domingo, 20 de marzo de 2022

Helecho

 Llevo un año y medio siendo un vegetal. La verdad, es que no tiene sentido cómo llegué a ese punto. Un día estaba paseando de vuelta a casa, me dió un calambre muy doloroso que me recorrió todo el cuerpo y me quedé en el sitio. Tiempo después me enteré vagamente de que tuve una especie de derrame cerebral. Y desde entonces, estoy quieto como un helecho en la sala de estar de mi casa o dónde me dejen.


La gente se equivoca conmigo. Piensan que soy impasible, que no siento nada y que me es indiferente el dolor. No es así. Todavía sigo sintiendo las cosas desde mi interior con intensidad. Lo que pasa es que no soy capaz de exteriorizarlas. Puedo sentir la alegría, la tristeza, el enfado, la sorpresa... Pero ni de mi semblante ni de mi boca brotará una risa extridente, un cúmulo de lágrimas o algún grito. Como mucho, mis ojos reflejarán una vidriosidad diferente, mas aguada o seca dependiendo de lo que sienta. Pero a parte de eso, no soy capaz de expresar al mundo nada. Mas, como he dicho, eso no quiere decir que no sienta nada.


Todavía sigo vivo. Habito en este mundo, aunque sea de manera diferente. Estoy aquí observando a todos sin poder moverme. Me siguen afectando las cosas, hay reacciones en mí dependiendo de las circunstancias y deposito mi querencia o mi rechazo hacía alguien dependiendo de la influencia de mi corazón. Es una pena que nadie se dé cuenta. Que me tomen como alguien que simplemente está ahí, como un mueble... Pero en ese "estar ahí" aún hay un pecho que palpita, alguien con una personalidad y un carácter definido, una persona con sus mas y sus menos, que pugna por la vida a su manera y que teme a la muerte de alguna forma...


De hecho, esta incomprensión hacía mi estado actual y falta de esperanza en mí llevó a mi mujer a dejarme abandonado. Tuve que regresar -o mejor dicho, me obligaron a regresar en contra de mi voluntad- a casa de mis padres. Llevaba menos de cinco meses conviviendo con mi pareja, y ella, aún con tres años de relación, pensó que yo ya no estaba ahí, que era una mera cáscara, un cuerpo inerte que reflejaba la imagen de su marido como si fuera una fotografía en tres dimensiones, y me dejó ir. Eso me hizo sentir como si me hubiese caído a un abismo, y a pesar de gritar con todas mis fuerzas, decidieran que ya no merecía la pena seguir buscando. Es bastante desalentador y angustioso.


Y digo esto no por quejarme de que volviera a vivir con mis padres y de sus excelentes cuidados, sino para señalar la falta de empatía y de comprensión de la que fue mi pareja. Sin embargo, mis padres aunque me cuidan y me mantienen con vida, tampoco logran comprenderme. Hay veces que ni me hablan, se me quedan mirando con lástima, lloran un poco y después vuelven a sus tareas. Especialmente, mi padre se me queda mirando con esa mirada perpleja, en apariencia vacía, que no apunta a ninguna parte. Me siento como si fuera un objeto que está en medio y que le impide mirar al paisaje que está tras la ventana. Por eso se queda inexpresivo, se resigna a que ese objeto es demasiado pesado para ser apartado. Y permanece ahí, tal cual está mirandome sin mirar a nadie.


En esos momentos, me dan ganas de levantarme de mi maldita silla y gritarle que sigo vivo, que aún no ha perdido a su hijo, que pese a que esté babeando y en mis ojos se acumulen lágrimas salobres, eso es porque lloro interiormente. Al igual que cuando mi madre me mira apenada, cual si fuera la piedra que protege la tumba de su hijo muerto. Quiero inclinarme hacía delante, abrazarla y decirla que sobreviví a los calambres dolorosos, que ahora he regresado a casa y que no hay nada que temer. Pero no puedo. Intento mover mi cuerpo, y no me responde. Si lo hiciera, las cosas serían muy distintas.


Por ejemplo, en vistas a que no puedo moverme, me gustaría al menos poder hablar y dejar de proferir esas llamadas de atención ahogadas por mi propia garganta. Así podría pedirles que por favor me dejasen contemplando la ventana, viendo así como la naturaleza sí es capaz de expresar su vivacidad con el movimiento de las cosas. A diferencia de mí, que he de quedarme con todo dentro. De tal manera, podría imaginar que yo no soy el que soy ahora, que en un tiempo fuí un hombre como otro cualquiera, y que ahora me he reencarnado en el pajarillo que tengo en frente. Eso me haría un poco feliz. 


Pero siempre me dejan contra la pared, observando la misma estancia de siempre que ya me sé de memoria. En medio está una alfombra redonda color carmesí, a los lados un par de armarios empotrados, en frente un estante cargado de enciclopedias y arriba una lámpara antigua de la que sólo funciona una bombilla. Es siempre lo mismo. Y no me meto en detalles porque resultaría aburrido. Ya bastante anodina es mi vida de por sí. 


En ocasiones, hay veces que fantaseo con la idea de que mi mujer vuelve a recogerme. Arrepentida por su error, procura enmendarlo y me trae de vuelta a casa. Aparece delante de mí, sobre la alfombra carmesí abriendo sus brazos con una sonrisa impresa en sus labios. Yo, entonces, por un resorte milagroso me levanto con abundantes lágrimas en los ojos de felicidad para regresar así a su lado. Mas, al momento, mis parpados se entornan ligeramente y me doy cuenta de que mientras miraba embobado el paisaje casero de siempre me había quedado dormido. Después, me siento aún ya mas desgraciado de por sí. Ya no sólo porque no soy capaz de mostrar a los demás lo que pienso y siento, sino además porque ella nunca volverá.


Desde que estoy en esta situación que se está eternizando, nunca ha venido a visitarme. Es mas, nadie ha venido a visitarme. Ni siquiera aquellos que en otro tiempo se consideraban mis amigos, se han dignado a aparecer por aquí. Me siento muy solo, como no me he sentido nunca. También aislado, cual cría de lobo recíen parida que ha sido abandonada por su manada. Y no es que me duela especialmente que esas supuestas amistades me hayan dejado atrás, lo que es un verdadero dolor, muy profundo, es el que ella me haya abandonado y que mis padres me observen sin mirarme con esos ojos como cuencas vacías. La echo de menos, también echo de menos que mis padres no me traten como a su verdadero hijo.


Como tengo tanto tiempo, me puedo pasar las horas muertas recordando cómo era yo antes de aquel accidente inesperado que ha hecho de mi vida un infierno del cual no puedo escapar. Recuerdo cuando podía andar para dirigirme a los sitios, expresarme con facilidad, rodear con mis brazos a mi mujer, pasar tiempo con mis padres y mirar por la ventana. Es más, podía sobrepasar los muros de cristal de la ventana, y poder ser una parte integrante de aquel espacio natural. E incluso, podía combinar todas esas cosas y celebrar la vida agradeciendo cada instante en el que pertenezco a la misma.


Sin embargo, ahora es como si perteneciera a la muerte y contemplase a la vida desde la misma. Todos contribuyen a que me sienta así porque me tratan como si mi alma hubiera escapado de mi cuerpo y sólo quedase un objeto inamovible de recuerdo. Yo, mas bien, me siento como un espectro, invisible a los ojos de los demás e incapaz de comunicarme con ellos. Pero todavía tengo derecho a reclamar mi humanidad, a declarar que sigo sintiendo, que estoy vivo aunque sea de otro modo, pese a que parezca que haya muerto. Estoy aquí aún participando de la vida, viviendo vuestras penas y alegrías aunque no me creáis ni me toméis en serio. Sólo os pido que también me comprendáis a mí, que habléis conmigo como haciáis antes, que venga mi mujer a verme y que me dejéis mirando a la ventada. Por favor, ¿Es tanto pedir?


Agradezco a mis padres su dedicación por los cuidados que me conceden en el cuerpo, pero quisiera que mirarán mas adentro, que profundizarán en mi ser. Tengo un alma, y un espiritu que la enebra a mi cuerpo. Si me mirasen a los ojos durante unos segundos, con honestidad y benigno próposito, se darían cuenta. Verían que su hijo no ha muerto, que sigue con ellos aunque quieto. Lo mismo acontecería con mi mujer. Si hubiese tenido más paciencia y empatía hacía mí, me habría redescubierto en este cuerpo que siempre ha sido el mismo. Pero no, nadie lo ha hecho. Se han quedado en la apariencia, en su sufrimiento, y me han pérdido en ella dejándome también con mi propio sufrimiento.


Y ahora, ¿Qué? ¿Voy a seguir así los años que me queden de vida? Todos van a seguir indiferentes a mí pensando que soy yo el indiferente a ellos ¡Es tan absurdo como paradójico! Yo continuaré reclamando para mí mismo, desde mis adentros que en mí continúa soplando el hálito que me dota de vida. Sólo os pido que cada vez que me miréis, no veáis a alguien que ya no está aquí, a una muda de mariposa que se está pudriendo en soledad. Verme como quién soy y siempre he sido, un hombre como vosotros que por desgracia cayó en la desdicha y que no puede comunicaros estas cosas como le gustaría. Pero lo intento. Cada vez que estáis delante de mí, agudizo la mirada contando esta chachára día tras día... Joder ¡Estoy aquí! ¿Es que no hay nadie que pueda oírme?


Pero no, sólo me responde el silencio y me envuelve la oscuridad. Todos caminan a mi al rededor como si ni ellos estuvieran realmente aquí ni yo tampoco junto a ellos. Y pese a que esté contra la pared, cercado por esta inmovilidad en la que habito junto a la muerte, puedo escuchar el canto de aquel pájarillo que se ha posado en la ventana. Al menos, alguien me visita, y de algún modo se acuerda de mí. Puede que me dé la bienvenida a la que será mi próxima vida.

viernes, 4 de marzo de 2022

Radiografía de la infancia

 Fuí un mal estudiante. O eso al menos suelo responder cuando alguien me pregunta acerca de mi vida estudiantil durante el colegio y el instituto. En verdad, no es que fuera mal estudiante porque no valiera para estudiar. Creo que me pasaba lo que le ocurría a la mayoría, que era demasiado vago. Sin embargo, circunstancias varias hicieron pensar a mis profesores de entonces de que tenía algún tipo de retraso, dislexia o algo semejante. 


Eso se debía a que parecía que tenía algún tipo de problema a la hora de comunicarme con el lenguaje, o que lo distorsionaba de manera tal que los significados de aquello que decía resultaban incoherentes. A veces pienso que lo hacía a próposito, y otras veces me inclino a pensar que quizás es verdad que era un poco tonto. Lo que sí sé con seguridad es que con frecuencia mentía a los adultos para escaparme de hacer las tareas, y otras veces por diversión de cara a escabullirme de las clases. En fin, que era un desastre. Un poco como ahora.


Tampoco era un chico conflictivo como a día de hoy se entiende. Simplemente era un tanto pícaro y perezoso. Mis enemigos siempre han sido las responsabilidades y los imperativos, y debido a ello, hacía cuanto estaba en mi mano para escapar de los mismos. Depende de la ocasión, me inventaba alguna excusa para evitar una reprimenda, o guardaba mis tareas en un armario secreto para fingir que no tenía deberes. Es decir, tenía esa supuesta malicia que tienen la mayoría de los niños. Me aplicaba en su ejercicio y en su perfeccionamiento.


Con el tiempo, estos defectos de la niñez han tenido su relativa influencia en mi vida: mi vageza de entonces ha hecho de mí una persona muy paciente, mis mentiras inocentes me hicieron durante un tiempo poeta y aquella supuesta dislexia me ha permitido jugar con el lenguaje y las palabras en mis escritos. Es cierto lo que dicen algunos acerca de que la infancia nos afecta mucho en nuestra vida. Para bien, o para mal, todo lo que vivimos durante aquellos tiempos conforma nuestra persona y nuestro carácter futuro. Lo que no quiere decir que adoptemos otras formas y matices en nuestra manera de movernos por el mundo.


Pero bueno, volviendo a mi etapa del colegio y del instituto diría de mí que era un niño muy tímido aunque lo camuflara expresandome sin pelos en la lengua de cara al exterior. Por entonces, yo me juntaba con lo que se diría que era el grupo de los más marginados. Desde el colegio hasta el instituto, e incluso durante mi primera etapa en la universidad, siempre acababa en el grupo de los repudiados sociales por propia decisión. En verdad yo rara vez tuve problemas con nadie, a excepción de haberme metido en alguna pelea normalmente por asuntos ajenos. No tenía enemigos, y tanto los populares como los gamberros me caían en gracia como yo a ellos. 


Puede parecer que leyendo esto uno piense que era muy social y un popular que estaba inserto entre los marginados para reírse de ellos. Nada más lejos en la verdad. En mi fuero interno yo despreciaba a mucha gente por su soez y por carecer de plenitud en el corazón. Mas todo ello lo cubría con esmero con una máscara de cortesía e indiferencia. Tampoco es que me diera igual todo, que fuera una especie de nihilista. Simplemente era un observador, y hasta cierto punto un pensador de todo aquello que me rodeaba. Por eso, el adoptar esa actitud tan mía me permitió contemplar y conocer muchas cosas que no hubiera podido saber si hubiese adoptado una postura hostil, o si me hubiese encasillado en una única etiqueta.


Por esos años, debido a mi secreta desconfianza en el ser humano, me hice anarquista. Uno puede pensar que hay que confiar mucho en el ser humano para serlo. Pero ese no fue mi caso. Decidí seguir la doctrina del anarquismo en mis primeros años para aislarme ideologicamente de los demás, como también para buscar la paz y la soledad. Al igual me ocurriría respecto al cristianismo durante mi primera época universitaria. Era un modo de buscar cobijo, un velo espiritual desde el cual contemplaba el mundo y lo entendía desde mi interioridad. Por suerte, hace un par de años renuncié tanto a ideologias políticas como a cosmovisiones religiosas. Dandome cuenta de que los ideales y la espiritualidad han de ser captados y reformulados desde el sí mismo.


A pesar de todo, sigue palpitando dentro de mí cierto anarquismo y cierto cristianismo. Es verdad lo que decía Nietzsche acerca de la similitud entre ambas visiones, siendo una referida a la tierra y otra al más allá. Pero yo lo tenía orientado de otra forma. Para mí tanto el anarquismo como el cristianismo eran una cosmovisión individual, que me servían como asidero. Quizás quienes se consideren seguidores de una única manera de comprender el mundo puedan tacharme de zafio y de caradura. Mas el caso es que yo por entonces entendía estas cosas así, y puede que actualmente también.


En este sentido, podría decirse que nunca he sido demasiado comunitario, ya que siempre partía de mi interior a la hora de comprender las cosas. Eso tampoco quiere decir que sea una persona sin compasión, al que le de igual todo el mundo. Creo que mi forma de vislumbrar el sufrimiento de las personas es precisamente mediante la escritura. Mi intento siempre ha sido representar la existencia en su plenitud mediante mis escritos, y buscar que los demás comprendan y empaticen con otros gracias a la narración. Esta es mi manera de ser solidario con los demás a mi modo. Puede que alguna gente considere esto insuficiente y me tache de frívolo. Mas no obstante, nunca me he considerado un hombre de acción. Siempre he sido muy contemplativo, de tomar distancia, huir a reflexionar y de entender las cosas de fuera a dentro.


He admirado durante toda mi vida a quienes son hombres de acción, e incluso si alguien lo es, le he animado a seguir ejercitando esa fáceta. Pero no es mi caso. Es verdad que aunque haya pretendido ocultarlo, en mí vive un cobarde. Una persona que tiene miedo del mundo, que desconfía antes de nada y que se conduce con zapatos de plomo. No sé por qué esto será así. Si esto proviene de mi infancia, o sí es algo que me viene incluso por naturaleza tendría que meditarlo con tiempo.


Ahora que me encuentro escribiendo esto, me han venido como imagenes en sucesión de mi yo cuando era niño. Casi siempre con una sonrisa en el rostro, pero con el corazón encogido. Mi madre siempre me dice que yo era el más travieso en comparación a mi hermana, y que aunque hiciera trastadas intentaba no arriesgarme en demasía. Es decir, que era un pequeño pícaro con prudencia. Creo que no podría encontrar mejor descripción a mi yo de entonces: un pequeño travieso, pero que temía acabar  como un perro apaleado debido a sus travesuras. Tampoco sé la razón de me moviera así por el mundo, aunque es verdad que todavía mantengo en mí parte de esa sonrisa temblorosa ¿Por qué? A saber.


Como decía antes, es abrumador cómo somos afectados e influenciados por nuestra infancia y los acontecimientos que la componen. A mi modo de ver, jamás vamos a poder escapar de esto. Y es lo suyo que no lo hagamos, aunque sea para lo bueno. Eso conforma nuestra personalidad, y nos hace ser quienes somos. Aunque también por otro lado, estaría bien que cambiasemos en algunas cosas y aprovecharamos nuestro modo de ser para algún beneficio espiritual, tanto para nosotros como para otros. Por mi parte, eso es lo que yo intento.