sábado, 17 de agosto de 2024

Justicia onírica

 

Eran tiempos oscuros, casi nocturnos. Tiempos en los que nadie se fiaba se nadie, donde todos se confinaban en sus casas por temor a los otros y bajo ningún concepto abrían sus puertas a invitado alguno. Se desconoce cómo empezó todo, de donde provenía ese miedo y por qué cada ser humano sobre la faz de la tierra actuó de idéntica manera. Lo único que se sabe es que aparecieron una serie de tribus por todas partes que atemorizaban a las gentes bajo própositos oscuros, y que sin conocer a ciencia cierta de las consecuencias que se derivaban de ser capturados por ellos, todos evitaban que les atraparan, como si esta circunstancia fuera pareja a la muerte misma.

En una de aquellas oscuras noches, yo me encontraba encerrado en mi casa leyendo uno de tantos libros de mi biblioteca personal. A voz de pronto no recuerdo su título, mas sí podría decir que versaba en torno a algo relacionado con saberes ocultos, con aquello tan secreto que es mejor que permanezca en los libros y que no salga al exterior en forma de palabras articuladas. El caso es que yo estaba sentado en una cómoda bien arrebujado de gruesas mantas leyendo cuando alguien dió al timbre, y al notarse ignorado, comenzó además a golpear la puerta con frenesí. Pero no bastándoles con ello, también varias voces al discordante unísono empezaron a gritar con insistencia pidiendo auxilio y clemencia. Temiendo yo que tanto escándalo llamase la atención -pues siempre pasaba que cuando unos llamaban, acababan juntandose más- y que hasta rompieran la puerta, accedí a atenderles con cierto recelo.

- ¿De qué se trata? - inquirí tras la puerta.

Pero millares de voces confusas me respondieron, agitándose en una especie de histeria colectiva que no auguraba nada bueno. Confuso, me asomé con cautela por encima de la puerta, y pude ver a varios amigos del pasado con cara de espanto, y sus frentes, goteantes de sudor frío debido a la desesperación. Ellos me reconocieron, sabían a dónde venían, y por ello, volví a posicionarme tras la puerta dubidativo. Mas siguieron insistiendo pidiendo auxilio, diciendo que estaban siendo perseguidos y que necesitaban un lugar en el que cobijarse. Así que, sin saber qué hacer, opté por dejarles paso advirtiéndoles que en modo alguno entrasen en la casa, sino que se quedasen refugiándose en el jardín.

Acto seguido a estas indicaciones les pregunté:


- ¿Se puede saber qué demonios hacéis aquí?

- Demonios, por eso estamos aquí -me respondió uno de ellos, y continuó- Sabíamos que tú tienes la casa más segura de toda la zona, así que decidimos pedirte ayuda precisamente por eso. Estamos siendo perseguidos por los vindicalistas, esos monstruos que quieren hacerse con nuestra carne.

- ¿Por qué iban a querer devoraros?

- No lo sabemos -respondió otro culminando así la conversación.

"No va a quedar otra, tengo que llamar a los zunhui para pedirles consejo y protección, este asunto me parece cuanto menos extraño" -pensé para mí mismo, y después se lo comuniqué a mis nuevos acompañantes que se limitaron a darme como respuesta semblantes cargados de confusión. Viendo que estabamos de tal guisa, entré en la casa y cobijándome en una habitación apartada, alcé mis brazos mirando hacía la ventana y declame en alto:


"Acudan a mi llamada

aquellos soldados perdidos,

locos enajenados por un hada

y que buscan sombra de destellos.


Vengan a mí los huidizos

zunhui que a cualquiera derrotan,

y que bajo demoniacos hechizos

al enemigo desde dentro explotan"


Al poco de lanzar estas palabras, la ventana se abrió por sí sola animada por un secreto resorte, y a través de la oscura vereda, de los cúmulos de casas silenciosas y de los montes que se encuentran mas allá de las fronteras, se escucharon una serie de rugidos de guerra. Y tras estos, pudo sentirse cómo la tierra temblaba, el viento se agitaba advirtiendo de masas vivas y cada cosa en la lejanía parecía implorar el cese de todo movimiento. Pasados algunos minutos de esta sucesión de ruidos y desplazamientos lejanos, pudo advertirse desde el principio de la calle que gran cantidad de seres marchaban cual ejercito adornado por cascos e indumentaria militar en general completamente barnizada de negro, mientras que sus pasos iban a compás como ocurre con los soldados bien entrenados.

Así que decidí salir yo mismo a recibirlos a comienzos de la calle, saludando a cada uno de ellos con la debida cortesía pese a que se trataba de mis fantasiosos compañeros, y cuando ya me recorrí la primera fila me sitúe al final de la misma para hablar con el más anciano de ellos, el cual tras el mismo saludo cortés me preguntó por el motivo de aquella llamada.

- Han venido unos antiguos conocidos a mi casa, por lo visto tienen miedo de los vindicalistas que les persiguen. No me han explicado el motivo, pero me temo que algo han hecho para que estos quieran vengarse de ellos.

- Así es, siempre hay un motivo -me respondió el anciano, mientras que mirando hacía delante siguió diciendo- Los vindicalistas no hacen las cosas por aburrimiento, probablemente fueron ellos los primeros que les ofendieron. Yo que tú hablaría con ellos en compañía de un pequeño destacamento, y al saber que los zunhui están contigo estarán abiertos a una negociación.

Asentí ante su aseveración, pues consideré que estaba cargada de la debida prudencia, y mientras dejaba que todas las facciones de aquel ejercito se situasen para acampar en el patio, me dirigí a la sección femenina de aquellas criaturas para preguntarles acerca de su opinión sobre aquella situación. Me respondieron que algo sabían al respecto, pero que como no eran datos seguros preferían replegar sus consideraciones al silencio. Además, también me pidieron que al menos un par de ellas me acompañasen junto al destacamento para hablar con los vindicalistas en tornó a la situación. Confirmé con la cabeza, y una de ellas que era muy alta y esbelta se posicionó a mi lado para enseñarme cómo gestaban a sus bebés. Por lo visto, estos estaban metidos en un diminuto barreño de tierra humeda, y al principio eran huesos diseminados por su interior, mas con el tiempo estos fermetaban, desplazándose como las raíces de una planta, y se animaban dando vida a un ser que se parecía a un bebé humano pero muchísimo más pequeño y algo verdoso. Después, se le plantaba de pie sobre barro húmedo, y con el tiempo este iba creciendo hasta que se convertía en un soldados zunhui que sólo requería algo de entrenamiento.

- Y así es cómo tienes a tu ejercito servido -me dijo ella- En nosotras el proceso es bastante distinto, en otro momento si gustas puedo contarte cómo nos formamos, pero me temo que sería muy largo de explicar teniendo en cuenta el tiempo que tenemos. En fin, lo mejor será que vayamos tomando posición como los demás.

Entonces, una vez dentro del jardín, estuve inspeccionando la situación de las tropas junto a sus necesidades. Mis amigos del pasado se quedaron boquiabiertos, no entendían qué eran ni de donde habían salido aquellos seres, incluso pensaban que se trataba de los propios vindicalistas. Yo les dije que no se preocupasen, que lo dejasen en mis manos y que llegaríamos a una solución, mientras que por otro lado iba seleccionando aquellos que formarían parte de aquellos soldados que harían el destacamento que me acompañaría a hablar con los vindicalistas. Una vez elegidos junto a dos mujeres de los zunhui, salimos de las fronteras de la casa para dirigirnos a nuestro destino.

Este no se encontraba muy lejano a aquella zona, sólo había que bajar la calle hasta casi el final, y ya desde ahí torciendo al sendero siniestro internarse en un pequeño bosque cuya entrada se encontraba adornada por dos robles a punto de derrumbarse. Ya en su interior, todo era oscuridad, mas como conocía de aquellas sendas nada temía a pesar de estar rodeado por una especie de neblina y por las ramas caídas de multitudes de especies de árboles. Mientras íbamos atravesando aquella zona nadie se atrevió a pronunciar palabra alguna, puesto que nos comunicabamos a la perfección con la mirada. Para que el lector se lo pueda imaginar, íbamos el anciano y yo junto a las mujeres zunhui por delante, mientras que por detrás a escasos pasos nuestros el destacamento que antes de salir de excursión había seleccionado para que me acompañase.

Cuando ya llegamos a la zona señalada por nuestras mentes, el anciano zunhui se adelantó dos pasos, y justo desde su posición hizo una indicación alzando la mano para que todos nos detuvieramos. Justo en ese momento, salieron desde la oscura espesura tres seres de gran altura, casi semejante a la de los inmensos árboles que nos rodeaban, y que curiosamente eran semejantes a los zunhui en lo que respecta a su piel oscura y a la severidad casi salvaje de sus facciones, a excepción de la ya mencionada altura, y a que su semblante se encontraba rodeado con una espiral que a su vez tenía varias esferas verdosas que les recorrían toda la cabeza, concretamente les partía por la mitad el rostro respecto a la nuca. Estos parecían al principio inexpresivos, pero acto seguido dirigieron sus ojos amarillentos en mi dirección como cediéndome la primera palabra.

- Veréis queridos vindicalistas -comencé- acudo a vuestros dominios para consultaron acerca de una cuestión que a vosotros atañe -viendo que estos prestaban atención tanto a mis palabras como a mis gestos, decidí proseguir- La cuestión a la que me refiero es que por lo visto unos hombres huyen de vosotros, y estos han acudido a mí, y pese a que me son conocidos por compartir mi infancia, quisiera saber cual es el motivo de vuestra persecución a los mismos. Baste decir que vengo para buscar una solución al conflicto, y para demostrar que mi próposito es buscar la concordia os indico que estos se encuentran en el jardín justo a los restantes destacamentos de zunhui, que como véis me acompañan. Y ahora, si queréis, indicarme vuestro problema respecto a ellos y una posible solución al mismo.

Al acabar de declarar estas palabras me incliné en señal de respeto, aunque levemente para que este no fuera extremado. Y entonces, el vindicalista que se situaba justo en el centro, que por altura y las arrugas que le recorrían por la frente deduje que era su líder, se sentó sobre una amplia roca que se situaba debajo suyo. Calló durante un instante, haciendo señales con la cabeza, que subía arriba y ascendía abajo, evidenciando que estaba meditando lo que le había dicho instantes antes. Cuando parecía que había tomado una resolución, acercándose un tanto a mí me dijo lo que sigue:

- Así es, nosotros los vindicalistas hemos tenido serios problemas con esos humanos. Estos se creen que toda la creación está dispuesta para ellos, y desde que el mundo se tornó tan oscuro, han ido de aquí para allá haciendo lo que gustan. Desde que el hormiguero se ha roto y fragmentado, caminan por todos los lados huyendo de nadie sabe qué, pero causando bastantes destrozos por el camino. Estos queman bosques, rompen el entorno y se mueven sin conciencia de sus actos. Y dió la casualidad que en una de esas ocasiones, esta actitud nos afectó a nosotros los vindicalistas, así que decidimos tomar las debidas represarias. Mas, examinando tus palabras, y observando cierta coherencia en ellas, accedo a un trato contigo y tus zunhui -al ver que yo asentí con la cabeza en señal de qué me indicase sus condiciones, este gran vindicalista siguió diciendo- Así, pues, considero que lo justo sería que bajo tu asentimiento y elección, dejases que matasemos a cinco de los humanos en ritual de sacrificio, dejando vivos a tres de ellos para escarmiento del resto de su comunidad. De tal manera que por un lado cumplirías con tus palabras respecto a ellos, como también lo harías con nosotros, cumpliendo así nuestra justa venganza.

Viendo que eran justas sus condiciones, no tuve que meditarlo mucho, accediendo así a las mismas. Al final era verdad que la actitud de los seres humanos era semejante al de las bestias sin raciocinio, siempre se producían disputas por su culpa, a la par que allí donde pasaban, lo arrasaban. Además, de aquellos viejos compañeros de la infancia sólo guardaba buenos recuerdos de tres de ellos, así que poco me importaba lo que fuera de los otros cinco, los cuales se habían comportado de una forma lamentable conmigo en aquel pasado remoto. Así, que, por un lado cumplía con la justa queja de los vindicalistas, y por otro, lograba devolverles ojo por ojo a esos caprichosos malcriados.

Firmar nuestro trato, y encaminarnos a mi casa para realizar el ritual fueron dos cosas que se resolvieron en una. Y cuando llegamos, comuniqué al resto de los zunhui que esperaban mi decisión cual era esta en tanto que poco después se predisponieron los preparativos cargados de los gritos de angustia de los que iban a ser sacriticados a la par que por los lloros de quienes tenían que observarlo como escarmiento de toda la humanidad. Mientras los vindicalistas hacían de las suyas, descuartizando y haciendo desaparecer a esos desdichados hombres sobre la faz de la tierra, permanecí sereno con una sonrisa impresa en mi semblante pensando en la fiesta que se daría después para celebrar este nuevo tratado de paz entre los vindicalistas y los zunhui ¡Qué bien lo pasaríamos, y cuanto beberíamos para festejar tal feliz resolución! Cantaríamos, bailaríamos y nos volveríamos completamente locos. Sólo nos cabría preocuparnos por la jaqueca debido a la resaca del día después.

domingo, 4 de agosto de 2024

La operación

 En literatura hay una especie de callado debate en torno a sobre qué tipo de personas hemos de escribir, en concreto a si estos supuestos personajes deben ser ordinarios o tan extraordinarios que linden con un heorísmo imposible de emular. Los primeros sostienen que si se escribe sobre gentes que nos podemos encontrar en el día a día al lector le será más sencillo empatizar con ellos hasta el punto de verse reflejado él mismo, mientras que los otros dicen que si uno lee una determinada historia es precisamente para escapar de la vida cotidiana, y que por ello, es mejor optar por los grandes personajes y sus aventuras imposibles excepto para la imaginación. A tenor de este asunto baladí para cualquier persona medianamente seria, he decido escribir sobre alguien que aún siendo lo más ordinario que uno pueda pensar, le sucedió algo que cabría calificar cuanto menos de extraordinario, e incluso terrorífico para muchos. Así pudiera ser que ambas facciones esbozarán una media sonrisa al sentirse complacidos, aunque los más es posible que se aparten de esta crónica como quien contempla algo horrible, casi traumático, pero de lo cual no se olvidará jamás.

Un tipo llamado Miguel, de vida anodina y hasta aburrida se daba su paseo matutino de todos los días. Era la clase de persona que había tenido una vida tan lineal y predecible, que a cualquier escritor le parecería un insulto bochornoso el novelarla, casi un castigo. Por ello, no voy a hacer cómplice al lector de este hastío, eliminando así un esbozo biográfico que más inflaría los carácteres que no añadiría sustancia al asunto. Sin embargo, quisiera que se imaginen lo ordinario de este hombre para que lo que vaya a continuación cobre de un sentido extraordinario. Piensen en un hombre que sobrepasa la cincuentena, más bien gordo debido a su situación acomodada, adornado con una calva incipiente que le va asomando por su ya escaso cabello y que además porta consigo unas ojeras que merecerían un premio en longuitud. Este hombre mientras va paseando tan plácidamente, tan lentamente que hasta una tortuga le ganaría en una carrera, se le va balanceando esa tripa que carga consigo acompañado por un redoble de tambor cual si acabará de salir del circo, también sus pectorales aunque masculinos parecen cargados por una cantidad de feromonas que le otorgan de ese caliz femenino. Él, obviamente no se da cuenta de estos detalles, ya que evita mirarse en demasía en el espejo y además, ha activado una suerte de sistema de autodefensa vital basado en estimarse por otras facultades que no se reduzcan a un componente físico.

Pues bien, Miguel que pasaría desapercibido en alguna aldea remota de los Estados Unidos, caminaba como quién se columbia por la vida, despreocupadamente cual inocente que todavía conserva su alma de niño, hasta que de repente comenzó a sentir unas fuertes punzadas en el estomago. Al principio pensó que se trataba del hambre que llamaba a su estomacal puerta, pero en seguida lo desechó al considerar su ingente desayuno. Parándose en seco para reflexionar, tuvo una mayor conciencia de su dolor, el cual se distribuía por su estómago mediante un cúmulo de descargas eléctricas en un comienzo, que según avanzaban se convertían en millares de agujas que se distribuían por todo su estomago como si sus interiores estuvieran atrapados por una trampa mortal. Esto le hizo pensar que lo más probable es que estuviera malo, así que dió media vuelta para retornar a su pequeña casita.

Una vez en ella, le abrió su mujer, muy entrada en carnes del mismo modo que él, y cuando le narró sus dolores de forma dramática, con la cara desencajada todavía por ellos, esta le respondió que quizás fuera una ulcera por su abuso del picante. Esta explicación le resultó satisfactoria, así que decidió guardar cama durante todo ese día. A la mañana siguiente seguía igual, se fueron pasando los días y las semanas hasta justo dos meses y no notaba mejoría alguna, todo lo contrario. Esos punzantes dolores se fueron convirtiendo en el trascurso de todo ese tiempo en punzones cada vez más gruesos que le penetraban su estomago liberando sus jugos gastrícos en una evacuación forzada, incluso durante ese tiempo llegó a adelgazar unos veinticinco kilos puesto que no comía, es mas ni se movía de la cama a excepción de para necesidades inmediatas como ir al baño o rellenar su botella de agua.

Así, pues, acudió a su medico de cabecera que por ser un buen amigo le dió cita con antelación a otros pacientes, derivandole así a urgencias. Tras el examen dijeron que efectivamente algo no funcionaba como debiera pero que no estaban seguros de qué se trataba, así que ingresaron en un hospital cercano y le hicieron una serie de pruebas. Tras un tiempo, determinaron que tenía un tumor estomacal bastante grave, pero que por suerte se dividía en una especie de redondeles repartidos por su estómago. Aún con ello, lo conveniente era operarle lo antes posible para evitar que se extendiese por la totalidad del organo. Miguel, como podía preverse en una persona harto ordinaria, acogió esta novedad con estupefacción, casi sin saber cómo debía reaccionar, completamente perplejo y hasta desconcertado. Por primera vez en su vida pensó en la muerte, mas por miedo a lo que podría desarrollarse en el transcurso de sus reflexiones, optó por dejar de pensar en ello para agarrarse a la esperanza de que salvaría su vida.

A los pocos días, ya estaba tumbado en la camilla de camino a la sala de operaciones. Se deslizaba con tal rápidez por los interminables pasillos que casi parecía que el enfermero que le llevaba estaba jugando a las carreras con el resto de los enfermeros que portaban otros pacientes, fantaseó con esta idea y esto le imprimió en sus gruesos labios una mueca que evocaba una sonrisa a medio formar. Desde que se puso enfermo, era la primera señal de alegría que había tenido, puede que la esperanza de que iba a recuperarse tras la operación le alentaba a tener una perspectiva más optimista, hasta humorística. Mas aquello duró poco, pues justo antes de entrar en la sala donde se le operaría, apareció su mujer con un semblante cargado de tristeza, tanto que el recorrido de sus lágrimas habían dejado trazos bajo sus ojos. Su breve encuentro le dió una sensación como de entierro, lo cual le desalentó pegándole esa especie de humor lugúbre muy propio de los funerales.

Una vez en la sala de operaciones, los médicos que le operarían le hicieron una serie de indicaciones, entre ellas el procedimiento que se llevaría a cabo en lo referente a la anestesia. Miguel escuchó con atención, no perdiéndose detalle alguno ya que según él pensaba entonces, de ello dependía su vida. Cerró los ojos procurando guardar calma y compostura, todo fue difuminándose hasta que llegó la oscuridad y el silencio. Pero como si tan sólo hubiera pasado un instante, volvió a abrir los ojos cual si hubiese tenido una mortal pesadilla. De repente, vió que seguía en la sala y que en ese momento le estaban operando. Los médicos, centrados en diseccionar su estomago con bisturís y otros aparatos parecían no darse cuenta, pero en verdad Miguel abrió los ojos y pudo verlo todo. Cargado de pavor, comenzó a temblar mientras sentía el clavarse de los instrumentos clínicos en su estómago, y mientras así lo hacía, el temblor se convirtió en una agitación desesperada de todo su cuerpo. Fue entonces cuando los cirujanos se dieron cuenta de que su paciente estaba despierto y comenzaron a revolotear por la sala en busca de una mayor dosis de anestesia.

Cuando regresaron con todo preparado, vieron que una especie de masa verdosa salía del interior de las tripas. Alarmados por si habían tenido algún fallo sajando algo que no debieran, como por ejemplo la vesícula biliar, inspeccionaron la zona por si podrían cerrar la herida olvidándose de que el pobre Miguel seguía despierto, contemplando todo con sus ojos desorbitados al sentirse en una pesadilla de la cual no podía escapar. La susodicha masa verdosa fue definiendose, creciendo, y afianzandose en los intestinos de su portador, hasta que este captó su presencia, puede que con mayor espanto que los propios médicos. Estos, sin saber qué hacer, se quedaron paralizados, viendo como esa entidad aumentaba en magnitud, ya definiendose con notoriedad como una especie de masa disforme que se balanzeaba de un lado para otro animada por una inspiración vital que bien podría decirse que provenía de los infiernos.

La masa verdosa fue haciendose cada vez más grande, y cuando ya por fin los médicos resolvieron hacer algo al respecto, portando cada uno un bisturí en la mano para cortarla desde su nacimiento, esta comenzó a balancearse de lado a lado con tremenda violencia, dispersando a todos los presentes a los extremos de la sala. Viendo este panorama, Miguel empezó a gritar con desesperación no entendiendo qué estaba ocurriendo. Fue con ese grito con lo que la masa verdosa adquirió una mayor rigidez que adoptó su debida expresión atacando a los médicos que en ese momento estaban intentando levantarse para salir de la conmoción en la que se encontraban. Esta los atravesó, provocando que emanaran efluvios de sangre por toda la sala, acompañados por los gritos agónicos de los presentes que ya se agitaban en señal del último estertor de la muerte, convulsiones fatales que les conducirían al fin de sus rutinarias vidas de médicos.

Miguel, sin saber cómo, sacó fuerzas de la flaqueza y se levantó de un salto para comprobar el horror del que él era de cierta manera participe. Ya de pie, pudo comprobar que la masa verdosa se desplaza desde sus interiores en correspondencia a sus propios movimientos, y en una reacción que más provenía de la locura que de otra cosa, se lanzó al pasillo corriendo y pidiendo auxilio como un hombre que ya no es dueño de sí. Con tal mala suerte, debido probablemente a que ni observaba por donde pasaba, que vino a dar con un ventanal sobre el cual se precipitó. Y por raro que parezca, mientras caía le dió tiempo a pensar en los últimos acontecimientos, siendo por vez primera consciente de que aquellos dolores que sitió en el paseo de dos meses atrás supusieron el preludio a lo que hasta hacía escasos minutos había sucedido. Es decir, que durante aquella mañana y los días en cama que se sucedieron, aquel extraño ser se estaba gestando en su interior, corroyéndole las entrañas, y haciendo de su estómago el nido que suponía ser su hogar. Aquello le estremeció mucho más que la masacre de la sala de operaciones. Justo antes de estamparse en el suelo, pudo dar un breve repaso a su anodina y aburrida vida para dar un paso que le abriría las puertas de bienvenida a la incognita que supone la muerte.

Cuando la policía encontró el cadáver de Miguel, sólo pudieron determinar que se trataba de un suicidio cuasi-inconsciente debido a la conmoción sentida al despertarse en mitad de la operación por un error humano de la anestesia. La muerte de los médicos, a su vez, también suponía un homocidio inconsciente debido al mismo motivo. Cierto es que les extrañó las pequeñas manchas verdosas que encontraron entre los cádaveres, y sobre todo en la tripa abierta del supuesto suicida, mas como lo mandaron a examinar en laboratorio y dijeron que tenía el mismo ADN que el paciente, pensaron quizás ingenuamente que se trataba de una sustancia desprendida en relación al tumor que comprobaron que Miguel tenía gracias a los informes médicos. Así se cerró el caso y se quedaron tan tranquilos. Respecto a la extraña masa verde nada se supo ni se indagó en torno a ello, puesto que todos los testigos de la misma ya estaban en un lugar mejor, ajenos a las preocupaciones de este mundo.

Por último, la mujer de Miguel, ya viuda y conmocionada por el suicidio de su marido debido a una negligencia médica, denunció al hospital sin conseguir nada con ello. Lo cual la llevó a comer ingentes cantidades de comida para dar un sentido a su desdichada vida, conduciendola a una obesidad mórbida que por motivos obvios produjo su propia muerte pocos años después. Acabando su cadáver abandonado bastante tiempo sobre una cama que apenas resistía su peso, infestado de moscas y de gusanos, y siendo descubierta por el infecto olor que denunciaron los vecinos. Por suerte, no había ninguna masa verde por ahí ya que en la autopsia no se determinó que quedase fragmento verdoso alguno.