sábado, 2 de marzo de 2024

Elegías oscuras

 - Soy yo a quién buscas, querida sombra

cansada. Tras tantas tribulaciones

sufridas en pretéritas vidas, 

sé que me comprendes como ninguna.

Siempre nos encontramos en estos

mismos páramos yertos, nos cruzamos

como dos almas corrompidas

por la cruel vileza de la que hace gala

este desdichado mundo. Y aunque,

en principio, nunca nos tomamos

nuestros encuentros como una cita,

siempre acabamos liberando

nuestras penas en forma de gritos.

Tan fuertes y temidos son

que dispersan toda la niebla que tenemos

al rededor, y aún los hierbajos secos,

acaban resquebrajandose en el aire,

partidos en millares de mitades.

Y así se forma un entristecido paisaje

que acaba produciendo su correspondiente eco en nuestros

amortajados espirítus de antaño.


Demasiado hemos vívido, amada sombra

mía. Demasiado hemos sufrido

como para seguir dando vueltas

sin sentido en una existencia

que desde el principio ya nos había

rechazado, incluso antes de tomarla,

esta ya nos miraba con desconfianza.

Por eso yo me tumbo en tu regazo,

y lloro sin remediarlo, doy rienda suelta

a mis lágrimas inyectadas en sangre

para que entiendas su símbolo.

Tú siempre me correspondes con una

melancólica sonrisa que connota

cierta compasión mientras acaricias

mis cabellos desparramados sobre

tus agotadas piernas de tanto bregar.

Lo siento, no puedo evitarlo. 

Me es imposible mirarte, y no sentir

esa contradictoria mezcla entre

una felicidad contenida y una tristeza

innúmera que se esparce en los relámpagos que asoman en el cielo

durante nuestras desaforadas noches.


Sonrío porque sé que en algún momento

ambos vamos a morir y nos fundiremos

con esa criatura informe que habita

los espacios siderales de un mundo

desconocido allí arriba.

Mas también lloro porque conozco

que todavía nos queda tiempo

para seguir por aquí andando,

y sufriendo con cada paso dado.

Quisiera que los encuentros dispersos

se desvanecieran, y así se diera cabida

a un encuentro eterno en la nada

donde estaríamos juntos sin estarlo.


- No comprendo el deslizarse 

de las gentes, como tampoco 

las aleatorias palabras que profieren.

Sus gestos me son tan extraños

como sus caprichosas maneras,

así también sus habladurías me resultan

desconocidas. Ante tal situación,

me quedo en permanente quietud,

sello mis labios rindiendo culto

al silencio y cierro mis ojos

para no ver más atrocidades.


Cuando contemplo el mundo,

sólo percibo perplejidad 

y desconocimiento porque en realidad

estoy ahondando en mis sárcofagos

interiores en vez de mirar rostros

deformados por aparentes tribulaciones.

Sólo comprendo allí donde unas cumbres

se remontan verdosas en la lejanía,

justo en el momento en el que el sol

se despide de su reino para dejar

su merecido trono a la hermosa reina,

que es la luna.


- Las brumas me sondean durante

mis entristecidas madrugadas.

Son como un poderoso canto

que sólo es pronunciado en alto

cuando la oscuridad se adueña del día,

acompañandose por una niebla espesa

que impide observar en la lejanía.


Muy pequeño me vuelvo al pertenecer

a tan inhóspitos y sombríos reinos,

de los cuales son un miembro desde

hace ya largo tiempo, anterior a la nevada

que asoló a un imperio entero.

Hay tanta húmedad, tanto deseo sofocado que no bastarían ni mil

sueños para lograr apresarme.


Cuando soy tan oscuro, resplandezco

con tanta potencia que me hago

indistingible de los rayos lunares,

y aún viéndome de cerca, no se

me reconocería al estar hundidas

mis facciones en suspiros siderales.


Cuando me hago tan pequeño,

también soy grande, tan inmenso

me siento que mis pies podrían

cercenar ciudades increadas,

y aún cotejándome de lejos, sería

muy díficil atisbarme al hallarme

en cuerpo fundido con las estrellas mendaces.


- La melancolía suele llamar a mi puerta,

y yo siempre la acojo grave y con pena.

Tan acostumbrado estoy a sus visitas,

que ya me lo tomo con monotonía,

porque además siempre repite la misma

secuencia: se queda aquí conmigo

unas cuantas semanas, abusando

de mis recursos y haciendo de mi casa

la suya, y ya cuando se cansa, se marcha

sin avisar ni dejar nota alguna.

En vano me preocupo porque sé

que cuando menos me lo espere,

volverá acompañada de muecas extrañas

golpeando con frenesí este sacorfago

mío hasta que la atienda como es debido.

Nunca soy capaz de ignorarla,

supongo que después de tanto tiempo

juntos he aprendido a comprenderla,

y me provoca hasta pena.


Escuchad cómo llora, y mirad cómo

se retuerce en mi desgastado suelo,

plagandolo todo con sus lágrimas

sangrientas y con las marcas

de sus uñas amarillentas

¿Cómo no iba a sentir compasión

ante tal demostración de profundo

sentimiento? ¿Cómo evitar conmoverme

ante un alma tan triste y que me recuerda

a mí mismo con mis desdichas?

Quizás, después de todo, sea esto

un teatro bien organizado para tener

un techo donde cobijarse de un mundo

en el que la melancolía está de más,

donde todos la miran con recelo

al haber sido demasiado usada en vano.

No puedo evitar sentirme reflejado,

y usar de mi brazo como su almohada,

así como de mi humilde morada

cual si fuera un templo dedicado a ella.


Ven a mí melancolía para que no tengas

que pasar sola las horas, que aún llueve

fuera y yo guardo para ti un siniestro calor

que te permita evaporar las lágrimas

desperdigadas en los desiertos del

no volver a verte nunca jamás.


- Gotas de lluvia se dispersan a través

de un paisaje incierto en la noche,

y mientras yo pregunto a mí alma dolorida

si hay salida cuando las venas hablan

por sí mismas. Hay un corazón que late,

balbuciente que se escapa entre toses

de un pecho que le sirvió de cárcel,

y cuando preguntan por él siempre usa

de la misma respuesta en forma de silencio. Callados son los ojos y dichosos

son los labios que interpretan la balada

de las sombras, intercalan las piezas

cual si fueran compuestas por algún

demonio aburrido que de tanto hacer

sufrir tomó el sensitivo sendero 

de la auto-aniquilación. Ganas de perecer

tienen los viandantes sombríos

que atraviesan los suculentos prados

de los sueños, y todo porque estos

se acabarón convirtiendo en pesadillas,

hicieron del paraíso un infierno

debido a sus desmedidos deseos.

Sólo queda un arbol desvencijado

en el centro de aquel campo, y sus hojas

se deslizan por las ramas como si fueran

las últimas caricias del amante que sabe

que cuando la luz despunte será

su condena a muerte.


Yo sólo suspiro ante estas imágenes,

y aunque me conmuevo, prefiero seguir

siendo un mero espectador de pleitos

que en apariencia me son ajenos.

Me quedaré en mi sitio, cobijado

entre ramajes, siendo sombra

de mí mismo, preso y cautivo

de una naturaleza original que me impuso

el destino. Y todo aquello por el goce

de ver volar a la última rosa debido

al fuerte viento del invierno.


- En mi soledad, los pensamientos danzan

con extrañas figuras, siguiendo

un desconocido ritmo olvidado

desde hace demasiado tiempo.

Las puertas de mi alma se cierran,

impidiendo la entrada y la salida

de nuevas y viejas impresiones

que puedan perturbarme, mas aún así

todavía puede escucharse esa melodía

que antaño tocaba un anciano

interpretando una partitura de cítara.

Una vez dentro, cerrando los ojos,

pueden verse sucesivas imágenes

de las que no se sabe si ya acontecieron,

o ocurrirán en un porvenir eterno

cuando todos los seres se aniquilen

en aquel gran núcleo negro.

Incluso, si se agudiza el sentido interno

pudiera parecer que todo se comprende

sin comprender, que aún sin entender

todo recobra un oscuro sentido

que nos hace estremecer a la par

que nos enloquece con alegría

Quizás por eso también bailamos

pese a no saber a ciencia cierta

qué demonios es esta música,

ni el por qué de estos caprichosos

movimientos en los que se deslizan

nuestros descuartizados miembros.

Todo pareciera una farsa, una mala

comedia que bien podría decirse de ella

que se trata de una tragedia, 

o en su defecto, un melodrama

que por su sombrío humor se diría

que nos provoca una risa incómoda.

A mi corazón no le queda otra

que suspirar, que aspirar toda la enegía,

tragarsela al completo y expulsarla

mas allá, allí donde los horizontes

están adornados por cien montes.


En mí habita una mujer desnuda

demasiado lujuriosa para rechazarla,

aunque también hermosa en demasía

para querer corromper su belleza

al intentar tocarla con el alma.

Ella es así de caprichosa, y tiene

algo de ángel y algo de demoníaca,

porta con ella unos amplios senos

como a su vez, unas delgadas manos.

Mirándote te deseará, esquivando

tus lazos, te temerá. Pasará de ser

una jovencita olvidada de este mundo

a una anciana recordada con desdén.

Mas, a pesar de todo, siempre será

la doncella que habitará en tus ojos.


- Segundo a segundo siento a la vida

desvanecerse, es cual si se escurriese

de mis dedos, de mis labios, de las venas

hasta algún vacío lugar donde ya no 

queda nada porque se llevaron todo.

Es una melodía que se va apagando

paulatinamente, empieza sonando

por todo lo alto, y deslizándose, 

pasa de hechizar a todo el auditorio

con sus exotizantes sonidos 

a sonar tan bajo, que todos los presentes

se van acercando, apiñándose en una

sola fila, quedando sepultados en la misma tumba. Ay, la muerte fragante,

hermana inevitable del tiempo, 

como este a su vez lo es de la ausencia

y el silencio, toda esa abundancia

tú te la llevarás allí donde justicia

e igualdad dejan de ser vanas palabras

para pasar a ser realidades efectivas.

Y aunque mis manos, mis ojos y hasta

mi corazón entero se vayan evaporando

por aquellas particulas negativas,

yo ya no tengo miedo a ese abismo

sin final, a ese foso sin fondo tan profundo porque he comprendido

que allí todos nos hacemos una misma

sustancia teñida de negro. 

Pese a nuestra naturaleza perecedera, algo nímio quedará de nosotros ahí abajo

que nadie será capaz de rescatar,

al menos que se hunda con nosotros

en aquel paraíso invertido.


- Al final del camino no hay amplios

horizontes, ni tampoco grandes

perspectivas, tan sólo un montón

de edificios derruidos sobre un desértico

páramo abandonado por los hombres.

Cada trozo destrozado, cada fragmento

despojado son las lágrimas que lanzaste

sobre las marchitas flores en su día,

que en vez de alzarse venturosas,

se han hermanado con unas cuantas

piedras apestosas cubiertas de musgo. 

Lo más lamentable es pensar 

que cada una de las sendas a tomar,

desde las más animosas hasta aquellas

que por miedo nadie toma, llevan

a un mismo triste final, allí donde 

confluyen todas las melancolías

nacidas en aquellas noches que lloraste,

y que creías haber olvidado.

Hay quién guarda este templo destrozado

como también hay quién procura

huir lo mas lejos posible de el,

pero después de todo ambos intentos

resultan igual de vanos, igualmente

frustrados como todas las humanas

aspiraciones, desoídas por los dioses.

Yo, antes de que llegara mi hora,

ya habito por tales parajes,

recorro a tientas por encima 

de las tierras secas, y deslizo mis manos

sobre aquellas hierbas muertas,

recordando cuando la vida aún latía

en este abandonado lugar.

A veces me pregunto si esta desdicha

nos antecede a todos en el tiempo,

o si es posible que fueramos nosotros

quienes la invocaramos con nuestra

maldad y los consiguientes lamentos.


Si fuera lo primero, me resigno.

Si fuera lo segundo, me suicidaría.

Jamás me lo perdonaría.


- Sin yo quererlo me voy desangrando,

liberando aquella alma materializada

en fragmentos de líquida sangre,

que se desparrama sobre las alfombras

donde ángeles caídos posan sus alas

al descender con violencia.

Se presiente un hálito fatal de condena

en este aire demasiado cargado,

inflamado de sensaciones de pena

y de desagrado, ante el inevitable

fin de la pureza, su caída representa

la ruptura del cristal más impoluto

con el que cabría fabular.

Por eso lloran los ángeles que ahora

por caprichos del destino han pasado

de ser seres celestiales amados

y admirados por todos, a ser un conjunto

de demonios que tentarán a los fieles

desde infiernos inventados.


Sin darme cuenta, me giro y miro

aquel resplandor que fue tan respetado

en su vida, pero del que ahora llueven

lágrimas de sangre. Todas ellas

provienen de los cielos, desde donde

aquellas desdichas salubres se precipitan

alcanzando un semblante demasiado

consternado como para esbozar

una anodina sonrisa. De sus alas

antes blanquecinas y replandecientes

se ha formado una oscuridad que va

creciendo por momentos hasta culminar

en unas alas de cuervo, adornadas

por perlas sanguilentas, muestra

de demasiadas frustraciones calladas

¿Y qué hay de sus manos? Ahora están

temblando, temiendo que se transmuten

en horripilantes garras con las 

que atrapar hermosuras escapadas

de aquellos palacios de latón.


Lloremos, lloremos junto a ellos

porque ese abatido sentimiento

que ahora tienen y que les hace

proferir gran cantidad de injurias,

será lo que algún día sentiremos

nosotros mismos cuando ya estemos

muertos.


- Muerden los demonios mis talones

cuando procuro escapar de ellos,

mas cuando a pesar de los sufrimientos

me acerco y congratulo con su presencia

parece que nos entendemos.

Si grito o me altero, es normal 

que actúen en correspondencia,

abalanzándose hacía mi con saña y furia,

pero si mantengo la compostura

y mis labios se ensanchan mostrando

cordialidad ellos actúan con la educación

propia de los nobles en espirítu.

A pesar de toda oscuridad, de los prejuicios moralistas que enseñan

aquellos que sospechan vivir en la luz,

hay detrás de toda sombra un fulgor

mucho mas potente que la pretendida

serenidad de un día soleado.

Creo localizar cosas más siniestras

en aquellas que se desprenden

en los amaneceres, y aún al contrario,

en las noches hay sabidurías brillantes

que indican la elegancia de las tinieblas.

Llaman a la bruja por tal nombre

porque cela, se vela en un oscuro manto

cuando en realidad su pálido y hermoso

cuerpo resplandece cuando se desnuda,

y todas aquellas que creen conocer

la belleza en unos artificiosos harapos

descubrirán la pobredumbre al descubrir

unos senos flácidos.


- Aunque soy bastante pequeño,

mis tristezas y desgracias son inmensas.

Tan grandes son que sobrepasan

lo que mi vista puede alcanzar,

y cuando intento atisbar la tormenta

que se acerca, sólo gano con ello

dolores de ojos y de cabeza sin advertir

que algún que otro relámpago imprevisto

aterriza allí donde yo planto mi pierna.

Muchos de ellos ya me han impactado

en pecho, cabeza y aún en cuerpo entero,

de tal manera que aunque acostumbrado

me encuentro a los dolores que siento

en mis sienes y a los temblores

que me deja la electricidad por mi sustancia corporéa, no dejan 

de acosarme los fuegos fatuos

que me rodean, jugando a mi al rededor

y burlándose de mis escozores.

Si fuera sólo el dolor, podrían resistirlo

mis malheridas entrañas, pero tanta

es la constancia de su repentina aparición

que a veces quisiera que su impulso

fuera tan potente, que me dejara

petrificado en el sitio, convertido

en la estatua invulnerable de mi mismo.


La muerte es una promesa irremediable

para muchos, y un consuelo para otros,

el alivio último para quienes somos

desdichados por estos bosques

pantanosos que algunos tienen la osadía

de considerar un paraíso terrenal.

Mas bien se asemeja a un infierno

con disfraz, a una chimenea donde

el fuego aún está caldeándose 

entre los intestinos de la melancolía.

Siento como palpita el carbón,

como las ascuas se deslizan,

y también esa dulzura amarga

que antecede al estoque final,

aquel que da comienzo al cúlmen

de los desventurados paisajes.

Oh por favor, clava esa espada en mi pecho. Haz que brote la sangre, 

que se alcen burbujas sangrientas

hasta el cielo en señal de la postrera

desdicha, de esa guerra cuya pérdida

supondría mi ganancia eterna.

Amigo mío, yo que siempre aposté

por la muerte tengo las de ganar

cuando esta sobrepase aquella vida

siempre pendiente por un fino hilo

que se balanzeaba sobre el abismo de siempre.


- Cuentan los vientos nocturnos

una historia plagada de tristezas

en donde un desdichado mortal

cargado de tribulaciones y de rencores

renunció a la salvación para lanzarse

hacía derroteros siniestros.

Allí, en su descenso al abismo,

lanzó un grito que estremeció

las columnas que sostenían 

los pilares de la civilización.

Tan agudo fue su chillido que cuervos

y murcielagos salieron volando

despavoridos, desperdigándose

en los oscuros bosques 

para cobijarse sobre retorcidas ramas

de sauces, alamos y otros arboles tristes.

Cuando llegó al fondo del foso,

allí donde toda degradación huele

a cuerpo en descomposición,

cubrió su rostro con la sangre

de futuros cadáveres, y sobre 

las esculturas de los antepasados

escupió mientras reía con sorna.

Todos, desconociendo la razón,

le temen nada mas verle,

y si por lo que fuera se le encuentran

en una noche regalada con la niebla,

se quedan paralizados, temblando

sin dudarlo. Otros, a él se acercan,

con la curiosidad de un gato maldito,

y cuando se despistan, aparecen

aplastados por sus afiladas fauces

cual mordisco de mil tiburones.

Desde entonces, desde su negativa

a una falsa liberación, va caminando

cautivo de la luna, cuyo único replandor

es el que acepta de todo lo que brilla.

Cabizbajo pasea, con una impostada sonrisa, esculpida en un demacrado semblante, mas si uno con atención 

se fija, descubrirá dos tenues lágrimas

que recorren sus pálidas mejillas

para acabar sumidas en el fango

del color del azabache.


- Cuando estoy inserto en la oscuridad,

durante mi soledad, pareciera que en mí

domina la quietud cuando en verdad

desde mi interior presiento un mundo

que se encuentra en perpetúa agitación.

Lo siento nada más cerrar los ojos,

esas sombras danzantes juegan

con mis párpados entornados

y me obligan a mirar hacía la nada

sólo por un capricho del destino.

Y aún mis labios se mueven por sí solos,

mostrando muecas y liberando

palabras que parecen provenientes

de idiomas de ultratumba

¡Ay, las femeninas carcajadas

que me circundan, acercandose

poco a poco hasta estrechar mi cuerpo

con la fuerza de cien damas musculadas!

Noto sus cuerpos rozándome,

y sus negros corazones regocigandose

de la suculenta sensación de aquel

pavor callado por los muertos,

pero que en sus eternos sueños

les hacen confesar sus vilezas lujuriosas.

Rostros, dedos y senos son presentidos

por unos ojos tan acostumbrados

a las tinieblas que captan tales formas

como si fueran pasajes rememorados

a pesar de hallarse presentes en este instante que se encuentra detenido

¿Por qué llorar cuando se puede reír,

batiendo palmas con frenesí 

sólo por el mero placer que supone

pecar sabiendo lo que uno hace?


Yo también soy participe

de esta degeneración, 

de esta desesperación

que conduce a la comunión de los seres

hacía espacios siderales apartados

de los confines tomados por humanos

¿Dónde estoy?

Allí donde la muerte y el desenfreno

se enlazan en impío matrimonio.


- Prisionero de mí mismo, alzo mi voz

cual cadena de mi condena 

por si algún semejante sufridor

pudiera escucharme. Tan altos

son mis lamentos que las aves huidizas

se escabullen sobre los muros

con alambres que defienden mi cárcel.

Muchos años ha que he llegado

a considerar a las paredes estrechas

mi hogar, y a las grietas que las atraviesan mis confidentes.

Advierto observando tales hendiduras

que se entristecen cuando les cuento

mis penurias, puesto que al acabar

no es extraño que las lágrimas

formen húmedades en sus oquedades.

También el grísaceo cielo cargado

de lluvia parece comprenderme

cuando su escaso resplandor acaba

mutando en oscuridad declarada

durante mis amadas noches.

Casi podría decirse que me lanza

ese sombrío manto para invitarme

a cerrar los ojos, ya sea durante

unas horas, o quizás para siempre.

A tanto ha llegado mi locura

que al girarme no es extraño 

que contemple diferentes sombras

reflejadas en el techo, desplazándose

muy lentamente, e invitándome

a su macabra danza como una mujer

salvaje, desmelenada a la desesperanza.

Ecos de mis pasos se divierten

confundiéndome, haciéndome pensar

que no estoy tan solo como creía,

que todavía hay quien baila

a mi compás de manera 

que cabe el soñar con compartir

un lenguaje común, mas cuando caigo

en la cuenta de mi propia mentira

desfallezco en estremecimientos.


A veces sueño con que esta mi prisión

se pliega creando una salida

en forma de arco, y que yo me escapo

de ella cargado con mis alas negras.

Y sé que hay muchos que quizás

me considerarían un iluso por confiar

en una escapatoria tomada 

de mi fantasía, mas a estos respondería:

¿Y acaso no consiste en esto la vida?


- Cada día se suicidan gran cantidad

de seres sin advertirlo, creen que siguen

viviendo cuando en realidad

van siendo sumidos por una carencia

universal, que los mengua poco a poco

con cada paso, con cada respiración

contenida. Ciegos, se conducen

allí donde toda apariencia se toma

como un patrón vivencial.

Mudos, parecen formar frases

con palabras tan huecas cual

la sentencia de sus tribunales.

Sordos escuchan el rutilar de sombras

espaciadas, y que toman 

como la melodía de un infinito engaño.

Confusos afinan vista, oídos y olfato

hacía algo imposible de percibir,

pero cuya captación supondría

el resurgir de diversas lágrimas

lanzadas desde hace muchos años

hacía un oscuro abismo sin fin.

Desconocedores del auténtico terror,

de aquel pavor sin proferir gritos,

del temor último, dicen que todavía

tienen esperanzas e ilusiones

como estandartes, mas yo os digo

que estos fueron hechos cenizas

hace tiempo, desde que aquella

enorme bestia con vestidos

se nos impuso ante nuestros sentidos.


Todos somos participes de una mala

fábula cuyo teatral desenlace

sólo podría ser una trágica risotada,

con cinismo unos aplauden y otros

abuchean a la peor obra representada.

Quisiera ser el último en actuar.


- Diversos rostros observan a este

desdichado liberando sus sufrimientos

al pie de la calzada, los dejo ir

en forma de cenizas sagradas 

que revolotean como hadas sangrientas

buscando una redención 

que les fue negada antes de nacer.

Cuando ellas lloran, sus lamentaciones

se escuchan tan elevadas, cual alfileres

capaces de atravesar las más gruesas

paredes, y aún con ello, poco son capaces

de conseguir, pues sus innúmerables

muertes no levantan la compasión 

de sus semejantes. Todos ellos

viven impasibles respecto a las desdichas

que les parecen ajenas sólo

porque no han logrado vislumbrar

la certera verdad que se esconde

tras un paraíso demasiado chillón

para ser cierto. Este ejerce la influencia

que únicamente una apariencia

es capaz de formar en las mentalidades

más nimias, aquella que se figura

que es un manto trasparente,

y aún así, nadie ve mas allá del mismo.


Sólo saben dedicarse a violar

a esas encarnaciones aladas de la belleza

haciendolas llorar como hijas bastardas

despeñadas de un alto monte

por los ingratos de sus padres. 

Se limitan a lanzar improverbios

a sus dorados y brillantes semblantes

esculpidos por los ángeles caídos,

provocando sus callados sollozos

entre agitaciones corporales,

mutismos imprevistos que surgen

de la desesperación ante las ofensas.

Se divierten mutilando sus cuerpos

perfectos, arrancan sus miembros 

aterciopelados y clavan sus dientes

en sus senos erectos, como los niños

malcriados que son, hijos del dios

tirano que antecede a los tiempos.

Así, pasan los años que rápidamente

terminan siendo sucedidos por los siglos

mientras las diosas están cada vez

más magulladas tras las palizas

que les propiciaron aquellos que adoraron

al dios de madera y al que cantan

cada vez que pasan por debajo

del arco de la tiranía. Y ellas tras tanto

dolor injustificado sólo aspiran

a exhalar aquel último suspiro,

el que les despojará de su corteza

terrenal para conducirlas hasta donde

se originan las fantasmales tormentas.


Si pudiera decidir, optaría

por no volver a nacer de nuevo.

Ahora ya por fin lo sé.