- Soy yo a quién buscas, querida sombra
cansada. Tras tantas tribulaciones
sufridas en pretéritas vidas,
sé que me comprendes como ninguna.
Siempre nos encontramos en estos
mismos páramos yertos, nos cruzamos
como dos almas corrompidas
por la cruel vileza de la que hace gala
este desdichado mundo. Y aunque,
en principio, nunca nos tomamos
nuestros encuentros como una cita,
siempre acabamos liberando
nuestras penas en forma de gritos.
Tan fuertes y temidos son
que dispersan toda la niebla que tenemos
al rededor, y aún los hierbajos secos,
acaban resquebrajandose en el aire,
partidos en millares de mitades.
Y así se forma un entristecido paisaje
que acaba produciendo su correspondiente eco en nuestros
amortajados espirítus de antaño.
Demasiado hemos vívido, amada sombra
mía. Demasiado hemos sufrido
como para seguir dando vueltas
sin sentido en una existencia
que desde el principio ya nos había
rechazado, incluso antes de tomarla,
esta ya nos miraba con desconfianza.
Por eso yo me tumbo en tu regazo,
y lloro sin remediarlo, doy rienda suelta
a mis lágrimas inyectadas en sangre
para que entiendas su símbolo.
Tú siempre me correspondes con una
melancólica sonrisa que connota
cierta compasión mientras acaricias
mis cabellos desparramados sobre
tus agotadas piernas de tanto bregar.
Lo siento, no puedo evitarlo.
Me es imposible mirarte, y no sentir
esa contradictoria mezcla entre
una felicidad contenida y una tristeza
innúmera que se esparce en los relámpagos que asoman en el cielo
durante nuestras desaforadas noches.
Sonrío porque sé que en algún momento
ambos vamos a morir y nos fundiremos
con esa criatura informe que habita
los espacios siderales de un mundo
desconocido allí arriba.
Mas también lloro porque conozco
que todavía nos queda tiempo
para seguir por aquí andando,
y sufriendo con cada paso dado.
Quisiera que los encuentros dispersos
se desvanecieran, y así se diera cabida
a un encuentro eterno en la nada
donde estaríamos juntos sin estarlo.
- No comprendo el deslizarse
de las gentes, como tampoco
las aleatorias palabras que profieren.
Sus gestos me son tan extraños
como sus caprichosas maneras,
así también sus habladurías me resultan
desconocidas. Ante tal situación,
me quedo en permanente quietud,
sello mis labios rindiendo culto
al silencio y cierro mis ojos
para no ver más atrocidades.
Cuando contemplo el mundo,
sólo percibo perplejidad
y desconocimiento porque en realidad
estoy ahondando en mis sárcofagos
interiores en vez de mirar rostros
deformados por aparentes tribulaciones.
Sólo comprendo allí donde unas cumbres
se remontan verdosas en la lejanía,
justo en el momento en el que el sol
se despide de su reino para dejar
su merecido trono a la hermosa reina,
que es la luna.
- Las brumas me sondean durante
mis entristecidas madrugadas.
Son como un poderoso canto
que sólo es pronunciado en alto
cuando la oscuridad se adueña del día,
acompañandose por una niebla espesa
que impide observar en la lejanía.
Muy pequeño me vuelvo al pertenecer
a tan inhóspitos y sombríos reinos,
de los cuales son un miembro desde
hace ya largo tiempo, anterior a la nevada
que asoló a un imperio entero.
Hay tanta húmedad, tanto deseo sofocado que no bastarían ni mil
sueños para lograr apresarme.
Cuando soy tan oscuro, resplandezco
con tanta potencia que me hago
indistingible de los rayos lunares,
y aún viéndome de cerca, no se
me reconocería al estar hundidas
mis facciones en suspiros siderales.
Cuando me hago tan pequeño,
también soy grande, tan inmenso
me siento que mis pies podrían
cercenar ciudades increadas,
y aún cotejándome de lejos, sería
muy díficil atisbarme al hallarme
en cuerpo fundido con las estrellas mendaces.
- La melancolía suele llamar a mi puerta,
y yo siempre la acojo grave y con pena.
Tan acostumbrado estoy a sus visitas,
que ya me lo tomo con monotonía,
porque además siempre repite la misma
secuencia: se queda aquí conmigo
unas cuantas semanas, abusando
de mis recursos y haciendo de mi casa
la suya, y ya cuando se cansa, se marcha
sin avisar ni dejar nota alguna.
En vano me preocupo porque sé
que cuando menos me lo espere,
volverá acompañada de muecas extrañas
golpeando con frenesí este sacorfago
mío hasta que la atienda como es debido.
Nunca soy capaz de ignorarla,
supongo que después de tanto tiempo
juntos he aprendido a comprenderla,
y me provoca hasta pena.
Escuchad cómo llora, y mirad cómo
se retuerce en mi desgastado suelo,
plagandolo todo con sus lágrimas
sangrientas y con las marcas
de sus uñas amarillentas
¿Cómo no iba a sentir compasión
ante tal demostración de profundo
sentimiento? ¿Cómo evitar conmoverme
ante un alma tan triste y que me recuerda
a mí mismo con mis desdichas?
Quizás, después de todo, sea esto
un teatro bien organizado para tener
un techo donde cobijarse de un mundo
en el que la melancolía está de más,
donde todos la miran con recelo
al haber sido demasiado usada en vano.
No puedo evitar sentirme reflejado,
y usar de mi brazo como su almohada,
así como de mi humilde morada
cual si fuera un templo dedicado a ella.
Ven a mí melancolía para que no tengas
que pasar sola las horas, que aún llueve
fuera y yo guardo para ti un siniestro calor
que te permita evaporar las lágrimas
desperdigadas en los desiertos del
no volver a verte nunca jamás.
- Gotas de lluvia se dispersan a través
de un paisaje incierto en la noche,
y mientras yo pregunto a mí alma dolorida
si hay salida cuando las venas hablan
por sí mismas. Hay un corazón que late,
balbuciente que se escapa entre toses
de un pecho que le sirvió de cárcel,
y cuando preguntan por él siempre usa
de la misma respuesta en forma de silencio. Callados son los ojos y dichosos
son los labios que interpretan la balada
de las sombras, intercalan las piezas
cual si fueran compuestas por algún
demonio aburrido que de tanto hacer
sufrir tomó el sensitivo sendero
de la auto-aniquilación. Ganas de perecer
tienen los viandantes sombríos
que atraviesan los suculentos prados
de los sueños, y todo porque estos
se acabarón convirtiendo en pesadillas,
hicieron del paraíso un infierno
debido a sus desmedidos deseos.
Sólo queda un arbol desvencijado
en el centro de aquel campo, y sus hojas
se deslizan por las ramas como si fueran
las últimas caricias del amante que sabe
que cuando la luz despunte será
su condena a muerte.
Yo sólo suspiro ante estas imágenes,
y aunque me conmuevo, prefiero seguir
siendo un mero espectador de pleitos
que en apariencia me son ajenos.
Me quedaré en mi sitio, cobijado
entre ramajes, siendo sombra
de mí mismo, preso y cautivo
de una naturaleza original que me impuso
el destino. Y todo aquello por el goce
de ver volar a la última rosa debido
al fuerte viento del invierno.
- En mi soledad, los pensamientos danzan
con extrañas figuras, siguiendo
un desconocido ritmo olvidado
desde hace demasiado tiempo.
Las puertas de mi alma se cierran,
impidiendo la entrada y la salida
de nuevas y viejas impresiones
que puedan perturbarme, mas aún así
todavía puede escucharse esa melodía
que antaño tocaba un anciano
interpretando una partitura de cítara.
Una vez dentro, cerrando los ojos,
pueden verse sucesivas imágenes
de las que no se sabe si ya acontecieron,
o ocurrirán en un porvenir eterno
cuando todos los seres se aniquilen
en aquel gran núcleo negro.
Incluso, si se agudiza el sentido interno
pudiera parecer que todo se comprende
sin comprender, que aún sin entender
todo recobra un oscuro sentido
que nos hace estremecer a la par
que nos enloquece con alegría
Quizás por eso también bailamos
pese a no saber a ciencia cierta
qué demonios es esta música,
ni el por qué de estos caprichosos
movimientos en los que se deslizan
nuestros descuartizados miembros.
Todo pareciera una farsa, una mala
comedia que bien podría decirse de ella
que se trata de una tragedia,
o en su defecto, un melodrama
que por su sombrío humor se diría
que nos provoca una risa incómoda.
A mi corazón no le queda otra
que suspirar, que aspirar toda la enegía,
tragarsela al completo y expulsarla
mas allá, allí donde los horizontes
están adornados por cien montes.
En mí habita una mujer desnuda
demasiado lujuriosa para rechazarla,
aunque también hermosa en demasía
para querer corromper su belleza
al intentar tocarla con el alma.
Ella es así de caprichosa, y tiene
algo de ángel y algo de demoníaca,
porta con ella unos amplios senos
como a su vez, unas delgadas manos.
Mirándote te deseará, esquivando
tus lazos, te temerá. Pasará de ser
una jovencita olvidada de este mundo
a una anciana recordada con desdén.
Mas, a pesar de todo, siempre será
la doncella que habitará en tus ojos.
- Segundo a segundo siento a la vida
desvanecerse, es cual si se escurriese
de mis dedos, de mis labios, de las venas
hasta algún vacío lugar donde ya no
queda nada porque se llevaron todo.
Es una melodía que se va apagando
paulatinamente, empieza sonando
por todo lo alto, y deslizándose,
pasa de hechizar a todo el auditorio
con sus exotizantes sonidos
a sonar tan bajo, que todos los presentes
se van acercando, apiñándose en una
sola fila, quedando sepultados en la misma tumba. Ay, la muerte fragante,
hermana inevitable del tiempo,
como este a su vez lo es de la ausencia
y el silencio, toda esa abundancia
tú te la llevarás allí donde justicia
e igualdad dejan de ser vanas palabras
para pasar a ser realidades efectivas.
Y aunque mis manos, mis ojos y hasta
mi corazón entero se vayan evaporando
por aquellas particulas negativas,
yo ya no tengo miedo a ese abismo
sin final, a ese foso sin fondo tan profundo porque he comprendido
que allí todos nos hacemos una misma
sustancia teñida de negro.
Pese a nuestra naturaleza perecedera, algo nímio quedará de nosotros ahí abajo
que nadie será capaz de rescatar,
al menos que se hunda con nosotros
en aquel paraíso invertido.
- Al final del camino no hay amplios
horizontes, ni tampoco grandes
perspectivas, tan sólo un montón
de edificios derruidos sobre un desértico
páramo abandonado por los hombres.
Cada trozo destrozado, cada fragmento
despojado son las lágrimas que lanzaste
sobre las marchitas flores en su día,
que en vez de alzarse venturosas,
se han hermanado con unas cuantas
piedras apestosas cubiertas de musgo.
Lo más lamentable es pensar
que cada una de las sendas a tomar,
desde las más animosas hasta aquellas
que por miedo nadie toma, llevan
a un mismo triste final, allí donde
confluyen todas las melancolías
nacidas en aquellas noches que lloraste,
y que creías haber olvidado.
Hay quién guarda este templo destrozado
como también hay quién procura
huir lo mas lejos posible de el,
pero después de todo ambos intentos
resultan igual de vanos, igualmente
frustrados como todas las humanas
aspiraciones, desoídas por los dioses.
Yo, antes de que llegara mi hora,
ya habito por tales parajes,
recorro a tientas por encima
de las tierras secas, y deslizo mis manos
sobre aquellas hierbas muertas,
recordando cuando la vida aún latía
en este abandonado lugar.
A veces me pregunto si esta desdicha
nos antecede a todos en el tiempo,
o si es posible que fueramos nosotros
quienes la invocaramos con nuestra
maldad y los consiguientes lamentos.
Si fuera lo primero, me resigno.
Si fuera lo segundo, me suicidaría.
Jamás me lo perdonaría.
- Sin yo quererlo me voy desangrando,
liberando aquella alma materializada
en fragmentos de líquida sangre,
que se desparrama sobre las alfombras
donde ángeles caídos posan sus alas
al descender con violencia.
Se presiente un hálito fatal de condena
en este aire demasiado cargado,
inflamado de sensaciones de pena
y de desagrado, ante el inevitable
fin de la pureza, su caída representa
la ruptura del cristal más impoluto
con el que cabría fabular.
Por eso lloran los ángeles que ahora
por caprichos del destino han pasado
de ser seres celestiales amados
y admirados por todos, a ser un conjunto
de demonios que tentarán a los fieles
desde infiernos inventados.
Sin darme cuenta, me giro y miro
aquel resplandor que fue tan respetado
en su vida, pero del que ahora llueven
lágrimas de sangre. Todas ellas
provienen de los cielos, desde donde
aquellas desdichas salubres se precipitan
alcanzando un semblante demasiado
consternado como para esbozar
una anodina sonrisa. De sus alas
antes blanquecinas y replandecientes
se ha formado una oscuridad que va
creciendo por momentos hasta culminar
en unas alas de cuervo, adornadas
por perlas sanguilentas, muestra
de demasiadas frustraciones calladas
¿Y qué hay de sus manos? Ahora están
temblando, temiendo que se transmuten
en horripilantes garras con las
que atrapar hermosuras escapadas
de aquellos palacios de latón.
Lloremos, lloremos junto a ellos
porque ese abatido sentimiento
que ahora tienen y que les hace
proferir gran cantidad de injurias,
será lo que algún día sentiremos
nosotros mismos cuando ya estemos
muertos.
- Muerden los demonios mis talones
cuando procuro escapar de ellos,
mas cuando a pesar de los sufrimientos
me acerco y congratulo con su presencia
parece que nos entendemos.
Si grito o me altero, es normal
que actúen en correspondencia,
abalanzándose hacía mi con saña y furia,
pero si mantengo la compostura
y mis labios se ensanchan mostrando
cordialidad ellos actúan con la educación
propia de los nobles en espirítu.
A pesar de toda oscuridad, de los prejuicios moralistas que enseñan
aquellos que sospechan vivir en la luz,
hay detrás de toda sombra un fulgor
mucho mas potente que la pretendida
serenidad de un día soleado.
Creo localizar cosas más siniestras
en aquellas que se desprenden
en los amaneceres, y aún al contrario,
en las noches hay sabidurías brillantes
que indican la elegancia de las tinieblas.
Llaman a la bruja por tal nombre
porque cela, se vela en un oscuro manto
cuando en realidad su pálido y hermoso
cuerpo resplandece cuando se desnuda,
y todas aquellas que creen conocer
la belleza en unos artificiosos harapos
descubrirán la pobredumbre al descubrir
unos senos flácidos.
- Aunque soy bastante pequeño,
mis tristezas y desgracias son inmensas.
Tan grandes son que sobrepasan
lo que mi vista puede alcanzar,
y cuando intento atisbar la tormenta
que se acerca, sólo gano con ello
dolores de ojos y de cabeza sin advertir
que algún que otro relámpago imprevisto
aterriza allí donde yo planto mi pierna.
Muchos de ellos ya me han impactado
en pecho, cabeza y aún en cuerpo entero,
de tal manera que aunque acostumbrado
me encuentro a los dolores que siento
en mis sienes y a los temblores
que me deja la electricidad por mi sustancia corporéa, no dejan
de acosarme los fuegos fatuos
que me rodean, jugando a mi al rededor
y burlándose de mis escozores.
Si fuera sólo el dolor, podrían resistirlo
mis malheridas entrañas, pero tanta
es la constancia de su repentina aparición
que a veces quisiera que su impulso
fuera tan potente, que me dejara
petrificado en el sitio, convertido
en la estatua invulnerable de mi mismo.
La muerte es una promesa irremediable
para muchos, y un consuelo para otros,
el alivio último para quienes somos
desdichados por estos bosques
pantanosos que algunos tienen la osadía
de considerar un paraíso terrenal.
Mas bien se asemeja a un infierno
con disfraz, a una chimenea donde
el fuego aún está caldeándose
entre los intestinos de la melancolía.
Siento como palpita el carbón,
como las ascuas se deslizan,
y también esa dulzura amarga
que antecede al estoque final,
aquel que da comienzo al cúlmen
de los desventurados paisajes.
Oh por favor, clava esa espada en mi pecho. Haz que brote la sangre,
que se alcen burbujas sangrientas
hasta el cielo en señal de la postrera
desdicha, de esa guerra cuya pérdida
supondría mi ganancia eterna.
Amigo mío, yo que siempre aposté
por la muerte tengo las de ganar
cuando esta sobrepase aquella vida
siempre pendiente por un fino hilo
que se balanzeaba sobre el abismo de siempre.
- Cuentan los vientos nocturnos
una historia plagada de tristezas
en donde un desdichado mortal
cargado de tribulaciones y de rencores
renunció a la salvación para lanzarse
hacía derroteros siniestros.
Allí, en su descenso al abismo,
lanzó un grito que estremeció
las columnas que sostenían
los pilares de la civilización.
Tan agudo fue su chillido que cuervos
y murcielagos salieron volando
despavoridos, desperdigándose
en los oscuros bosques
para cobijarse sobre retorcidas ramas
de sauces, alamos y otros arboles tristes.
Cuando llegó al fondo del foso,
allí donde toda degradación huele
a cuerpo en descomposición,
cubrió su rostro con la sangre
de futuros cadáveres, y sobre
las esculturas de los antepasados
escupió mientras reía con sorna.
Todos, desconociendo la razón,
le temen nada mas verle,
y si por lo que fuera se le encuentran
en una noche regalada con la niebla,
se quedan paralizados, temblando
sin dudarlo. Otros, a él se acercan,
con la curiosidad de un gato maldito,
y cuando se despistan, aparecen
aplastados por sus afiladas fauces
cual mordisco de mil tiburones.
Desde entonces, desde su negativa
a una falsa liberación, va caminando
cautivo de la luna, cuyo único replandor
es el que acepta de todo lo que brilla.
Cabizbajo pasea, con una impostada sonrisa, esculpida en un demacrado semblante, mas si uno con atención
se fija, descubrirá dos tenues lágrimas
que recorren sus pálidas mejillas
para acabar sumidas en el fango
del color del azabache.
- Cuando estoy inserto en la oscuridad,
durante mi soledad, pareciera que en mí
domina la quietud cuando en verdad
desde mi interior presiento un mundo
que se encuentra en perpetúa agitación.
Lo siento nada más cerrar los ojos,
esas sombras danzantes juegan
con mis párpados entornados
y me obligan a mirar hacía la nada
sólo por un capricho del destino.
Y aún mis labios se mueven por sí solos,
mostrando muecas y liberando
palabras que parecen provenientes
de idiomas de ultratumba
¡Ay, las femeninas carcajadas
que me circundan, acercandose
poco a poco hasta estrechar mi cuerpo
con la fuerza de cien damas musculadas!
Noto sus cuerpos rozándome,
y sus negros corazones regocigandose
de la suculenta sensación de aquel
pavor callado por los muertos,
pero que en sus eternos sueños
les hacen confesar sus vilezas lujuriosas.
Rostros, dedos y senos son presentidos
por unos ojos tan acostumbrados
a las tinieblas que captan tales formas
como si fueran pasajes rememorados
a pesar de hallarse presentes en este instante que se encuentra detenido
¿Por qué llorar cuando se puede reír,
batiendo palmas con frenesí
sólo por el mero placer que supone
pecar sabiendo lo que uno hace?
Yo también soy participe
de esta degeneración,
de esta desesperación
que conduce a la comunión de los seres
hacía espacios siderales apartados
de los confines tomados por humanos
¿Dónde estoy?
Allí donde la muerte y el desenfreno
se enlazan en impío matrimonio.
- Prisionero de mí mismo, alzo mi voz
cual cadena de mi condena
por si algún semejante sufridor
pudiera escucharme. Tan altos
son mis lamentos que las aves huidizas
se escabullen sobre los muros
con alambres que defienden mi cárcel.
Muchos años ha que he llegado
a considerar a las paredes estrechas
mi hogar, y a las grietas que las atraviesan mis confidentes.
Advierto observando tales hendiduras
que se entristecen cuando les cuento
mis penurias, puesto que al acabar
no es extraño que las lágrimas
formen húmedades en sus oquedades.
También el grísaceo cielo cargado
de lluvia parece comprenderme
cuando su escaso resplandor acaba
mutando en oscuridad declarada
durante mis amadas noches.
Casi podría decirse que me lanza
ese sombrío manto para invitarme
a cerrar los ojos, ya sea durante
unas horas, o quizás para siempre.
A tanto ha llegado mi locura
que al girarme no es extraño
que contemple diferentes sombras
reflejadas en el techo, desplazándose
muy lentamente, e invitándome
a su macabra danza como una mujer
salvaje, desmelenada a la desesperanza.
Ecos de mis pasos se divierten
confundiéndome, haciéndome pensar
que no estoy tan solo como creía,
que todavía hay quien baila
a mi compás de manera
que cabe el soñar con compartir
un lenguaje común, mas cuando caigo
en la cuenta de mi propia mentira
desfallezco en estremecimientos.
A veces sueño con que esta mi prisión
se pliega creando una salida
en forma de arco, y que yo me escapo
de ella cargado con mis alas negras.
Y sé que hay muchos que quizás
me considerarían un iluso por confiar
en una escapatoria tomada
de mi fantasía, mas a estos respondería:
¿Y acaso no consiste en esto la vida?
- Cada día se suicidan gran cantidad
de seres sin advertirlo, creen que siguen
viviendo cuando en realidad
van siendo sumidos por una carencia
universal, que los mengua poco a poco
con cada paso, con cada respiración
contenida. Ciegos, se conducen
allí donde toda apariencia se toma
como un patrón vivencial.
Mudos, parecen formar frases
con palabras tan huecas cual
la sentencia de sus tribunales.
Sordos escuchan el rutilar de sombras
espaciadas, y que toman
como la melodía de un infinito engaño.
Confusos afinan vista, oídos y olfato
hacía algo imposible de percibir,
pero cuya captación supondría
el resurgir de diversas lágrimas
lanzadas desde hace muchos años
hacía un oscuro abismo sin fin.
Desconocedores del auténtico terror,
de aquel pavor sin proferir gritos,
del temor último, dicen que todavía
tienen esperanzas e ilusiones
como estandartes, mas yo os digo
que estos fueron hechos cenizas
hace tiempo, desde que aquella
enorme bestia con vestidos
se nos impuso ante nuestros sentidos.
Todos somos participes de una mala
fábula cuyo teatral desenlace
sólo podría ser una trágica risotada,
con cinismo unos aplauden y otros
abuchean a la peor obra representada.
Quisiera ser el último en actuar.
- Diversos rostros observan a este
desdichado liberando sus sufrimientos
al pie de la calzada, los dejo ir
en forma de cenizas sagradas
que revolotean como hadas sangrientas
buscando una redención
que les fue negada antes de nacer.
Cuando ellas lloran, sus lamentaciones
se escuchan tan elevadas, cual alfileres
capaces de atravesar las más gruesas
paredes, y aún con ello, poco son capaces
de conseguir, pues sus innúmerables
muertes no levantan la compasión
de sus semejantes. Todos ellos
viven impasibles respecto a las desdichas
que les parecen ajenas sólo
porque no han logrado vislumbrar
la certera verdad que se esconde
tras un paraíso demasiado chillón
para ser cierto. Este ejerce la influencia
que únicamente una apariencia
es capaz de formar en las mentalidades
más nimias, aquella que se figura
que es un manto trasparente,
y aún así, nadie ve mas allá del mismo.
Sólo saben dedicarse a violar
a esas encarnaciones aladas de la belleza
haciendolas llorar como hijas bastardas
despeñadas de un alto monte
por los ingratos de sus padres.
Se limitan a lanzar improverbios
a sus dorados y brillantes semblantes
esculpidos por los ángeles caídos,
provocando sus callados sollozos
entre agitaciones corporales,
mutismos imprevistos que surgen
de la desesperación ante las ofensas.
Se divierten mutilando sus cuerpos
perfectos, arrancan sus miembros
aterciopelados y clavan sus dientes
en sus senos erectos, como los niños
malcriados que son, hijos del dios
tirano que antecede a los tiempos.
Así, pasan los años que rápidamente
terminan siendo sucedidos por los siglos
mientras las diosas están cada vez
más magulladas tras las palizas
que les propiciaron aquellos que adoraron
al dios de madera y al que cantan
cada vez que pasan por debajo
del arco de la tiranía. Y ellas tras tanto
dolor injustificado sólo aspiran
a exhalar aquel último suspiro,
el que les despojará de su corteza
terrenal para conducirlas hasta donde
se originan las fantasmales tormentas.
Si pudiera decidir, optaría
por no volver a nacer de nuevo.
Ahora ya por fin lo sé.