domingo, 20 de octubre de 2019

Inserto en el sueño


- ¡Oh, vaya! ¡Qué magnánima sorpresa el encontrarte aquí! Ni en mis sueños más remotos sería capaz de imaginar el tener noticias tuyas en lugares como este. Quiero decir, que, además de sorprenderme de verte, también lo hago respecto al entorno que nos circunda, ya que ni yo mismo sé la razón de estar por aquí ni hacía dónde me dirigía en un principio. Estoy confuso a la par de exaltado, aturdido así como aplacado por estos supuestos azares del destino -dijo él con una meláncolica alegría

- Yo, en cambio, no puedo decir lo mismo. Pues sé quién soy y dónde me hallo en todo momento, y por lo visto, jamás te he perdido de vista al habitar constantemente esa memoria tuya. He de advertirte, que he leído algunos de los escritos que pululan en tu mundo; unos me han emocionado, y otros, me han desagradado hasta el punto de llorar. Tienes una verdadera obsesión conmigo, que si me permites decirlo, llega a parecer insana. Como sigas danzando por tales lares, acabarás enfermo y loco, si es que no lo estás ya - respondió ella espaciando cada una de sus palabras para darles un tono de gravedad

- En verdad, tu discurso no ha salido de razón alguna concertada, he de admitir de que no he sido capaz de olvidarte. Te tengo presente constantemente, incluso, cuando tu rostro parece no inundar mi alma, alguna sombra tuya acude y se hace una figura de lo que fuíste, bien formada. En este momento, por ejemplo, estás tal y cómo de recuerdo sin fallar un punto. Ya no sé si has sido mi desgracia o mi salvación, quizás un poco de ambas: eres un yugo de tela, tan confortable como opresivo. Así pienso que se resuelve el amor. Sí, el amor supone un yugo muy cómodo, del cual si uno acaba verdaderamente poseído, queda como ves, atrapado en sus redes para siempre.

- ¿Ves? Ahora, en este instante, hablas como escribes. Sin embargo, estoy dispuesta a satisfacerte, y acompañarte hasta nuestro hogar, aquel en el que nuestros brazos surgían entrelazados y nada importaba, excepto la mutua compañía. Desde que me fuí, como dijiste en la última despedida, no he sido capaz de dejarte atrás. He estado en múltiples lugares, pasado penas y desdichas, risas y lágrimas, aplausos y sacudidas, sendas pérdidas y nuevos hallazgos. Sé que soy una parte preponderante de tu recuerdo, mas deseo retornar a tu presente según mi antiguo yo, como si nada hubiese pasado que haya quebrado lo que el amor formó, aquella que no ha salido de tu cabeza y que habita incrustada en tu corazón.

- No puedes imaginarte lo feliz que me haces ¡Por fin! Llevo buscándote, incluso cuando aparentaba hallarme en otras tareas, largos años. Y, ahora, que desconozco qué me hago de mi mismo y dónde me hallo, reapareces tal cual tú misma. Cerremos las heridas, sepultemos las rencillas, eliminemos todo rencor, enterremos los odios mutuos, seamos lo que fuímos pese a lo imposible que pueda resultar a los muchos. No sé hacía dónde nos llevan estos vagones, pero eso ahora mismo no importa. Pues, según me siento en este momento, vuelvo a la felicidad que en su tiempo me pasaba desapercibida. En fin, buscando expresarme con exactitud, sólo puedo decir que te amo. Tras tantas lágrimas vertidas sobre los ya húmedecidos papeles, tras tantas noches no dormidas, tras sumas desesperaciones en mis acostumbrados viajes, tras la lucha interior que comporta el peso del sufrimiento... Aquí estás, y yo también. No podría pedir más, aunque quisiera, pues ya lo tengo todo cuando antes parecía no tener nada - acabó diciendo él, y ambos se abrazaron como antaño, se cogieron de la mano y se sentaron en uno de los vagones del metro.

De entre la oscuridad, apareció entonces un niño ruso con sus ojos azulados y una cabellera rubia. Se sentó frente a los dos ya felices amantes y los miró con interrogación, como si esa no fuese la primera vez que se hubiesen visto. Enarcando las cejas y con una sonrisa muda, salió del aposento de su silencio y comenzó a decir:

- ¡Ay, parece que me he perdido! Me he acercado porque creo que yo a ti te conozco. No es la primera vez que te veo ¿Me equivoco?-sentenció señalando hacía él

- Pues yo no sé quién demonios eres tú -le constentó consternado

- ¡Ah, seguro que le conoces! Es un buen escritor, que, aunque esté en sus comienzos, aún le queda por recorrer largos caminos hasta la añorada meta. Mira -dijo ella sacando sendos papeles de su bolso- estas son algunas de las cosas que ha escrito ¿Que te parecen? ¿Verdad que a lo menos resultan estrafalarias? Si prestas atención a las letras empequeñecidas, encontrarás una dirección a la que escribirle cuando lo necesites. Quizás tengas dudas y ansíes encontrar respuestas en tal inhóspito oráculo castellano.

De repente, el lugar se mudó y se hallaron en la mitad del vagón justo cuando el metro tenía que hacer una parada, un alto en el inusual viaje. El niño ruso por fin encontró a sus queridos padres, los cuales nada mas verle le cogieron de la mano porque ya debían de salir y marcharse allí donde iban a ocultarse. El padre estaba prácticamente calvo y le acompañaba una barriga propia de los que abusan de la cerveza, y la madre parecía vestir una luenga bata de un azul marino, a lo que se añadía su corto y rizado peinado, recién teñido. Él, se despidió del muchacho y de sus padres, y cuando quiso darse cuenta estaba solo en el vagón, ella había vuelto a desaparecer.

Entonces, comenzó a buscarla por todo el oscuro vagón mientras una tenue neblina parecía cubrirle la vista ¿Dónde volvería a hallarla? se preguntaba en tanto que corría y la buscaba entre la gente. A veces, la confundía entre las personas que subían y bajaban de las paradas. Después, entrándole en la mente una extraña intuición, cambió de tren pensando que la encontraría allí. Pero todo fue en vano, no estaba en ningún lugar. Solamente la soledad de siempre le acompañaba, se tenía a sí mismo y a sus remordimientos. Aquella culpabilidad, aquel malestar, la nostalgia, la tristeza por lo que nunca retorna, los pesares por no volver a ser capaz de amar... "¿Que he de hacer? ¿Hacía dónde tengo que ir?- le acudían estas preguntas mientras se perdía en un laberinto que parecía no tener salida.

 Recorría incesantes vagones, andaba por largos pasillos, se metía en unos y otros trenes, recordaba su dicha perdida, se incorporaba por momentos, y al rato, lloraba. Llegó el tiempo, que ya cansado, se tiró al suelo y sostuvo su rostro con ambas manos y comenzó a suspirar, gritó y nadie acudió en su socorro. Estaba, como dijimos, solo y lo peor de todo no era la soledad, sino que era consciente de ella y de que en un tiempo préterito no fue así ¿Lograría acostumbrarse a sostener tal cantidad de maleza emponzoñada en su pecho? ¿Algún día se salvaría y retornaría a su antiguo estado? ¿Recobraría la capacidad de amar? ¿Alcanzará la utópica felicidad?

Despertó, encontrándose allí donde siempre estaba. Entre sábanas se retorcía, el lecho era acomodada prisión, su desesperación ya acostumbrado estado. Miró hacía la ventana, y pudo ver que entre las rejillas asomaban rayos provenientes del amanecer, la llegada del día se infiltraba en su cueva cercada por las sombras que él se había impuesto durante algunos años. Se levantó y contempló su reloj, y pudo discernir en su todavía no concertada vista que eran las ocho y media de la mañana. Tras un rato en suspenso, sentado en la cama, cogió un envejecido papel y escribió lo que sigue:

Tras despertar de un sueño
donde volví a perder a quién amé

No es posible,
lo soñado fue real,
lo vívido una sombra banal
en modo alguno estable,
lo sentido un espectro en el abismo
que cuando muere ya no es lo mismo.
Desvelado por los sueños,
intento recuperar amores perdidos
pese a que ya despierto,
los busco como sombra sin sentidos
que alumbra los solitarios desiertos.
Ella sujetó el yugo fatal,
mas no volverá, así lo advierto,
dañado con arma letal,
a no ser que acuda cuando soñada
retornando a ser amada,
dando licencia al sentimiento.
Te perdí entre vagones
de un metro oscuro,
como aquellos trenes
se esfumaron en un conjuro.
Y, mientras yo, con un recuerdo,
que fue real al ser sueño puro,
soy de las sombras atuendo
y de las risas del hado señuelo sin freno.
Quebrado, imito sonrisa afable,
en tanto que un apagado trueno
aplaca en mi alma diciéndose:
[ "No es posible,
no..."
Es imposible porque este despertarse,
quedarse turbado sobre la cama
recordando a quién todavía se ama
no es meramente un desesperarse
sin un contenido definido,
estoy aquí porque ha resurgido
la llama que ha prendido y se ha hecho [imagen,
que onírica ha nacido
como así las fantasías surgen.
En este caso,
lo soñado es tan real y concertado
en semejanza a mi ánimo laso,
con el espíritu minado y agarrado
que figuró a la amada ausente.
Yo la buscaba sin encontrarla entre la [gente,
atravesando ínfimos pasillos,
mirando atentamente los rostros si acaso
ella podría aparecer enfrente.
Por una intuición guiado, caí al foso
de aquellos enamorados y olvidados
para decirme, con un temor terrible:
"No es posible, no... ¡Imposible!
Pero no, lo soñado fue real,
lo vívido una sombra banal..."

miércoles, 16 de octubre de 2019

Respuesta versada a Francisco de Quevedo por su soneto "Amor constante más allá de la muerte"

Respuesta versada a Francisco de Quevedo
por su soneto "Amor constante más allá 
de la muerte"

Soy, fuí y seré polvo enamorado
siempre con el pecho al descubierto,
y con una ardiente llama en aumento
que me recorre el espíritu encaustrado

De mi vida no caeré en olvido,
pues ante las gentes procuro el enfrentamiento
yendo allá con el rostro abierto,
despierto, incluso, estando dormido

Cuando la inesperada llamada
me sorprenda, invocaré a la llamarada
que me recorra el alma amada

cual lazo espiritual. Cada
lance o desaire otorga fuerza alada
que jamás muere, para siempre será vívida

Con agradecimiento al gran Francisco de Quevedo Villegas por su poesía y sus sentidos pensamientos.


lunes, 7 de octubre de 2019

Ilusión proveniente de amores pasados


Emprendo el camino de regreso al amado hogar por las acostumbradas sendas de los recuerdos, mas en esta ocasión voy a valerme de mis propias piernas para disfrutar así de los deleites que me ofrecen el paisaje. Y, de nuevo, las conocidas carreteras mal construidas en cuyos lados están repletos de hierbas silvestres muchas veces pisoteadas por quienes transitan por estas vías. También, como puestos a propósito, siguiendo unas determinadas líneas, se encuentran algunos árboles, que procurando mantener las distancias, han comenzado con el paso del tiempo a rozarse unos con otros mientras un suntuoso viento los zarandea aventurando aquello que regresa, lo inesperado del pasado.

Yo estaba como digo, recorriendo estos lares con mis pasos como así también con mi mirada. Cada cosa que veía no podía dejar de recordarme otros tiempos mayormente dichosos, que se me parecían ahora tras las tristezas pasadas, un lastre en semejanza a una pesada carga. En cada mañana sentía un saco a mis espaldas y me decía: "¡Ay, espero que al próximo día esta sensación de peso se me vaya!" Pero, al cabo, nunca cesaba e insistía con la luz del nuevo día. Hasta que me dí cuenta que aquel saco que tan pesado se me hacía, no era algo exterior a mí mismo como los objetos que a veces portamos, sino que, muy al contrario, era parte de mí. Y desde entonces, os juro que he procurado acostumbrarme. Sin embargo, todo ha sido en vano.

Precisamente por ello, puede que me encuentre como ahora mismo andando en dirección hacía ningún sitio. Me hago el perdido de cara a un plano real y tangible porque en verdad también lo estoy en un sentido mas interno, profundo incluso ¡Pero qué me digo! ¿Se puede saber a quién diablos estoy hablando con el pensamiento? En fin, yo seguí rastreando mis pesados pies por la carga que llevaba a las espaldas tan tranquilo, en sosiego aún que tuviese aquellos laberintos internos que jamás conducen a ningún lugar determinado, pero que, a su vez me mantienen en vida. Mientras se esté uno en contradicción consigo mismo se procura -aún con el pesar que conlleva- seguir vivo. Muchas veces mis allegados me aconsejan que procure escapar de esta encrucijada que me roe las entrañas, que deje de insistir en lo inevitable que tienen todos los asuntos préteritos. Yo les respondo muy ufano escondiendo mi dolencia en cuanto puedo en tanto que me aprieto sutilmente las sienes: "Es que no puedo... Después de todo lo que ha pasado, no soy capaz de olvidar. Me es imposible, y mucho mas dejar atrás aquello que me alimentó de vitalidad en mi etapa más oscura." Ellos me miran con cierta sospecha, como si mi secreto tuviera algo de misterioso y arquean las cejas mientras ladean la cabeza en señal de desaprovación ¡Pero qué voy a hacerle si esta búsqueda ha perdido desde hace tiempo su sentido y dirección!

Y, mientras esto contaba hacia mis adentros, una figura que en la distancia me parecía extraña hizo retornar de vuelta mis impresiones concernientes al mundo exterior. No comprendía la razón de que otro paseante me resultase lo suficientemente interesante para detener mis devaneos circulares. Pero, en la medida que me iba acercando, los latidos de mi corazón se tornaban acelerados. Parecía una mujer que esperaba al próximo autobús en una parada rodeada de una otoñal niebla, aunque no era una mujer cualquiera; era ella. Sí, no podía confundirme en esta ocasión, comencé a estar seguro de que se trataba de la mujer proveniente del pasado que ahora habitaba mis sueños Los ojos podrán engañarme de vez en cuando si no estoy muy advertido, mas este temblor de mi pecho no se agita por nada.

En efecto, cuanto mas cerca me hallaba más me certificaba en mi fuero interno de que sería ella "¿Que hará aquí de nuevo? ¿Vendrá para verme a mí? ¿Cómo debería reaccionar después de tanto tiempo?"- me preguntaba sin ser capaz de responderme. Sus rasgos eran cada vez mayormente definidos, la corvatura de su nariz y su particular esbeltez desproporcionada no podía matizarse entre la neblina como si se tratase de un capricho. Hasta sus ojos saltones y marrones parecían responder a lo que estaba ocurriendo en mi interior, incluso, podría decirse que miraban hacía mi dirección. "Es probable que me haya reconocido estando tan cercano a ella. Voy a comportarme como si todo me diese igual, pasivamente para que no advierta mi perplejidad ante su presencia" -seguía diciéndome frunciendo la frente y haciendo contorsiones con los dedos de la mano.

Ya cuando aquel estruendo que se ocasionaba en el foso de mi alma alcanzaba su culmen, cuando estaba apunto aquella tormenta de aplacar mi espíritu, cuando la respiración iba a dar paso a la mayor tempestad jamás pensada, cuando iban a ser las súplicas y las lágrimas, pude darme cuenta de que eran imaginaciones mías. Justo cuando estaba a pocos metros de aquella mujer, la ilusión se borró y su rostro me fue desconocido. No era ella, era otra persona ajena. Su estar y su presencia desde la lejanía se me hacía tan parecida, que por un momento pensé que... Otra vez dejé engañarme por una esperanza sin fundamento debido a mi frustración interior. Nunca lograré curarme de esta enfermedad amorosa. Me resultó tan similar a la distancia... Quizás sería por la niebla. Pero no, la culpa fue mía, toda la culpa siempre será mía.

Moriré tarde o temprano y la misma figura me seguirá acosando, ya sea en sueños o en espejismos como el narrado a modo de ejemplo. Mientras ella todavía permanezca en mí, seguirá componiendo la parte esencial de mi mundo. Debería interiorizarlo para que así en un futuro no me sea tan duro de replantearlo. No, de nuevo me engaño. Sé que eso no será así porque me perseguirá durante toda la vida en la medida que siga habitando en mí. No puedo dejarla pasar como si hubiere sido un acontecimiento cualquiera, como quién se quita la camisa al hallarse esta ya sucia. Al fin y al cabo soy el hidalgo quebrado, he de permanecer en mi posición y hacerle justicia a mi nombre. Sea así.


Desesperado del pasado amor, confunde el rostro de su antigua amada

Delante de mí, bajo mi sorpresa,
apareció un rostro conocido
que provocó el intenso latido
del que no responde y sopesa

Allí te vi, en figura luminosa
con tu aspecto acostumbrado y embellecido,
mientras, que, mi ánimo embebido
certificando y no creyendo tal promesa

se dijo: "¡Ay, cruel proeza
fue el volver a verte
en aquella forma ilusoria! 

¡Ay, qué onírica pobreza 
la de pensar por un instante,
poder volver a amarte ya no sólo en la memoria!