luces se volvieron desdichadas, las costumbres caprichosas y el día a día una tortura amable en la que uno tenía que acostumbrarse como si siempre hubiera sido así. Nunca se está uno tan solo que cuando no duerme acompañado, mas lo peor es despertarse solamente rodeado de una estancia sin vida donde solamente se da cabida a los recuerdos sin sustento presente. Años atrás, aquello de estar en la oscuridad dejando pasar el tiempo me resultaba hasta divertido, pero una vez que se ha amado, con el pecho inundado de fuego, con el corazón latiendo llamas, con el interior abierto con sus puertas de par en par, con el insolente secreto al descubierto propagándose así las voces, con una pena encendida en los altares que se consagró en alegría... Prefiero no acabar la frase. 

Me levanté dirigiéndome hacia la ventana, y pude ver un ancho parque donde las gentes seguían con sus tareas rutinarias: una mujer parecía hacer senderismo, un hombre sacaba de paseo a su perro, una familia decidía salir para que sus hijos se divirtiesen en los columpios y un tipo muy flaco estaba tirado en la entrada pidiendo dinero sosteniendo un gorro de lana muy roto "¿Cual es el contenido de la vida de estas personas? -pensé- ¿A qué objetivo atienden cada uno de sus pasos? ¿Tienen metas, aspiraciones, sueños que les animen en cierta manera a vivir, aunque en ocasiones se engañen a sí mismos?" Otra vez me olvidé del exterior y retorné a mi mismo como al principio.


Subí, ascendí una escalera metalizada de caracol que conectaba con un desván que se hallaba poco mas arriba. Este, se encontraba repleto de trastos viejos que me recordaron a mi infancia, me estremecí pensando en cómo el polvo se pegaba sobre aquello que en su día alimentaba de ilusiones una vida que se acaba. Sin pensármelo dos veces, encendí un ducado que estaba en los bolsillos de mi vaquero, y mientras el humo recorría la totalidad de la sala, todo se quedó en suspenso, allí me quedé muerto. El mundo, su transcurso, los indicios divinos que están en cada sitio, las noches repletas de estrellas, los días alumbrados por secretas centellas, los lugares desiertos, las ciudades repletas, las playas virginales, los rincones olvidados, las casas dejadas, los vivos en movimiento, los muertos en su quietud, los niños felices, el cúlmen de la senectud, ese final que se presiente y se acerca desde siempre y en cada momento sin parar ni en un punto... Todo continuaría igual, y la eternidad lo acogería con delicadeza, acunándolo en su seno con la nana del infinito. Y yo, aún estando muerto, recordaría aquel rostro de la amada que de mí se despedia hasta que Dios decidiera que ya basta, y me llevara -si así lo mereciera- a los Cielos junto con todos aquellos que durante mi fugaz vida me quisieron. 

sábado, 2 de noviembre de 2019

Por un amor


De camino se encontraba Sebastián hacia el dulce hogar de la amada "¿Allí estaría? ¿En su casa?" -pensaba en tanto que recorría sendos campos mortecinos, fatigados por la poca abundancia de las aguas caídas de los cielos. La tierra era árida, y las hierbas permanecían secas, prontas a morir hasta la llegada de una nueva estación. Sus pasos se asemejaban a sus propias lágrimas, ya que lánguidos se movían como arrastrados por impulsos internos de origen desconocido. Sin embargo, advertía cual podía ser ese origen; un amor camuflado en una esperanza que le  daba motivos por los cuales vivir, ilusiones amorosas afluían en su pecho, túmulos y ríos parecían lo mismo para su percepción maniatada, mariposas dañinas a la par de bellas, montañas celestiales eran porque llegaban a lo divino que adquieren las cumbres, culebras con rostros de doncellas, vuelos de pájaros que encuentran en su ocaso su libertad...

Mientras, seguía su camino hacia el castillo de los fulgores dolientes, cadenas que en vez de subyugarle le permitían ser libre. La senda era tan larga como fatigosa, incluso para unos pies como los suyos acostumbrados al mucho caminar. Así, pues, se puso a imaginar para entretener aquella impaciencia que le asalta a todo aquel que se haya enamorado, pretendía con la mente acallar los latidos del corazón cuando en verdad era este su pulso lo que le daba razones al alma. Su espíritu quiso jugar con la poesía, siendo en realidad a la inversa, puesto que el creador suele hacerse esclavo de sus criaturas cuando las ama. Exceptuando, claro está, al sumo Creador, aunque este ya sufrió lo suyo cuando el Hijo del Hombre pereció en la cruz por amor y para evadirnos del sufrimiento. Entonces, en estos pensamientos que podrían fundar su particular teología, comenzó a cantar hacía sus adentros los versos que ahora siguen:



Elegía de Sebastián



¡Ay, divina Melisa mía!
Te perdiste entre matorrales
siendo aún de día,

y yo, al verte, evadiendo moralidades
emprendí tu búsqueda, de amor cofradía,
creyéndote lejana a tales parajes,

mas me equivoqué, pues estabas
en verdad tan cercana
a la casa mía, mientras llevabas

los restos del que mi corazón mana,
que loco de mí pensé que amabas
esta sombra tardía ufana.

Te ví y me enamoré, siendo
las sumas luces interiores
que contaban mi espíritu ya perdido,

meros reflejos infractores
de un pecho que arde prendido,
creador por sí de ilusiones,

que celestiales, otorgando inusitada,
verdosa e infatigable llama
acuden cual inhóspita llamada

a estos ardores que carecen de fama,
al serles borrados el atributo del hada
que mucho revolotea y nada calma.

Tal cual tú apareciste
 bastante alta en ánimo,
y me sorprendiste

dejándome en todo mi ser un arrimo
del regazo amoroso, bendeciste
a un hombre mínimo,

que ya desde entonces
-y antes- guardaba en sí un dolor
que acumula a partir de los orígenes

del mundo, junto a un pasado amor
que pertrechando mis sienes
hizo al corazón parar su motor.

¡Oh, y ya cuando te conocí!
Creí haberte visto
en una pasada vida, y reconocí

que algo estable permanece, e insisto
en aquel aroma que tuyo olí,
proveniente de paraísos que no resisto,

los cuales parecen recordarme
a tiempos, que pretéritos,
a la Divinidad logra retornarme,

aquella Providencia primera, mellizos
de las virtudes, hicieron alumbrarme
los tuyos ojos de Dios

Labios melisos de tu boca,
los aspiro desde la lejanía
acogiendo aires, que no sofoca

mis ansías por tu compañía,
ya plácida, ya loca,
por puros placeres de quién fía

en los rayos de los amaneceres
suculenta salida,
enemigos de frías noches,

borrachos de vida,
últimos atardeceres
que no hay mortal que los mida.

Este fuerte sentimiento,
es testigo siendo mío
de lo que te quiero en un momento

de puro desconcierto, tal resquicio
dejó tu presencia, y en tanto
fue su potencia, que reverencio

a santos y a ángeles,
ya no sólo por sí mismos, sino
por haberte dado nacimiento, claveles

purificados de un destino
fue la mirada tuya, reales
las sensaciones de mi yo fidedigno.

Hasta ti quiero llegar,
dando realce a mis alas
y mis brazos plegar

sobre las sábanas esmaltadas,
deseo las flores regar
con las lágrimas libertadas,

dejando atrás todo recuerdo,
fuente y nacimiento del daño
en donde se posó todo lo ido,

pues ya desde antaño,
he estado profundamente dormido
hasta que te contemplé en este sueño.

Extraño empeño este fluir
de un alma a otra, lo restante,
lo que sobra, y empieza a confluir

en un estado relevante
de algo interior que no quiere morir,
desea vivir por tenerte,

doncella con rostro de duende
bénevola a la par que maliciosa,
que sin quererlo se esconde

entre una ninfa que canta melodiosa,
allí, más allá de los bosques, donde
ya en el mar la sirena salta caprichosa.

Allí, en las almenas, sobre la roca
te sentaste, eterna
en figura labrada en piedra,con voz ronca

pronunciaste lo inefable, linterna
cuya toda luz aparenta poca,
hablaste acerca de mi condena,

señalaste con tu dedo indice
el interno quebranto
que al enamorarme me hice,

y en cuyo espanto
el antiguo sabio dice
que no hay salida posible a tal lamento.

Llegó el tiempo en el que te fuiste,
y acudiendo la tristeza
con el recordar que insiste,

poco a poco y pieza a pieza,
sentía el resquemor que embiste
hacer nacer abrojos y maleza,

y si ya incluso en tu compañía
acudía la sensación de soledad,
imagina sin ti de lo que carecía

la luna y las estrellas que con lealtad
a ti por amiga te tenían, o eso parecía
a mi ánimo confundido por la fugacidad.

Volver a oírte cantar
deseo y sinceramente quisiera,
y que al verte se formase un altar

que tu esbelto porte fuera
grabado en mi memoria, y al levantar
el alba tu recuerdo no pereciera,

como en aquellos atardeceres
que guardaron de su rocío
para las auroras siguientes,

y que cada ser por nimio
que aparentara siguiera las ordenes
de un anterior estío.

Aún de mi jardín las rosas
apresan la imagen de lo efímero
que fue tu huída, pocas cosas

se quedan en su lugar, pero
te aseguro que tus mejillas melosas
todavía se posan en ellas, no es mero

decir por decir, es un sentir
sincero que mi espíritu sostiene
mientras procura hacer resurgir

tu lustre, el que tiene
la hermosura que no puede mentir
a quién la contempla y mantiene.

Un último adiós
no podría imaginar jamás,
pues tal fuiste, suma de delirios,

que de tus preciosas armas
a pesar de los delitos
no dejaría escapar entre las ramas,

de los pájaros en semejanza
a cuando ya crecen
y de sus padres hacen remembranza,

aún en la distancia enloquecen
por figurarse su nido en alabanza
 donde ya no se mecen.

Sueño, y reaparece tu risa,
aquella que me brindaba alegría
en tibios días, brisa

que tras pasar reconocía
la forma de tu sonrisa,
cubierta por la niebla de la fantasía,

tenue y oscurecido velo
que entre lechos y sábanas,
lo era tu curioso pelo

el que me encierra entre cornisas,
produciendo en mí el hielo,
aviso de tus distancias y ausencias

Ya a tanto ha llegado
esta mi enamorada locura,
que cansado y herido,

me poso ante tu escultura
e imploro seguir siendo tu amado,
pese a que mi estado no tenga cura,

he optado por morir en tus brazos,
osado premio y castigo
formado por dos lazos

de odio y amor contigo,
ambos por salvación y pena entrelazados
que jamás culminarán, Dios es testigo.



Una vez que hubo terminado de repasar en su memoria cada uno de los acontecimientos que le habían sucedido respecto a su amada en forma de elegía, ya estaba ante las puertas del lejano castillo, situado en los limites finales del campo. Empezaron a temblarle las piernas debido a los nervios, pero eso no le detuvo a la hora de llamar para comprobar si efectivamente su querida Melisa estaba en casa. Pocos segundos pasaron hasta que la gran puerta de madera carcomida comenzó a abrirse, primero se quedó entreabierta y cuando aquellos ojos otoñales comprobaron que era Sebastián el que allí esperaba, se abrieron de par en par y salió una hermosa dama. Melisa era sin duda muy bella, sus negros cabellos ocultaban un secreto, pero eso no le restaba belleza, sino que, muy al contrario, se le añadía.

Hacía tiempo que Sebastián no se sentía tan feliz, mucho había pasado desde la última vez que sus ojos se encontraron, posándose así el uno sobre el otro. No hubo palabras, mas sí intensas miradas que contenían un fuego incontrolable. Ella le cogió de la mano, sosteniéndola con fuerza, y le dirigió hacia la sala de arriba, que por su combinación de rosados colores parecía la de Melisa. Y mientras Sebastián estaba vuelto de espaldas, comprobando en la ventana lo sosegada que se hallaba la noche, sintió las frías y pálidas manos de ella recorrerle el cuerpo. Respiraba con fiereza y gozaba con emoción en tanto que una sonrisa se le impuso en el rostro llevado por el intenso amor que le tenía enclaustrado en unas jaulas, que, no obstante, para él eran un paraíso confortable. En tanto se sumía y embebía en la pasión, el pecho se le oprimió al notar que ella en ese momento le clavó un puñal en la zona donde los amores afloran. Sorprendido, se quedó en suspenso, y el puñal seguía saliendo y entrando de su enflaquecido corazón. Cayó al suelo de rondón, y mientras perdía sangre, cogiendo lo que sería su postrer aliento se dijo en un suspiro: "Volveré a amar de nuevo"