jueves, 25 de noviembre de 2021

Cáncer

 Siempre he pensado que acabaría muriendome de cáncer. Es esta una convicción que llevo arrastrando largos años de mi vida, y que a día de hoy sigue repercutiendo en mí. Todo comenzó cuando contaba con catorce años de edad. Durante una etapa me dió por soñar toda una semana con que me moriría de cáncer. Mis familiares acudían al hospital, y me rodeaban en lo que serían las últimas horas de mi vida. Después, varios doctores llevaban mi cuerpo agonizante sobre una camilla a toda prisa. Yo observaba mis pies, y veía entre mis dedos la etiqueta de defunción. Pensaba que probablemente me lo ponían por adelantado para ahorrar tiempo, o quizás ya estaba muerto y no me daba cuenta. Otras veces soñaba con que me daban la noticia de que tenía cáncer estomacal. Yo me lo tomaba con bastante calma, como si ya lo supiera desde hace tiempo. Me negaba a tomar tratamiento, y me iba del consultorio médico tan tranquilo dejándolos a todos pasmados.


Mi abuelo murió de cáncer. Mas no caigo en esa absurda creencia de que porque él haya muerto de ello, yo por herencia biologica vaya a hacer lo mismo. Simplemente así lo considero por lo que se me ha revelado en sueños, y porque esa convicción cuasi-mistica lleva conmigo ya mucho tiempo. Recuerdo, sin embargo, algunos momentos del final de la vida de mi abuelo. Como, por ejemplo, esos largos pasillos del hospital que parecían no terminar, o como una vez que le operaron tenía la tripa cosida. Yo, aún así, me tumbaba sobre él como lo hacía cuando su cáncer se estaba gestando sin llegar a exteriorizarse. Todo aquello ha quedado en mi memoria, tanto lo que fue su vida como su muerte. Todavía le echo mucho de menos.


A próposito de esto, recuerdo cierta anécdota que me aconteció hace ya algún tiempo. Por entonces mis sueños relacionados con el cáncer habían disminuido. Pero, aún con ello, seguía férreo en mi convicción de que tarde o temprano moriría por esa enfermedad. El caso es que por ese tiempo, acababa de empezar la universidad. Y, debido a ello, tenía que acostumbrarme a coger el autobus para ir hasta la capital. También, tenía que esperar muchas horas durante la ida y la vuelta para ponerme en camino. Eso me permitía observar a la gente durante la espera, veía lo amargados que eran algunos, y la fingida felicidad de otros. Me resultaba tan entretenido como desalentador.


En una de estas ocasiones, entre el ir y el venir de la gente que perdía sus autobuses, ví a un hombre muy anciano que iba acompañado por una señora muy delgada. A pesar de que ambos tenían pinta de tener algún tipo de enfermedad, se les notaba muy alegres. Era extraño, pero su alegría me pareció verdaderamente sincera. Eso provocó que me suscitara cierta curiosidad, ya que entre tanta gente joven y saludable se percibía una suerte de pesadumbre moral. Mas, en este padre y su hija, aún pareciendo demacrados en cuerpo, estaban felices en alma.


Me dediqué entonces a observarles con disimulo. Ambos soltaban multiples risotadas debido a que el hombre anciano iba a pagar el billete del autobus mediante una gran suma de céntimos. Mientras jugaba con la calderilla en mano, comentaba que tampoco podía hacer otra cosa, que no estaba acostumbrado a coger transporte público, y que era lo que tenía por casa. Cuando ya abrieron las puertas, les cedí el paso con una inclinación cortés. Los dos lo agradecieron con una sonrisa, y luego continuaron riendo a hurtadillas al cometer tal picardía, formando así una cola considerable yendo tan lentos en lo que al pago se refiere.


Días después, me encontré a esa señora sola. En el mismo lugar donde días anteriores la encontré con su padre. En esta ocasión no reía, mas sí mantenía una sonrisa afable impresa en el semblante. Esta vez se dirigió directamente a mí, manteniendo esa sonrisa y me dijo:


- ¿Es usted aquel joven que nos cedió la entrada a mi padre y a mí?


- Sí.


- Fue muy amable por su parte. Por cierto, tengo aquí una coca-cola que no quiero beberme. Tenga.


- Descuide, pero no me gusta esa bebida


Sin embargo, insistió. Y yo, por cortesía, no me quedó otra que tomarlo y comenzar a bebermelo para agradecerselo de alguna manera. Justo en ese momento, cuando tomé el primer sorbo comenzó a hablarme de su vida. Yo, la escuché con atención en silencio. Limitandome a asentir para que supiera que seguía ahí. Me contó que hacía poco que se había separado de su marido, que este había desaparecido, y que se había quedado ella sola con su hijo de seis años. Mas la historia no acababa así. Esta continuaba con que la vez que le había visto con su padre, regresaba justamente de una revisión médica. Recientemente la habían operado de un tumor que acabó formando un coagulo en su cabeza. Por lo visto, a pesar de la operación, no le quedaban muchas esperanzas de vida, a lo que se sumaba una considerable pérdida de memoria. 


- Por eso, es probable que otra vez que nos veamos por aquí, no te reconozca. Pero no es culpa mía, es la metastasis que me está minando la vida y los recuerdos- acabó por decir


Al subir al autobus, cada uno se sentó en un sitio diferente. Mientras apoyaba mi codo sobre la cristalera, y mi mano sobre la barbilla no podía evitar sentirme bastante triste. Sentía compasión por la vida de aquella mujer, y sobre todo por como terminaría. Me preguntaba si llegaría el punto que hasta se olvidaría de su propio hijo, y moriría pensando que jamás se hubiera casado, y que ni mucho menos habría dado luz a un niño. Mas no obstante, acabé por desechar tal pensamiento. "Una madre, al cabo, nunca podría olvidarse de algo que ha surgido de sus entrañas. Puede que ya no lo recuerde desde la memoria, pero sí desde el corazón" -pensaba. Después, ella se bajo y se despidió con una inclinación acompañada de una sonrisa risueña. Aquello también me hizo preguntarme por cómo alguien que estaba perdiendo la memoria y la vida podría estar tan feliz. Pensé que quizás esto llegaría a comprenderlo mucho mas adelante en mi propia vida. 


Algunas semanas mas tarde, durante el trayecto en autobus de una mañana, yo me encontraba leyendo "Temor y Temblor" de Kierkegaard en uno de los primeros asientos. Cuando justamente me encontraba en las páginas donde el autor hace una especie de introspección psicologica del caballero de la fe, aquella señora se giró en dirección a mi asiento. Ella estaba delante, y yo a sus espaldas. Pero tan ensimismado estaba en la lectura, que no me percaté de su presencia. Una vez me hubo saludado, me dirigió las siguientes palabras:


- He de confesarte algo que he estado pensando durante estos días en relación a tu persona


- ¿De qué se trata? - pregunté con un dejo de asombro, quizás por el repentino exceso de confianza que se tomaba


- Ya te conté que tenía un hijo... Pues bueno, he llegado a la determinación de que quiero que sea como tú.


- ¿Cómo...? ¿Por qué?


- Eres un buen chico. Si mi hijo fuera como tú cuando tenga tu edad, yo sería una madre inmensamente feliz


Callé, y asentí con una sonrisa. No le transmití mis pensamientos para evitar nublar su alegría. Pero en realidad pensaba desde mi fuero interno que si me conociera jamás desearía nada parecido ¿Cómo iba a querer que su hijo se convirtiera en un pérdido y desgraciado como yo que carece de rumbo vital? ¿Para qué quisiera tener ella un hijo que en el futuro se encontrase con las manos y los bolsillos completamente vacíos, sin objetivos ni aspiraciones? Sinceramente, ¿Quién querría tener a un primogenito que se pareciera lo más mínimo a mí? No, ese chico va a ser una mejor persona de lo que soy yo. Va a convertirse en un muchacho ejemplar, de buen corazón y de honestas acciones. Siempre cobijará el tierno recuerdo de su madre en su pecho, y eso le alentará a convertirse en una persona modelo. Estoy seguro de ello. No será como yo, y por eso tendrá una vida mejor. Le espera un futuro brillante, impoluto y cargado de hermosas sorpresas. Casi me emociono al pensarlo, y desecho unas lagrimillas sobrantes.


Tras aquella ocasión, sólo pude verla una vez mas. Cuando pasé al lado de su asiento, no me reconoció. Pensé, que, tarde o temprano inevitablemente, se cumplirían sus palabras acerca de que algún día no me reconocería. No me molestó en lo mas mínimo, puesto que tampoco la conocía demasiado, y al fin y al cabo, estaba enferma. Por otro lado, reconozco que me dió lástima. No por mí propio orgullo, sino por cómo sería su vida a partir de ahora. Al bajar en el pueblo vecino, ví a un niño con un pelo oscuro en forma de tazón y de una piel sumamente clara. Ella, se sujetó de su pequeño hombro, y caminaron juntos en dirección al reconfortante hogar familiar. Como dije, estaba seguro que aún perdiendo la memoria, siempre reconocería a su hijo hasta el día de su muerte. 


Después de aquello, ya no volví a verla nunca más. Supuse, que, o bien se encontraría fatal y tuvieron que ingresarla en el hospital estando terminal, o directamente ya habría muerto. Yo, en cambio, a pesar del paso de los años, aún no he muerto de cáncer. 

miércoles, 13 de octubre de 2021

Melancólica juventud

 Un joven iba de camino a lo que podríamos llamar su escondrijo. Este estaba situado en la desembocadura de una carretera tras unos arbustos un tanto secos debido a la incidencia del sol. Atravesandolos, se tenía acceso a un banco de piedra que daban frente a un encrespado acantilado. Él, solía acudir ahí cuando le daban sus arrebatos solitarios. Cuando tenía cualesquiera tipo de atribulación, salía de casa y andaba en silencio. Y a veces sin quererlo, terminaba ahí. Era como si algo oculto en el interior de su ser, le conduciera hasta ahí sin que él fuera capaz de advertirlo. Comenzaba a andar, y al recuperar un ápice de su razón, ya estaba sentado en aquel banco de piedra frente al acantilado.


A lo largo de su vida había cometido mil vileces. Había dañado a muchos de sus seres queridos mediante mentiras, y aunque esa no hubiera sido en principio su intención, el caso es que lo hacía. De ahí que todos le vieran como una persona que se aprovechaba de ellos, y que por eso temía de que se descubriera la verdad. En realidad, la pretensión del joven era ocultar información y mantenerse callado para no dañar a los demás, pero esto a la larga produjo que todos tuvieran mala impresión de él. A lo que se sumaba, que nunca podía dar un no por respuesta debido a su intención de complacer a los demás. Y así, pues, terminaba por dar asentimiento a todos según sus deseos, lo que al cabo, producía que todos le tuvieran como alguien contradictorio y que no sabía lo que quería.


Él intentaba cuanto podía que no pensasen así acerca de él, que le tuvieran como alguien que era amable y simpático. Pero, tomando esta determinación, conseguía el efecto contrario. Todos decían hablando de él: "Es un mentiroso. No os fiéis de él." Muchas veces le llegaban estos mensajes que él calificaba de "habladurías", mas él sabía en su fuero interno que eran verdad. Se había convertido en un mentiroso y en un aprovechado por intentar complacer a los demás, intentando agradar a la gente, se había mutado en alguien indigno "¡Qué paradojico! -pensaba- Busco el bien de los demás, y sólo me devuelven mal. Quizás debería invertir los términos para recibir bien. Ser verdaderamente egoísta, y no como ellos me acusan." Tales eran sus cavilaciones entonces. 


Posteriormente, para huir de estos males que proliferaban a su al rededor se dió a la bebida. Frecuentaba varios bares cercanos a la zona dónde vivía, y se dejaba invitar hasta acabar ebrio a más no poder. Era entonces cuando desataba su vena mas alegre de una forma que ya no era aparencial, sin pretensiones de agradar a los demás, batía sus palmas sobre la barra del bar y soltaba unas risotadas que quién las oyera probablemente se riera también. Y cuando ya abandonaba tales tugurios para regresar a su casa, lloraba con unas lágrimas verdaderamente sinceras. Unas, que no eran participes de su capricho por adquirir un ánimo sombrío, sino que de verdad nacían de su interior, y que hasta cierto punto podría decirse que le satisfaccían. Había veces que mientras las lágrimas atravesaban sus mejillas, sin emitir sonido alguno, sonreía con una amplia sonrisa. En ese momento, por fin podría decirse que por vez primera se había complacido a sí mismo.


Otro de sus problemas, y sobre el cual cavilaba en muchas ocasiones, eran las mujeres. O, para ser exactos, no toda mujer en general, sino cierto tipo de mujer que siempre le echaba a él los ojos. Parecía que le circundaba cierto olor, cual si fuera una fragancia especial, que atraía a algunas mujeres, que le hacía parecer atractivo ante estas. Sin embargo, él no se consideraba tal. Es mas, se odiaba a sí mismo no solamente por lo que era su personalidad, también por su aspecto físico. Siempre que estaba ante un espejo y se contemplaba, le daban ganas de escupirse y añadir algún que otro puñetazo. Y aunque se contuviese a la hora de actuar de esa manera, esa contención provocaba en él temblores y crispaciones. Se quedaba temblando frente al espejo como un imbécil, procurando mantener la compostura sin conseguirlo, impotente.


En lo referente a las mujeres, siempre le pasaba lo mismo. Estas se acercaban a él con la falsa pretensión de acogerle en sus brazos, de cuidarle como una madre, cuando en realidad sólo querían resquebrajar aún mas lo que era su vida usando como medio los efímeros placeres carnales. O, al menos, así lo creía él porque de lo contrario no le encontraría sentido. Con algunas de ellas, llegó a besarse. En tal instante, siempre le acontecía algo curioso digno de notarse. Si bien todas esas mujeres eran distintas y dispares entre sí en la distancia, cuando se hallaba ante su semblante pegado al suyo, lindando sus labios en el momento precedente al beso, todas adquirían el mismo rostro. Era extraño. Pero era exactamente un mismo rostro que le dirigía una mirada de arrobamiento sumamente perpleja. Esto le turbaba bastante, ya que no lo entendía. Se quedaba por un instante congelado, y no sabía cómo reaccionar.


Hubo un momento, que meditandolo fríamente mientras estaba sentado en aquel banco gélido en pleno invierno, llegó a una explicación que se alejaba de todo discurso racional. Pensó en que aquel rostro que siempre veía en el instante previo antes de besar a una mujer, sería precisamente la verdadera mujer que le estaba destinada. Es decir, el auténtico amor de su vida. Esta, se quedaba mirándole con los ojos vidriosos, tremendamente dolida por lo que estaría a punto de hacer. Debido a esta reflexión, siempre que retornaba a besar a una mujer, sentía unos profundos remordimientos que le punzaban el corazón. Mas, no obstante, cuando esta extraña reflexión le acudió a la cabeza, lo que hizo fue levantarse y gritar al horizonte: "¡Vamos! ¡Manifiestate de una vez! Sé que soy repugnante e indigno de todo ápice de cariño... Pero, por favor... ¡Acude a mí antes de que cometa mayores fechorías!" Esto, lo dijo con entera sinceridad. Hasta pudiera decirse que esta vez fue sincero por primera vez en su vida.


En una determinada ocasión, mientras deambulaba por las calles desiertas, totalmente drogado y alcoholizado, creyó haberla visto bajo una farola. Acudió hacía ella con premura, y cuando creía haberla alcanzado, estrechandola entre sus brazos, desapareció. Se deprimió tanto, que empezó a gritar con desesperación arrodillandose en el asfalto y levantando las manos pidiendo clemencia. Pudiera ser por tal aparición fantasmal, porque estuviera drogado, o simplemente porque a esas horas de la madrugada no había nadie por ahí, pero en ese momento sus quejidos lastimosos emitidos en alto eran indiferentes a la reacción de los demás. Sus pupilas dilatadas por efecto de alcohol se quedarón clavadas en la luz de la farola como buscando una respuesta a su desdicha, a por qué siempre le atenazaba la misma melancolía incluso cuando no hacía nada, a por qué era un pérdido que no podía hacer nada para remediar su condición...


Y así, pasaba el resto de su vida, creyendo que aparentando hacer lo que los demás querían ver de él lograba complacer a alguien, bebiendo a mas no poder y haciendo el rídiculo como en el episodio de la farola. Él sabía bien quién era, y se lo reprochaba constantemente a sí mismo. Y no sólo sus actos, sino también su misma persona en general. Era sin duda, un perfecto idiota. No estaba seguro de si él mismo se trataba de un producto de la sociedad, o si era algo que le venía por naturaleza. En verdad, esto no le importaba en absoluto. El caso era que se había convertido en una persona despreciable, y así se lo reprochaba constantemente a sí mismo. Mientras tanto, los años de juventud pasaban, corrompiéndose y olvidando de esa inocencia primera, de esa casi pureza que en otros tiempos solían tener los jovenes. Al menos, así el lo creía, idealizando hasta cierto punto la juventud de otras gentes. Mas, independientemente de que fuera así o no, él se sentía un desgraciado tanto porque las desgracias le cercaban, como porque él era el origen de las mismas. Y aunque él intentase justificarse, señalando a los demás como los culpables de su desdicha, el caso era que seguiría siendo un desgraciado. 


Ahora, estaba frente a aquel acantilado. Sentado en aquel banco de piedra que le producía escalofríos, sus ojos brillaban de una emoción que sólo la melancolía y la nostalgía hacía algo indeterminado podrían producir. Ahí, tras la sombra producida por los cerezos y los almendros, contemplaba el cielo imponente...

viernes, 3 de septiembre de 2021

Sonrisas y lágrimas

 "... como soy un pecador redomado, estoy condenado a ser cada vez más infeliz sin saber cómo evitarlo"

Indigno de ser humano, Osamu Dazai



Me levanté de un salto desde mi cama, y mientras me colocaba las zapatillas desparramadas me dije a mí mismo: "Sí, en el día de hoy voy a escribir un nuevo relato" Con este ardiente entusiasmo, salí corriendo de mi habitación y desayuné en un periquete. Volví al poco a mi habitación, y me interné en la misma. Sentándome en mi vieja silla me puse frente a la mesa, cogí un lapiz desgastado y un folio arrugado adoptando una posición importante. Como si con este gesto cambiará el mundo, concentré todas mis fuerzas en el espacio de aire que separaba la punta del lapiz del folio, y lo apreté con impetú de cara a llamar a las puertas de la inspiración. 


Con renovados esfuerzos, centré toda mi atención en esa blancura algo rasgada que era el folio, y aunque no se me ocurría nada, insistí en reforzar la fuente de dónde nacían todas las ideas. Sin embargo, todo era en balde puesto que no lograba extraer nada en claro de ese mundo imaginativo. Las gotas de sudor se me escurrían de la frente debido al agobio, la mano me temblaba como si fuera un enfermo terminal y mi pierna diestra se movía siguiendo un fúnebre compás.


Pasaba el tiempo, minuto a minuto en esta postura estática sin que en momento alguno me moviera, tan siquiera mudaba mi semblante, exceptuando mis labios que estaban cada vez mas apretados. Al rato, desvié mi mirada a la ventana, y ahí fue cuando perdí el rumbo y me pusé a pensar acerca de cosas anodinas sin importancia alguna. Ví a las nubes siendo arrastradas por el viento, estas atravesaban el cielo cuales flechas formadas por gases sólidos que terminan por evaporarse cuando han volado demasiado. Hacen, al cabo, como nosotros que vamos de aquí para allá animados por una sustancia desconocida, engañados con supuestos objetivos vitales vanos y creyendo que existe algo así como una razón de ser en cada uno de nuestros movimientos ¡Ay, desdichados de nosotros que en verdad caminamos por el mero hecho de caminar! ¿Algún día cesarán nuestros pasos y encontraremos el sentido? Lo dudo.


Cuando quise darme cuenta, ya debía ir a comer. Así que dejé las cosas tal cual estaban, y bajé a la planta baja para degustar lo que hubiera. Al terminar, volví a subir y retorné a la misma mesa, exactamente en la idéntica posición antecedente. Y de nuevo, la misma carencia de ambrosía inspiracional, y ese hastío que se transmutaba en mi frente grasienta. Los temblores y la ansiedad aumentaron sin lograr ni escribir una línea. Como un imbécil me agobiaba con esta tarea que yo mismo me impuse. En realidad, así he pasado toda mi vida: agobiado y con un constante temor a pifiarla en cualquier momento. Sentía que cada paso que daría terminaría siendo una caída, y cuando al darlo me daba cuenta de que continuaba en camino raso pensaba: "Seguro que en cuanto dé el siguiente paso me encontraré en un foso inmenso del que jamás lograré salir." 


De repente, ví con perplejidad humedecerse aquella hoja con una serie de gotas dispersas. Me palpé la cara y caí en la cuenta de que estaba llorando, y que todo aquello que estaba sobre el papel eran mis propias lágrimas. Pero, ¿Por qué lloraba? ¿Qué era lo que me entristecía tanto? Era como si algo interno en mí que fuera semi-inconsciente se deprimiese al verme ahí plantado mortificandome a mí mismo por el mero hecho de vivir -o de fingir que lo hacía- o quizás, también fuera aquello que llaman "el ángel de la guardia" que me veía desde sus celestiales alturas e invocaba la lluvía para manifestar su decepción. Pues bien, si es este último caso, que sepa ese pajaro que me dá exactamente igual su opinión, ya que ni le conozco. Si tiene algo importante que decir que se presente, de lo contrario seguirá siendome indiferente.


En verdad llevo ya largo tiempo aparentando indiferencia respecto a casi todo. Mas, no obstante, no es algo que haga a próposito y que deba ser forzado. Se trata mas bien de un mecanismo de defensa que tengo interiorizado y que ha pasado a ser parte de mi naturaleza, y ya no puedo evitarlo. Desde que era un niño siempre he sido un llorón y un miedoso. Bastaba el mas mínimo acontecimiento para que me pusiese a llorar o me asustase. Con mi escasa experiencia de entonces, me fué suficiente para llegar a la conclusión de que el temor y las lágrimas están a la orden del día en este mundo repleto de desgracias y de desilusiones. Y como dada mi sensibilidad no podía evitar sentirme herido o temer que acabase estandolo, opté sin querer por construirme un muro que me aislase de todo y de todos. 


Luego ya, posteriormente, iba llenando el interior de ese muro con mis propias lágrimas, bebidas alcóholicas, humo de tabaco y algunos fotogramas dolorosos provenientes de mis propias experiencias. Y así, me mortificaba con ello en una espiral de dolor que no cesaba, daba vueltas y vueltas sumergíendome en mi desgraciada existencia. Cuando estaba en soledad, estas lágrimas provocadas por hirientes recuerdos me sacudían mientras estaba enterrado entre mantas y fluían al exterior sin que yo pudiera detenerlas. De vez en cuando hasta proliferaban de mis labios quejidos lastimosos verdaderamente lamentables, y algún que otro grito ahogado al ser presa de la desesperación. Era repugnante y lastimero. Cada noche este espéctaculo se daba con mayor intensidad, mas yo no podía ni controlarlo ni evitarlo, y tampoco sé hasta que punto quería que cesara, e incluso no sabría determinar si esto me venía bien o mal. 


Después de todas estas noches, salía al mundo como si nada hubiera pasado. Actuaba como si yo fuera un cualquiera al que le diese igual todo, y soltaba estupideces de mi boca para hacer reír a todos. En cierta medida me hacía feliz ver a los demás contentos aunque yo me sintiera desgraciado. Lloraba internamente y siempre estaba triste dentro de mi caparazón, pero eso no evitaba que se me escapasen de las comisuras de mis labios bromas obscenas y vulgares, y risotadas varias como si me hiciera gracia lo que yo mismo decía. Este mecanismo -también inconsciente- operaba paradojicamente bajo la conciencia de mi propia culpabilidad. No quería ser como una nuble cargada de tristeza que se desparramase sobre los demás, y por eso la velaba con un circo de cartón repleto de payasos que realizaban mil bufonerías. Sentía que no merecían que los tratase con una melancolía que tenía origen en mí mismo, y así pues tendía al humor fácil para dispersar la niebla. Usaba de la apariencia un recurso cómico cuando la tragedia inundaba mi vida como si se tratase de un tsunami inevitable que arribara a la costa, y al ver que algunos de sus habitantes corrían por aquí y por allá asustados, sacaba confetí haciendo parecer que el mal inevitable no era tal. 


Esto, claro está, era pura falsedad. A mí, particularmente me gusta mas denominarlo como "una representación teatral a todos los públicos y sin ánimo de lucro." Mas sé que por lo general, yo soy un actor bastante malo y no todo queda lo suficientemente realista como para ser tomado del todo en serio. Esa fue otra de las razones por las cuales me convertí en un vulgar cómico para el mundo, ya que es mas fácil hacer una comedia que una tragedia. Y aún en este último caso, no se trataría de una representación puesto que sería tal y cómo me sentiría realmente -cosa, que, por otra parte, me está completamente prohibida si quiero seguir por estos lares- Así, pues me decía una parte de mí cada vez que salía a dar una vuelta por el mundo: "Hagamos comedia aunque lloremos, seamos graciosos pese a ser en realidad desgraciados. Es el único favor que podemos hacer a un mundo tan desdichado, el único toque salado que podemos conceder a un lugar tan amargo." 


En ese momento, ya estaba anocheciendo, mis párpados parpadearon y mis manos se crisparon para al poco adoptar un ánimo neutral puesto que debía salir de mi cueva. Fuí a la sala principal, y cené con premura para volver a internarme en mi cuarto. Ya no sentía fuerzas de ningún tipo, así que me dediqué a hojear algunos de mis libros para decidir cual me leería al día siguiente, e instantes después me tumbé en la cama. Me quedé impertérrito contemplando el techo con mis ojos abiertos cuales faroles desgastados. Ví como la pálida y cenicienta luz de la luna iluminaba debilmente ese blanquecido techo que se asemejaba a una manta desplegada en forma de resplandor. Eso provocó que mis lágrimas volvieran a deslizarse por mi semblante, cayendo lo restante sobre el colchón.


Fue entonces cuando recordé que debía de escribir un relato, y del cual no había escrito ni una sola línea en todo el día "Soy un pésimo escritor si es que merezco que se me clasifique con tal adjetivo..." -pensé descorazonado. Pero, al cabo, ¿No es lo que he hecho en el día de hoy? Quiero decir, ¿Escribir un relato no es simplemente relatar algo? De lo contrario, ¿En qué narices consistiría hacer un relato si no es contar algo independientemente de lo que esto fuera? ¿Acaso no es esto mismo un relato? No sé tiene por qué hacer una grandilocuente historia repleta de personajes y complejidades varias para que esta merezca el apelativo de narración. Bien se podría escribir cualesquiera cosa, narrar algo, incluso el acontecimiento mas nímio para que se le llame propiamente relato. E incluso, no tiene por qué pasar nada en sí mismo. Puede que valga con transmitir unos pensamientos y unos sentimientos a un trozo de papel, removerlos y que aparezcan un cúmulo de letras que entiendan de palabras y de frases en un fondo blanco. Otra cosa es que sea bueno o malo, pero relato es al fin y al cabo.


Pero, en este caso ¿Quién lo decide? O en una posición más radical ¿Para quién escribo? ¿Es sólo para mí mismo? ¿O puede que para otros? Si el escribir es comunicar, lo más coherente sería decir que se escribe para otros desde sí mismo. Mas no creo que este sea mi caso... En fin, supongo que no tiene importancia. Además, ahora que lo pienso lo relatado aquí en concreto es bastante repetitivo respecto a otras cosas que he escrito. Siempre vengo con lo mismo, pero bueno... Que lea esto a quién le llegue y le apetezca, y a quién no me da exactamente igual y se acabó. 


Me crucé de brazos, y a los segundos los puse en posición funeraria como si en vez de intentar dormir me estuviera muriendo. Con los párpados cubriendo mis ojos, noté mis pupilas inquietas, intentando atisbar algo en la oscuridad que proporcionaba mi propia piel. Y otra vez -¡Cómo no!- las lágrimas de siempre, esa sensación de existencia culpable repleta de pecados y malas obras cometidas en el pasado, junto a los temblores de mis extremidades y a las fuertes palpitaciones provenientes de mi corazón. Mi respiración era agitada, mi propia vida me resultaba asfixiante. Pero no podía hacer otra cosa que seguir respirando, o en este caso, ahogarme poco a poco en este lento retargo cual suicida indirecto e inconsciente que lleva una cuerda al rededor del cuello, y una carga a sus espaldas que jamás logrará ver.


Lanzando un leve suspiro me pregunté: "¿Qué será del mañana?" Y ante mi propia pregunta, mudo me quedé. Estaba esperando como siempre sin saber a qué. Harto de la misma postura, me cambié de lado, concretamente en posición fetal y comencé a sollozar sin remedio, y a intercalar los lastimeros llantos con unas risotadas delirantes. 

martes, 10 de agosto de 2021

Ducados

 Decidí salir de la estación con la esperanza de reposar tras un largo viaje. A pesar del mareo y del cansancio que sentía, me encendí un ducado y dejé que el humo me inundara por dentro para al poco salir y esparcirse por un cielo nocturno cuyas nubes y brumas impedían contemplar las estrellas. Aún así, me consolé contemplando cómo el humo que salía de mi boca ascendía tanto que cubría los escasos ventanales de los edificios que estaban justo en frente de la estación, y que a esas horas todavía estaban decorados por las luces de algunos desconocidos noctámbulos. En cierta medida, esas lámparas que concedían ese fulgor a las ventanas, venían a sustituir lo que serían las estrellas. O al menos, eso me imaginé debido a un probable capricho fantasioso.


Mientras pasaban los anónimos transéuntes, me preguntaba acerca de mí vida sin llegar a una conclusión definitiva. La gente por lo común solía hablar bastante mal de mí. Se diría que tengo mala fama. Para la mayoría soy considerado un desgraciado, un pérdido, un decadente, alguien malvado que va inevitablemente a la deriba... Preguntes a quién preguntes, todos te dirán lo mismo: Las mismas palabras cargadas de injurias y maldiciones dirigidas a mi persona. Mas, yo me interrogaba sobre cómo he podido cosechar tan cúmulo de difamaciones. Pero al cabo, me devanaba los sesos para nada puesto que la pregunta me llevaba a una respuesta bastante ambigüa que requería de una nueva pregunta, y así incesamente. La incognita de siempre. La muda interrogación misteriosa que siempre ha sido mi vida. 


Pensativo miraba hacía el sucio suelo repleto de colillas de tabaco blanco y de chicles de antaño. Quizás ese suelo fuera la respuesta que buscaba. Insistí en demasía preguntando mirando al cielo, y encontrandolo nublado me saturaba y ya no tenía dónde dirigir la mirada. Puede que sí, que debiera mirar al suelo cuando quisiera saber por qué todos me veían como a una especie de duende travieso que forma innúmerables males con el más mínimo gesto. Me causó repugnancia ver ese suelo tan sucio, y pensé que pudiera ser esta reacción pareja a la que tienen los demás cuando se asoman al oscuro foso de mi alma.


Expulsé el humo y respiré por un instante aire nauseabundo. Sin saber por qué se dibujó en mis labios una tenue sonrisa que nada tenía que ver ni con la alegría ni mucho menos con la felicidad. En verdad, sentía ganas de llorar pero no lo iba a hacer. Me negaba a darle al mundo esa satisfacción de verme mas derrumbado de lo que solía estar. Así que sonreí  -incluso, me reí para mis adentros de mi propia desgracia- aunque tan sólo fuera por resentimiento hacía el mal que me deseaba el compuesto sin forma de la sociedad. 


Llevaba ya años adoptando esta extraña actitud. Como si nada me importase, me límitaba a sonreír y a aparentar indiferencia pese a que algo me doliera en lo más profundo de mi corazón. Si me decían que era un imbécil o un sinvergüenza les sonreía en su cara con desparpajo, y si insistían, se me escapaban un gran cúmulo de risotadas sin quererlo. Al final, terminaban por mandarme a mí casa con mas insultos como acompañamiento, y yo, me daba la media vuelta y desaparecía. Y cuando llegaba, me ponía a llorar desconsoladamente procurando ahogar los gritos para que nadie me oyese. Una vez terminase tal perorata lacrimogena, salía de mi habitación y contaba un par de tonterías como si nada hubiera pasado. Así era mi vida, ya me había acostumbrado.


Notaba como me ardían las yemas de los dedos debido a que el ducado lindaba ya con su fin. Casi se había acabado, pero yo siempre lo apuraba al máximo como si con el cúlmen de ese cigarro de tabaco negro me fuera la vida en ello. Literalmente lo sentía así en mi retorcido fuero interno. En esos momentos, el ducado era yo, y yo era el ducado y no había mas. Todo era tan fugaz... Que me daban ganas de vomitar. Quince minutos de sosiego, calada tras calada y todo venía a convertirse en ceniza, una callada tranquilidad que producía que todo aquello acabase porque el fuego había logrado consumir todas las hojas, como en nuestras vidas lo eran las horas. Me creía que estaba jugando con la muerte, bailando con ella, siendo la realidad a la inversa. No había punto de descanso ni de apoyo alguno porque todas las cosas morían, culminaban como ese ducado a punto de apagarse que aún sostenía entre mis dedos. 


Agobiado por la situación, tiré el ya casi consumido ducado al suelo y lo apagué con la suela de mi zapato para segundos después encenderme otro. Ya estaba al menos mas tranquilo porque el humo había retornado para hacer eternos recorridos en mi interior hasta el punto de enredarse en mi garganta como si fuera una soga al cuello. Tosí, volví a inhalar el humo con premura, y pensé en cuán degradante sería mi aspecto en ese momento. Probablemente tendría bolsas bajo mis ojos, el cabello revuelto por el viento, unos zapatos destrozados por mis caminatas y una camiseta agujereada por el tiempo "Bueno... ¿Qué más da? Así son las cosas..." -pensé poniendo una mueca indiferente para seguir pensando en estás cosas. 


En realidad, siempre he cobijado un estoicismo muy extraño en mi interior. Este, en vez de fundarse en la razón y en la templanza, solía confundirse con una irracionalidad al borde del delirio y un desequilibrio enfermizo que acababa paradojicamente por convertirse en un vulgar conformismo. Tan tranquilo e inmutable he sido que cuando me acontecían situaciones funestas, me limitaba a meter las manos en los bolsillos y esperaba a que el mal pasase tal y como había venido. Si algo positivo puedo decir de mí, es que he sido siempre muy paciente -quizás demasiado- Daba igual lo que ocurriese, me quedaba quieto y esperaba sin pestañear. Como, a su vez, de hecho estaba haciendo en este lugar sin saber a qué. Nunca he sabido a qué atenerme, por eso dejaba que el mundo girase lo que debiera girar mientras mi espíritu actuaba como una rígida torre: plantada en la tierra y sin aspiración alguna que no fuera permanecer y contemplar el atardecer. 


Justo cuando estaba divagando sobre estas cosas, apareció ante mí un mendigo andrajoso de unas pintas horripilantes probablemente por hacer su vida en la calle. Este, abriendo mucho los ojos, y casi sin mover sus labios pegajosos me dijo:


- Oye ¿Tienes tabaco?


- Sí, pero sólo negro. Es decir, lo que tengo son ducados... -respondí titubeando ligeramente


- Da igual.


Metí la mano en mi mochila con nerviosismo buscando el tabaco para darle. Revolviendo entre mis objetos en busca del paquete, recordé que hasta hacía unos escasos meses solía dar algunas monedas a los mendigos. Sea quién fuere, les daba lo que tenía con tan sólo pedirlo. Sin embargo, esa extraña manía pasó a evaporarse poco a poco. Tiempo después, sólo les daba a aquellos que parecían tener pinta de mas desfavoridos, pero con el tiempo, dejé de darles a nadie nada. No es que me tuviese antes por alguien caritativo por darles, como tampoco después como alguien que los acusase de gastarse el dinero en vicios. Simplemente los veía a todos como unos bellacos. Además, si yo estuviera en su posición, me lo gastaría todo en ese último caso hasta que me diera un coma etílico y muriese. Ese sería un buen final.


En este caso, opté por darle a aquel mendigo parte de mi tabaco. Si hubiera sido otra cosa como dinero, es probable que me hubiera inventado una excusa. Pero al tratarse de tabaco, y pedirmelo tan directamente, pensé que sería lo suyo. Así, pues, una vez que había alcanzado uno de mis ducados, se lo dí con la mano temblorosa y tartamudeando que aquí lo tenía. No sé por qué, pero tenía miedo. No del mendigo en particular, sino de lo que pudiera hacerme la gente en general durante ese momento de flaqueza. 


- Perdona ¿Me podrías dar dos...? Es que, verás... Tenemos una comunidad de mendigos, y solemos repartirnos el tabaco entre todos para así tener con que sobrevivir en esta fría noche.


"¡Vaya! -pensé- ¡Una comunidad de mendigos! ¿Quién iba a decirlo? ¡Y encima usan del tabaco como una cuestión de supervivencia!" La verdad es que esta perplejidad no atendía a ser un reproche, tampoco una confusión. Era, mas bien, producto de la sorpresa. Quizás yo también debiera pertenecer a esa comunidad, y dedicar la noche a fumar, ya que al fin y al cabo era lo que estaba haciendo en esos instantes. Mas, no obstante, no estaba dispuesto a compartir con todos esos desgraciados como yo. Nos unía el hecho de que todos ellos y yo éramos unos pérdidos, o ¿Quién sabe? Quizás lo fuera yo mas en un sentido mas interno, pues ellos habían encontrado de un sentido, que era reunirse para fumar. Yo, en cambio, aquí estaba como un pelele confundiendo a las ventanas con estrellas, y a los ducados con el sentido de la vida regocijandome en mi sufrimiento cual mentecato ¿Y todo por qué? La verdad era que ni eso sabía.


Tras darle otro ducado, el mendigo asintió con la cabeza en señal de agradecimiento y se fue alejando entre las sombras de los edificios. Yo, al darme la vuelta, me encontré con un autobus destartalado que había aparcado justo a mi lado sin que yo me diese cuenta. Ese no era el autobus al que estaba esperando, era otro que se parecía mucho pero que no era aquel. Agudicé mi mirada para ver de cual se trataba, mas sólo pude ver cómo subía un montón de gente extraña ataviada con unos atuendos sumamente extravagantes. Sin pensarlo dos veces, me dirigí hacía el autobus y sin mirar ni quién era su conductor me subí yo también sin razón alguna de ser.


Ya dentro, todo estaba en penumbra. Así que como pude, me acomodé en uno de los asientos de la última fila en vías de pasar desapercibido. Ahí dentro, todo lo externo parecía desaparecer debido a que el cristal parecía estar tintado, y al ser de noche, he de suponer que el interior del autobus actuaba como una cámara acorazada que impedía el paso del sonido, mas en esta ocasión lo era respecto a la visión también. Turbado, miré al rededor del autobus sin ser capa de vislumbrar nada, tampoco a la estrafalaría gente que había visto entrat en un principio. He de reconocer que todo esto me pareció bastante extraño, casi una fábula. Pero, me noté tan cansado que los ojos se me caían y las piernas se me aflojaban. Así que apoyé mi codo en la ventana, e impuse mi mano bajo mi mejilla y sellé mis párpados ralentizando mi respirar, tendiendo así mi mano a la inconsciencia.


A los segundos, noté como me vibraba el cuerpo, lo cual era una señal que indicaba que el autobus estaba puesto en marcha. Ya notaba cómo se desplazaba hacía delante con impetú mientras yo iba cada vez mas sumido en el sueño. Sin saber a dónde me llevaba, caí derrotado por el agotamiento y me dirigí hacía allí donde nadie sabe, ni siquiera yo mismo.

viernes, 23 de julio de 2021

Mar dulce

En el bar "Mar dulce" todos eran bienvenidos. Independientemente de lo que fueran, o hubieran hecho en el pasado, se les abría las puertas siempre y cuando tuvieran algunas monedas que gastar. En el instante previo después de pagar, cuando ya tuvieran la copa medio llena ante sí, pareciese que se les perdonase todos los males que hubieran ocasionado. Esa agua bendita una vez digerida, les bautizaba interiormente dando rienda suelta a lo que seria su redención. Daba igual lo que hubiera pasado, lo que habrían ocasionado, desde robar un producto del supermercado por falta de dinero o por malicia hasta un asesinato ya sea por venganza o por diversión de matar, todo se les perdonaba porque la ebriedad que en ese momento les inundaba resultaba la gracia transfigurada en alcohol.


Una vez que ya acabasen todas las copas que pudieran, y ya no les quedase moneda alguna que gastar, completamente borrachos, se daban la vuelta y dormían en algún rincón, o en sus desgraciados hogares si es que lograban llegar. A la mañana siguiente, con la resaca incrustada en su corazón, ralentizando los latidos que durante la noche fueron tan veloces, retornan a ser los pecadores e infelices de siempre. Vuelven a ser observados por todos los demás como seres carentes de humanidad, despechados de la sociedad, que, no merecen vivir y que han de ser juzgados por sus acciones y pensamientos para siempre.


Sin embargo, aún estaban a salvo de las murmuraciones y de las criticas de la gente, ya que todavía estaban en el bar "Mar dulce" su refugio de la sociedad, su asilo frente a la cruel humanidad, hasta cierto punto, su exilio, Israel. Y ahí estaban, contemplandose unos a otros cuales extraños que tienen el presentimiento de que se conocen desde tiempos inmemoriables. Chocan sus copas, y sorben con desparpajo, las acaban y vuelta a empezar. Según va avanzando la noche, aumentan las risas, las lágrimas sinceras, las peleas directas, las blasfemias inocentes y las conversaciones a modo de confesión que a menudo resultan indecentes. Mas todo ello con una naturalidad cargada de primitivismo que asombraría incluso a los primates. 


Mar dulce, mar dulce... Pareciera que este ilustre nombre invitaba a imaginarse olas alcoholicas acariciando una playa destartalada, mas no por ello menos hermosa aunque su arena no sea lo suficientemente fina. Este movimiento oscilante de las olas borrachas era analogable a los pasos que daba la escuálita camarera tras la barra. Era una chica muy joven -quizás demasiado- poco desarrollada y tremendamente delgada, prácticamente carente de senos y con unos dientes montados y grisaceos que asomaban siempre que procuraba ser amable. A través de sus cabellos rubios y lacios bastante pobres, podía atisbarse una melancolía de antaño, incluso de una nostalgia que la trascendía y que seguramente ella jamás comprendería. 


Esta nostalgia era a las veces atisbada por dos de los clientes mas asiduos de aquel palacio con apariencia de tugurio, los cuales tenían por nombre Bartolomé y Augusto. Acudían como mínimo cuatro veces a la semana -viernes y sábado obligatoriamente por el imperativo del borracho- y solían invitarse mutuamente un día sí y otro no para acabar equilibrados en sus deudas. Puesto, que, de estas tenían bastantes, y aunque en el principio se dijo que sólo podían redimir sus pecados por unos instantes a cambio de unas monedas, los había que contaban con los favores sustentados por la amistad del interés por parte del dueño del bar. Y, por lo tanto, muchas veces se iban sin pagar pero con unas deudas de meses.


Como se decía, ambos acudían ahí asiduamente de cara a pulir las ráfagas de la melancolía que se traslucía de sus semblantes, pese a que a las veces esta aumentaba a partir de la quinta copa. Quizás por ello podían captar, o al menos intuir, la tristeza que encubrían los cabellos de la fea camarera. En particular, Augusto a veces se la quedaba mirando fijamente y con gravedad mientras rellenaba sus vasos, y esta se pensaba que podía estar interesado en ella. Pero no era en ningún modo nada de ese tipo, simplemente fabulaba acerca de lo que podría haber sido su vida "¿La habrán abandonado? ¿Su familia o algún chico? Tiene pinta de esconder un terrible secreto... Quizás sea ninfomana, o mejor... Puede que sea pedofila y se aproveche de los niños... En fín, no lo sé..." -así divagaba sin llegar al cabo a ninguna conclusión


Sus pensamientos fueron interrumpidos por un grito purificador, una exclamación que siempre ha estremecido a los borrachos y les ha hecho soñar con parajes inexplorados: 


- ¡Otra copa! ¡Hoy invito yo! -gritó Bartolomé levantando el brazo como si saludase al Führer 


La historia de este hombre llamado Bartolomé era de lo mas repugnante y vulgar, como la de cualquier otro hombre instado en la vida ociosa y que se despeñó a los abismos de la incomprensión por falta de consideración hacía los demás. En resumidas cuentas, diríamos que de la niñez a la adolescencia tuvo lo que sería una vida harto ordinaria y aburrida: realizó sus estudios con notas medias, vivió en una casa estable economicamente, sus compañías en esa época eran tan normales que hasta daban pena y al ser mayor de edad se casó con una chica cualquiera. Después de un par de años completamente normales de casados, Bartolomé empezó a juntarse con algunos compañeros de la oficina que le hicieron conocer los bares y la vida nocturna de la capital. A partir de ahí, las cosas comenzaron a empeorar, acudía a casa tan borracho que al día siguiente no podía ni levantarse, lo que ocasionó que su vida en casa mermara y que le despidieran del trabajo. Su mujer, cansada de aguantar las tonterías de su marido y su falta de responsabilidad -como así, todas las deudas que entonces acumulaba- acabó por abandonarle, y cuando se vió sin el durante lo que fueron cuatro días le echaba tanto de menos que se suicidó. 


Mientras Augusto estaba con la mirada perdida hacía la barra, Bartolomé se dirigió a él:


- Oye, Augusto compañero mío... ¿Por qué miras tanto a la camarera? ¿Te gusta, eh pillín?


- ¡Pero qué cosas dices! ¡Claro que no! - le respondió Augusto haciendo espasmos con las manos, lo que le daba un toque afeminado


- ¿Te quieres acostar con ella? 


- No, por Dios... 


- Venga, vamos... Si se nota que tanto tú como ella lo estáis deseando... 


- ¡He dicho que no, pesado! -y tras un instante de silencio continuó- ¡Otra ronda! Yo invito en esta.


Y así, todos los temas por muy controvertidos que fueran, venían a disolverse en el aire. La bebida pulía cualquier elemento contradictorio, o que pudiera resultar poco correcto para el momento cuando no se estaba lo suficientemente ebrio, y establecía de una comunidad, de un vínculo como sólo el bar "Mar dulce" podría sostener. Se alzaban las copas como un cáliz cuasi-divino cargado de la ambrosía que dió origen al mundo, y se tragaba con tal avidez que parecía que si se dejaba mucho tiempo en la mesa, acabaría por desaparecer. En cierto modo, se trataba a este acontecimiento como si fuera una especie de milagro. Por eso, duraba tan poco y concedía la felicidad sólo durante unos instantes. 


Entre copa y copa, se aunaban los espacios vacíos fumando tabaco y plegandolos con su humo. De los labios, escapaban estas ráfagas nebulosas, y ascendían hasta los cielos pidiendo ayuda. El elemento fuego producía un incendio en un diminuto bosque, y su sabor se depositaba en las bocas de unos dioses desconocidos. Estos, en múltiples ocasiones, mantenían conversaciones satíricas entre ellos, se reían de las anecdotas de sus miserables vidas, y tras cada carcajada, acababan por salir a flote las lágrimas. Terminaban por llorar amargamente, y se abrazaban como si fueran hermanos, aunque la supuesta compasión del otro no estaba dirigida a la causa de los lloros del otro, sino al recordar lo triste que había sido su propia vida.


Tras unas cuantas copas de alcohol barato, esto es lo que aconteció. Mientras Bartolomé lloraba tras haber hecho una broma sobre los suicidas, se acordó de su mujer, y al ver Augusto derramarse estas lágrimas, pensó en cuan poco lloraba él mismo. Era como si se le hubieran secado las lágrimas para siempre, tras haber llorado tanto desde su infancia. Cuando era pequeño, siempre tuvo problemas de aprendizaje, lo que produjo que siempre suspendiera y repitiera de curso, además le daban unos temblores repentinos y tenía un aspecto enfermizo, lo cual tuvo como consecuencia que los demás niños se rieran de él, o no le tomasen en serio nunca. Ya en el instituto, conoció a la que sería el amor de su vida y vivieron un año de ensueño y cargado de pasión debido a su juventud. Esto ayudó a que poco a poco fuese mas llevadera la separación de sus padres, y que sus bajas notas acabasen por darle igual, lo que paradojicamente produjo que saliera a flote más o menos. 


Mas no obstante, en una triste mañana invernal, aquella chica de la que se enamoró perdidamente resultó atropellada, quizá por rondar en su cabeza con constancia el recuerdo de él. Independientemente de por lo que fuera, el resultado fue su muerte. A raíz de entonces, Augusto entró en tal bucle de depresión desesperada y de angustia doliente, que terminó yendo de bar en bar en busca de consuelo. No lo encontró del todo, pues se ponía tan ebrio que siempre armaba tal jaleo que acababan por echarle de todos los sitios. En este sentido, encontró cierto sosiego en el bar "Mar dulce" desde que conoció a su compañero de copas Bartolomé y se limitaba a beber con él ya mas tranquilo en comparación a tiempos antecedentes.


En estos momentos, se encontraba con la cabeza agachada delante de la copa, buscando en las lágrimas de su compañero el impulso necesario para llorar él también. Pero no podía, no era capaz de concentrar todo ese sufrimiento y hacer de el una liberación que proliferase en forma de agua salada. Esperaba, se encontraba en suspenso y en relativo silencio en tanto que fijaba su mirada en el fondo de la copa ya vacía. Esto último, le hizo deprimirse aún mas así que con la mirada perdida entre puntos invisibles incrustados en las paredes pidió un licor que le sirvieran bien lleno, hasta los bordes y a rebosar como a él siempre le gustaba, y sobre todo cuando estaba triste.


Una vez lo tuvo en la mesa, lo rodeó con ambas manos como si fuera la cintura de su fallecido amor de la infancia, y hundiendo su mirada en el abismo alcóholico, le dió dos grandes tragos dejándolo al poco de terminar, y miró nuevamente a la camarera, mas para en esta ocasión decirle: 


- Quiero besarte. Ahora mismo.


Ella sumamente obediente cual si la hubieran pedido que sirviese una copa mas, se inclinó sobre la mesa entrecruzando sus brazos y ofreciendo sus salientes labios. Él, sin pensarselo dos veces y bajo los efectos del alcohol, se adelantó tanto que sintió pasar del lado de los clientes al de los trabajadores, e impuso sus ebrios labios sobre los de la muchacha. Al inmiscuirse con lentitud entre el labio superior e inferior de ella, un sabor amargo provocó que le temblasen las manos y que un estremecimiento desagradable le recorriese todo su cuerpo. Con naúseas, se agarró del estomago, y echándose hacía atrás volvió mecanicamemte a su asiento repleto de sudores fríos como quién despierta de una pesadilla.


Deslizó su mirada por el ambiente que le circundaba haciendo caso omiso de la figura de la camarera. Un mareo interno produjo que la cabeza le diese innumerables vueltas y el estomago un huelco. Tras unos segundos de malestar, este fue apaciguandose poco a poco sin llegar a calmarse del todo. Retornó su mirada y toda su concentración a la copa de licor, todo lo restante que no fuera esta especie de micro-universo se desvaneció como si se tratase de una vana fantasmología. Y en ese instante, sintió una lágrima que le iba recorriendo la mejilla hasta culminar en la copa que estaba mirando. Esta cayó como despeñandose hacía el abismo, el cuerpo inerte de algún desesperado suicida que ya no tenía nada que perder, y mucho menos que ganar. 


Entonces, tomó la copa con firmeza, y se  llevó a la boca todo de un trago. Cuando hubo terminado, dió un golpe con ella en la mesa, y se limpió la boca con la mano. Apoyando esta misma mano bajo su barbilla, y adoptando una posición meditativa se dijo: "Ya entiendo por qué llaman a este lugar Mar dulce."

miércoles, 7 de julio de 2021

La gran fábrica

 - Bueno, ¿Tiene usted alguna experiencia laboral? ¿Qué habilidades tiene a la hora de encontrar un empleo?


La verdad es que no tenía ninguna, ni laboral ni de ningún tipo ¡Si me he pasado la vida encerrado en casa debido a mi miedo a los hombres! ¿Habilidades? ¿Cuales, además de leer avidamente las páginas de algún libro? Si se refiere a las que deben tenerse para llevar una vida ordinaria, carezco de todas ellas. Soy un tipo raro, taciturno y asocial ¿Eso es todo, no? ¿A quién le puede importar alguien así? A mí mismo no lo haría si fuera "normal", desde luego. Pero como tampoco he tenido muy en cuenta la opinión ajena, supongo que ya ha llegado un punto en el que me da completamente igual.


Vine a este horrenda oficina por presión familiar. Me decían que tenía que hacer algo con mi vida, que no podía seguir así. Para ellos "hacer algo con tu vida" se resuelve en tener un número impreso en un papel con el que poder colocarse en la gran maquinaria de la vida normativa, y dicho sea se paso, de la vulgaridad. Todos ellos son vulgares, y sin ápice de creatividad de algún tipo. Yo tampoco me considero alguien extraordinario en su sentido positivo, sino mas bien en el negativo. Mas aún con ello, he escrito algunas cosas que podrían considerarse "originales" Algo que todos esos monos de feria ni harían ni estarían preparados para entender.


Pero al cabo, aquí estoy: en uno de los epicentros de la gran fábrica de la banalidad y la estupidez. La sombra de este lugar no tiene nada que ver con la que se repliega en mi habitación, esta es mucho mas densa y satura, la otra es como una fina capa y libera ¿Será porque aquí abundan los ficheros, y en mi cuarto son las palabras de los muertos concretadas en los libros? No lo sé. Pero me estoy agobiando, y me cuesta respirar. No estoy acostumbrado a salir de casa, y cuando lo hago es para darme un paseo por el campo y pensar en mis cosas. Aquí uno no puede pensar, se deja llevar por climas que le son extraños como el enfermo terminal por los médicos en un hospital de la capital. Pone su vida en sus manos, y que sea lo que Dios quiera. En este caso, yo estoy poniendo en manos de esta gentuza mi porvenir fáctico, material, y que sea lo que el Diablo guste.


- Vale. Por los informes que figuran aquí, se trasluce que usted está cursando estudios universitarios... Bien ¿Algo mas que deba saber? - continúo diciendo la mujer tecleando con sus uñas postizas


Esta mujer me está poniendo nervioso, no se atreve ni a mirarme a los ojos. Me trata como si fuera un infra-humano, alguien que es digno de despreciar porque no ha aportado el suficiente dinero al estado. En cierta medida, soy una especie de disidente que ha usado de la indiferencia a modo de protesta. Mientras los demás se movían de aquí para allá de cara a mantener cada artefacto en su lugar y en marcha, yo me quedé en medio de la plaza con los brazos cruzados, y las piernas entrelazadas como si estuviera meditanto mientras leía poesía. Debido a ello, en cierto modo estoy acostumbrado a que me eviten la mirada, o en su defecto, a que me miren con desprecio. Yo, en cambio, les reto a todos ellos mirandolos a los ojos, susurrandoles aún sin palabras: "Yo he hecho algo de lo que todos ustedes son incapaces: permanecer quieto" Así les digo, y me río para mis adentros.


¿La universidad? Una porquería. Allí no había nada digno ni de valor que debiera aprenderse. Tan sólo está inclinada para hacer de nosotros seres humanos funcionales, para mantener viva instrumentalmente la gran fábrica de este mundo. En la medida en que uno va progresando en tal estructura secuencial aprende de cara al futuro a inmiscuirse en lo que vendría a ser la esclavitud laboral voluntaria. Así como ahí aplauden a los estudiantes con mejores clasificaciones, en el porvenir lo harán con los compañeros que tengan mejores sueldos. Esa carcel sirve como preparatoria para lo que será una vida de lo más vulgar y repleta de hastio, donde la única diversión que tendrá su hueco de un tiempo mal repartido se resolverá en un hartarse a cervezas en el bar con unos colegas apestosos, lo cual es otra de las cosas que ya se ven en las universidades cuando los estudiantes se emborrachan y drogan para que la superchería de los profesores se les haga mas liviana. 


Pero de todas maneras ¿Qué lección podría aportar yo de la vida si soy un perdido que mira con atolondramiento al abismo? Quizás sólo una: que todo es repugnante, y que por mucho que hagamos seguirá siendo así de repugnante. Hay veces que asomo la cabeza por la ventana, y me dan ganas de vomitar sangre al ver pasar a un transeúnte. Esa máscara de falsa felicidad en forma de sonrisa de complaciencia que portan todos ellos, ese gesto inercial con el que dan rienda suelta a sus pasos, ese moralismo barato e hipocríta con el que censuran a los demás, esa risita bochornosa con la que se ríen de estupideces, y tantas otras cosas mas... En fin, la resolución de siempre: todo es repugnante y seguirá siendo repugnante.


En esto sí que se podría decir que soy todo un maestro: en localizar lo nauseabundo de esta putrefacta sociedad. Podría añadirlo en mi curriculúm vacío, así habría algo interesante en que estos funcionarios estatales que sólo sirven para juzgar a los demás podrían fijarse. Ya me imagino los ojos como platos que podría esta mujer aburrida al verlo impreso en esta hoja carcomida. Lo más seguro es que se inclinaría para fijarse bien, y ver si efectivamente pondría tal cosa. Y al comprobarlo, se volvería a reclinar en su silla acolchonada, y lo guardaría en su memoria para contarselo a las cuarentonas de sus amigas. Se reirían a mi costa, mas lo que no sabrían es que yo también lo hago de todos ellos. Incluso ahora, he sonreído no para resultar amable, sino porque me cuesta guardarme mi risa ante la estupidez humana. 


- Y digame ¿Para qué puestos se encuentra verdaderamente cualificado? ¿A cuales aspiraría de menor a mayor según su criterio?


Y otra vez, de nuevo esa tonalidad de voz que parece sacada de un ordenador. Respecto a su pregunta sacada de un formularío barato, me atrevería a responder con una interrogación: ¿Alguien sabe realmente en lo que se encuentra "cualificado"? Yo diría que no, y quién responda en afirmativo miente como un bellaco. Todos mienten, me mienten a la cara y se desternillan de risa a mis espaldas. Pero ya lo sé, no pasa nada. Lo que sobrepasa castaño oscuro es este espéctaculo gratuito ¿Y yo tengo que fingir que sé de lo que me hablo? Lo siento, pero no lo pienso hacer. Antes muerto que ser como uno de esos cadáveres andantes. Aunque bueno, pensandolo mejor ha quedado un poco paradojica mi manera de expresarme, digamos mas bien que mi elección reside en: o bien permanecer muerto en esta catastrofica vida, o ya irme a la tumba directamente. Prefiero esta última opción. 


Cuando me obligaron a acudir a este lugar por imperativo social, tenía ciertos atisbos de lo que esta mala obra teatral y artificial pudiera ser. Mas todos ellos han resultado superados por la mediocridad -si en asuntos mediocres cabe hablar de algún tipo de superación- y han provocado que mis ácidos estomacales reverberen con aún mayor intensidad que cuando me asomo a la ventana de mi cuarto. Poco me importa resultar descortés o mal educado, pero la situación en su ámbito idóneo requiere de un buen corte de mangas, acompañando por un grito de desesperación, y marcharse volviendo las espaldas. 


Dicen de mí que estoy cargado de odio. Se equivocan. Es el amor quién me rechaza, y por ende, hasta el odio me evita. Lo que soy es indiferente, y aún así no puedo evitar quejarme. Estoy plantado entre medias de un muro insondable, y de vez en cuando profiero un pequeño sollozo debido a que las muescas están demasiado prietas. Sin embargo, siempre han estado así y siempre seguirán así por mucho que yo lance gemidos lastimosos, o refunfuñe entre dientes. Haga lo que se haga nada servirá, el mundo seguirá igual y mis lágrimas seguirán fluyendo con la misma cantidad. Y mientras tanto, lo único que variará será la decadencia de este mundo que irá en aumento. Espero, por lo menos, no seguir vivo para entonces.


Aún con ello, hay veces que no puedo evitar imaginarme situaciones en las que actuase cual soy yo en realidad, y me digo a mí mismo: "Ojalá fuese así... Ojalá pudiera ser mi auténtico yo en este reino de la desfachatez." Pero al final acabo por convencerme a mí mismo de que es imposible debido a tantos impedimentos externos, y a que la vulgaridad siempre gana en número como votos en las elecciones. Quisiera liberarme de estas ataduras, proferir palabras de angustia y seguir una senda aún no recorrida por nadie. Pero, ¿Cómo hacerlo cuando todo movimiento en este mundo viene resuelto para las gentes en dinero o en influencia social? Pareciera que hagas lo que hagas cuando te salgas de este esquema que ha sido preconfigurado, se produce la caída. Y así es, así todos caemos en el mismo abismo. Uno en el cual no hay grandeza alguna, solamente sombras y desdicha...


- Pues ya si encontramos algo que se adapte a sus necesidades le llamaremos.


- Gracias... -dije con un nudo en la garganta. 

lunes, 14 de junio de 2021

Exaltación de la belleza y diatriba contra sus adversarios

 Ninguno de entre los ideales mas elevados que a los hombres nos cabría imaginar y apresar en la sensibilidad se encuentra tan poco valorado como la belleza. A esta, se la tiende a deformar mediante recursos artificiales varios, e incluso, se la niega rotundamente en la mayoría de los casos por resentimiento. No sé cual de estas dos derivas es más perniciosa, ya que tanto el decoro estrafalario en demasía acaba por anular la esencia de la belleza -la cual, radica en su sencillez e impacto- como el dejarla apartada connota vulgaridad, y dicho sea de paso,  indica la propia fealdad de uno además de la carencia de buen gusto. 


A la belleza le repugna -y por ende, rechaza- a los que se procuran falsificarla con accidentes que no le atañen haciendo pasar lo que no es por lo que es, y también expulsa a su contrario -la fealdad- con una patada en el mentón directa al que es su mayor adversario, que es lo que debe hacerse. Mas, me temo que tal y como van los tiempos, estos dos factores en vez de minimizarse van a ir peor animados por ideologías varias. Las cuales, hacen de cada uno de sus movimientos conceptuales precarios, una suerte de manual contra-natura como si fuera un libro bastante mal escrito que nos indicara aquello que en modo alguno debemos hacer. 


Sobre todos estos deformes y desviados derroteros que se abalanzan con todo su mal sabor de boca y su horrendo aspecto encima de la belleza, aparecen otros que buscan a su vez aplacarla con el ejercicio de la palabra y señalando con el dedo. Es decir, la constante censura de los moralistas. La esencial diferencia entre un moralista y una persona moral radica en que la primera se pasa toda su existencia diciendo a los demás cómo han de comportarse de acuerdo a sus caprichosos pensares, mientras que la segunda siendo fiel a sus principios y valores le basta con moverse por el mundo de acuerdo a ellos, y sólo los aplica a otros cuando le piden consejo.


Debido a ello, estos moralistas contemporáneos se dedican a juzgar a la belleza como si esta se hallara en un tribunal. La denigran con una mirada cargada de maldad, y le piden razones acerca de por qué en ocasiones se muestra de tal o cual manera, y cuando la respuesta no les satisface, se cruzan de brazos, o adoptan la posición de la jarra. La respuesta de la belleza siempre suele ser el silencio. Esta tan sólo se atreve a alzar la voz ante los que conservan unos principios que nada tienen que ver con las mentes infantiles de los que están afiliados a partidos políticos o sectas, ya que ninguna palabra que sea conforme a sus vulgares manifiestos les será suficiente para quedar satisfechos. 


La belleza en lo que a los principios se refiere tiene su propia moralidad, tanto que cabría decir que es la muestra estética de la etíca, e incluso, la perfección de esta. De ahí que quienes guardar con celo sus valores en la interioridad sepan gozar de la belleza como corresponde. No ven en esta un elemento en conflicto que haya que alterar, pulir, o en el peor de los casos, erradicar, si no que muy al contrario, la conceden el puesto mas alto y la llenan de elogios que pueden llegar a concretarse en el arte. Es entonces cuando llueven los aplausos y fluyen las exclamaciones, y la belleza se regocija tanto que hasta es capaz de enseñar un hombro con picardía, o de subirse la falda hasta por encima de la rodilla produciendo el sonrojarse de la moral.


Estos últimos gestos suele hacerlos con disimulo, mas pasan desapercibidos por quienes no son capaces de contemplarlos al no tener la retina adaptada a la luz, y así, pasan el resto de sus días sin pena ni gloria. Como mucho, con la falsa sonrisa de una masa deforme e ignorante, en vez de apreciar el placer tan carnal como espiritual que nos brinda la belleza en todo su esplendor y hermosura. Es lo habitual que en tal caso, la mayoría de las gentes acaben recorriendo este vasto mundo con aquellos semblantes cargados de desagrado, y que de sus bocas, solamente puedan proferirse sucias palabras que manifiesten la ponzoña que estos guardan en su interior. Cuán diferente es el caso contrario, el del amante de la belleza, que la encuentra en todos los lugares donde posa la mirada, y hasta en los mas insospechados la encuentra desnuda, y la admira como solamente le cabría a este voyeur de la estética que conoce de los detalles resplandecientes. 


Capturando estos vespertinos resplandores, la belleza engendra arte a través de nosotros como un salvoconducto que usa de la inspiración para materializarse en las diferentes artes. Un puente somos al cabo que auna los desperdicios lúminicos que se le escapan a la belleza con la creación de obras artísticas -ya sean literarias, líricas, musicales, plásticas, pictoricas...- mas sin olvidar que el origen de todo lo hermoso que en apariencia surge de nuestras manos cual hechizo tiene su correspondiente núcleo palpitante en el seno de la belleza, fuente de todo lo bello desde lo que se trasluce en la naturaleza mediante el paisaje hasta lo que por medio de la techné nosotros concebimos, plasmamos y concretamos en el arte. 


Las obras de arte son como hijos no nacidos cuando todavía no son concebidas por nosotros -ni pensadas ni mucho menos realizadas-, son cuales proto-ideas que habitan en la matriz de la belleza esperando que algún día alguno de sus fieles siervos la fecunde para que posteriormente se le de a luz con toda su pomposa magnificiencia, acompañado por un grito tan desgarrador como exuberante que revele su presencia. Un grito que es muy semejante a ese que se exhala para convertirse en un suspiro cuando llega el momento de la muerte de la criatura, retornando así todo aquello que conoció la luz a las sombras, del paradojico destierro cercado por la luminosidad y todo aquello que es digno de ser observado al abismo sombrío que supone un descenso con la promesa del ascenso en el porvenir.


Así es como el comienzo y el final se aunan, y a resultas de lo cual tanto la vida como la muerte -que son al cabo una misma sustancia eterna que en un efímero instante parecen hallarse ante nuestros ojos- también tienen el origen y culmen de suyo gracias a la belleza, madre de todos los fenomenos excelsos y grandiosos que a veces permiten ser contemplados en este mundo. Allí donde reside la belleza en su inmutabilidad todo nace y muere hasta confundirse, todo lo hermoso comprende de la contradicción en la que están insertas todas las cosas y la fealdad es despojada como la sangre sobrante de la herida para no regresar jamás, y así no turbar a la retina que lo único que busca es admirar todo lo que participa de la hermandad de la belleza.


Después de todo lo mencionado, ¿Cómo no iba a ser yo mismo todo un amante y admirador de la belleza? Tanto condicional como incondicionalmente, desde la conciencia hasta la inconsciencia, en cuerpo corrupto y en alma inmortal, no me queda otra que rendirla su debido culto ¿Qué otra cosa podría hacer? Pertenezco a aquellos que consagran su vida a la búsqueda de la belleza y que estarían dispuestos a morir por saborear aunque fuera un ápice de esa beldad inmensa. Ojalá en el instante previo a la muerte, cuando pasamos a comprenderlo todo en magnitud y en laxitud, pueda vislumbrarla. Si así fuera, merecería la pena haber vivido. 

martes, 18 de mayo de 2021

Fulgor

 Desde que era niño, a Cirilo siempre le obsesionó todo aquello que relucía por encima de todas las demás cosas. Su primera obsesión por algo brillante creía recordar que era un colgante que antaño llevaba su madre. Cuando contaba a penas cinco años, siempre intentaba alcanzarlo, tomarlo de alguna manera y hacerlo suyo, parte de su ser. Sin embargo, en una de estas ocasiones, dandole un leve golpe, este se descolgó de su cadena y acabó haciendose añicos sobre el marmóneo suelo. Huelga decir que su madre le propinó una tremenda regañina, mas su frustración interior al contemplar los fragmentos de lo que él considero su tesoro desparramados por el suelo fue el peor de los castigos, mucho peor que los gritos enfurecidos que pudiere propiciarle su madre. Por anodino que parezca tal suceso, aquello supuso un sello inquebrantable en lo que sería su vida en adelante, y que jamás olvidaría.


Ya en la adolescencia, mientras todos los varones hormonados tenían por objetivo vital el besar a alguna chica -y qué decir de acostarse con ella- Cirilo seguía con su fanatismo iluminario. Se le ocurrió la caprichosa idea de que quizás esta esencia lúminica se encontraba tras los senos en desarrollo de sus compañeras de clase. De ahí que la mayoría de sus congeneres quisieran hallar el mas ligero  contacto hasta alcanzar el máximo de todas ellas. Debido a ello, se propuso el adoptar tales actitudes de desenfreno reproductivo, aunque fuera de una manera impostada, artificial en él ya que lo que buscaba no era fundir su joven carne con los muslos de una muchacha virgen y fértil, sino encontrar ese ápice de luz que estas guardaban celosamente en su yo interno.


En uno de aquellos joviales días, atisbó a la que de entre todas aquellas jovenes mujeres pudiera encerrar en sí la luz mas inmensa que cabría imaginar ¿Qué cómo lo averigüó? La respuesta es de lo mas sencilla y vulgar: por el tamaño de sus senos. Era la mas desarrollada de todas las de su clase, pero se mantenía igualmente pura a todas las demás. Esto le dió el impulso necesario para acercarse a ella, y procurar entablar relación de cara a conseguir su fin, que no era el otro que atrapar su luz y pasar a custodiarla él mismo.


Solamente le costó un par de semanas que ella "se enamorase" de él, y así el beso que le uniría con aquella iluminaria intensa que palpitaba en el pecho de la muchacha estaba cada vez mas cercana. Cuanto mas cerca la tuvo fue una vez durante el recreo, la acorraló en la pared y se acercó mucho a ella, tanto que la respiración de ambos iba al unísono. Clavando sus ojos en ella, penetrandola con una mirada escrutadora, solo quedaba el rozarse sus labios como llamas de una misma estela. Y así lo hizo, sintiendo el rotar de su estomago para acabar con un sabor amargo. Ahí no había luz alguna, sólo sombras y saliva.


- ¿Qué? ¿Te ha gustado?- dijo ella claramente satisfecha


- No. Creo que deberíamos dejar de vernos- respondió él cumpliendo su promesa.


Por imperativo paterno, una vez que finalizó sus estudios segundarios obligatorios, Cirilo ingresó en la universidad concretamente en la carrera de ingeniería. Durante su estancia ahí, comprobó cuán afán tenían todos sus compañeros por sacar mas nota que los demás. Pensaban que si uno superaba a todos sus compañeros en aquel número impreso en una serie de hojas, quizás en un futuro serían personas importantes, muy superiores a todos aquellos mediocres que pasaban con un "suficiente" en sus resultados. A próposito de esto, Cirilo indagó la posibilidad de que la luz que buscaba podría ser algo mas abstracto, una suerte de concepto que se concretaba en las notas académicas "Si todos parecen tan obsesionados con esa meta, será por algo..." -así discurría.


Para acabar de comprobarlo, decidió preguntar a uno de sus amigos mas cercanos de entonces el por qué de esta cuestión, a lo que el otro respondió:


- Es obvio. Si tienes buenas calificaciones, tu curriculúm será mas brillante, y por ende, les resultarás mas atrayente a futuras empresas que te abrirán las puertas al mercado laboral. Si no es así, pasarás el resto de tu vida en una penumbra perpetua como le pasa a todos aquellos pérdidos que no saben qué hacerse con ellos.


Las palabras "brillante" y "penumbra" tuvieron especial efecto en Cirilo, la primera porque se trataba de lo que precisamente él quería, la segunda porque era lo que a toda costa buscaba evitar. Pensando un momento, continuó diciendo:


- ¿Y qué he de hacer para conseguir buenos resultados académicos y así poder brillar?


- Aplicate únicamente al estudio, dedica todo tu tiempo en ello y deja lo demás. Si así lo haces, triunfarás y no serás un cualquiera- terminó por comentar su amigo en tono decidido.


Hizo caso de aquellos consejos, y se los tomó tan a pecho que los siguió al pie de la letra sin faltarle una coma. Mas, no obstante, en la medida que replegaba toda su vida a ese ámbito cada vez se sentía mas cercado por la oscuridad en semejanza a como su habitación iba tornándose sombría según se acercaban las horas nocturnas que pretendían asesinar al día. Y lo peor de todo, es que no consiguió mejorar sus resultados academicos, si no que muy al contrario empeoraron todavía mas que en un principio. Por mas que lo intentaba y que ponía todo su esfuerzo en ello, no lograba concentrarse como debiera, y por lo tanto, sus notas eran mas bien bajas. Ante los resultados de uno de sus fallidos examenes, volvió experimentar ese sabor amargo que tuvo con aquel primer beso. Fue entonces cuando decidió abandonar la carrera y seguir otros derroteros en busca de un inhóspito fulgor.


Tres años fueron en los que Cirilo vivió sin hacer lo que se diría absolutamente nada. Pretextando una suerte de depresión motivada por fracaso académicos y su escasa capacidad para socializar, sus padres pensaron que le pasaba algo de tipo psicologico que no se molestaron en indagar. Así, pues, su vida durante estos tres años radicaba en alimentarse y dormir, ni siquiera en el entretenerse puesto que carecía de toda afición, y como no tenía, pasaba su tiempo libre -el cual era todo, excepto cuando comía y dormía- en una especie de mutismo hermético. Mas también es de advertir, que durante este tiempo aquel sabor amargo se desvaneció por completo, incluso podría decirse que alcanzó de cierta armonía lúminica sobre todo cuando salía a su jardín en las noches despejadas a contemplar las estrellas, las cuales incidían sobre un suelo que les devolvía su resplandor, como así cuando en cada mañana temprana se quedaba anonadado mirando a la amplia ventana de su habitación de cara a comprobar como la luz del amanecer inundaba a todas las cosas.


En una ocasión transcurrida en alguno de estos tres años, Cirilo se encontró con su padre en el cagaje mientras este se dedicaba a reparar una bombilla que no se había fundido, sino que había perdido contacto. Cirilo se sentó a su lado observando la de vueltas que daba la susodicha bombilla en las sucias manos paternas dejando su huella dactilar cada vez que se obligaba a hacer presión con los dedos. Después de unas vueltas, metiendo el casquillo en una lámpara de mesa que tenía en frente, la bombilla relució dando un enfoque de luz amarillenta sobre el semblante de su padre. Cirilo exclamó con admiración:


- ¡La luz ha vuelto durante un instante!


Su padre un tanto perplejo, y sin saber que decir al respecto, cambió radicalmente de tema, a aquel que en verdad le interesaba:


- Vamos a ver Cirilo, ¿Qué vas hacer ahora? No puedes seguir ahí tirado en babía despercidiando tu vida.


- No estoy desperdiciando mi vida, padre -dijo en tono decididó, y continuó- Estoy realizando la que es la tarea mas importante de mi vida, que es buscar una sensación lúminica inmensa que haga vacilar a mi carne, y que provoque el desvanecerse del espíritu.


- ¿Se puede saber qué narices estás diciendo? - terminó por decir su padre, cerrando y abriendo sus párpados como si así pudiera desplazarse entre las escenas que conformaban su realidad.


Posteriormente a estos tres años, su casa acabó por llenarse de deudas que sus padres no eran capaces de pagar. Este decaerse de la economía familiar se traslució hasta en el tejado de su casa que se desplomaba, y cuyas tejas al caerse ocasionaban mas de algún susto a los miembros del hogar cuando justo al salir una teja en forma de meteorito les pasaba frente al semblante. Era como si aquella casa fantasmal les estuviera dando un toque de advertencia, diciendo algo así como "O me cuidáis, o os mataré a todos friamente con estas tejas envueltas en cemento comprimido." Mas de una vez, Cirilo se acercó tanto a la teja que se desprendía que le rozó la nariz, produciendole arañazos. Sus padres pensaron que quería quitarse la vida de alguna forma rídicula, como rídicula había sido hasta ahora su vida.


La decadencia economica de la residencia familiar fue tal que obligaron a Cirilo a que trabajase en algo, en lo que fuera valdría. Este había escuchado a sus vecinos sobre el asunto de tener un trabajo, y de con ello acumular caudal monetario. Se le pasó por la mente una gran multitud de monedas brillantes, cayendose en forma de cascada sobre otras tantas monedas aúreas. Entonces, le dió por pensar en si quizás la luz que buscaba se materializaba en la expresión de poder mas precaria de todas: el dinero. Quizás si acumulaba dinero y ahorraba, pudiera alcanzar tal súbita luz expresada en millares de monedas desfallecientes. Esta idea le fascinó e inflamó a su corazón de esperanzas, y así empezó a trabajar en una ferretería. Al menos así, estaría rodeado de las luces artificiales de las bombillas como presagio de lo que alguna vez alcanzaría.


Se tomó su trabajo muy en serio, tan en serio que hasta dedicó varias horas extras para intentar ahorrar dinero. Su jefe estaba tan orgulloso del tesón y de la diligencia de su trabajo que le permitió ocupar el puesto que gustase, e incluso, le subió varias veces el sueldo. Sin embargo, muy a pesar de Cirilo, y aún con todos sus esfuerzos, debido a las inmensas deudas hipotecarias y de prestamos que acúmulaba su hogar, tan rápido como caía el dinero en sus manos, se esfumaba al atravesar el umbral de la puerta de su casa. En verdad, lo que mas le dolía no era el hecho de perder un dinero que había ganado con el sudor de su frente, sino en que como había pedido que siempre le pagasen en métalico y en monedas, ver como estas pasaban de sus ya bendecidas manos, a las sucias de su padre le resultaba una especie de profanación sagrilegica. El sabor amargo no tardó en volverse a hacerse patente. A tanto le llegó el punzón de la melancolía y de la desesperación ante la pérdida de las monedas brillantes que dejó el trabajo.


Tiempo después, aunque durante unas semanas fingió acudir al trabajo para evitar el golpe de tristeza que produciría su despido en casa e inventarse una excusa para evitar que esta tristeza fuera mas aguda, acabó por decir a sus padres que le habían despedido por problemas de contrato y de organización de la plantilla. Sus padres acogieron sus palabras con una sonrisa amarga, una suerte de paradojica mezcla entre desazón momentáneo y esperanza en el porvenir mas inmediato. Al ver su reacción, Cirilo agachó la cabeza con la sensación de que no había vuelta atrás: o se divorciaba del mundo, o jamás encontraría la luz soñada desde la infancia.


Tras pasar un fatigoso día fingiendo que buscaba un trabajo, se sentó en un banco que se encontraba allende a un parque. Con la cabeza reclinada completamente contempló y escuchó el juguetear de los niños con sus saltos y alaridos. Cerró los ojos, y se quitó con la mano diestra la gran cantidad de sudor que se le deslizaba por la frente. Sin duda, hacía un calor inmenso, casi inhumano. Volvió a abrirlos y vió una señal brillante que provenía de un lugar ignoto, que pareciera no ser de este mundo. Retornó a cerrar los ojos, y cuando quiso, no pudo volver a abrirlos. De repente escuchó la voz de una niña que tenía como origen no aquellos del parque, sino de un sitio soterrado en su conciencia:


- ¿Quieres ir allí? - le dijo con dulzura


- ¿A dónde?


En ese exacto momento, sintió bajo sus dedos el tacto de la arena, sus oidos oyeron el rumor del mar, su nariz olió a salitre y a algas vivas, y su corazón latió con un ritmo inusualmente acelerado. Ya pudo abrir los ojos, y cuando lo hizo, efectivamente según presintió con anterioridad, se encontraba en una playa con un inmenso mar que daba cabida a los últimos rayos del sol en la línea de un horizonte que se fundía allí donde los vivos no pudieren penetrar. Es de hacer notar, que aún con lo raro de la situación no sintió extrañeza, simplemente se levantó y se fue andando.


Avanzó un poco, y vió un coro de mujeres desnudas que bailaban al rededor de un fuego estremecedor como si fuera un ritual pagano. Las llamas invocaban chispas que se elevaban queriendo capturar un ápice del cenit del día, y una vez satisfecho su goce, descendían y se apagaban. Frente a esta gran fogata Cirilo pensó en que esas chispas provenientes de ardientes llamas eran una metáfora de lo que había sido hasta entonces su vida. Se acercó cuanto pudo al fuego, hasta el punto que las cenizas que despedían le impregnaban la cara, y dejó caer una lágrima que antes de llegar al suelo se esfumó convirtiendose en vaho micróscopico "Claro, yo provengo de aquí, no de ahí... Ahora lo entiendo todo..." -musitó interiormente mientras las llamas intentaban carcomer una madera tan gruesa que duraría una noche entera cobijando la fiereza del fuego. 


Las mujeres siguieron danzando a su al rededor como si no existiera, despreocupadamente, entre risotadas y saltos danzarines en semejanza a los niños del parque. Una de ellas, sin saber por qué, le clavó una mirada cargada de un lujurioso interés. Sin decir nada en un principio, cogió una de sus manos y la impuso sobre uno de sus redondos y bien formados senos. Estaba ardiendo, ella misma parecía una de aquellas llamas que traían las chispas vespertinas y las cenizas traviesas. Cirilo se preguntó si ella era fuego, si él sería chispa o ceniza. 


A los pocos segundos, le cogió de la mano, y preguntó:


- ¿Quieres ir ahí?


Esta vez no se atrevió a preguntar porque ya sabía lo que se le indicaba, respondió: "sí."


Dejándose guiar por tal hermosa dama, fue introducido en el epicentro de la fogata. Ella dió un saltó para salir de la agitación de las llamas, volvió al coro y entonaron todas juntas canciones en un idioma desconocido para él. En sus entrañas sintió al principio un dolor indescriptible, pero con el tiempo ese dolor se troncó en placer. Lo que parecía en un comienzo una puñalada violenta en el corazón, al despedirse la sangre del pecho se transformó en una cándida caricia. Así igualmente acontenció con aquel calor intenso que fue poco a poco mutandose en un goce que cabría definir como orgásmico. Se sentía disolverse, y a su vez, renacer en una sensación de pletórica plenitud. Ya por fin pudo descifrar una parte de lo que aquellas mujeres desnudas cantaban en tanto que agitaban sus carnes en una playa que ya era dominio de la noche, mas que todavía conservaba tanto rememoranzas del día como la esperanza de su regreso en un tiempo indeterminado. La parte que pudo atisbar antes de fundirse completamente con la luz era la siguiente:


Y entre todas las cosas soñadas,

una jamás nos dejará abandonadas,

la llamada cual llamarada: la muerte.


- Al fin, alcancé el fulgor... -dijo quizás por última vez Cirilo. 


martes, 4 de mayo de 2021

La efímera pureza de la carne

 Flavio se encontraba en el parque, leyendo las páginas de un libro cuyas hojas iban quebrandose en la medida que pasaban. Según iba leyendo, los acontecimientos llevados a las imagenes que se describían en el susodicho iban mezclandose con los recuerdos devinientes de su propia vida, e incluso, él mismo y algunos de los personajes se sobreponían mutuamente, llegando así a confundirse la realidad con la ficción. Esto le hizo pensar acerca de su propia condición y de las circunstancias que le rodeaban, se preguntaba hasta qué punto estas últimas conformaban su ser, o si se trataban de cosas que simplemente le servían de adorno a un carácter que ya estaba formado desde el comienzo de los tiempos gracias a un elemento que suele llamarse destino.


Alzando la vista, contempló lo que en ese momento era su vida presente, y si esta, tenía algo que ver con el ambiente y el paisaje. El parque en sí mismo carecía del mas mínimo interés, era un parque cualquiera corroído por el tiempo, y que probablemente si no fuera por él y por un par de ancianos que se encontraban ahí, sería arrasado por el olvido. Había tres bancos que rodeadan lo que vendría a ser un parque infantil corriente pese a su estado de desolación, ya que no había niño alguno al que le placería jugar con esos columbios mugrientos y desconchados por los intensos vientos invernales. Pensando en cuan triste y vulgar era esa escena, rió hacía sus adentros durante unos segundos para instantes después quedarse mudo "Si tuviera razón aquel pensar que indica que somos lo que vemos, que todos son reflejos de nuestra propia conciencia, eso querría decir que yo mismo soy harto vulgar y que nadie se acuerda de mí." -pensó, y al cabo lo desechó al no creerse del todo tal tesis.


Un pajarillo vino a posarse sobre el banco en el que se hallaba sentado, y comenzó a piar desconsolado. No había suficiente fauna allí, y probablemente su canto estaba dirigido hacía sus congeneres, en busca de ser escuchado por ellos y que le hicieran compañía frente al atardecer que poco faltaba para que hiciera su aparición. A resultas de lo cual, Flavio retornó a sus antecedentes pensamientos, y se los tomó con un poco mas de seriedad. Si bien quizás el ambiente en sí mismo no era reflejo de nuestro propio ser, podrían serlo los seres vivos que lo componían. Pero también la carencia de vegetación era un ser vivo, también aquellos dos ancianos amargados que se encontraban frente a él lo eran, pudiera serlo a su vez aquel olmo seco a sus espaldas, como el pajaro solitario que se puso a cantar a su lado... Mas, en todo caso, él se hallaba en la misma tesitura, lo que desconocía era si se puso a leer precisamente ahí en aquel momento en vías de esperar algún acontecimiento, al igual que la ausencia de vida de aquel parámo esperaba la caída de la lluvia.


Iba a retornar su lectura cuando cayó en la cuenta de que una mujer entró en el parque y detuvo su mirada sobre él, o mas que en su persona en general, concretamente en sus manos, las cuales acariciaban aquellas páginas como si en ese momento ese compuesto de hojas conformaran su mundo. Y en cierta medida era así hasta que aquella mujer de ojos grisáceos y desmelenados cabellos rojizos pasó delante de él y posó su intempestiva mirada en el microcosmos de sus dedos vacilantes.


Se sentó a su lado con total confianza aún siendo desconocidos, y señalando con su dedo indice la contraportada del libro preguntó:


- ¿Qué estás leyendo?


- Es "El extranjero" de Albert Camus -respondió con un leve titubeo en sus labios que mas que menos logró disimular-


- Hum, me suena bastante aunque no recuerdo la trama ¿Sobre qué versa?


- Bueno, aunque es un libro corto como puedes observar es díficil de resumir en un par de palabras su trasfondo y contenido. Pero digamos que trata sobre un hombre que vive circundado por un mundo que carece tanto de sentido como de coherencia, y que movido por azares termina descubriendo en el absurdo de toda existencia paradojicamente su razón de ser, y también de vivir.


- ¡Vaya! ¡Qué aburrido! ¿Tú te sientes así?


- En cierta manera sí...


Al Flavio decir esto, ella sonrió con una enigmatica aunque hermosa sonrisa. Fue entonces cuando él se enamoró de ella, o mejor dicho, creyó haberse enamorado de una envoltura de preciosa carne que encubría lo que sería todo un espiritual misterio. Pensó en cuanto le placería indagar en su interior tanto en sentido figurado como explicito, descubrir la pureza que latía tras el seno que recubre un corazón luminoso para pasar a cobijarla en su cuerpo viril cual una suerte de intercambio de esencias. Se imaginó que de tal manera su existencia tendría un sentido unívoco y completo, y que ya no vagaría de un sitio para otro esperando algún hecho milagroso porque ya lo había encontrado concretado en aquella extraña mujer.


Pensar todo esto fue como una ráfaga de inspirada luz que temporalmente resultaron unos segundos. Ella sin mediar palabra alguna, inclinando la cabeza en señal de respeto, se levantó y se fue. Su ida aconteció como su venida, un suceso mágico y vespertino en un fondo anodino. Flavio, se quedó petrificado y retornó a esperar algo que no sucedía.


Días después, Flavio esperaba la visita de su único amigo, al cual solía llamar Gutierrez. En verdad esta supuesta amistad era una especie de estratagema para que su circulo social no cayese en el exilio, ya que tal amigo le era sumamente tedioso. Odiaba de él su falta de sensibilidad y de sentido estético, puesto que todos los juicios que emitía este se basaban en sensaciones vulgares que había escuchado de otros, cayendo así en los tópicos, frases hechas y lugares comunes. Desde luego, esta compañía no era la mas propicia para él, pero al cabo, era la única y aunque fuera sólo por los años y los consecuentes recuerdos que les unían prefirió mantenerla. En todo caso, y como acostumbraba a decir Gutierrez: "es lo que hay."


Flavio miró al reloj que estaba dispuesto sobre la mesa, y comprobó que llevaba una hora de retraso "Maldita sea... -murmuró para sí- Ya está este redomado imbécil tardando..." Le invadieron pensamientos de esta índole mientras que con los dedos daba toques sobre la mesa como si estuviera representando alguna sinfonía a piano violenta. Impacientandose, sus piernas se movían inquietas dando taconazos bajo su silla. De repente, se halló en una macabra orquesta en la que él era tanto compositor como interprete, y cuyo mensaje venía a ser el hastío y la carencia de paciencia en alguien puntual.


Ante la puerta que evocó un sonido estridente al abrirse, apareció su amigo con una plácida sonrisa como si su tardanza careciera de la debida importancia, e incluso, cual si fuera inexistente.


- ¡Anda, Flavio! ¿Se puede saber qué te pasa? Pareces un saco de nervios -dijo tan pancho


- ¿Qué va a pasar? ¡Has tardado sobre manera! De verdad, siempre igual...


- No te desesperes, la vida uno debe tomarsela con tranquilidad.


Y al decir esto, Gutierrez se sentó frente a Flavio, y sin pedir permiso, se encendió un cigarrillo de los que estaban sobre la mesa, y acercó mas para sí el cenicero. Flavio le dirigió una mirada de desprecio que el otro ignoró. Se hizo un momentáneo silencio con bostezos de entremedias que una llamada quebró.


Cogiendo el teléfono, Flavio preguntó: "¿Quién es?" A lo que no hubo respuesta. Colgarón. Y en su sonido, pudo percibirse un golpe que produjo una serie de ecos en los tímpanos de Flavio. Este, aturdido, clavó sus sus ojos ahora vacíos en un blanco fragmento de la pared. Abstraído, apercibió una sensación que no podría llevarse con la debida profundidad a las palabras. Pudo ver ante sí una serie de sustancias sin forma concreta, que revoloteaban por los blancos espacios de la pared. El gotelé parecía evocar y atraer estos cuerpos amorfos y cobijarlos en los huecos cual improvisada madriguera. Todos ellos iban multiplicandose, saliendo de la nada, contrayendose y formando una serie de grupos que pretendían representar figuras. Cuando ya se quedaron quietos,  ya podía distinguirse una figura. Se trataba de un sinuoso escote encarcelado en un bonito vestido negro. 


La figura se diluyó en un foso sin fondo en el momento en el que Gutierrez alzó su dicharachera voz para hablar 


- ¿Te pasa algo? Algo parece haberte trastornado o alterado dentro de ti.


- Sí - se limitó a responder con sequedad. 


La estación de las lluvías se hallaba en su auge, a través de la carretera principal que lindaba con una sucesión de casas construidas al estilo americano caía el agua en formas perpendiculares. Era de madrugada, y a Flavio no le quedaba otra que acudir a la parada del autobus que le conectaba con la civilización. Mientras esperaba en aquella parada de un tono rojizo chillón contemplaba el caer de la lluvía con una impasibidad meláncolica. Pareciere que aquella agua ignota que surgía del cielo y que culminaba en el suelo pavimentado pasara a formar de algún modo parte de la retina de su ojo, la humedad y los aces de luz se quedaban encerrados en su iris de tal manera que la nostalgia hacía algo indefinido e incierto pasaba a ser una prolongación de su misma entidad tangible.


Mientras esto acontecía, las gotas de la lluvía que incidían en su insistencia se le asemejaron espermas liberados que venían a preñar algunas plantas que apenas asomaban y que lindaban con la parada. Esto, le pareció absurdo. Al fin y al cabo aquella agua no suponía ser semilla alguna. En todo caso, ayudaban a la proliferación de la vegetación, mas no era su germen. Se le presentó la idea de que quizás él fuera como aquella lluvía, cáscara vacía proveniente de un reino que a los hombres le era desconocido, que no tenía una función primordial ni específica, mas que servía como impulso para que el resto de los elementos dieran vida a partir de lo inerte. Sí, quizás esta idea fuera un capricho, algo azaroso que pudiera ocurrisele a un hombre en constante espera como él. Pero, que, sin embargo, también tuviera su ápice de veracidad. 


Por su lado siniestro, vió un caprichoso cuerpo femenino que bailaba con cada paso sobre la acera. Sus curvas seguían la trayectoria de allí donde se dirigía como si mas que con los pies andara con las caderas "¿Será ella? ¿La mujer de la otra vez?" -pensó Flavio. Y en la medida en que se fue acercando descubrió que efectivamente era ella. Algo parecía haber mutado en aquella curiosa mujer, su jovialidad enigmatica de la otra vez se sopesó con la elegancia de la madurez. Exceptuando sus mejillas, las cuales aún conservaban retazos coloridos típicos en las niñas. Sin duda, era una mujer cuyo cuerpo habría logrado que convivieran en armonía la belleza que siendo paradojicamente efimera de la juventud se mantenía estable, y la rígidez de la escultura que representa una mujer adulta. 


Ella, se sentó nuevamente a su lado. Pero en esta ocasión, en vez de tratarse de un banco de madera abandonado en un parque, se trataba de uno de hierro cubierto por un techo de plástico que les protegía de la lluvia. Su caída provocaba un sonido que recordaba al del granizo sobre una casa con tejas antiguas. Mirandole de soslayo le preguntó:


- ¿Ya te acabaste aquel libro?


Respondiendo con una mueca afirmativa, deslizó su mirada de sus pestañas tenuemente elevadas hasta sus rodillas ceñidas por un vaquero negro. Era curioso y paradigmatico que aquella hermosura continuase siendo tan bella vestida a la manera informal "La belleza siempre lo es, independientemente de los accidentes y de los accesorios que intenten velarla. Muy al contrario, en vez de ocultarla, le darán un toque distintivo. La tela que tenga la pretensión de esconderla tendrá el efecto de ceñir aún mas su cuerpo, y si es holgada, dará cabida al aire que animará a su piel a embriagarse con el erotismo que está inserto en todas las cosas. Únicamente necesita ser poseída para despojarse de tal pureza, y mostrar una nueva forma inusitada en ella, una transformación del espíritu que usa de la carne como puente y que conduce a la muerte de la esencia prístila para precaverse de un nuevo nacimiento." - tales pensamientos cruzaron por la mente de Flavio en tanto que el silencio se imponía al momento.


Estos fueron interrumpidos por la voz altisonante, y a su vez, dulce de aquella delicada flor que ahora era toda una mujer:


- Bueno... Tengo que irme. Supongo que ya nos veremos en otra ocasión ¡Hasta entonces! -dijo con una premura espaciada y dilatada en un espacio-tiempo adornado por las ráfagas del diluvio que daba comienzo. 


En una tarde, con boligrafo en mano y frente a una amplia ventana, Flavio estaba tratando de concentrarse para redactar un ensayo que le era exigencia académica. En la medida que la tinta era arrogada frente al papel inerte, su impetú cesó irrevocablemente al carecer en esos instantes de inspiración. Su cabeza daba vueltas, se encontraba en otros derroteros al margen de lo que escribía. Quisiera redactar algo distinto, una especie de descripción en torno a su estado de ánimo que empezará con algo así como: "Millares de sensaciones que no llegan a concentrarse en una mas nítida, se acumulan en mi pecho sin encontrar salida. Aspiran a algo de diferente índole de lo hasta ahora conocido, algo que se pretende deiforme, con un ápice de arrogancia, y con otro poco de desasosiego. Cual hálitos exalados que se lanzan al otro lado de una autovía de las principales, y se quedan marginados frente a una ausencia todavía sin nombre..."


Sin darse cuenta, lo había escrito en la hoja. Y aunque se deleitara con la prosa, cogió el papel, lo arrugó y lo tiró a la papelera. Se quedó sentado, con la mano que le sería de sostén a la cabeza, meditando sobre cosas tan aleatorias, que dificilmente podría recordar después. Dando vueltas a sus imagenes internas, rescató un par que no guardaban relación alguna entre sí: Una era un lento anochecer que se cernía entre neblinas, y la otra, eran unos volantes de lo que se presumía un vestido o una falda negra que se adornaba con unos detalles morados "¿Qué quería decir esto? ¿Por qué pienso en estas cosas?" - dijo indagandose a sí mismo con una mezcla entre hastío e incertidumbre. 


Sonó el telefonó que tenía al lado, lo cogió y volvió a acontecer lo de la otra vez: no hubo respuesta, y al colgarse retornaron la sucesión de ecos. Mas, esta vez había algo distinto en aquella llamada, dos segundos antes de que colgarán, pudo escuchar un respirar que se intentó contener sin conseguirlo. Era sin duda alguna una respiración femenina, culmén de un orgasmo finalizado, penetró su recuerdo en la conciencia. Como si fueran cosquillas en bucle, aquel respirar que bien pudiera ser un suspirar incidía en su interioridad con cada vez mayor renovada fuerza hasta alcanzar una altitud sorprendente. Su sonido clausurado en una cueva era tan elevado que tuvo que taparse los oídos para intentar alejarlo. Todo fue en vano, ya que aquel recuerdo sonoro no procedía del exterior, sino del epicentro de su ser. Así dió por sentada la tesis que sostuvo con alguna duda al principio, las circuntancias eran accesorias, había algo preconfigurado en nosotros que bien haríamos si lo llamasemos destino, o en un lenguaje mas psicológico: carácter natural. 


Así como vino, la altisonante respiración cesó. Un toque hizo tambalearse un tanto la puerta de madera que tenía tras de sí: era hora de cenar. Sin apetito culinario, se levantó y se fue de cara a responder a tal llamada artificial y condicionada. Es decir, siguió los mecanismos de la rutina de siempre.


A día siguiente había quedado con Gutierrez. Pero por falta de ganas y carencia de apetencia, lo rehusó quedándose todo el día tirado en la cama. La agitación que sentía desde su corazón no le dejaba dormir, daba vueltas y vueltas sin lograr al cabo nada. Se deslizaba a la izquierda, y le molestaba el costado, lo hacía a la diestra y esta vez era el contrario, se ponía del revés y le oprimía la tripa. Al final, optó por ponerse como si le hubieran metido en un ataud, poniendo ambos brazos crucados desde las costillas hasta su pecho. Permaneció así unas horas, con su mirada dirigida al techo y con una expresión de inquietud que era acentuada con sus cejas fruncidas.


Decidió que no podía pasarse todo el día de esa manera, así que cuando ya era de noche optó por vestirse y marcharse para dar una vuelta. Cogió un lapiz y un cuaderno viejo que tenía lleno de notas prosaicas y poemas por si se le podía ocurrir algo, y salió por la estrecha puerta principal de su humilde hogar. Ya fuera -desconocía por qué- optó por pasar por aquella parada de autobus, y luego por el parque aquel. No sabía a ciencia cierta cual fuese su intención, pero el caso es que así lo hizo. 


Mientras atravesaba el umbral rodeado por pinos y castaños, sus sombras le velaban el escaso brillo de los ojos que en esos momentos conservaba. El camino era de cemento, y estaba muy mal mantenido. Quizás por efecto de la gran cantidad de nubes que acuchillaban al cielo durante aquella noche, las grietas del suelo se acentuaban, y bajo el efecto de la escasez de rayos de luna, iban agradandose y estrechandose en la medida que Flavio avanzaba. Hubo un instante en el que se detuvo delante de una pared hecha a partir de rocas y mala cimentación. El motivo fue el vistumbrar un grupo de murcielagos que revoloteaban por sus huecos, era probable que hubieran encontrado un cobijo lo suficientemente amplio para protegerse de los rayos diurnos "Yo soy como estos pequeños seres, pero sin grupo." - pensó Flavio, dándose la vuelta en camino al mismo banco donde hace tiempo estuvo. 


Antes de llegar, pudo ver en una esquina que aquella mujer de ojos grisaceos y cabellos que a la luz de la luna se mostraban cobrizos parecía esperarle con sus manos entrelazadas a las espaldas. Llevaba un vestido negro con detalles morados, un escote tan pronunciado que al poco que se agachase mostraría sus atributos con desparpajo, y un culmén del mismo bastante por encima de las rodillas que a la brisa insinuaba el secreto mujeril que tan bien se guarda. Ella, le sonreía, mas esta vez además de con toques enigmáticos, con una lujuría que todavía continuaba lindando con lo erotico y lo pasional sin llegar enteramente a lo vano y vulgar.


- Venga... ¿A qué estás esperando? Tómame... - dejó escapar de sus anchos labios, liberando un aroma proveniente de una ambrosía licensiosa y sensual


Él, sin preguntarse a sí mismo si aquel momento estaba siendo realmente vívido, o si se trataba de una fastamología proveniente de su perturbadora imaginación, la agarró de ambos senos y los estrechó entre sus manos, apretandolos en una posesión aparentemente consensuada. Levantó la cobertura inferior del vestido, y se deslizó en su interior. Ya podía saborearla, integrarla en plenitud dentro de su ser y profanar su pureza semi-divinal. Con sus dedos cual feroces garras, impuso un nuevo orden a su cintura ahora dispuesta solamente para él cual si se tratara de una propiedad que hasta entonces sin dueño ahora le pertenecía a él. Empujando y buscando cada vez mas y en mayor profundidad dentro de los recónditos páramos del lenguaje del cuerpo, notó como si algo se disolviera, algo que era carne y materia dejaba de ser tal y pasaba a desvanecerse. Cuando quiso darse cuenta, el femenil cuerpo había desaparecido por completo, ya no quedaba nada a excepción de él que sujetaba algo que ya no existía.


Se quedó quieto y en suspenso con un susurro interno que no lograba descifrar. Ya no cabía ni pensamiento ni sentimiento porque todo carecía de importancia. Por fin, por vez primera en su vida, ya no tenía nada que esperar porque ya tuvo todo lo que era digno de esperarse y obtenerse en un porvenir, ni tiempo ni espacio configuraban nada porque todo se confundía en lo mismo. Todo era nada, y la nada el todo.